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ENSAYO GENERAL

Sentir menos

Miguel Ángel Pichetto en la Cámara de Diputados

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No sé exactamente cuándo, pero fue en algún momento hace poco menos de un año, cuando empecé a darle vueltas a la idea de que el triunfo de Milei era una posibilidad, que pensé que se acercaba el fin de la grieta tal como la conocíamos. Resultó ser mitad falso, porque el gobierno de Milei es en gran medida también un gobierno del PRO, pero también mitad cierto. Creo que todavía nadie tiene una respuesta definitiva de qué es lo que la sociedad encontró en Javier Milei que no encontró en Patricia Bullrich ni en Horacio Rodríguez Larreta, y que en esa diferencia se juegan bastantes cosas que pensar sobre la nueva grieta en la que estamos viviendo, y quizás más importante, sobre el mundo en el que viven las nuevas generaciones (incluyendo a la mía), cuánto de ese mundo es algo que anhelan y cuánto algo que odian. Creo también que tienen la razón los libertarios con eso de que No la ven: yo, al menos, realmente no la veo. Por lo que puedo juzgar en Twitter y en conversaciones de la vida real, mis amigos tampoco.

Estuve leyendo The Guest, la nueva novela de Emma Cline que supongo que saldrá pronto traducida porque con Las chicas le fue muy bien. La protagonista es Alex, una chica de veintidós años de la que no entendemos mucho, solo que trabaja en Nueva York como una suerte de escort hasta que se le empieza a complicar y decide tratar de convertirse en la fija de un hombre adinerado que podría ser su padre. La forma que toma la relación con Simon, el tipo en cuestión, es reconocible para cualquier persona de mi edad que alguna vez haya circulado por dating apps y se haya encontrado con chicas que reciben regalos: para un observador superficial podría parecer que Alex se aprovecha de él, pero cualquiera que preste un poco de atención puede leer que la relación es transaccional para los dos, y a conciencia de ambos. Está claro que la situación de Alex es notoriamente más precaria, en un sentido sustantivo: Simon no lo sabe, pero Alex no tiene plata ni fuentes de ingresos, ni siquiera tiene dónde vivir. Una vez que él le dice que se tomen unos días para hablar y la echa de su casa de veraneo, ella queda completamente fuera de sistema, no de su sistema, de cualquier sistema. Lo único que le queda, y que usará en efecto para salir adelante, es su facilidad para camuflarse en cualquier entorno: saber a quién saludar y cómo para que parezca que pertenecés a la fiesta.     

Pienso en esta cuestión de la transaccionalidad, de la reducción de todo encuentro con otra persona a un intercambio, y noto que en mi generación y en las que me siguen hay un goce extraño en el descubrimiento de que la vida es eso, descubrimiento que es por supuesto performativo: convertimos todo en una transacción al descubrir que todo puede serlo y regocijarnos en ese descubrimiento, como si se tratara de un sinceramiento (ese alivio que produce e instrumenta la derecha, “finalmente alguien dice la verdad”) y no de una forma de leer al mundo que de hecho produce cambios en él, que de hecho crea un mundo transaccional de a una interacción por vez. Pienso que ese encantamiento con la performance, que es uno de los grandes temas de The Guest, aparece en fenómenos culturales que parecen muy distantes entre sí pero que están más cerca los unos de los otros de lo que sus propios participantes dirían: las chicas que no quieren salir con ningún chico gratis y los chicos que se acostumbran a que todas sus interacciones con sus chicas sean con más o menos claridad por plata, pongamos, y por otro lado, la fascinación de cierto progresismo con eso que llaman la rosca (leída, esta semana, en la admiración por el oficio de Miguel Ángel Pichetto rosqueando votos para el paquete legislativo del oficialismo).

Yo admiro todos los oficios, así que puedo admirar también ése, pero no me engaño: nunca es magia, es siempre comercio, y el comercio es una cosa estupenda, no me malinterpreten, pero no requiere mucho más que tener algo que vender y no ser completamente estúpido vendiéndolo. Pichetto está jugando para el partido que ganó la presidencia por más de diez puntos hace menos de tres meses: no podría hacer ninguna proeza con su oficio y sus trucos de zorro viejo si no tuviera nada que poner en la mesa. Su talento es equivalente al de que logra levantarse minas porque tiene plata, y al de la que logra levantarse guitudos porque es linda. No digo que no sirva, solo que no entiendo la mística; a la vez sí, la entiendo perfectamente. La entiendo porque la envidio.  

En el mundo de The Guest nadie se cree nada: todos instrumentan medios para fines, y los fines son cada vez más difusos, o menos distinguibles de los medios. Los precarios como Alex tienen como único fin sobrevivir; los ricos como Simon, acumular. Siento que Cline entiende que estamos como generación fascinados no solo por esta clase de personajes sino también por sus niveles de frialdad: no solo por el hecho de que sus vidas sean puro cálculo, entonces, sino por la verdad aún más extraña de que no aspiren a ninguna otra cosa, de que estén más o menos satisfechos con ese engranaje. El hallazgo central de The Guest es ese, no quebrar ni por un segundo el desapego de la heroína. Entiendo, otra vez, por qué nos encantan hoy estos personajes, y no es solo por eso de cool que siempre tuvo el desapego. Pienso en que evidentemente hay algo generacional en la precariedad que en la Argentina está exagerado, pero que la excede: esto que les está pasando ahora a tantos conocidos que le alquilaban barato a un amigo, que ante la desregulación ya no puede tener su capital desaprovechado en un arreglo amistoso sucede en Buenos Aires, pero podría ser un capítulo de Girls. Y creo que es lógico que ante la conjunción de una vida cada vez más calculada, una precariedad mal distribuida y una sobreinformación abrumadora nuestro horizonte de deseo como generación sea cada vez sentir menos. 

 

TT

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