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Sobre la necesidad de castigo

La culpa

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Lo que se repite. Es una de las principales formas que toma el malestar subjetivo, individual o como sociedad. Se percibe como un insoportable que no cesa de retornar al mismo lugar. 

¿Qué aporta el psicoanálisis sobre la repetición de la necesidad de castigo? 

Avanzando su práctica, Freud se topó con ciertos casos que presentaban un obstáculo insistente para el levantamiento de los síntomas, a pesar de haberse develado su sentido. El sujeto encuentra una particular satisfacción en la enfermedad, que se resiste a abandonar pues necesita el padecimiento como castigo. Esta “reacción terapéutica negativa” lo pone en la pista de las raíces pulsionales del superyó, frente al cual el yo se muestra impotente y servil. Raíces que no provienen sólo de lo oído durante las enseñanzas familiares. La trasmisión de la ley incluye entrelíneas, otras voces silenciosas que filtran restos no regulados por la misma. Los sonidos del silencio pulsional se filtran por los huecos de la ley, como de contrabando.

Encontró esos huecos de sentido en la formulación de un fantasma bastante típico de la infancia, expresado en la frase: pegan a un niño, cuya reproducción viene acompañada, a la vez, de horror y fascinación. Coalescencia que regresivamente encuentra su fuente en el masoquismo, erógeno y también moral. Esta compulsión a repetir perpetúa el sufrimiento del síntoma a la vez que sostiene la ilusión de un Otro que -castigo mediante-, un día remediará su falla. 

Culpa o responsabilidad

El estado de derecho es indispensable para la práctica del psicoanálisis, pues se dirige a un estatuto ético-jurídico del sujeto, que no se guía por ninguna ley moral universal, sino que tiene en cuenta la particularidad de la defensa que cada uno ha armado.  Pero es necesario que el sujeto sea responsable, es decir, capaz de responder por los actos y los dichos, responsabilidad que es, al mismo tiempo, el fundamento de todo lazo social y, por ende, del vínculo analítico. Este requiere la posibilidad de tomar distancia frente a lo que se ha dicho, para escuchar ahí, otro decir. En esas vueltas del decir, afloran los deseos más íntimos y -ligado a ellos-, el sentimiento de culpa, al cual desde el comienzo Freud dio suma importancia. 

Lacan afirmaba: de nuestra posición de sujetos somos siempre responsables. Aún en las diversas formas que pueden tomar esas posiciones.

En la práctica, anotamos distintos vectores y grados de la culpa como pathos de la responsabilidad ética. Algunos pacientes buscan usar el espacio del análisis para testimoniar del arrepentimiento constante por los “malos actos”. Esta búsqueda de absolución, referida a una ética de las intenciones, desconoce que los actos se vinculan a un querer inconsciente, cuya ignorancia condena al sujeto a una neurosis de destino.  

Cuando alguien llega culpando a los otros por su malestar, el analista intenta operar una rectificación subjetiva, es decir, comprobar si el sujeto es capaz de implicarse y responsabilizarse por aquello de lo cual se queja. 

Lacan aconsejaba rehusar el análisis a los canallas, pues son sujetos que se inventan permanentemente disculpas por lo que hacen. En la otra punta, los sujetos obsesivos pueden llevar el goce de la culpa a límites cuasi delirantes. Otros sujetos se perciben como inocentes víctimas de aquellos que señalan como sus perseguidores, los que imputan como culpables. Los verdaderos perversos pocas veces llegan a consultar, si lo hacen es sólo ante la inminencia de realización del castigo a cuya ley ya no pueden escapar. En ese caso, suelen testimoniar de una imposibilidad para defenderse frente a un vector pulsional irresistible, que los condena como sujetos ético-jurídicos. 

En El delincuente por sentimiento de culpabilidad, Freud encuentra que, en ciertos casos, hay una culpa preexistente al acto delictivo y que éste responde a la necesidad inconsciente de obtener un castigo. Empareja esto con el mal comportamiento de los niños que reiteradamente buscan el castigo del adulto, función que para el delincuente cumplen las leyes penales. 

Esta semana tuve oportunidad de volver a ver la película El vuelo, en la que Denzel Washington encarna a un comandante de aviación que emprende un vuelo en malas condiciones luego de una noche de sexo, alcohol y drogas. Delega el comando en su copiloto, para retomarlo en medio de un aterrizaje de emergencia, realizando una eficaz maniobra que evita caer en picada. Esta maniobra salva muchas vidas, y en principio es tomado como un héroe. Pero se abre una investigación sobre la causa del siniestro que descubre a un sujeto preso de un historial de adicción al alcohol que ya le había cobrado la pérdida del vínculo con su esposa e hijo. No obstante, seguía operando vuelos, avalado por un mercado abusivo y explotador. 

Durante la sustanciación del juicio, sus abogados ponen en marcha distintas estratagemas para exculparlo, una de las cuales consistía en que los restos de botellas de alcohol encontrados en la cabina pudieran imputarse a una co-piloto fallecida en el accidente. Este plan, que lo salvaría de la condena, debía complementarse ajustándose al programa de desintoxicación estricto para llegar “limpio” al día del juicio. En medio de ese dilema ético, -exculparse inculpando a otro-, la ingesta se incrementa.  Cuando sentado en el banquillo debía confirmar la culpa sobre la compañera muerta, se confronta a un límite ético, y se declara único responsable y merecedor del castigo. Ley en acto que –cárcel mediante-, opera la extracción del objeto de un goce oral desenfrenado, pudiendo restablecer el vínculo con su hijo. Este drama, concordante con el imperativo actual que empuja a gozar sin límites, tiene un típico final feliz hollywoodense. 

Tiempos de infelicidad

El psicoanálisis no ha rehusado opinar sobre el Malestar en la Cultura, Freud lo hizo en el texto homónimo y en “El Porvenir de una Ilusión”, valiéndose de conceptos aplicables tanto a la clínica individual como a la lectura de los cambios culturales, ubicando la elevación del sentimiento de culpa como precio a pagar por su progreso.

En el quiasma entre discurso capitalista y científico, emergen hoy crecientes porciones de la sociedad donde los sujetos consienten en tomar a su cargo la necesidad de castigo. Fluctuaciones pulsionales que, más allá de las ideologías, se desplazan en forma inesperada, prendiéndose a multiplicidad de objetos ofertados por el mercado, así como a figuras que prometen la salvación en un Más allá que requiere del sacrificio previo, incluso de las necesidades más básicas.

 Pero este sacrificio ya no proviene de la moral religiosa ni la represión de las satisfacciones prohibidas. Se trata de otras formas de renuncia que requieren de una subjetividad infantilizada, capaz de someterse con escasa crítica al imperio del superyó para –como quedó dicho en el caso de la reacción terapéutica negativa-, hacer existir a un Otro que, castigo mediante, sabría remediar la falta. 

Un análisis es una experiencia ética. Lejos de prometer un porvenir ilusorio, apela a la responsabilidad del sujeto en el desorden de un mundo del que es parte. Lo conduce a interrogarse y develar a ese socio interno, a la vez íntimo y extranjero que lo mortifica, apostando por una ganancia de saber que permita la rectificación de la posición del sujeto respecto de lo real. 

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