Panorama de las Américas Opinión

Golpes y contragolpes en Bolivia

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El proceso contra la ex presidenta boliviana autroproclamada Jeanine Áñez debía ingresar el jueves en su etapa oral, postergada por un recurso de la defensa. Como lo explicó el diputado oficialista Juanito Angulo, el proceso “golpe de Estado II” que enfrenta Añez, corresponde a las irregularidades que cometió en su calidad de exsenadora, poco antes de su autoproclamación como presidenta de facto el 12 de noviembre de 2019, vulnerando la Constitución Política y el reglamento de la Cámara de Senadores.

En la semana que siguió al conocimiento de los resultados de las elecciones subnacionales del domingo 7 de marzo, que el gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) perdió en ocho de las diez principales ciudades capitales del país, pudo verse por televisión boliviana un operativo que no desaprovechó su potencial para las cámaras: la detención de exautoridades del Gobierno 'de la transición eterna' que había asumido en La Paz tras la poco espontánea renuncia del Ejecutivo de Evo Morales y Álvaro García Linera en noviembre de 2019. Un renunciamiento sugerido por las FFAA, con una responsabilidad hoy reconocida por algunos militares en sede judicial, que les obligó a presidente y vicepresidente a vivir un año en peligro y fuera de su patria, 365 y más días que ahora conocemos, entre bambalinas, en sus vericuetos políticos locales y globales, gracias a la bien argumentada narrativa de Alfredo Serrano Mancilla, Evo Operación Rescate.

Entre las detenciones de marzo se contó la del ex ministro de Justicia de ese Ejecutivo ad-hoc, de un gobierno prolongado por la pandemia y destacado por la incompetencia, Álvaro Coimbra,  cuya mayor relación con la ley fue el haberse ganado, una vez, una banca para diputado (suplente) en el partido del centroderechista Samuel Doria Medina (quien fue el político extranjero que felicitó primero que nadie al argentino Mauricio Macri por su triunfo presidencial en 2015). O como la ex presidenta misma, Jeanine Áñez. Estas exautoridades habían organizado las elecciones nacionales del 18 de octubre del 2020, a todas luces transparentes y libres. Es decir, las elecciones que habían regresado al poder al MAS. El binomio Luis Arce Catacora - David Choquehuanca Céspedes, los candidatos que hoy son presidente y vice del Estado Plurinacional, se impuso en la primera vuelta con el 55.11% de los votos.

Durante 2019 y 2020 por el exministro fuerte del gobierno de Áñez, el 'aprendiz de paramilitar' Arturo Murillo, había sido el protagonista de las detenciones escandalosas, el héroe mediático de la violencia customizada del Estado, el aspirante sin estado físico que sin embargo ganaba el casting digitado para baqueano predador de novela de Cooper y o biografía de Sarmiento, empecinado en cazar (el verbo que prefería) a ex integrantes del funcionariado del gobierno de Morales. La evocación de aquellas detenciones irregulares gobierno de una expresidente ahora procesada y que enfrente un juicio público en tiempos del gobierno de un partido que su gobierno irregular persiguió y que las elecciones que organizó devolvieron al poder, acaso deje en un muy segundo plano, en términos de pura visibilidad, otro asunto. Que si nada hay más antagónico, según las propias declaraciones de cada quien, que el MAS y lo más encendido de su oposición política y territorial, que el personal del gobierno de 2019-20 y el de 2020-21, en cambio, en la Justicia, vemos las mismas caras. Mismas magistraturas, mismos tribunales han servido, sin pausa ni quiebre violentos, sin desgarramientos de conciencia internos ni masivas denuncias públicas, para castigar y perseguir a uno y otro bando.

Otro tanto se puede decir de la Policía. En los días turbulentos que empujaron a Evo Morales a renunciar en noviembre de 2019 se había amotinado contra el MAS, pero después protagonizó shows televisivos, donde efectivos antinarcóticos no consideraron por debajo ni por fuera de su vocación de servicio el allanar casas de ancianas.

En su momento, el Ministro de Justicia, Iván Lima­, defendió a estos procedimientos como resultados lógicos y casi rutinarios del giro de los engranajes de la Justicia. Y es cierto que el voto masivo en favor del Mas en octubre de 2020 era movido por el más razonable de los móviles, el deseo, más aún, la ansiedad, por regresar a una administración pública que gire rutinaria, lógica, previsible. La pandemia había dado, al prolongar los tiempos del gobierno de la ex senadora beniana Áñez en el poder, la oportunidad (o la excusa que redundó en la oportunidad) a las élites cruceñas, el Oriente 'blancoide' y opositor a 'los indios' del Altiplano, de circular por el Gabinete. La opinión pública pudo ver el espectáculo del fin de una frustración, y el más terrible, y por ello no menos visible, de un fracaso minucioso. El ex ministro de Economía, ex socialista devenido masista, era un candidato imbatible para la presidencia. No una concesión tecnocrática para las clases medias urbanas asustadas, como se dijo: para el electorado boliviano, Arce es el MAS, como son el MAS Morales o García Linera o Choquehuanca.

De lo que ocurrirá en el proceso a Áñez, ha podido temerse que la espectacularidad no sea una aliada infalible de la Justicia. En Bolivia en el siglo XXI, pocas veces ocurre lo mejor, casi nunca ocurre lo peor que los análisis contemplan. Puede desearse un triunfo de la Justicia, que sería, en estas circunstancias, el de mayor espectacularidad que pueda anhelar un gobierno del MAS. La expresidente derrotada aprovechó el “Golpe de Estado” -no habría sido presidenta sin la caída inducida del Gobierno anterior. El proceso debería echar luz sobre qué hizo, en concreto, en aquellos días de noviembre, en qué participó, cuáles fueron los actos de corrupción que se asume existieron, para los que ahora hay que ofrecer pruebas. No es que falten razones para enjuiciar al gobierno de Áñez, nunca habría por qué llegar, ni por qué augurar que se llegará, a una sentencia condenatoria en función de un resultado ya decidido de antemano.

El juicio justo evitaría los gozos en las sombras de quienes desde siempre detectan en el MAS síntomas de una crisis. Como si haber ganado las elecciones nacionales de octubre del 2020 hubiera sido, para este partido -así lo ven- una desgracia disfrazada de victoria, simplemente la postergación de una larga crisis interna marcada por la ceguera.  

AFG