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SOY GORDA (ESEGÉ)

Velan la veda, velamos la vida

Maria Elena Walsh

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No tendría más de ocho años cuando la escuché por primera vez: veda, una palabra que me quedó asociada hasta ahora con la prohibición de vender y comprar carne. Vivía en Haedo, en el oeste del Gran Buenos Aires, y acompañaba a mi madre o a mi abuela a la carnicería, en Constitución y Alegría. Suenan con rima, pero les aseguro que así se llamaban las calles.

Empujaba el changuito, con la misma ilusión que me daba comer una nube rosada de azúcar o sacar la sortija en la calesita. Ilusión, excitación, goce, frustración, cansancio e ilusión de nuevo, un ciclo en apariencia repetido, aunque en realidad era espiralado, porque, creo, nunca es igual, no es/son lo mismo. ¿Era ilusión o era esperanza? Al mediodía, la fija era bife con ensalada o con puré y Los Tres Chiflados, salvo cuando había veda, semi ayuno para los carnívoros.

Pero en 1969, durante la dictadura de la Revolución Argentina, el ministro de Economía, José Dagnino Pastore, aplicó una veda al consumo de cualquier corte de vaca. Prohibieron la carne en el país que había llegado a ser el mayor exportador de carne vacuna del planeta. Ni por religión ni por tradición, ni por respeto a la vida. La veda de las reses, de dos días por semana cada quince, se mostraba como una medida eficaz para frenar la suba de precios.

Era, en realidad, una norma que preservaba las ganancias multimillonarias de los grupos oligarcas (así se decía entonces), los exportadores locales defendidos por el Onganiato. Pocos y lejos del bien: maximalísimos, como diría mi amiga Belén.

No era exactly como en el primer cuento argentino, El Matadero, de Esteban Echeverría, aunque quién sabe si en el mercado de Liniers no confrontaban y se imponían representantes de otras grietas, de clase y etnia, cuerpos blancos contra cabezas negras. No ya federales rojos punzó opuestos a unitarios paquetes, sino toros salvajes alzados contra púgiles poderosos. Otros pobres contra otros ricos, revolcaos en un merengue y, en el mismo lodo, todos manoseaos. Púgiles poderosos, digo, versus toros salvajes. O, si prefieren, pesos pesados contra ligeros que allá en el horno se vamoa encontrar. Mosca, Pluma, Gallo, Semipesado, Superpesado, todas las categorías del boxeo que miraba con mis hermanas y la abuela, por la tele.

Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas, cantaba Atahualpa Yupanqui y con la melodía de El arriero va (coescrita con Nennette, esposa del artista de los Cerros Colorados, que firmaba Pablo del Cerro, ¿adivinan por qué? Seeeeeee, por el machismo, ese hachazo constante) me fui a buscar el vocablo veda: Tiempo durante el cual está prohibido cazar o pescar en un determinado lugar o una determinada especie, dice el gramático Larousse, oui oui, francés, como Antonietta Paule Pepin Fitzpatrick, la mujer francesa de Héctor Roberto Chavero, don Ata.

Cuerpos. En Argentina los vi llorar por el Diego y por Lionel, por los pibes de Malvinas que ahora quieren que olvides. El 12 de junio del 77 secuestraron a Gloria Kehoe, Adolfo Infante (Fito), Mario Galli, Patricia Flyn (embarazada) y Luis Vilella. Se los llevaron junto con Violeta Wagner y Marianela, de un año y medio, la única recuperada de elles, a los tres días, cuando apareció en Casa Cuna.

Beatriz Silvia Aguilera (o Bety, destino familiar para buena parte de las Beatrices“) nació el 8 de octubre de 1956 en Rufino, Santa Fe”, escribió en las redes la gente de Oeste Usina Cultural. La hermana mayor de mi amada Marisa se mudó en el 75 para estudiar medicina en la Universidad Nacional de Rosario. Era militante de la JUP y el 17 de febrero de ese año, en pleno centro de Rosario, fue ejecutada junto a otros estudiantes. “El que llega a la esquina se salva”, les mintieron antes de la masacre del Pasaje Marchena. Las balas fueron más rápidas.

“Por su militancia y por cómo su historia y su recuerdo se cruzan en las vidas de quienes hacemos Oeste, es que nuestra sala principal lleva su nombre. ”La Bety“, este espacio que tanto queremos y que se llena de vida y de sentidos una y otra vez. Fueron 30.000. Somos millones y nos queda la palabra”.

Los genocidas y sus ideólogos son/fueron antisemitas confesos, que promueven el negacionismo y los discursos de odio, aunque algunes se disfracen de conversos respetuosos. Se puede ver en YouTube como la diputada nacional electa, Lilia Lemoine, reprodujo y reivindicó un mensaje del neonazi marplatense, Carlos Pampillón, denunciado por la DAIA. “Es un patriota”, dijo ella y él llamó a “poner las pelotas” e insubordinarse. “Desautoricen al jefe del estado mayor conjunto que tienen, que es un terrorista”, increpó el tipito a los que están en actividad. Defendía al capitán retirado Iván Volante que, a su vez, había subido un video con un Falcon verde.

Uno de los futuros y posibles secretarios de Educación, Martín Krausse, soltó: “Imagínense si la Gestapo hubiera sido argentina… ¿no hubiera sido mucho mejor? Porque en vez de matar seis millones de judíos hubieran sido muchos menos”.

Ahí están los Micky Vainilla libertarios, una bandita Indie de La Plata, admiradores de Videla (El gran Jorge Rafael) y de Joaquín Bochaca, autor del libro El mito de los seis millones, el fraude de los judíos asesinados por Hitler.

Es suficiente con que “estés en contra de la xenofobia, del antisemitismo y de la discriminación para que votes a favor de la democracia”, dijo Alejandro Bercovich (Pasaron cosas, gracias, colega.)

A favor de los cuerpos disidentes, la mayoría, más allá de cualquier resultado. Porque es inadmisible que la integrante de uno de los binomios presidenciables haya opinado sobre los miembros del movimiento Fanbases BTS Argentina que “tienen nombre de enfermedad de transmisión sexual”. Quien esperamos que no cante Victoria, esa misma, fue repudiada por sus dichos repudiables y xenófobos. Ellos y ellas pretenden eliminar el artículo constitucional sobre los derechos del laburante, las garantías de los niñes y los jubilados, de los inmigrantes y les trans, en fin: de todes.

Velan la veda “para asegurar el sano proceso de las Elecciones”. No encienden las velas, quieren aniquilarnos, velarnos. Sin embargo, como la cigarra de María Elena Walsh, estamos aquí resucitando. Gracias doy a la desgracia. Y seguimos cantando al sol.

LH

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