Opinión

El recuerdo de la URSS

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Hace justo cien años, el 30 de diciembre de 1922, se firmaba el tratado que creaba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS, el país que marcó la historia del siglo XX hasta que fue disuelto en diciembre de 1991. A su existencia misma se la llevó puesta el colapso que terminó también con el régimen comunista. En 1991 desaparecieron ambos. 

La historia de la URSS se recuerda hoy como la de un fracaso. Entró en una crisis en los años ’80 que no pudo resolver y la Unión terminó disuelta y fragmentada. Pero, más que por ello, lo que recordamos es el fracaso moral del experimento comunista que le dio origen: el de una sociedad que surgió de una Revolución que prometía libertad e igualdad, pero que terminó erigiendo un régimen político represivo y profundamente autoritario, dirigido por una nueva clase privilegiada. A nadie escapan los innumerables crímenes del gobierno de Stalin, una mancha imborrable en esa historia. Cierto que a casi todos se les escapan los que insumió erigir el sistema capitalista y sostenerlo hasta hoy, frente a los cuales las matanzas de Stalin quedan cortas. Pero esa es otra historia. Es un hecho que el de la URSS fue un fracaso político y moral. 

Hay sin embargo dos aspectos de su trayectoria que merecerían destacarse, por el logro sorprendente e inigualado que representaron. El primero fue lo que significó como modo de desmantelar un imperio y fundar relaciones más simétricas entre los pueblos. La URSS se creó sobre la estructura territorial que tenía el Imperio Ruso, la gigantesca porción del planeta que habían ido ocupado los zares de Rusia en una expansión que había aplastado la autonomía de decenas de pueblos, muchos de los cuales se habían visto forzados a “rusificarse”. Algo parecido a lo que, por la misma época, habían hecho los reyes de otros imperios, como el español, el británico o el francés. Los comunistas que llegaron al poder en 1917 eran enemigos de todo imperialismo y tenían un firme compromiso con el derecho de cada nación a la autodeterminación. Aunque eran en su mayoría rusos, imaginaron una nueva unión federativa entre los pueblos que aspiraba a colocarlos a todos en plano de igualdad.

Cuando se firmó el tratado que creaba la URSS había en su territorio 182 grupos étnicos que hablaban 149 lenguas diferentes. Había cristianos de todos los credos, judíos, musulmanes, budistas, etcétera. Pensar una estructura estatal que pudiese albergarlos en pie de igualdad no era un desafío menor. El tratado de la URSS estableció una organización federativa que ponía a Rusia como una más entre 15 repúblicas autónomas que tendrían derecho de secesión, constitución propia, órganos supremos de poder e incluso representación diplomática propia, si así lo deseaban. A su vez, dentro de algunas de ellas se reconocían territorios étnicos que gozarían de derechos y autonomías especiales. La propia Rusia quedaba también reorganizada como una federación que contenía una variedad de repúblicas, regiones y distritos autónomos. El Poder Legislativo de la URSS sería bicameral, con una de las cámaras reservada a los representantes de cada nacionalidad. 

Por supuesto que, en un país que terminaría gobernado en forma dictatorial, algunos de estos derechos quedarían en letra muerta. Pero es interesante destacar que en los primeros años el esfuerzo democratizador fue genuino. De hecho, el tratado de la URSS dibujó países para algunos grupos étnicos que en verdad no los tenían, ni habían desarrollado previamente instituciones propias. Para varios pueblos que todavía no tenían una cultura escrita, se crearon alfabetos propios (evitando el cirílico que usaban los rusos) y se fomentó el florecimiento de literaturas nacionales. En los primeros años se llevaron adelante políticas de “indigenización”: pusieron gran energía en la promoción de cada cultura y en la formación de cuadros dirigentes propios de cada grupo. El control centralista e ideológico que se reservaba el Partido Comunista convivió así con un impulso igualitarista en lo que tenía que ver con las relaciones entre rusos y no rusos. 

Con el ascenso de Stalin en la década de 1930 buena parte de esto se revertiría. Stalin volvió a impulsar algunas medidas rusificadoras y trató a algunos grupos étnicos como enemigos políticos, lo que derivó en castigos colectivos para todos sus miembros (incluyendo la deportación). Así y todo, la estructura federativa de la URSS se mantuvo y el ideal de la igualdad y fraternidad entre las naciones sobrevivió. Tras la muerte de Stalin dio varias muestras de vitalidad. Entre ellas, la inédita transferencia de la península de Crimea que se hizo en 1954, por la cual la estratégica zona, que pertenecía a Rusia, fue obsequiada a Ucrania como gesto de amistad. Todavía en marzo de 1991, meses antes del colapso de la URSS, se realizó un referéndum en el que se consultó a la población si querían sostener la unión. A pesar de que en algunas repúblicas se lo boicoteó, casi el 78% de la población votó por la conservación, incluyendo en algunas zonas no rusas, como Ucrania, Uzbekistán y otras. Hoy, con el imperialismo ruso desatado y en guerra cuesta imaginarlo, pero así fue.

Lo inusual que todo esto resulta se hace evidente con solo comparar la manera en que las otras potencias imperiales estaban tramitando su relación con los pueblos que habían colonizado y que bien entrada la década de 1960 todavía vivían bajo su yugo, sin derechos, obligados a adoptar su lengua y su cultura, explotados económicamente y violentados de mil maneras. Los procesos de descolonización en Asia y África requirieron luchas tremendas, no pocas guerras espeluznantes –como las de Argelia o Vietnam– y por otra parte en algunos sitios fueron inconclusos. Todavía hoy Francia controla directamente las monedas nacionales que usan 14 de sus ex colonias. De hecho, sin el ejemplo soviético, que cautivó a muchos líderes de pueblos oprimidos, la propia descolonización seguramente habría sido más tardía y difícil. 

El segundo logro del URSS digno de recuerdo es el sistema de planificación económica que por primera vez se ensayó allí. Los soviéticos implementaron un modelo de toma de decisiones y gestión de la economía que prácticamente prescindió del mercado. Durante 60 años la totalidad de las decisiones económicas –desde la construcción de una represa hasta la fabricación del último alfiler– se tomaron administrativamente, sin mediación de mecanismos mercantiles. El GOSPLAN (Comité Estatal de Planificación) que Rusia había establecido en 1921 se expandiría a toda la Unión poco después, y tomaría en sus manos un complejo modelo de cálculos matemáticos y decisiones político-administrativas que no solo permitió manejar una economía de tamaño colosal durante décadas, sino que también consiguió convertir lo que era un país campesino atrasado en una potencia mundial. 

Sin experiencias ni muchos antecedentes en el que basarse, el GOSPLAN inventó un modo de planificación que, visto retrospectivamente, era el más tosco que pudiese imaginarse. Hoy sabemos que, puestos a planificar una economía, tendríamos opciones mucho mejores. Además, tuvo que implementarlo en una época en la que las comunicaciones se hacían por correo o telégrafo y en la que no existían las computadoras. ¡Ni siquiera las calculadoras! Básicamente, se trataba de algunos cientos de matemáticos en un edificio, recibiendo informes y pedidos de millones de productores y haciendo cuentas con papel y lápiz, para asegurar que cada insumo necesario llegase a cada uno de ellos para que, a su vez, pudiesen producir lo que les indicaban que produjeran. Desperdigados por un espacio que ocupaba un tercio del planeta, esos productores tenían que abastecer a todo el país de todo lo necesario para la vida social. Desde calzoncillos hasta tractores, desde plutonio para centrales nucleares hasta chupetines. Todo, según lo que indicaban un plan y sin mediar mecanismos de mercado.  El sistema de planificación soviética tuvo muchas falencias. Pero a la vez, que haya funcionado durante tanto tiempo es prueba más que suficiente de que existen alternativas reales, concretas, tangibles y probadas al mercado como asignador de recursos.

Hoy que el capitalismo de libre mercado agrega, a sus padecimientos de siempre, la certeza de un colapso ecológico próximo, y hoy que las guerras e imperialismos siguen ensombreciéndonos, no está de más recordar algunos de los legados que dejó el último intento consistente de dejar todo eso atrás, en la prehistoria humana. Incluso si terminó en un fracaso. 

EA