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Análisis

Una bomba sucia que perfora la campaña y le pega de lleno a Fernández

Fernández, en un acto reciente en Quilmes.

Pablo Ibáñez

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En shock y sin plan de contingencia. El gobierno entró el jueves en un estado de parálisis cuando se difundió una foto del cumpleaños de Fabiola Yañez, en Olivos, y con Alberto Fernández presente, en julio del 2020, en medio de un confinamiento estricto dispuesto por un DNU presidencial para controlar la pandemia.

El sacudón que generó la primera foto –que tuiteó Eduardo Feinmann y que, informalmente, en gobierno dijeron que estaba “trucada”- adquirió dimensión de trompada a la mandíbula con la segunda foto y sembró, pasadas las horas, el diagnóstico de que se trata de la crisis “más grave” de la gestión Fernández.

El jueves por la tarde, durante varias horas, el presidente se encerró en su despacho con el jefe de Gabinete Santiago Cafiero para evaluar el efecto destructivo de la bomba sucia que detonó, con precisión de relojería, un mes antes de la PASO cuando, además, el gobierno percibía un cambio de clima con buenos datos económicos y un raid de anuncios.

El jueves por la tarde hubo charlas y consultas cruzadas, en medio de un clima de extrema tensión. Se analizó que Fernández haga una autocrítica pública, una admisión para tratar de amortiguar un daño que, coinciden en los búnkeres del FdT, es difícil de predecir. Se espera para estar horas.

Antes, se tercerizó la disculpa vía Cafiero y Gabriel Katopodis. Un mensaje destinado, a priori, a ganar algo de tiempo y fijar un relato oficial sobre el escándalo. Más simple: las palabras definen el eje argumental, basado en el “error”, que Casa Rosada bajó a los dirigentes y, sobre todo, a los candidatos.

La crisis permea en todos los planos y todos los territorios. Cada candidato, de Ushuahia a La Quiaca, se enfrentará al dilema de tener que explicar la conducta del presidente: los mismos que militaron las medidas nacionales de cuarentena y aislamiento, ahora tendrán que responder sobre el “descuido” de Fernández.

Hay, reconocen los operadores del PJ, otro efecto: minimiza el ruido por la interna opositora que, hasta acá, era negocio para el oficialismo.

Fue, reconocen en la cima del gobierno, un movimiento desesperado e insuficiente. “No hay manera de pararlo totalmente: habrá que ver cuándo dura y si hay más”, responde, con todo de interrogante, un funcionario que atiza el planteo obvio: si hay una foto, puede haber otras, un álbum suficiente para echar nafta, cada tanto, al escándalo.

El daño del episodio radica en que, a diferencia de otras crisis, involucra directamente al presidente. No ocurrió, por caso, con el vacunatorio VIP que derivó en la salida de Ginés González García del gobierno. Frente a ese escándalo, Fernández reaccionó y castigó a un tercero. Ahora, el peso de la culpa es propio.

El involucramiento personal limita los márgenes de acción. “El que habló de norma ética para los candidatos que eran ministros, hizo un cumpleaños días antes de hablarle al país sobre los cuidados”, apuntó, con extrema dureza, un dirigente.

Es un reflejo del clima interno en el Frente de Todos. El malestar por el comportamiento de Fernández, que se cristaliza en un hecho que perfora el discurso de campaña y el que fue, además, uno de los ejes centrales de la gestión sanitaria.

Hacia adelante, todo es duda. El jueves, en medio de la furia, una hipótesis era que Fernández reduzca su exposición pública durante la campaña. Es un fenómeno peculiar: en la hoja de ruta oficial, se definieron roles, uno de los cuales era que el presidente sea “un candidato que no está en la lista”, y haga actos y giras por todo el país.

La crisis por la foto de Olivos deja en stand by esa táctica.

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