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Opinión

Las princesas de Disney y la maternidark: el lado oscuro del final feliz

Maléfica y Aurora

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Las princesas de Disney han marcado nuestra infancia pero también nuestra adultez porque moldearon nuestras primeras formas de conocer el mundo y, con ello, de entablar vínculos afectivos. “Vivieron felices por siempre” no es solo una historia de pareja, sino también la construcción de la familia como “objeto feliz”, en palabras de Sarah Ahmed. Es decir, la familia feliz es tanto un mito de felicidad y de las formas en que ocurre esa felicidad, como un poderoso instrumento ordenador que nos indica cómo distribuir nuestro tiempo, energía y recursos.

Sabemos la influencia que tuvieron las películas de princesas en nuestra concepción del amor romántico. Esas historias de entrega total, de amor a primera vista que da sentido a todo y todo lo salva. Las princesas clásicas (Cenicienta, Blancanieves, la Bella Durmiente) enamoran al príncipe haciendo gala de una bondad y una pasividad exasperantes. 

Aunque menos evidente, estas películas también influyeron en la noción dominante de familia al presentar la maternidad biológica como única maternidad posible. 

Las princesas Disney suelen tener dieciséis años y el final de la película suele coincidir con la concreción del casamiento. La maternidad se presenta como el paso siguiente y necesario de este tipo de vínculo. En las películas, sin embargo, la nueva vida de las princesas nunca está representada. Mejor dejarlas ahí, espléndidas, con sus vestidos de novia y sus caras de enamoradas. Mejor no ver que no tienen la posibilidad de elegir si quieren o no ser madres; mejor no ver el puerperio, la frustración de la lactancia, la sensación de que el príncipe azul perdió todos sus colores en la monotonía de la convivencia. Mejor no ver que la maternidad siempre tiene su lado B. 

Los cambios sociales de comienzos de este siglo y el resurgimiento de demandas históricas del feminismo han llevado a que incluso Disney se replanteara sus formas de representar la maternidad. El estreno de La Cenicienta (1950) remasterizada en 2023 convive con películas de tinte más pretendidamente progresista, como la nueva versión de La Sirenita y los spin off de las malas de la película. Ya sea por conveniencia o por genuino espíritu crítico, dos películas recientes diluyen el protagonismo del amor romántico y hacen foco en la maternidad: Valiente y Maléfica.  

Madre hay una sola… o ninguna

Ni las princesas clásicas ni las de renacimiento de Disney (la Bella, la Sirenita, Jasmín, Pocahontas) tienen madre biológica, y esto implica que nadie cuida de ellas. El padre es un tierno inútil, o un hombre demasiado duro para ser empático, o es tan distraído que se casa con la enemiga, una mujer celosa y demente que pone en peligro a su hija. Ni padre, ni madrastra, ni tías, ni hermanas mayores, ni amigas. El hecho de que nadie cuide a las princesas deja ver una postura muy clara: como reza el refrán, “madre hay una sola”.

La ausencia de relaciones entre mujeres en estas películas refuerza la centralidad del amor romántico, ese ideal que, según Mariana Palumbo, es un mecanismo regulador de los deseos y motivaciones que caracterizan los vínculos afectivos de la cis-heterosexualidad. La gran sorpresa es, aquí, el film Valiente, de 2012, único en el universo de Disney en más de un sentido. La princesa Mérida es desprolija, tosca, desconoce el secreto de las otras princesas para estar peinada en la naturaleza y no canta para expresar sueños y sentimientos. Además, no busca ni encuentra el amor del príncipe, sino que su historia se da en la construcción de otro vínculo: el materno.

Lejos de la idealización, la reina Elinor nos permite ver la vida adulta de una (ex) princesa, después del “vivieron felices para siempre”, llena de hijxs y preocupaciones. El rey Fergus dista mucho de ser un príncipe azul y cuesta imaginar que alguna vez lo haya sido. Y aunque es un marido y un padre cariñoso, deja la administración del castillo y la crianza en manos de su esposa y se dedica al placer. Por primera vez en Disney, aparece la dimensión trabajosa de la maternidad. Si, lejos del romanticismo, entendemos la maternidad como un rol social, podemos ver esa doble jornada laboral que responde a la feminización de las tareas de cuidado y que termina aislando a las mujeres en un bozal de cristal. 

En Valiente, nadie parece escuchar a la reina, y nosotras nos preguntamos si, incluso rodeada de gente, no estará más sola que las princesas de antaño. El tema de la película es, de hecho, la incomunicación entre madre e hija. La falta de escucha parece romper esa relación, que es necesario reparar para restaurar el orden del reino. Lo logran al aprender que el vínculo biológico no garantiza un vínculo afectivo. Madre e hija rehacen el tapiz roto de la historia familiar a través de un nuevo bordado y entienden que para cambiar hay que romper las reglas, volverse salvaje, recurrir a la naturaleza que desnaturaliza los roles y relaciones instituidas socialmente, despeinarse.

La mala que se hizo buena, la bruja que se hizo madre

En 2014, Disney reivindicó a una de sus villanas clásicas con la película Maléfica, protagonizada por Angelina Jolie. Esta bruja malvada, que condena a una bebé porque la dejaron afuera de una fiesta, es ahora reivindicada por la mismísima Aurora, la Bella Durmiente, que narra la versión oculta y desprejuiciada de esta mujer tan intimidante.

Pero ya en La bella durmiente de 1959 hay aspectos novedosos en la representación de la maternidad. En primer lugar, Aurora tiene una madre biológica sin ninguna función en la historia. No protege, no demanda, no enseña, no comparte y prácticamente no interactúa con su hija. La reina es una madre que no materna.

Pero entonces, ¿quién lo hace? Las hadas. Estas madres sustitutas se hacen cargo de la crianza. Para que Maléfica no las descubra, Flora, Fauna y Primavera deben esconder su magia y realizar “a mano” las tareas domésticas como cualquier cuidadora. Es decir que las hadas, para maternar, deben renunciar a sus poderes, haciendo emerger la maternidark en su máxima expresión. 

En la película Maléfica, la madre biológica de Aurora se enferma y muere pronto, por lo que casi no participa de la historia. Las hadas intentan hacerse cargo de la princesa, pero les falta lucidez y cierto sentido de responsabilidad. Son demasiado buenas para darse cuenta de que el peligro real para Aurora es su padre, el rey Estéfano, y no es posible cuidar a alguien confundiendo al villano con una víctima.

Sin madre y sin hadas, con un padre loco y cruel, ¿quién materna? Maléfica, una verdadera madre dark, vestida de negro, con rasgos tan pronunciados como su sensualidad, una mujer poderosa que, como tal, da miedo. La historia gira en torno al vínculo amoroso entre ella y Aurora, que no está dado por la biología, sino que nace del genuino deseo de ambas de estar cerca. El príncipe, por otro lado, no está junto a la princesa ni un día entero. ¿Cómo iba a ser él quien pudiera despertarla con un beso de verdadero amor y romper el hechizo? No, el beso mágico es el de Maléfica, lleno de sentimientos de madre: culpa, amor que intenta ser incondicional, vanas promesas de protección eterna.

Aunque esto parece muy feminista, notemos que el personaje de bruja se reivindica a través de la maternidad. A pesar de las ¿buenas intenciones? de Disney, mostrar que Maléfica es buena porque puede maternar es reforzar los mandatos que organizan las relaciones de género desde hace siglos: la única bruja buena de la franquicia Princesas Disney es, en realidad, la que cuida a la niña. 

Maléfica, como Elinor, es la princesa que se volvió reina. Al comienzo de la película es joven, alegre e inocente, y luego vemos cómo creer en el amor romántico la lleva a perder las alas y la inocencia. 

Eso que llaman felicidad

Para Ahmed, la felicidad suele verse como un fin en sí mismo. La promesa de la felicidad nos dirige hacia ciertos “objetos” que se presentan como la clave de una buena vida. La maternidad biológica, el casamiento y otras prácticas de la familia tradicional funcionaron −y siguen funcionando− como esos objetos. 

Revisitar las películas de princesas desde esta óptica nos puede ayudar a  des-idealizar los vínculos afectivos y empezar a buscar nuevas formas de vivir felices (por siempre o por lo que dure) con familias mezcladas o elegidas, con madres adoptivas o adoptadas, con reinas animales o brujas que nos acompañen.

Las autoras realizan el podcast Cineclub princesas.

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