Análisis

Un fallo que daña la imagen y angosta el futuro de Cristina Kirchner

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La vicepresidenta perdió el control de sus emociones en el último tramo de su descargo por el veredicto en el juicio por la obra pública en Santa Cruz, la primera condena en su complejo frente judicial. Fue en ese momento cuando lanzó lo que pareció un desafío: “No voy a ser candidata a nada”.

Cristina Kirchner no podía ignorar que se avecinaba una condena y de hecho la anticipó. No hubo sorpresa pero sin duda hubo, sí, en la expresidenta una conmoción. Ese deslizamiento emocional podría justificar, llegado el caso, una rectificación de su decisión; por ejemplo, ante la aparición de un “operativo clamor”, una opción desde siempre útil cuando se aspira a reafirmar un liderazgo. 

Sin embargo, este movimiento de Cristina Kirchner no representa un gesto de desprendimiento ni implica un acto de amor del estilo de los renunciamientos en el peronismo. Resulta más bien una manifestación de despecho dirigida al movimiento. Recuerda aquella versión, difundida por su todavía jefe de Gabinete Alberto Fernández, del intento de evasión, tras la derrota por la 125, una pelea que la radicalizó y de la que pareció no regresar jamás. A la hora de la verdad, como es la que ha llegado, la vicepresidenta está sola, por más manifestaciones de rechazo que genere el veredicto en su contra. 

La expresidenta dijo que no buscará “someter” al peronismo a una estigmatización en las próximas elecciones por el peso de su condena. Sin embargo, su decisión puede también traducirse en un “ahora se va a tener que arreglar solos”. Antes recordó que el apellido Kirchner le había hecho ganar al peronismo tres elecciones presidenciales y que ella misma contribuyó a la victoria electoral de 2019 “cuando nadie daba dos pesos por el peronismo”. Pero ¿estaba la vicepresidenta de verdad dispuesta a jugar una candidatura en 2023? ¿Cuánto aporta hoy al peronismo una candidatura de Cristina Kirchner? Esta última es una pregunta que tendrán que formularse en el peronismo bonaerense -los intendentes- si la expresidenta cumple con la decisión de que su nombre efectivamente no esté en ninguna boleta. 

Si la vicepresidenta despejó la incógnita sobre una eventual candidatura el año próximo, queda abierta ahora la duda sobre qué rol se asignará en el armado electoral del peronismo. Pero sobre todo, cuál será su comportamiento en lo que resta del mandato. Hasta ahora ha acompañado los esfuerzos de Sergio Massa, en público y tanto más en privado, por ordenar la economía y llevar al peronismo a las elecciones en condiciones de competitividad. Sus últimos movimientos en cambio se han limitado al espacio legislativo, desde donde busca condicionar la composición del Consejo de la Magistratura, presidido por el titular de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, uno de sus anatemas. Hoy a la vicepresidenta podría pasar a importarle razonablemente más su suerte que la del gobierno que construyó. 

Es curioso que el presidente Alberto Fernández demorara un pronunciamiento sobre la condena a su vice hasta varias horas después de conocido un veredicto previsible. El Presidente es acaso el principal aludido en el descargo de la ex presidenta. 

A Fernández le fue delegada -como se sabe- la candidatura presidencial del Frente de Todos. Nadie salvo ellos dos conoce qué compromisos conllevaba esa delegación para quien sería finalmente electo presidente. Dado el profundo vuelco que ya durante la campaña y más tarde en ejercicio dio Fernández sobre sus opiniones respecto de las causas que involucran a la doctora Kirchner, es apropiado pensar que esos compromisos incluyeran operar desde el Poder Ejecutivo en el los tribunales federales para la desarticulación de esos procesos. Por los motivos que hayan sido, no ocurrió tal cosa.

Hubo una segunda referencia a Fernández, que ya estuvo presente en distintas declaraciones de la expresidenta ante el tribunal, y es la que alude a la responsabilidad de los ex jefes de gabinete en la adjudicación de la obra pública en los primeros gobiernos kirchneristas. Es por lo menos curioso que los jueces no hayan involucrado a Fernández y a otros jefes de Gabinete (Massa, Aníbal Fernández, Abal Medina, Capitanich) en el entramado de irregularidades que el tribunal dio por probado en el juicio conocido como “Vialidad”. Sergio Massa, hoy ministro de Economía, pareció admitir lo que parece una anomalía y dijo en un tuit que el fallo “corta la cadena de responsabilidades”. A menos que sólo haya sido una mención a la absolución del exministro de Planificación Julio De Vido, responsable de la obra pública en los gobiernos del matrimonio Kirchner.

La condena a un vicepresidente en ejercicio es un episodio sin  precedentes en la Argentina. Hemos visto condenado y preso a Amado Boudou -quien acompañó a Cristina Kirchner entre 2011 y 2015- aunque ya alejado del cargo. Podría ser un hecho que nos hable de un buen funcionamiento de las instituciones en la Argentina y acaso lo sea. Incluso los jueces que juzgaron a la expresidenta, es bueno recordar, fueron nombrados por el Poder Ejecutivo durante su gobierno. Pero es difícil no advertir que este veredicto, que daña la imagen y angosta el futuro de Cristina Kirchner, es en realidad una manifestación de la lenta pero inexorable declinación de su liderazgo político.