Paraguay Elecciones 2023 - Opinión

¡Oh sorpresa, aquí se roba! ¡Qué haríamos sin la Embajada!

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RICK: How can you close me up? On what grounds?

RENAULT: I'm shocked, shocked to find that gambling is going on in here!

Casablanca (Michael Curtiz, 1942)

¡Oh, qué sorpresa! ¿Quién iba a decirlo? Para estupor general, el Embajador de EEUU en Paraguay declaró que el Departamento del Tesoro norteamericano considera “significativamente corrupto” al expresidente Horacio Cartes. ¿Pueden creerlo? La alucinante revelación, proferida en conferencia de prensa el 22 de junio, llenó los titulares de la prensa nacional, causando infartos. Pero basta de mofa y vamos al grano: ¿qué significa que nos cuenten algo que ya sabemos, que nos lo cuenten quienes nos lo cuentan y que nos lo cuenten ahora?

Una vez cada cinco años hay elecciones presidenciales. Esa vez es mañana domingo 30 de abril. Santiago Peña es el favorito para ganar en primera vuelta (no hay más vueltas en Paraguay) y dentro del oficialismo es el favorito del presidente del Partido Colorado y ex presidente de la República: el “significativamente corrupto” empresario Horacio Cartes.

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La intromisión estadounidense en Paraguay no es precisamente una novedad, pero demuestra que aun en el novedoso panorama del capitalismo global persisten jerarquías que siguen siendo, en parte, nacionales, o, en otros términos, que no es lo mismo ser cabeza de ratón que cola de león, o de águila calva. A fin de cuentas, aun las fracciones más internacionales del capital influyen primero en sus Estados nacionales, que representarán sus intereses en los negocios globales.

La burguesía puede asociarse por encima de las fronteras, pero todavía lo hace a través de Estados entre los cuales persisten brechas históricas de las cuales las empresas transnacionales se benefician –por eso las actividades calificadas se concentran en unas zonas y la manufactura en otras– y que la ideología de los sectores «progresistas» de las clases dominantes refleja –por eso reproduce los catecismos de las élites liberales estadounidenses–.

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La careta de unas relaciones internacionales fundadas en el consenso sobre principios supuestamente universales de legalidad o justicia se cae cuando un simple embajador deja en vilo a todo un país con el anuncio de una conferencia de prensa en la que comunicará «importantes mensajes» de su gobierno. ¿Puede alguien imaginar a un embajador paraguayo haciendo lo mismo en Washington?

Aun cuando históricamente  el capitalismo ha tendido siempre a su expansión y reproducción globales, esos amplios horizontes nunca lo han frustrado a la hora de beneficiarse y sacar el mayor provecho de estructuras jurídicas y legales provistas por los Estados-nación en sus territorios. No es descabellado plantear un poder global, no ligado a ningún Estado nacional singular y concreto, sino subordinado a un capital transnacional. Al cual, en su dinamismo, sirven más de lo que dirigen, y aprovechan más de lo que invierten, aun EEUU y las primeras potencias de las ligas mayores tecnológicas, comerciales, industriales y, desde luego, militares. En el nuevo escenario dominado por las corporaciones transnacionales, sin embargo, el Estado-nación sigue siendo insustituible auxiliar de las clases dominantes y dirigentes.

En el presente, los intereses de los sectores de las clases capitalistas que integran corporaciones transnacionales aparecen divorciados, al menos en parte, de los Estados nacionales, y opuestos a los de aquellos sectores de dichas clases peor adaptados a la globalización. Pero ni siquiera los primeros pueden (aún) prescindir de los Estados nacionales en sus acuerdos, todavía mediados por gobiernos, aparatos jurídicos y ejércitos. Nada tan veloz en sus mutaciones como el capital, nada tan arduo como seguirle el paso para esas pétreas instituciones que durarán mientras le sean útiles, para extinguirse, como si nunca hubieran existido, con todos sus sacrosantos valores –la familia, la patria, la religión– cuando dejen de serlo.

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No resulta descabellado, porque tampoco es imposible, aunque se vea improbable, que el Estado-nación desaparezca si se configura una entidad más eficaz. Con el Mundial de Qatar tuvimos delante una entidad que era el Capitalismo hecho Estado, un Estado sin nación, nacionales, ni mucha ciudadanía.

En los Estados nacidos en el siglo XIX, como los americanos, de un proceso de emancipación de un imperio formal, el Estado nación revela que cumple un papel para neocolonialismos y neoimperialismos de toda laya, aun en tiempos de decadencia, inconciencia, conflicto, pugna y reconfiguración. Muy especialmente queda en evidencia cuando una potencia interviene así en la política interna de un país históricamente funcional a sus intereses en vísperas de sus elecciones presidenciales. Muy gráficamente, cuando vemos a EEUU intervenir sin más justificación que la aserción de sus intereses, antes de las elecciones del último domingo de abril en el Paraguay.

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Hay un círculo especial en el infierno para los activistas proderechos más diplomáticos, que agradecen a sus excelencias, los embajadores estadounidenses, el sonoro apoyo que prestan a sus causas. No es casual que sea a Paraguay donde haya enviado EEUU un embajador gay con su esposo.  Una sociedad eminentemente conservadora. Pero un país pobre, inerme. Es difícil pensar tal diplomático en Rusia, Arabia Saudita, Venezuela, Sudáfrica, India, Corea o Japón.

En el escenario de la tercera década del siglo XXI crece una ultraderecha antiglobalización que atribuye los antagonismos del capital a una fantasía confeccionada a medida pero en efigie. Un enemigo –ya interno, ya intruso– intuido pero in absentia, del tamaño de la esperanza de retaliación impune, que impide el goce de la armonía (ilusoria) de un imposible capitalismo expurgado de sus antagonismos. La satanización absoluta de esa ultraderecha por parte del progresismo, ¿no desplaza acaso de manera similar y reduccionista las causas reales de tales antagonismos? ¿No las conduce hasta la caricatura simiesca de un monstruo encarnado en esos sectores 'retrógrados', con su violencia de género, con sus nacionalismos patriarcales, racistas, sexistas, heteronormativos, homófobos, negacionistas, ecocidas, genocidarios?

Uno y otro bando en la cacareada 'batalla cultural', ¿no se comportan, facciosos, como formas de compromiso, inconsciente, o callado, con el mismo capitalismo global que los utiliza? Mascaradas ideológicas que espectacularizan, más de lo que ocultan, intereses materiales de sectores más poliédricamente contrapuestos que irreconciliablemente enfrentados. Brechas que la reconfiguración global que presenciamos en tiempo presente profundiza y renueva o redistribuye y encastra. Pero jamás suprime.

AGB