¿Por qué penetró el free style entre los jóvenes competidores que se reunían en las plazas argentinas?, se pregunta el periodista Pablo Schanton en el prólogo del libro El ritmo no perdona, primera historia crítica de un fenómeno que cambió vertiginosamente el modo de producir y consumir música en la Argentina. Y ¿cómo este elemento, con pesos específicos diferentes en otras escenas de hip-hop del mundo, configuró ciertas identidades dentro del trap criollo?
Escrito por Camila Caamaño y Amadeo Gandolfo, luego de cuatro años de investigación, el volumen editado por la editorial Caja negra narra la diacronía de una vocalización que “consiste en una serie de rimas improvisadas sobre una base, que puede ser de beatboxing o con ritmos programados”, donde la voz es el instrumento.
Explica Schanton que existe “un vínculo clave con el flow, que viene acompañado de la base en la que se apoya, que es, a su vez, el ritmo que permite a los raperos jugar con sus melodías. Es, además, el elemento ‘artesanal’ de los desafíos humanos en los gallineros. La disputa entre raperos se efectúa en plazas y calles por turnos cronometrados. Los participantes emiten sus versos rimados buscando denigrar o destruir al contricante. Sus palabras son como puños en el ring. Por debajo de cierta violencia verbal subyace el arte de encadenar de manera elegante las palabras, para que el auditorio se enganche y reaccione a la proeza técnica de los competidores.
Como en el stand up, el free style debe tener punch, gracia y efectividad. Sostenido por una sucesión de figuras, toma prestada de la poesía clásica el calambur (cambiar el significado de una frase o palabra agrupando de forma diferente sus sílabas), el one-two (la antigua rima asonante, basada en la repetición de los sonidos de las vocales, la metralleta (rapear al doble de velocidad durante un tiempo determinado), etc.
“Luego de una serie de réplicas, un jurado determina el ganador. Esa es, al menos, la forma moderna e institucionalizada de las batallas. De ese modo, si bien el freestyle tiene un componente creativo, también uno competitivo, que lo asemeja a un deporte”, aporta Schanton. Es espontáneo, muy vinculado al instante y la situación del rapeador. Con un buen día es probable que le salga bien y pulverice a la competencia; con uno malo, quedará fuera de juego. El estilo libre tiene la lógica del hip-hop: disputas ideológicas o estéticas que tienen su expresión en tracks determinados. En cuanto a la impro, conecta con formas antiguas de música negra y el pasatiempo, con el deseo de que los jóvenes encuentren formas creativas y positivas de entretenimiento.
Luego de la tragedia de Cromagnón y el eclipse del rock quedó un “espacio vacío”. El acuerdo identitario, económico y social con la música en castellano heredera de Presley y Los Beatles, que era creativa y un negocio al mismo tiempo, se quiebra con el drama del boliche de Once.
Wolf, Duki, Replik, Residente, Tempo, C. Tangana y Kaydy Cain
son algunos de sus representantes. El freestyler revela una identidad superheroica, como sucede en muchos mangas y animé, productos culturales que consumían estos artistas. Abundan las referencias a Dragon Ball Z y Pokémon, League of Legends, 15 Naruto y un poco más acá, a Fortnite.
Fue habitual entre algunos emplear la agresión verbal como recurso. También, el golpe bajo homofóbico y también el ataque basado en las características corporales. En la cúspide, planteó shows de gran escala, con puesta de luces, sponsors y lejos del público. Para fines de la segunda década de este siglo pierde su espíritu original e ingresa al “gran circo de la industria de la música”.
Si el trap y el hip hop son parte de la cultura popular, la poesía de Luis Benítez ¿es alta literatura?
El bardo argentino es autor de una obra prolífica, con títulos como Poemas de la tierra y la memoria (Stephen and Bloom, Buenos Aires, 1980), Les imaginations (L’Harmattan, París, 2013), Nadie sabe dónde estuvimos (Palabrava Santa Fe, 2021), entre otros. Luis Benítez y el mundo de la poesía es una largometraje documental, dirigido y realizado por la cineasta Ileana Gómez Gavinoser acerca de su vida y obra. El filme sobre una de las voces más destacadas de la poesía argentina contemporánea y referente de la poesía latinoamericana actual ha obtenido numerosos premios internacionales y puede verse por YouTube.
Dice Osvaldo Gallone que la de Bernítez es una poética de la indagación que tiene como centro un evidente yo lírico: “la etimología ayuda a esclarecer el sentido original de las palabras al uso o, lo cual no es mérito menor, contribuye al fecundo ejercicio de repensar aquello que se presenta embozado tras las máscaras de lo obvio, lo dado, lo evidente” Y cita la etimología de la palabra “sujeto” que deriva del latín subjectus: “sometido” y subjectum: compuesto que significa “poner debajo”. ¿Qué es lo que hay debajo del sujeto, cuál es ese piso que lo sostiene o sobre el cual se levanta?, se pregunta el escritor y periodista cultural. O bien: ¿a qué está sometido (sujeto) el sujeto que somos?“. Y señala que ”el sujeto está parado sobre un tembladeral y sometido (sujeto) al desconocimiento de sí. Yo siempre soy otro, el yo está condenado a ser otro, está uncido al yugo de la alteridad. (Rimbaud). La palabra poética (y su cultor, el poeta), como ya se ha visto, no le canta a lo evidente, sino al misterio.“ El poeta traduce y descifra ”los oráculos y se sumerge en las honduras de la extrañeza radical.“...parado sobre el piso de la incertidumbre, o, ”Extraño, extraño, todo se ha vuelto extraño“, a propósito de su exilio de ”los bosques de la infancia“. En ”Hans von Lipps“, ”… (…). Nunca / hubo certeza“.
Los textos de Benítez aluden a aquello que resulta imposible de reducir a una nominación. El nombre de mujer, por ejemplo, y la mujer misma, es percibida por su presencia, pero inabordable en su esencia. En el poema “Lo cambiante”, Benítez arranca con un verso inesperado que merece la siguiente reflexión: “El hombre que ama quiere ser la mujer que ama”, escribe. “En este anhelo de transmutación”, señala Gallone, “alienta el agónico afán de ser otro... (un artista) no es ni masculino ni femenino, sino una irradiación inapresable, cambiante, incierta; un andrógino constitutivo; alguien que puede travestirse para seguir siendo el mismo”.
En el pantano de las palabras, el cuerpo “es absorbido, se hunde, pierde pie”. Lo intangible, lo impenetrable, se corresponde con lo inefable de la lengua. A ello refiere la ciénaga de “En el museo de adentro”, cuando se desequilibra ante la epifanía o ante el desnudo femenino.
Tiempo, identidad, lenguaje, amor, memoria son los motivos de su poesía. A Benítez nada le es ajeno, “tiene una boca insaciable y un afán totalizador... Pensar la vida. Esa es la tarea”.