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Viaje a Moscu y Beijing

Con el FMI “frío”, Alberto explora la ruta Rusia-China para salir del desconcierto

Alberto Fernández con Santiago Cafiero y Julio Vitobello en Olivos

Pablo Ibáñez

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“Frío, muy frío”. Con desazón, el funcionario manotea una metáfora que huele más dramática en medio de la ola de calor: habla de la negociación con el FMI y admite, aunque deja una rendija de esperanza porque es lo último que se pierde, que las conversaciones se estancaron y que lo que hace semanas parecía inminente, entró en un terreno fangoso, inestable, sobre todo incierto.

Todos los fantasmas desfilan en el imaginario oficial. El más cruento, en ese clima de tensión con el fondo que se atribuye a la línea técnica y puso a Martín Guzmán en la mira, es que mute la expectativa de la Casa Rosada y de Hacienda: migre de un acuerdo pronto y razonable en enero a la urgencia de lograr un waiver que le permita a la Argentina sortear el pago multimillonario que lo espera en marzo.

¿Cuándo luego de una cena en Escocia Fernández teorizó sobre un "waiver" con el FMI, sabía que la negociación estaba menos avanzada que lo que trasmitía, más con gestos que con palabras, Guzmán?

En Edimburgo, en una sobremesa de noviembre, aun envalentonado porque unas horas antes se había reunido con Kristalina Georgieva en Roma y había logrado que se retomra el poroteo técnico con el staff del FMI, Alberto Fernández puso en escena la hipótesis de pedirle un waiver al FMI. Se especulaba, en esas semanas, con un acuerdo antes de fin de año. En estos días, aquel ejercicio de futurismo presidencial adquiere otra dimensión.

¿Cuándo luego de una cena en Escocia Fernández teorizó sobre un waiver con el FMI, sabía que la negociación estaba menos avanzada que lo que trasmitía, más con gestos que con palabras, Guzmán? Luego de la exposición confesional del ministro en el Museo del Bicentenario el 5 de enero, cuando blanqueó un desacople duro sobre la senda de reducción del déficit, en sectores del FdT asomó un sentimiento áspero sobre Guzmán, una especie de enojo por sentir que lo que trasmitía no coincidía con lo que el mismo, luego, describió. En criollo: más de uno se confesó engañado.

La línea dura

“La línea técnica se puso dura. Se pensó que era una herramienta para negociar pero no, es la posición que sostiene, y eso enfrió todo. Además los mensajes desde acá no fueron los mejores: dijimos que íbamos a tener el presupuesto y el apoyo al plan plurianual, y no podemos mostrar nada de eso”, describe un habitué de Olivos entre críticas a la postura de Juntos en el Congreso. Peor hay un viejo reproche parlamentario a Guzmán por pedir el tratamiento express para tener la aprobación de Diputados el viernes 17, día para el que tenía agendado un zoom con Georgieva y Fernández. Lo segundo ocurrió; lo primero no.

El ministro de la deuda, rango que le ponen a Guzmán y que él trata de sacarse de encima, se convirtió en un blanco móvil. Fernández le otorgó superpoderes para hacer y deshacer, y lo defendió en cada una de las instancias en que Cristina y/o Máximo Kirchner lo cuestionaron. Un dirigente opositor, que no está entre los halcones, se aventura en una teoría fatídica según la cual el Presidente nunca estuvo seguro de querer firmar un acuerdo con el FMI, deriva que tiene un factor político -que no quiere pagar el costo de un ajuste- pero, sobre todo, un componente psicológico: que a Alberto le cuesta tomar decisiones, que procrastina, patea hacia adelante.

El segundo semestre albertista

El argumento de la demora permanente, el “vamos viendo”, no es novedoso y aparece con frecuencia en los análisis dentro del propio dispositivo oficial y se vincula a que el modelo de conducción/gestión de Fernández consiste en poner en un episodio puntual, que siempre está adelante, el punto de quiebre, de despegue. Algo así como un segundo semestre albertista pero político, a diferencia de la reactivación que pronosticaba el macrismo ilusorio.

El gobierno de los Fernández expone un dato peculiar para el peronismo: si Néstor Kirchner construyó su figura sobre la idea de que la política debería conducir a la economía, Alberto navega por un repunte económico notable -donde hay méritos de la gestión pero tiene mucho de dinámica propia- sin lograr, nunca, ordenar la política. “¿Dónde está el killer, el tipo terrible, que cuando era jefe de Gabinete te hacía notar que tenía más poder y más información que los demás, y que te podía sacrificar con total sangre fría?”, finge una pregunta que no requiere respuesta, un funcionario que estuvo en aquel gobierno y está en este.

Al enfriarse la negociación con el FMI y entrar en una etapa de incertidumbre temporal, el Gobierno se quedó también sin el episodio que define su día después. Así como antes fue el acuerdo con los acreedores privados, luego salir de la pandemia, más tarde las elecciones -con su edición reloaded de mejorar el resultado de la PASO-, un entendimiento con el Fondo era la piedra basal del relanzamiento albertista. Con ese norte en crisis, Fernández explora la variante de Rusia y China para salir de esa encerrona y tratar de controlar el desconcierto oficial.

Este domingo, el canciller Santiago Cafiero viajará a EEUU para verse con el secretario de Estado Antony Blinken, una bilateral en la que el funcionario argentino irá a contar las bondades de la recuperación argentina, el rap que repiten Fernández y Guzmán, que se despabiló la actividad, que se recuperó lo perdido durante la pandemia, el estribillo de que Argentina necesita crecer para pagar. No es, sin embargo, Blinken el que pone pulgar para arriba o para abajo sobre la postura de la gestión de Joe Biden en el FMI respecto a Argentina.

El viernes, Guzmán charló un rato largo con Cafiero y mantuvo, además un encuentro -junto a Roberto Feletti- con funcionarios del FMI. Con el canciller hizo un repaso de lo que Cafiero expondrá ante Blinkern aunque la agenda bilateral debería incluir otros temas, además del FMI. En Cancillería dan por hecho que se conversará sobre el escándalo que generó la presencia de Mohsen Rezai, funcionario iraní acusado por el atentado a la AMIA en Nicaragua durante la asunción de Daniel Ortega. En el Gobierno desligan de responsabilidad al embajador Daniel Capitanich -“no sabían los servicios secretos, no puede saberlo un embajador”, afirman- y plantean que la causa AMIA es un factor que unifica agenda entre Argentina y EEUU, y que la reacción diplomática frente al episodio fue valorada.

Escala Moscú

El viernes, luego de largas negociaciones reservadas, Fernández incluyó en su agenda que tiene como destino final China, una escala en Moscú para verse con Vladimir Putin. El dato más relevante es que aunque Fernández y Putin coincidirán en China, invitados por Xi JInping en la apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno, la bilateral se hará en Rusia lo que se lee en el Gobierno como un mensaje político del presidente ruso que, al igual que el líder chino, no concurrió al G20 de Roma.

Hacía rato que Fernández buscaba una bilateral con Putin. A fines de año, aunque en Gobierno no daban certezas, desde el mundo diplomático se daba por hecho el viaje de Fernández a China. Cuando Gabriela Cerruti, portavoz del Gobierno, confirmó la gira y anunció la escala Moscú, se instaló la intriga sobre el impacto de las bilaterales en la negociación con el FMI.

“No tenemos volumen como para jugar a la geopolítica y usar un acercamiento a Putin o China para enviar mensajes políticos. Ojalá”, apuntan en la cima del Gobierno. Fernández suele hablar de multilateralismo, de su preferencia por Europa, y de relaciones internacionales realistas.

Parece, en este caso, un fenómeno con impacto en la política interna sobre todo en el Gobierno para, frente al desconcierto que generó el estado de situación de la negociación con el FMI, Fernández encuentra en la ruta Rusia-China insumo para construir otra bandera. Luego del envión post PASO, y de algunos movimientos luego de la general del 14-N en los que se agitó el frente interno, el Gobierno se abrazó a la firma “inminente” de un acuerdo con el Fondo que no ocurrió.

PI

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