PERDÓN QUE INTERRUMPA Opinión

Los que miran las nuevas olas y son parte del mar

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La historia escrita como sobrecito de azúcar viene con sal: teníamos economía sin democracia, ahora tenemos democracia sin economía. Había empate hegemónico con piso alto. Ahora tenemos un piso que no sabemos hasta dónde se perfora. Después de muchos años de la marmota, no podemos imaginar cómo será el año próximo.

“La política y la sociedad están separadas.” Lo dicen todos. ¿Qué quieren hacer, entonces? ¿Qué quieren hacer con la sociedad, muchachos? Todo este “show” del debate político que nos rodea. Cristina hasta da una supuesta “clase magistral”, como la nombraban con ironía los que la odian y con solemnidad los que la aman, a ver quién se muerde primero la lengua. Todos “están llegando”. Pero, ¿qué quieren hacer con la gente?

Sensación de inminencia, de ansiedad, advenimiento de un cambio total. Se puede poner un oído también más al ras, en el pasado pisado, aunque nos impulse el mandato de escuchar a los jóvenes, por supuesto, “terreno desconocido” y a la vez tierra fértil para el kiosco de explicarlos, y aunque ya ni sabemos de qué hablamos cuando hablamos de trabajo, por ejemplo. ¿Pero qué pasa también cuando escuchás al más viejo que no sabe responder la encuesta por una app? ¿Qué dejará el repaso de viejos temblores para ver este nuevo temblor? En la semana de la corrida cambiaria: la voz de uno que las vivió todas. Uno que mira desde su jubilación.

Me encanta el olor a napalm por las mañanas

Los días de corridas cambiarias tienen eso de las viejas sublevaciones militares: estamos todos ahí, entre Guatemala y Guatepeor, final abierto, derrota asegurada que será negociada. Los días de corridas son familiares, como los cortes de luz. Vamos a comprar lo que podemos frizar. No te olvides de las velas, nene. Los días de corridas son para hablar con desconocidos. Hay un refugio ahí, hablar de eso. Y en los indiferentes que siguen en la suya, los del esto también pasará. Los días de corridas son como el primer contagiado en una Pandemia: vemos el caso testigo, la primera cama, lo que se trasladará a los precios. Los días de corridas son como el velorio del primer soldado muerto que pintó Cándido López en la guerra del Paraguay. Bajo una noche de luna un toldo hace de capilla ardiente, velan al soldado. Los días de corridas tienen noche y silencio alrededor.

La volatilidad, el primer paso, la primera chispa del dinero quemándose en las manos. Consigna: sentarse cerca del más viejo en el tren, el subte, el bar. El cuero duro, los amortiguadores del “Rodrigazo”, la Híper, el corralito, la indolencia, el subibaja, el ruido oxidado. Esperar el contagio. Joven argentino: un día serás como él. La experiencia se contagia. La otra sangre derramada: los que quebraron, los que murieron en la cola del banco, de la cueva, los que no pudieron con la pena, los suicidados por la sociedad anónima, ¡Arteche y la puta que te parió!, los que depositaron dólares y recibieron pesos, las patas en el dólar, la city, la ambulancia de la financiera, casa piano, los parias de un cheque volador.

Pichiciegos de la crisis. ¿Qué era un colero? El que trabajaba en las colas de los recursos de amparo de los ahorristas. Horas de cola. Iba con el banquito. El empleo “kafkiano”, por lo trillado la espera larga, pero era la cola de una víbora que empezaba en la puerta de un juzgado y terminaba en la calle al sol. La mato y aparece una mayor. Si la crisis duraba un año más, le nacía un sindicato: sindicato de coleros. Conocí uno. Chileno, rengo, no le faltaba una. Cuando no tenía celular entonces el abogado iba a verlo un par de veces a la cola para reponerle líquido. Muchos abogados del 2001 y más allá se llenaron de plata. Las excavadoras de la crisis.

¿De qué lado del mostrador estás? “Cachito”, le dicen, lo llamamos así. Tuvo verdulería, carnicería, fiambrería, patrón y empleado. De Chilecito a Belgrano, su primer gran viaje. De La Rioja a la Capital. “Todas estas crisis que pasé a lo largo de mi vida, siempre las viví desde el comercio, porque siempre trabajé desde que vine acá a Buenos Aires en el ´68”, dice Cachito. Vino desde La Rioja; desde su Chilecito y si el 68 fue la Primavera de Praga, cuando un hombre desvió un tanque y Los Beatles escribieron “Revolution” y el mayo Francés y Taco Ralo, en ese mundo también la gente se tomaba un Chevallier silencioso para armar su vida afuera de los libros. El sueño argentino silencioso. Tierra de oportunidades. “En el 68 parte de la familia decidimos venir para acá, para Buenos Aires, al departamento que había conseguido mi viejo a través de un concurso para viviendas de los ferroviarios, y es el departamento en el que vivo, en Colegiales.”

Para él la ecuación, en más de cincuenta años de estar de ese lado del mostrador, resulta simple: la gente tiene o la gente no tiene. El viento de las buenas épocas “cuando se aplica una política que favorece a la gente trabajadora, que mejora el poder adquisitivo de la gente”. Desde que llegó a Buenos Aires miró a los ojos a la clase media. A todas las capas, completa. Contarla desde ahí. De “los desaparecidos” lo primero que oyó fue de una señora de Belgrano a la que veía todos los días. “¿Qué le pasará que anda con esa cara últimamente?”. “Le desaparecieron el hijo”, le dijo un vecino. Cobrar en pesos, en australes, en pesos, en patacones, en lecop, en pesos. ¿Gana el que se los queda o gana el que se los saca de encima? “Como todos sabemos –dice– al argentino le gusta comer bien, le gusta vivir bien, le gusta vestirse bien, te festeja todo, el bautismo, la fiesta de quince, navidades y pascuas, entonces incentiva terriblemente el comercio y eso a la vez a la industria, y la industria produce un círculo virtuoso cuando el obrero gana bien.” Cachito es justicialista y didáctico de toda la vida, herencia familia también. Didáctico como Melconian pero al revés. Explica fácil lo fácil: que si hay guita abajo, la guita sube. La parte que le toca: alimentar el potro difícil del consumo argentino. Con la radio prendida las millones de horas de trabajo, esa biblioteca oral con sus Babys, sus Víctor Hugo, sus Osvaldo Granados o Agis.

Es hijo de un matrimonio que se casó en la década del cuarenta y tuvo 10 hijos. “Allá en La Rioja crecimos y terminamos todos el secundario. Varios de mis hermanos se fueron a estudiar a Córdoba a la universidad impulsados por mi madre.” Él después armó la suya, militó en Deportivo Consumo: todo a partir de ahí. Poder adquisitivo. Una época medida en hormas de queso. Las memorias de Cachito empiezan en el Rodrigazo, cruzan la híper del 89 y desembocan en el 2001. Rodrigazo, híper y helicóptero araron su memoria. Tuvo su negocio, lo perdió dos veces. Durante el kirchnerismo –al que votó y cuando más quesos vendió– se hizo buen empleado pero no montó su propio negocio y se llevó a la casa una jubilación. Mira la nueva ola desde el mar. En primera persona.

“Rodrigazo”

Cuando se produjo el Rodrigazo tenía una verdulería en la calle, en Belgrano R, en la calle Echeverría, junto a uno de mis cuñados. Él atendía la carnicería y yo me hice cargo de la verdulería. En ese tiempo funcionaba el mercado de Abasto, que ahora es un shopping, y también el mercado de Dorrego, que ahora es el mercado de las “Pulgas”; ahí me abastecía tanto de verdura como de fruta. Bueno, ya se rumoreaba… había un descontento que se venía notando en la gente, sobre todo en ese barrio. Que no es un barrio digamos de mayorías peronistas, pero se notaba, ¿viste? Mucha crítica hacía el gobierno, como un clima que se venía acercando hacia el golpe de Estado. Cuando se produce el Rodrigazo, indudablemente semejante devaluación así repentina produjo un estallido en los precios, en todo lo que es comprar, en ese tiempo todo se pagaba prácticamente al contado, no había mucho crédito que digamos, y más con esa inflación tan acelerada. O sea que se sintió, y ni te digo la protesta de la gente, porque cuando hay ese tipo de devaluaciones tan fuerte, el consumo se reduce notoriamente. Así que sí, me impactó y para colmo me clausuraron la parte de las verduras porque había precios máximos en algunos productos y yo tenía la banana, creo que un peso o dos pesos más cara, y por eso me cerraron el negocio. O sea que después cuando abrí, trabajé un poquito más y lo terminé y me dediqué ya directamente al comercio de comestibles.

La híper del ´89

Con la hiperinflación de la época del doctor Alfonsín estaba en la calle Arribeños, entre Mendoza y Olazábal, en ese tiempo todavía no era el “Barrio Chino”, recién los chinos venían los fines de semana y hacían una especie de feria y se instalaban en la calle Arribeños con los productos que traían. Yo tenía ahí una verdulería propia y después me hice cargo de todo el supermercado. Me iba más o menos, no te digo bien, pero cubría al menos los gastos y me quedaba un buen saldo. Cuando viene la hiperinflación fue terrible, terrible, no había precio de nada, no podías poner precio directamente. Convenía más tener el negocio cerrado que abierto, porque teniendo el negocio cerrado te estabas capitalizando con la mercadería que tenías. Vender ante esa incertidumbre, viste, no había precio… no había referencia de nada. A la mañana iba al mayorista y a la tarde esa misma mercadería tenía otro precio. A mí me salvó una gran corredora, amiga mía que trabajaba en un mayorista de mercadería de todo tipo, entonces ella, como sabía que se venían los aumentos, me mandaba cualquier cantidad de mercadería y yo después arreglaba con ella. Pero todo lo que entraba al negocio si no tenías la plata en la mano, no te la dejaban, había que pagar ahí al “tiqui taca”, eso fue jodido. Y lo que aceleró el adelanto del gobierno del doctor Alfonsín que lo jaquearon por todas partes. Yo aprendí a valorarlo al doctor Alfonsín cuando vi cómo lo atacaban de varios lados.

La crisis del 2001

Ya trabajaba en Belgrano R, en un supermercado de un matrimonio que era de Mendoza, gente muy buena, que me apreciaba mucho. Esa crisis del 2001, con Megacanje y todas esas tramoyas, traen a un Cavallo de vuelta que estaba totalmente desprestigiado. Y esa explosión se produjo sobre todo en la clase media, la clase baja no tenía todos los ahorros en dólares, que el gobierno de De La Rúa confiscó y por eso semejante estallido con muertos. Y justo en ese momento me quedo sin trabajo. Porque el matrimonio vende el súper a unos coreanos que no me gustaban ni medio, y dejé. Nunca pensé lo que se venía… porque me dije “bueno, consigo trabajo enseguida”, pero no, era una crisis terrible. Tiraba currículums por todos lados, negocio que veía entraba y preguntaba sí necesitaban fiambrero o lo que sea, tenía a los hijos chicos, recibía ayuda de la familia, pero estuve como dos años sin trabajo. Hasta que salió un trabajito en la calle Billinghurst, porque mi cuñado había conseguido un dato ahí de casualidad y fue a ver de qué se trataba, y era por unas horas. El dueño estaba por vender y le dije que si los que compraban necesitaban empleado, que por favor le diera una buena referencia mía, y así fue: trabajé desde el 2003 hasta el 2013, y ahí me quedé hasta que me jubilé y todo eso. La pasé. Las pasé. Me las acuerdo todas. 

MR