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LOS CUADERNOS DE INVIERNO

Hasta que la mente nos separe

Fabián Casas Cuadernos de invierno

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En la época del Zoom y la nada, de la realidad virtual exacerbada, es hermoso que te llegue un presente físico. ¿Cómo logró llegar? Es como si se tratara de cierta virtud migratoria. En vez de buscar un clima propicio, este presente viene de otro tiempo que aún subsiste en nosotros. Tengo un amigo que me envía postales de diferentes lugares del mundo donde está trabajando, actuando en películas. Cada vez que recibo una -que puede ser, a veces, no una postal sino cualquier pedazo de papel que mi amigo decide que los es-, me produce una profunda alegría.

Hace poco recibí Familia, un libro hermoso de Julia Barata. Lo toqué, los libros físicos tienen esa potencia táctil que uno encuentra en los paquetes de cigarrillos. Julia es una historietista que nació en Portugal, que trabaja o trabajó como arquitecta y que acaba de sacar este libro donde pone en crisis varias cosas. En principio, la idea tranquilizadora de que la historieta se hace en cuadritos, la arquitectura de la obra de Julia es onírica. En el libro se narra la historia de una familia desde el punto de vista de una mujer que puede ser el alter ego de Julia. Digo que pone en crisis varias cosas porque la familia, la idea de familia, es un soporte técnico que ya no da para más. ¿Cuánto demora en desaparecer una familia? ¿Cuánto tiempo es necesario para sostenerla? ¿Las familias no pueden mutar en otras familias sin considerar esto como un fracaso? Una familia que termina porque los padres se separan y duró, digamos, seis años, ¿no es un hit ya para los tiempos que corren? ¿Es hasta que la muerte nos separe o hasta que la mente nos separe?

He leído historietas desde chico, mucho antes de leer libros. Para mí son una cosa seria, no necesito llamarlas novelas gráficas para darle importancia. La balada del Mar salado de Pratt es un obra maestra de la poesía, hecha en historieta. El Eternauta, de Oesterheld, me preparó para leer El viaje al fin de la noche de Céline. Familia es una historieta donde disfruto tanto del contenido como de la potencia gráfica de los dibujos de Julia. Como en los sueños, a veces sus ilustraciones -mientras van siguiendo el hilo de una familia que muta- parecen jeroglíficos de una civilización antigua. La disposición de una casa familiar -la mesita de luz de la pareja con sus lugares particulares- la cocina, el dormitorio a oscuras, los ritos de la fertilidad y, como diría Philip Larkin, más allá de todo, el deseo de estar solo. ¿Cómo hacemos? Barata no da respuestas, pero si pone muchas preguntas en funcionamiento. Y logra que cada lector ponga su propia experiencia en un libro que genera cierta electricidad en el pecho, como las grandes canciones.

Algunos leerán este libro y dirán: sí, algo así es mi familia, voy a apostar a esta deformidad; otros dirán, sí, este insomnio que padece la protagonista es el mío, voy a disolver mi familia porque no funca.

De la familia, del esoterismo, la vanguardia o el surrealismo, hay que entrar y salir, entrar y salir, para volverlos productivos.

La familia es central para que uno se construya cuando es muy chico, pero después si no se sale de ella te puede destruir. De la familia, del esoterismo, la vanguardia o el surrealismo, hay que entrar y salir, entrar y salir, para volverlos productivos. A veces lo que nos consuela y nos gusta se vuelve secta.

Familia, de Julia Barata me hizo acordar algunas familias que conocí. Por ejemplo las que leí en Ana Karenina con ese comienzo tan pulenta: Todas la familias felices se parecen, las familias infelices son infelices cada una a su manera. La familia de Diego Zuluaga, un compañero de primaria, tan diferente a la mía, con su casa psicodélica con retratos de La Naranja Mecánica en el comedor, sus paredes blancas, y sus padres jóvenes en exceso y libertinos. Qué hermoso era ir a esa casa. La familia estructurada de Tagliani, otro compañero, con una casa con olor a cierto perfume estancado y agrio. Con su padre, su madre y su abuelo sentados en la mesa grande, del comedor, y yo entrando y ellos haciéndome miles de preguntas, como si fueran una mesa de examen. ¿Habrán estado siempre sentados en esa mesa? Me cuesta imaginarlos en otra posición. ¿Y esa familia que conocí y a la que le gustaba con locura su autocelebración? Para ellos no había nada mejor que estar entre ellos, eran cholulos de sí mismos. ¿Y los Pomeroy? De John Cheever en ese cuento genial que abre sus relatos completos: Adiós hermano mío. “La nuestra es una familia que siempre ha estado muy unida espiritualmente. Nuestro padre se ahogó por accidente navegando a vela cuando éramos muy jóvenes, y nuestra madre siempre ha insistido en que nuestras relaciones familiares poseen una estabilidad que nunca volveremos a encontrar”.

Una familia, el hogar, puede ser también una sola persona. Para Mark Berlin, el hijo de Lucia Berlin, Lucía era el hogar, así lo dice en un prólogo que escribió a su obra reunida. Las múltiples peripecias que acompañaron la vida andariega de esta genial escritora, las casas imposibles de vivir, las casas paradisíacas, una vida que se movía como una valija, a los tumbos, en el lugar que los micros llevan el equipaje. Las historias de Lucía Berlin, tan alejadas del estereotipo de la literatura -al igual que las de Julia Barata-, nos dicen que todo se rompe: el lavarropas, la luz del baño, el amor, el erotismo. Nos dicen que todo se arregla: el lavarropas, la luz del baño, el amor, el erotismo. 

FC

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