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Soy gorda (Esegé)
Voces del cuerpo en las redes

Guillermo del Toro

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Construyo mis ideas sobre la gordura comiendo maná de Facebook y, sobre todo, bebiendo del manantial que fluye en Instagram. También, miro con atención lo que pasa en las calles reales, esas que recorren las personas de distintas fajas etarias y encuentro materiales preciosos para amasar y esculpir esta columna. Gordas, gordos y gordes fortalecen mis textos. No hay nada nuevo aquí, sólo el rejunte de lo que la sociedad del mal y de la banalidad desecha y quienes nos excedemos consideramos valioso. Ando las anchas avenidas para derribar prejuicios propios y descubro, siempre, que las cortadas ofrecen alimento para una gorda como yo, con hambre de saber. Compartirlo en la ciudad digital de la furia es, cada vez, el gran plato que espera para combatir la soledad y el auto castigo que impone la cultura gordofóbica. 

Nos llenan la cabeza de control; nos venden esta idea de que lo que hay que hacer con el cuerpo (y con el hambre, que es una de sus manifestaciones) es callarlo. Leo en @acuerpadamx, la cuenta de la psicóloga Ana Pau Molina, especialista en aceptación corporal:

“La realidad es que necesitamos empezar a notar estas señales y darles la atención que requieren, y atender el hambre requiere conectarnos con lo que el cuerpo nos está pidiendo en cada momento: hambre de frío, de calor, de picante, de crujiente, de suave, de dulce o de salado”.

Ella propone en su bio un test, en el que se puede ver “si te alimentás de forma intuitiva o restrictiva” y, atención, advierte que su página “es sólo con fines educativos y no sustituye un diagnóstico clínico ni una intervención terapéutica. Los comentarios con odios y mensajes de la cultura de dietas”, señala Molina, “serán eliminados (y los usuarios podrás ser bloqueados)”, por respeto a su comunidad de seguidores.

“Nunca me había puesto capita ni gorro y la verdad es que mi temor era que no me quedaran, pero me quedaron bien, por eso no desayuné ahora, medio para que cierre la capa”, dice durante una entrevista el cineasta Guillermo del Toro cuando recibe el Honoris Causa de la Universidad Nacional Autónoma Mexicana. Veo al ganador del Oscar en un video que reproduce la cuenta @desaprendiendo_con_chary

“¿Cuánto tiempo y atención perdemos de nuestra vida por cumplir estándares estéticos?, se pregunta Chary a propósito de la decisión de del Toro, de saltearse la primera ingesta del día. ”Nos pasamos la vida explicando, justificando, excusando, riéndonos de nosotros mismos para que otros no lo hagan primero“. Ni siquiera el gran realizador de La forma del agua, cuyo elogiado musical de animación, Pinocho, se estrena en estos días en salas de Argentina, se libra del peso de una mirada reprochona y todes lo consideramos normal. Del Toro podría haber desayunado ese día celebratorio algo rico, sin tener que torturarse ni pasar hambre, sin temor de que no fuera a quedarle la ropa.  ¿A cuántos nos ha pasado lo mismo? Evitar una comida con la ilusión de que eso nos mejore física, moral, existencialmente. Si hasta a las niñeces les ocurre cuando en sus casas, en la escuela, en el club, en el bondi les sueltan un insulto.

“A las mujeres nos han lavado el cerebro durante toda la vida para que odiemos nuestro cuerpo”, dice Emma Thompson, la protagonista de la película Buena suerte, Leo grande, donde desempeña el papel de una mujer que descubre su sexualidad a los 62 años. “Yo no puedo ponerme así delante de un espejo. No puedo estar ahí parada porque es horrible, todo está mal con nosotras. Acércate a un espejo sin moverte, quítate la ropa y no te muevas. Acéptate y no te juzgues. Es lo más difícil que he tenido que hacer nunca”, se sincera en el último Festival de Berlín la actriz británica, a causa del desnudo que le requirió el filme.

Más cerca en el tiempo y en el espacio, hace apenas unos días, la modelo Luciana Salazar muestra una foto de su flamante cintura de 54 centímetros en las redes sociales. El medio digital Primicia Ya, sin perspectiva de género, replica la imagen con un emoticón de manitos que aplauden la hazaña. Detrás suyo, otras publicaciones hacen lo propio sin que medie demasiada reflexión al respecto. “Antes hacía 1000 abdominales, ahora hago menos y más eficientes”, escribe en su cuenta Luli, modelo aspiracional para cientos de miles de adolescentes, jóvenes y adultas. Las revistas y la tele aplauden esa cultura del hambre y @mujeresquenofuerontapa escribe en sus redes “Las manitos que aplauden el hecho de que una mujer tenga una cintura de tan solo 54 cm son originales de la publicación Primicias ya”. Que las mujeres se traten a sí mismas como cosas es una conquista del sistema, y también motivo de aplauso de los medios. Fomentadora de la cultura del hambre y la violencia sobre el cuerpo de las mujeres ejercida a través de los hábitos y rituales de la belleza, a buena parte de la prensa, ya no le alcanza “con el viejo y violento 90-60-90, ahora quieren menos, hasta que desaparezcamos”.

El sábado pasado, en Rosario, miles de gordes se reunieron en el Centro de la Juventud. Muy cerquita del monumento a la bandera, durante el Segundo Encuentro Plurinacional de Activismo Gordo, no hay tema gordo que quede afuera del debate. La gente gorda puede amar y ama, puede bailar y baila, puede disfrutar y goza, puede activar y activa.

Descubro gracias a @magda_pineyro que la murga La Margarita, @lamargaritaoficial creó un tema contra la gordofobia que incluye en sus presentaciones. Canta con entusiasmo y polenta el conjunto uruguayo al ritmo de carnaval oriental: “Por esta cultura diet que nos ahueca que nos vacía, hicimos este cuplé midiendo mucho las calorías, por la discriminación que viven los gordos, sufren las gordas, hablemos de gordofobia como se habla de otras fobias… Somos el chiste fácil, la frase célebre que se nota, como el que va cayendo y si hay quilombo se armó la gorda…  Queso magro, pan integral, mundo diet, pensamiento light”.

LH

 

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