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Opinión

Las renuncias del peronismo y la declinación de Cristina

Cristina Fernández de Kirchner, vicepresidenta de la Nación.

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El 14 de octubre de 1945, tres días antes de la movilización que partió en dos el siglo XX argentino, Juan Domingo Perón le envió una carta a Eva Duarte desde su lugar de detención en la isla Martín García. En la misiva le informaba que ya había solicitado el retiro para que ambos pudieran irse a vivir tranquilos a Chubut o a cualquier parte. Una renuncia que no fue por los acontecimientos que conocemos todos y todas.

El 22 de agosto de 1951 se desarrolló el Cabildo Abierto del Justicialismo organizado por la CGT. Una multitud colmó la intersección entre la Avenida 9 de Julio y la calle Belgrano, donde se ubicaba el entonces Ministerio de Obras Públicas. La central sindical había adelantado su pretensión de que Evita integrara la fórmula junto a Perón para las elecciones de noviembre de aquel año. Entre idas y vueltas, Evita no negó ni confirmó su postulación en aquella jornada y afirmó ante la multitud: “Compañeros, como dijo el General Perón, yo haré lo que diga el pueblo”. Nueve días más tarde, el 31 de agosto hizo oficial el renunciamiento a su candidatura: “Quiero comunicar al pueblo argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme”, afirmó por cadena nacional. La famosa renuncia a los honores, pero no a la lucha.

El 6 de octubre de 2000, el representante de la “pata peronista” en la Alianza UCR-Frepaso (Carlos “Chacho” Álvarez) renunció a la vicepresidencia​ por una denuncia de corrupción en la administración de Fernando de la Rúa y en el Senado nacional. “Chacho” Álvarez hizo de los renunciamientos una forma de carrera política: renunció a la JP para pasarse a la JP Lealtad, al peronismo menemista para armar el Grupo de los Ocho y, finalmente, a la vicepresidencia para quedar “con las manos limpias”. Fue el principio del fin de su derrotero en la vida política argentina.

“Como decía la compañera Evita, renuncio a los honores y a los títulos, pero no a la lucha”, sentenció Carlos Saúl Menem en un spot que se difundió por televisión el 14 de mayo de 2003 y a través del cual comunicó su renuncia a participar del balotaje en el que debía enfrentar a Néstor Kirchner. Pese a la maltrecha imagen que tenía por entonces, el riojano fue el más votado (24,45% de los votos) en la primera vuelta de aquellas elecciones sui generis, pero esquivó el bulto de la segunda vuelta ante una derrota asegurada. La renuncia de Menem fue un momento bisagra: no sólo habilitó la emergencia del kirchnerismo —previa transición duhaldista—, en el mismo acto sentenció el final del menemismo y jubiló a toda una cultura política criada en nuestra década infame: los noventa. Claro, en el medio había tenido lugar el 2001 y hubo que empezar todo de nuevo.

Finalmente, en el fatídico 2008 tuvo lugar otra renuncia que no fue: la amenaza de dimisión de Cristina respaldada e impulsada por Néstor Kirchner luego de la derrota en la disputa con las patronales del campo por la resolución 125 que terminó en un revés para el gobierno. Alguna vez la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, reveló que estuvo entre las personas que convencieron a la actual vicepresidenta para que continúe en el cargo; otras versiones hablaron de una intervención de Lula da Silva por mediación de Alberto Fernández, en ese entonces jefe de Gabinete.

Semejanzas y diferencias

¿Al cuál renuncia peronista se parece la que Cristina Kirchner anunció esta semana? Quizá contenga algo de todas y no se asemeje a ninguna: destellos de la fantasía de un clamor que derive en un “17 de octubre” del siglo XXI; jirones del dramatismo contenido en el renunciamiento histórico de Evita; fragmentos del distanciamiento imprudente de “Chacho” Álvarez del gobierno que ayudó a construir; algo del resentimiento posterior a la guerra perdida con la “patria sojera” o mucho del temor a una derrota asegurada del menemismo crepuscular.

Una de las respuestas al enigma puede residir —para variar— en la economía. Máximo Kirchner afirmó en múltiples oportunidades que, por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, los años por venir (sobre todo, 2024-2025) son años imposibles debido a los vencimientos de deuda que el país tiene que afrontar con una economía que se reduce y se muerde la cola. En ese caso, perder sería un riesgo, pero ganar, una aventura también excesivamente peligrosa. Mejor que la bomba estalle en las frágiles manos de otros (especialmente aquellos que dicen que saben hacer “lo que hay que hacer”) y retornar —personalmente o a través de sucesores— cuando se trate de reparar daños en ese círculo vicioso de saqueos fuertes y recomposiciones débiles en el que se hunde la Argentina desde hace décadas.

Desde el punto de vista político, si nos atenemos a las literalidades de Cristina Kirchner, su renuncia pretende no “someter a la fuerza política que me dio el honor de ser dos veces presidenta y una vicepresidenta a que la maltraten en período electoral diciendo que es una candidata condenada, con inhabilitación perpetua, con administración fraudulenta”. Es decir, sería su último aporte al eterno giro al centro que habilite “echar lastre” a un nuevo peronismo absolutamente amoldado a los requerimientos y exigencias de los factores reales de poder. Un experimento con el que, además, Cristina no tendría nada que ver y en una hipotética campaña electoral se ahorraría la espinosa tarea de narrar lo inenarrable: los insustanciales años albertistas y el final a toda orquesta con el violento ajuste de Sergio Massa que la vicepresidenta respaldó e hizo viable.

La decisión de bajarse de la disputa electoral con una narrativa épica por la persecución (basada en una parcialidad judicial real) puede permitirle preservar lo que queda de un legado cascoteado por el respaldo a un gobierno y a un ajuste cuyos resultados van exactamente en la dirección contraria de lo que fue —según su propio discurso— la razón de ser del kirchnerismo: la distribución de la riqueza y del ingreso.

En este caso, parafraseando al Borges que rescató esta semana Ignacio Fidanza en La Política Online: con la renuncia de Cristina, el cristinismo espera tener todo un pasado por delante.

En el terreno judicial, una trama puede haber hecho su aporte a la decisión: las relaciones carnales entre oposición de derecha, empresarios mediáticos y jueces inefables que mostró el turbio episodio de Lago Escondido. Un escándalo que fogonea la percepción de que el Poder Judicial es parcial y que todos los delitos por corrupción son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

La grieta desnuda

Como sea, si se confirma su corrimiento político-electoral, las consecuencias serán explosivas para el precario sistema político bicoalicional (o de “bipartidismo senil”) que se estructuró como respuesta al estallido de 2001 y que hoy es devorado lenta, pero persistentemente por la crisis.

Por lo menos desde el año 2003 no se presentaba un escenario con una ausencia tan marcada de candidatos que sean número puesto o liderazgos incuestionables. Tiene lugar una proliferación de referentes empatados y el fin de ciclo de jefaturas históricas.

Para graficar la cuestión con dos ejemplos en el centro de gravedad del peronismo: sin Cristina en ninguna boleta, ¿cómo se resolverán disputas como la que existe entre Martín Insaurralde, caudillo moderno de Lomas de Zamora que aspira a la gobernación de la provincia y Axel Kicillof que busca la reelección? O ¿cómo continuará la interna que empezó a los tiros en La Matanza con el lanzamiento de la candidatura a la intendencia de la diputada bonaerense Patricia Cubría, dirigente del Movimiento Evita que quiere desafiar a Fernando Espinoza?

En Juntos por el Cambio la decisión también impacta porque no pocos barajaban la hipótesis de una gran final entre Cristina y Macri como último recurso para la supervivencia de ambos. La renuncia desalienta la ilusión. En términos más ideológicos, todo el espectro del “antipopulismo” pierde una adversaria a medida y “gana” un competidor si comienza a armarse un peronismo moderado con Massa como última esperanza blanca.

Esta eventual crisis del “antipopulismo” también siembra dudas sobre Javier Milei y los libertarianos que (más allá de sus estridencias y la capitalización coyuntural de la “antipolítica”) en el fondo no son más que macristas radicalizados. Para ilustrar la cuestión: sería mayor la ventaja de los libertarianos si los renunciantes fueran Macri o Patricia Bullrich y JxC terminara hegemonizado por las “palomas”. Para el Frente de Izquierda y de los Trabajadores también cambia el escenario por la simple razón de que la cadena de la contención perdería el eslabón más fuerte. Las perspectivas mutan y no solo desde el punto de vista electoral.

En definitiva, todas las renuncias se parecen, pero cada una desata una crisis a su manera. La renuncia de Cristina Kirchner tiene aroma a fin de ciclo, cambio de época y promete tiempos interesantes.

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