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Serú Girán, la genialidad del pasado con la potencia del presente

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Serú Girán. Serú Girán (1978, remasterización 2021, INAMU)

La primera gran diferencia entre la virtuosa reedición encarada por el Instituto Nacional de la Música (INAMU) y el disco original es que suena mejor. No solo mejor que las lamentables ediciones anteriores en CD sino mucho mejor que lo que sonaba el vinilo en 1978. Es lógico, podría pensarse. La tecnología hoy permite otras cosas que lo que era posible hace un poco más de cuarenta años. Pero a la luz de los numerosos fracasos del presente (entre ellos un disco de The Beatles, Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, convertido en su última edición en un concierto para bajo solista y grupo de fondo) nada es tan evidente.

Si se tratara de una pintura, la Mona Lisa de Leonardo, por ejemplo, la situación no sería más fácil. ¿Hasta dónde debe llegar el restaurador? ¿Vale mejorar el original? ¿Debe verse como en el siglo XV o sus ajaduras, su historia, ya son parte de la obra? La respuesta, en el fondo, es sencilla. Y Serú Girán, en el trabajo encarado por Pedro Aznar –uno de los expedicionarios de hace cuatro décadas– junto con Ariel Lavigna y Gustavo Gauvry, es un buen ejemplo. Como punto de partida, el volumen de salida es mucho mayor que el del vinilo de origen. Una primera mirada podría hacer pensar en una traición a la estética del álbum. En alguien poniéndole a la Mona Lisa colores que no tenía. Pero en este caso no se trata  de la estética del momento sino de sus límites, y allí es donde está el saber del restaurador. Cualquiera que haya podido escuchar en vivo a los grupos argentinos fundantes del rock/pop cantado en castellano, sabe de las diferencias entre las aplanadoras que podían ser Manal, Pescado Rabioso, Invisible o Serú Girán en un escenario y la sombra deslucida –por lo menos en materia de potencia– que reflejaban sus discos. La sabiduría de esta reedición está en no haber sido fiel al disco sino al sonido del grupo; eventualmente, la recuperación de aquello que ese álbum habría tenido de haber podido.

Serú Girán, el debut de la banda fundada en Brasil por Charly García y David Lebón, tiene dos marcas de época muy fuertes. La primera de ellas es Works Vol 1, el álbum doble de Emerson, Lake & Palmer publicado en 1977, donde cada uno de los integrantes tiene su lugar como solista y aparece una orquesta sinfónica como posible coprotagonista. La otra es Heavy Heather, de ese mismo año: el primer disco de Weather Report que alcanza una circulación mayor que la del ámbito específico del jazz y el primero, también, en que el bajista Jaco Pastorius –que ya había tocado en algunos temas de Black Market, de 1975– impone su sello. Pero, si el sonido de los teclados (remedando heroicas trompetas) y la ambición sinfónica (en Serú Girán de la mano de Daniel Goldberg como arreglador) remiten al trío de Keith Emerson, Greg Lake y Carl Palmer, y el bajo sin trastes de Pedro Aznar (y el papel solista de un instrumento destinado hasta ese momento a la función de base rítmica y armónica, por lo menos en el rock) tributa a Pastorius, lo importante del grupo es su traducción. La manera en que esos materiales “de época” se convierten, en sus manos, en otra cosa. Dicho de otra manera, ni ELP ni Weather Report pueden explicar “Seminare”.

La explosión de la aparición de la totalidad del cuarteto, a los dos minutos y medio de “Eiti Leda –y ese solo de bajo casi extemporáneo en el que desemboca–, el desarrollo de ”Autos, Jets, Aviones, Barcos“, de una especie de desmañada batucada a un fresco de inusual densidad, el uso de armonías vocales sorprendentes (y la aparición sostenida del falsete, para agregar tridimensionalidad al coro), el impacto de cada irrupción de la guitarra eléctrica de Lebón (que había sido bajista de Pescado Rabioso y baterista de Color Humano), raptos brillantes en las letras y esa lengua inventada del tema que tomaba su nombre del grupo –o que lo inspiraba–, más el extraordinario ensamble grupal y la inspiración de composiciones que, tomando un poco de cada cosa de las que sonaban por ahí lograban no parecerse del todo a ninguna de ellas, ponen en escena la genialidad de un hecho musical que pasó, en su época, un poco desapercibido. La revista PeloBiblia, Libro Rojo y Manual del Alumno del llamado rock nacional– había escrito con indulgencia: ”Serú Girán es un álbum compacto, extremadamente pulido en su producción, a pesar de lo cual suena menos armado que La Máquina de Hacer Pájaros (el grupo anterior de García)“. Al fin y al cabo nada nuevo para la revista que, en uno de sus primeros números, había dicho, acerca del primer disco de Manal: ”De poesía, nada“.

Florence Price: Sinfonías 1 y 3. The Philadelphia Orchestra. Director: Yannick Nézet-Séguin. (Deutsche Grammophon, 2021)

“La mujer es el negro del mundo”, dijo Yoko Ono y cantó John Lennon. Y Florence Price no solo era mujer sino que era negra. Y, para peor, compositora de música clásica. No obstante, hija de un dentista y una profesora de música, se recibió con honores en el Conservatorio de Música de Nueva Inglaterra en Boston, Massachusetts, en 1906, y su obra, aunque mucho menos interpretada que la de sus colegas blancos y varones llegó a ser tocada con cierta regularidad y una de sus sinfonías, ganadora del premio de la Fundación Wanamaker, fue estrenada por la Sinfónica de Chicago. Nacida en 1887 y fallecida en 1953, sus composiciones, con citas al spiritual y otros géneros afro norteamericanos, son un correlato perfecto de las del varón blanco (aunque judío) George Gershwin. Yannick Nézet-Séguin, responsable con la Orquesta de Philadelphia de lecturas ejemplares de la música de Rachmaninov (que esa orquesta estrenó a mediados del siglo pasado) dedicó su fantástico último disco a la primera y tercera sinfonías de Price. El sonido suntuoso de la orquesta, y la dirección tan precisa como sensible de Nézet-Seguin, contribuyen con una de las grandes sorpresas discográficas del momento, no sólo por la justicia que implica sino por la belleza de la música, sobre todo en la intensidad expresiva de la última de estas obras.

 

Carlos Casazza. La sombra del sauce transparente (BlueArt)

Cada tanto, a alguien se le ocurre hablar de un supuesto boom del jazz argentino. Es posible que esa idea no se acerque a la realidad pero lo que sí

sucede es que varios creadores de distintas partes del país circulan por los territorios satélites de la música improvisada y parten de allí (o allí llegan) desde diferentes zonas de indagación, logrando obras vitales y de originalidad potente. Dos de ellos, el guitarrista rosarino Carlos Casazza (uno de los pocos que ha logrado una estética propia en la versión “acústica” de su instrumento –la vieja guitarra criolla–) y el pianista Ernesto Jodos, conforman aquí un cuarteto en estado de gracia, con Mauricio Dawid en contrabajo y Carto Brandán en batería para un disco que, además de haber ganado recientemente el Premio Nacional, muestra que lo importante de un idioma, siempre, es quién lo habla y qué es lo que tiene para decir

 

DF