OPINIÓN

Europa sigue enganchada al mantra del “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”

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Esta semana se celebró la cumbre de la UE-Celac. Hacía tiempo que ambas regiones no se reunían en ese formato y había cierta expectativa. Durante los días previos al encuentro, el documento final que negociaban las delegaciones de cada lado estuvo cerca de naufragar. Los europeos querían una declaración conjunta que apuntara a Vladimir Putin por su guerra contra los “valores fundamentales” de la soberanía y la democracia en la invasión a Ucrania, mientras que los latinoamericanos estaban más enfocados en temas comerciales y de financiamiento.

Después de varias idas y vueltas, el documento se cerró con una serie de acuerdos de inversión y cooperación entre las dos regiones y solo incluyó un breve párrafo sobre la “profunda preocupación” que causaba la guerra de Rusia en Ucrania. Digamos que, para sorpresa de propios y extraños, se logró dejar de lado los “principios” fundamentales del viejo continente, y se abordó una variedad de acuerdos para que, entre otras cosas, América Latina pueda industrializar sus recursos naturales sin que los europeos se los lleven así sin más en sus barcos, como viene sucediendo desde hace unos cuantos siglos.

El caso es interesante porque, a pesar de la autocrítica de Bruselas sobre el desdén con que trató a América Latina durante la última década, la necesidad de fijar posición sobre la guerra de Rusia en Ucrania estuvo a punto de alejar aún más a los dos bloques. Pero, sobre todo, sorprende porque si uno le da un vistazo a las noticias de los últimos días en los medios internacionales, parece que Europa sigue enganchada al pegadizo mantra del “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”.

Un primer caso para apuntar es lo sucedido con Túnez. Al revés de lo que se pregona -entre los llamados gobiernos progresistas de Europa sobre la necesidad de recibir a los inmigrantes hambreados por las guerras y la crisis económica- una nueva troika integrada por Bruselas, Italia y Países Bajos le ofreció a este país del norte de África mil millones de euros a cambio de que sirviera como muro de contención para los miles de subsaharianos que ansían llegar a Italia desde las costas tunecinas.

Amén de los inmigrantes -gran tema de división política en los últimos años en Europa-, sorprende que la UE esté dispuesta, no solo a soltar sus euros sino también a ayudar al gobierno tunecino en su negociación con el FMI, cuando el líder del país, Kais Saied, es muchas cosas menos un demócrata. “Ha encarcelado decenas de opositores políticos, amedrentado al poder judicial, limitado el trabajo de los medios de comunicación, y reescrito la Constitución para hacerse con más poder”, escribió ayer The New York Times, que puso el tema en su portada para llamar la atención sobre el trato animal que el país le estaba dando a los inmigrantes retenidos en Túnez.

Otro asunto curioso tiene a Francia en el ojo de la tormenta. En uno de esos cuadros maravillosos que pintan la grandeza de la República, el presidente Emmanuel Macron apareció esta semana de espaldas, cruzándole el brazo por detrás al primer ministro de la India, Narendra Modi, mientras ambos apreciaban los fuegos artificiales que estallaban sobre el cielo de París. Fue en el marco de los festejos del Día de la Bastilla, y Modi había sido invitado de honor. El agasajo tiene su explicación, la India es uno de los principales compradores de armas de Francia, y unos días antes de la Fiesta Nacional francesa se acordó la venta de veintiséis aviones caza y tres submarinos, todo por valor de unos 9 mil millones de euros.

Puertas adentro del Elíseo, la reunión se llevó a cabo con total normalidad. Sin embargo, para la prensa francesa, Modi no debería haber sido invitado. “La fiesta nacional celebra la victoria del pueblo y su emancipación, libertad, igualdad y fraternidad, valores que se han visto debilitados en el subcontinente desde la llegada al poder de los nacionalistas hindúes (el partido de Modi) en 2014”, escribió la corresponsal de Le Monde en Nueva Delhi, en una nota crítica de la invitación.

Casualidad o no, mientras Macron y Modi se reunían en París, el principal periódico de Estados Unidos publicaba en portada una nota de opinión firmada por la premiada escritora india Arundhati Roy en la que decía: “India no es una dictadura, pero tampoco sigue siendo una democracia”, y criticaba al gobierno de Estados Unidos por empoderar a una de las “personas más peligrosas del mundo -no como persona pero como alguien que está llevando al país más populoso del mundo a un polvorín”.

En Reino Unido, por su parte, pasa algo parecido. Según The Financial Times, el gobierno británico ya le envió una invitación al príncipe Mohamed bin Salmán para realizar una visita de Estado. Sería la primera vez en cinco años que el heredero de la monarquía saudí visita el país. Cinco años también desde que la CIA lo imputó por el crimen del periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado de Arabia Saudita en Turquía. En este caso, ni siquiera se trata de un dirigente poco dado a los regímenes democráticos, sino, lisa y llanamente, un acusado de asesinato. Lejos, entonces, parece haber quedado aquella promesa de Joe Biden sobre convertir a MBS en un “paria” internacional.

Por último y aunque se trata de un acontecimiento en desarrollo, vale mencionar lo que sucede en Israel. Desde hace varios días (semanas y meses), gran parte de la sociedad israelí se volcó a las calles para protestar contra un proyecto del primer ministro del país, Benjamin Netanyahu, que atenta contra la independencia del poder judicial. Incluso parte del ejército, uno de los bastiones del Estado y la sociedad israelí, se ha sumado esta semana a las protestas. Si uno hace una búsqueda rápida de los medios, pocas críticas o ninguna se encuentra sobre el tema de parte de las autoridades europeas. Ni que decir de la suspensión de un negocio o la aplicación de sanciones. Allá por marzo, sin embargo, se encuentra una declaración del canciller alemán, Olaf Scholz, que, durante una visita de Netanyahu a Berlín, se animó a transmitirle su “preocupación” por la reforma judicial. “Preocupación” fue, justamente, la palabra que con regusto amargo debió aceptar la Unión Europea en el comunicado final con la CELAC para criticar a Rusia. 

Volviendo a la cumbre entre los dos bloques, y al modo en que la UE aborda sus relaciones, sirve de corolario un párrafo del periódico alemán Süddeutsche Zeitung publicado días atrás: “Los países de Latinoamérica y el Caribe no se solidarizan incondicionalmente con Europa en lo tocante a la agresión de Putin contra Ucrania, sino que persiguen sus propios intereses. Y tampoco se doblegan tan fácilmente a los deseos europeos en asuntos de cooperación económica, máxime porque China está permanentemente disponible como socio de reemplazo. ‘Este es un llamado a abrir los ojos', dijo el jefe de gobierno de los países Bajos, Mark Rutte, en Bruselas. Indicó que Europa fue en el pasado ‘bastante arrogante'. Y eso debe cambiar”.

AF/PI