Una de las delicias de Lisboa es el pastéi de nata, original de Belén. Un dulce icónico, con varias capas de hojaldre, crocante, con una crema estilo pastelera que explota y se derrama en la boca.
Estoy con mi hija, en el pórtico de ingreso a la Iglesia de Santo Antonio, desde donde se ven las siete colinas. A Milena no la veo desde que migró a Portugal hace un año. Hubo tanta saudade.
Llegamos en un tuk tuk, especie de motocicleta con techo, cubierta por un plástico de cierre hermético, que protege del frío. Quien lo conduce es una amiga de Mile, la chilena Mica, periodista nómade, culta y viajera.
La iglesia es la más antigua de Alfama, con azulejos azules del siglo XVIII, que representan el triunfo de lo divino contra los pecados del demonio.
El milagro que convirtió a Antonio en un santo fue rescatar a un niño ahogado, sacarlo del río y devolverlo a la vida. Sus devotos le ruegan al cristiano casamiento y el hallazgo de cosas queridas que se han perdido.
Pero volvamos a los pastéis: surgieron en el monasterio de los Jerónimos, donde las monjas usaban las claras de huevo donadas por la nobleza para planchar la ropa y preparar bebidas alcohólicas. En 1837 la receta original fue vendida para convertirse en un secreto a voces. Los saboreé en un barcito de Guardia Vieja y Estado de Israel, en Villa Crespo. Aún no conocía a sus hermanas elegidas: Sol, Belén y Giuli.
Lisboa cuenta con más de doscientas formas de preparar la típica delicatessen, derivadas del pastéi de Belén.
La historia me la cuenta Mica, con quien terminamos el recorrido tomando una sidra y un vino caliente en altura. Es el fin del otoño y acá, en Lisboa, el tejido sonoro es el fado tradicional y también, el contemporáneo de Madredeus. Al despertar, veo desde un gran ventanal los edificios bajos de colores con sus azulejos antiguos y la ropa tendida al sol.
Hacía un año que no nos veíamos con la Mile (sus amigas cordobesas y migrantes anteponen el artículo al nombre) y el abrazo es difícil de narrar: cuerpos como ramas entrelazadas, corazones estallados, aquelarre alrededor del fuego en el vaivén de las emociones.
En estos días que llevo con minha filha lloramos, nos reímos, paseamos, revisitamos el río Tejo, Morería, Alfama, bebimos ginja de un trago, trabajamos la arcilla con sus cófrades, mientras charlamos de menstruaciones, amores, oscuridades, migración, esperanza.
La escucho, descubro que el silencio nos acerca, soy la depositaria que atesora sus pasares, gozos y pesares.
Mile partió a los veintiún años y la recibió el tío Alex Erlich Oliva, cofundador de Anacrusa y contrabajista de la Orquesta Gulbenkian. Conoció a su primo David Erlich, el profesor de filosofía de la familia, autor del libro A bebedeira do Kant, quien la alojó con su afecto y continuó su habitual viaje hacia nuestras abuelas, Perla y Regina Selzer, que eran hermanas. David tiene los ojos azules y la dulzura de Perla.
En ese tiempo, la niña hizo un voluntariado en Bucarest, el terruño de mi zeide, y otro en un festival de teatro en Frankfurt, donde nació la crítica a la industria cultural de la mano de Marcuse, Adorno y Horkheimer. Asistió al director teatral Claudio Hochman, creó el grupo Lobas de gestión artística y yo me convertí en la madre orgullosa que soy, por la claridad de sus deseos, por la inteligencia de sus decisiones, por su franqueza emocional y por sus concreciones lusitanas, mientras a la distancia la veía crecer, florecer.
Ahora, da clases de arte escénico en dos centros culturales, Amira y Fábrica do Prata, y canta en los bares lisboetas. Para pagar las cuentas, cada mañana modera publicaciones en Tik Tok, el tipo de trabajo que en parte enajena, en parte permite sostenerse. Nos vamos en unos días a Toulouse, Bordeaux y Oviedo, a aventurarnos.
En fin, que la alegría nos atraviesa y hay saudades anticipadas. Estoy disponible para venir más tiempo una próxima vez, si ella quisiera. Tal vez a escribir un nuevo libro o simplemente a caminar por los palacios de Sintra, recordando que este país pobre que se ha gentrificado fue alguna vez un imperio conquistador. Es Mile ahora quien con su vocación territorial, avanza sobre él conquistándose a sí misma.
Cómo contar en detalle la experiencia del reencuentro? Cómo narrar la vivencia del viaje compartido? Las imágenes, por supuesto, ayudan. Ofrecen un contexto, reproducen los gestos que espejan el alma, aunque hay imposibles, como esos momentos íntimos en que la joven de veintitrés años se convierte en una niña pequeña que se sienta en mi regazo y se acurruca en el hueco que forma el cuerpo que la abraza. O, al pasar del llanto a la risa sin mediaciones, porque recordamos esos tiempos en la casa de La Espiga donde fuimos otra familia, una que ya no es, y porque bailamos el repertorio completo de la Walsh, Oasis y los Beatles. Nuestro francés es pobre, el mío más aún. Hacemos una lista de las palabras deliciosas que se argentinizaron: hotel, creme, restaurante, chef, bufet, piyama, crepé. Su pronunciación es preciosa, la mía un desastre. Pido disculpas por los errores y horrores de tipeo, escribo desde el celular.
Caminamos las callecitas de Lisboa, su pueblo/su aldea, ahora las de Toulouse, en la Occitania, y saltamos en las veredas resbaladizas, procurando no caernos y que nuestras manos unidas conserven calor frente al frío del fin del otoño. Las suyas siguen sintiéndose aterciopeladas, como cuando era bebé.
Aunque en la ciudad predomina el rosado, el azul pastel lo complementa en la indumentaria. Surge del teñido de telas característico la, que proviene de la isatis tinctoria, una planta de la que se requiere una tonelada para lograr que unos pocos tejidos luzcan como el color del mar.
La primera noche cenamos en El Bodegón Argentino una milanesa a la napolitana con papas fritas, cuyo sabor la migrante extrañaba. Más tarde, le comparto las interpretaciones de George Brassens, Ives Montand y Charles Aznavour, que ella desconocía.
Al día siguiente, caminamos y nos deslumbran las construcciones rosadas y los edificios de un gótico meridional, cruzamos la Garonne por el Pont San Michel y regresamos por el Pont Neuf, luego de andar por la zona hospitalaria que alojó a los enfermos en tiempos de pestes.
Luego descubrimos que en el convento de los jacobinos está la sepultura de Santo Tomas de Aquino. Sus ideas sobre la complementariedad de la fe y la razón permanecen hoy. Toulouse respira una intelectualidad sacra.
Mile se arma un puchito, le pido un par de pitadas, bebemos vino caliente, probamos tostadas con foiegras y racklette, admiramos la limpieza de los espacios públicos, nos entristecen las personas que piden dinero para la comida. La pobreza no tiene excepciones en el planeta.
Nuestras piernas no pueden más y descansamos en el cuarto. Vemos una serie con el actor de Mr. Bean en la computadora. Le digo que siempre la imaginé viviendo en Europa. Y aunque la migración es difícil, ha comenzado a realizar sus sueños. El futuro es incierto. El amor continúa. Lo disfruto con ella y lo atesoro en esta bitácora.
LH/MF