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Análisis

Perú: un balotaje sostenido por una simetría de repudios

“Vengo con las manos limpias. Soy un hombre de fe. Me he forjado trabajando", dijo Pedro Castillo en el último debate presidencial del domingo 30. “Usted señor Castillo, por sus mensajes de odio y de luchas de clase, está acostumbrado a tirar piedras", dijo Keiko Fujimori, y mostró una con la que según ella atacaron a una militante de su fuerza.

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Antes de celebrarse en abril, el desorden parecía haber sido signo y determinante mayor en la primera vuelta de las presidenciales peruanas. La oferta electoral dispersa parecía resultado y continuación de una crisis económica, social, sanitaria y política para un electorado disperso en sus preferencias y que si de algo no descreía era de que su voto sería indiferente para el futuro inmediato. Todo cambió, rápidamente, arrasadoramente, desde entonces, desde que se supo quiénes se enfrentarían en el balotaje, y desde que se articularon los términos feroces de este enfrentamiento. El panorama electoral es ordenado, limpio, nítido, cortante. La polarización entre la izquierda de Pedro Castillo y la derecha de Keiko Fujimori encolumna masivamente al país, y aun a la región que observa con un interés que tampoco había previsto. A nadie deja indiferente el balotaje del domingo, y la eventualidad de la victoria enemiga moviliza tanto como la ilusión del triunfo propio. Un cambio de gobierno que antes de la primera vuelta del 11 de abril parecía irrelevante y rutinario, antes de la segunda vuelta del 6 de junio se impone como una fecha clave de la historia de Perú en el  siglo XXI.

En dos meses, el cambio no podría haber sido más radical y arrasador. Un orden, claro, polarizador, totalizador han ido organizando las campañas de Perú Libre y Fuerza Popular. Entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori dirimirán 25 millones de votantes quién presidirá Perú por los próximos cinco años. El slogan fujimorista, según el cual se trata de elegir entre la Libertad o el Comunismo tiene la ventaja de la simplicidad. La fórmula es funcional para la hija del ex presidente Alberto Fujimori y heredera de su partido populista de derecha  como lo es para su contrincante. Porque el voto por el maestro sindicalista serrano de izquierda Castillo es un repudio a la facilidad de encontrar refugio y buscar orientación en la antinomia virtuosa de la República o el Chavismo, la Ley o el Autoritarismo, la Propiedad o la Expropiación, la libre Empresa o la servidumbre al Estado, la Inversión o la Nacionalización, la Costa o la Sierra, Clases medias ciudadanas o Comunidades étnicas, Represión fujimorista o Terrorismo senderista. Las alianzas, adhesiones, pedidos de voto para una u otra candidatura han marcado estos meses, semanas, días.

Dos meses atrás, cuando Perú había celebrado sus elecciones generales el 11 de abril, 18 candidaturas se habían disputado en primera vuelta la presidencia de la República. El electorado y la sociedad lucían tan fragmentados y atomizados como partidos y liderazgos. Si una representatividad habían entre quienes debían votar y quienes pedían el voto era la volatilidad de uno y otro grupo. En un cuadro que era percibido como de dispersión y desorden, ni había fórmulas presidenciales que encabezaran la intención voto más allá del 10%, ni votantes que se encolumnaran para prestar un apoyo masivo o determinante a fórmulas lo suficientemente mayoritarias como para que se distanciaran del resto.

Un rasgo saliente de la oferta electoral en primera vuelta había sido la ausencia de frentes o alianzas o coaliciones. Se había insistido en que el 11 de abril cualquiera podía ganar. Era casi cierto. Con 18,2% de los votos salió primero Pedro Castillo. No era un candidato al que se le prestara particularmente atención, en los medios, hasta pocas semanas antes de la votación.  En los sondeos previos (que en Perú siguen el modelo de ‘simulacros de votación’) emergía como uno de los más persistentes punteros, para desconcierto de encuestadoras y analistas. Pero, como también ocurrió con Keiko Fujimori, que salió segunda con el 13,4%, sólo superaban el 10% de las intenciones, y al menos otras seis fórmulas también superaban ese umbral. Si pronto se advirtió en el recuento que Castillo era primero, tardó en establecerse que su rival sería Fujimori. Porque estaba más cerca de quienes la siguieron, del conservador Rafael López Aliaga con 11,75% y del neoliberal Hernando de Soto con 11, 63% que de Castillo que le llevaba 5 puntos enteros.

Esta distancia inicial con el rival, y esta cercanía con otras candidaturas, anticipaba un aspecto clave de la polarización y grieta cada vez más enfáticas que iban a acentuarse día a día en las campañas. Es un componente asimétrico. Estructuralmente, y sin tener que esforzarse ella ni forzar su programa o campaña, Fujimori hija atrae a todos los partidos, figuras, votantes, sectores, que consideran indeseable el triunfo de Castillo. La campaña de Libertad o Comunismo, según el molde que en España dio la victoria a la popular Isabel Díaz Ayuso en las elecciones autonómicas madrileñas del 4 de Mayo, está dirigida a las bases populares y populistas de su partido y a sectores populares cuyo voto puede disputarle el sindicalista serrano. Los sectores medios urbanos no temen octubres rojos o soviets, pero sí alineamientos declarativos de política exterior, gestos excesivos, descuido del comercio exterior y abandono de tratados y preferencias bilaterales o regionales, incompetencia técnica generalizada para gobernar, malgasto y déficit, frustraciones seguidas de protestas sociales o sectoriales, descontrol de las fuerzas de seguridad con avances del narco o del senderismo o de voraces cooperativismos comunarios o mineros, enfrentamientos con el Congreso que resulten en convocatorias a movilizaciones. Dos millones de personas perdieron sus empleos durante la pandemia y tres millones pasaron a ser pobres: un tercio de los 35 millones de habitantes del Perú vive en la pobreza. Quien gane la segunda vuelta no contará, además, con un Congreso aliado para gestionar esa emergencia.

Las comparaciones con Evo Morales, Rafael Correas, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, son movilizadas por la propaganda de la campaña de Fujimori, por el diario El Comercio y medios afines, por intelectuales y figuras como Mario Vargas Llosa o Jaime Bayly, que han comprometido su apoyo a Fujimori, después de haber combatido a su padre, porque tiene a sus ojos la ventaja de ser ‘más de lo mismo’. Tienen la ventaja de ser gráficas, para sus fines. Pero son modestamente disuasivas. Acaso sirvan más para mover ciertos votos hacia Castillo. En la elección de 2011 que perdió contra Ollanta Humala, Keiko Fujimori, que esta es la tercera vez que llega a un balotaje, había hecho campaña con que Humala era el candidato de Chávez. El 11 de abril, Humala, candidato presidencial de su Partido Nacionalista Peruano, salió en lugar número 13 en primera vuelta, con el 1,6% de los votos; desde entonces, ha pedido el voto para Castillo en segunda vuelta. Episodios como el del ataque senderista que el domingo 23 dejó 16 muertos en un valle cocalero también resultan ambiguos o imprevisibles en su rédito electoral, porque el Jefe del Comando Conjunto César Astudillo Calcedo, el que informa de este avance del “terrorismo”, está siendo investigado por peculado y sustracción y venta de combustible.

El domingo, debatieron en la Universidad de Arequipa sobre Perú del Bicentenario; salud y manejo de la pandemia; economía y promoción del empleo; educación, ciencia e innovación; lucha contra la corrupción e integridad pública y derechos humanos, políticas sociales y atención a poblaciones vulnerables. Durante tres horas buscaron mostrar moderación y gestión en sus programas para resolver problemas sociales concretos. Coincidieron en la necesidad de vacunar y en la vaguedad sobre las próximas vacunas que conseguirían. La cifra inicial de 1,9 millones de contagios y 69.000 muertes por Covid-19 se duplicó tras revisión oficial, convirtiendo a Perú en el país con la mayor tasa de mortalidad per cápita en el mundo. Castillo vinculó a Keiko con su padre Alberto (“que pida perdón por las mujeres esterilizadas a la fuerza”, en alusión a un proceso nuevo que se le sigue a su padre encarcelado por delitos de lesa humanidad en la represión anti-senderista). Keiko buscó vincularlo a Castillo con Vladimir Cerrón, del partido de Castillo, que fue gobernador de Junín entre 2011 y 2014, y con las deficiencias que encuentra en la administración local de aquellos años. En otros temas, también coinciden, más sustantivamente: rechazan la perspectiva de género, el matrimonio igualitario y la interrupción voluntaria del embarazo. El debate no inclinó las preferencias. Más importante fue el debate anterior, de los equipos técnicos, en el que medios, analistas y encuestas dieron por ganador al equipo de Fujimori, y que sí le habría ganado intenciones de voto para el balotaje.

Las clases medias urbanas, la opinión pública que lee los diarios habitualmente, sabe que, aun proponiéndoselo, a Castillo presidente le faltarán fuerzas y apoyos, en un país recesivo y donde debe gestionar la pandemia, para llevar adelante cualquier proyecto maximalista. Temen más los fracasos de Castillo intentando ser Chávez que un hipotético éxito.  En los sondeos previos al balotaje, la ventaja de Castillo se fue adelgazando, hasta quedar prácticamente igualado con Fujimori. En el de IPSOS conocido el domingo, Fuerza Popular con Keiko Fujimori tenía el 48.9% de votos, mientras que Perú Libre con Pedro Castillo seguía adelante con 51.1% de votos.

AGB

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