Año clave

Entre la foto del triunfo y las tensiones que no se ven, Milei llega al 2026 con más poder que cohesión

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La sesión había terminado bien entrada la noche y, como pocas veces desde la llegada de Javier Milei al poder, La Libertad Avanza podía anotar un triunfo completo en el Senado: Presupuesto 2026 aprobado, gobernadores alineados, calendario despejado. En los pasillos y en los teléfonos, sin embargo, el clima no era de festejo pleno. Mientras los números se cerraban en el tablero, los enviados de Karina Milei se encargaban de dejar un mensaje interno tan preciso como filoso: Santiago Caputo no había sido parte de las negociaciones con los mandatarios provinciales. “Que no se lleve el logro”, repetían, casi como consigna, con el resultado sellado.

El señalamiento no era menor ni casual. En un gobierno atravesado por disputas de poder, la foto de la victoria también se discute. El cierre del año con la ley de leyes sancionada —una rareza en la política argentina reciente— reforzaba la centralidad de la Casa Rosada, pero también reactivaba la puja silenciosa entre el karinismo y el entorno del asesor presidencial. La advertencia buscaba fijar responsabilidades y, sobre todo, límites: el éxito legislativo debía quedar asociado a la arquitectura política que responde a la hermana del Presidente, con el jefe de Gabinete Manuel Adorni a la cabeza.

Horas antes, desde el círculo de Caputo habían ensayado su propia lectura del escenario. Lejos de confrontar, aclararon que la etapa que se abría iba a ordenar las conversaciones políticas alrededor del ministro del Interior Diego Santilli y la flamante senadora Patricia Bullrich, dos figuras capaces de tender puentes con gobernadores, dialoguistas y sectores del sistema que el mileísmo puro nunca terminó de seducir. No era una rendición ni una retirada, sino un movimiento pragmático para bajar tensiones y preservar el equilibrio interno.

Toda esa secuencia condensa el cierre de 2025 para el gobierno de Milei. Un oficialismo que sumó bancas en el Congreso, logró aprobar el Presupuesto 2026 y se prepara para un verano activo, con la reforma laboral en el horizonte de febrero, pero que lo hace atravesado por una interna feroz, contenida más por necesidad que por convicción.

Un gobierno ordenado, pero sin paz

El resultado de esa tensión administrada fue un gobierno que cerró el año con más orden del que había tenido durante buena parte de 2025, pero no necesariamente con más cohesión. La aprobación del Presupuesto funcionó como un punto de llegada y, al mismo tiempo, como una tregua. Permitió encauzar la relación con los gobernadores, despejar el frente legislativo inmediato y enviar una señal de gobernabilidad hacia los mercados y los actores económicos. Pero puertas adentro no resolvió la pregunta central: quién conduce la política del oficialismo cuando la épica cede lugar a la gestión.

Durante gran parte del año, el poder en la Casa Rosada se movió entre dos polos. Por un lado, Karina Milei consolidó su rol como armadora, guardiana del sello y administradora de los accesos al Presidente. Por el otro, Santiago Caputo expandió su influencia como estratega, operador transversal y cerebro de decisiones que excedieron largamente la comunicación. Esa convivencia fue productiva en los momentos de avance, pero se volvió áspera cuando los costos comenzaron a acumularse. El último tramo del año mostró un repliegue calculado: menos exposición, más delegación y un reparto tácito de funciones para evitar que la interna se transforme en crisis abierta.

En ese contexto, las elecciones nacionales de octubre operaron como un punto de inflexión. Después del traspié de septiembre en la provincia de Buenos Aires, el triunfo le permitió al Gobierno recomponer autoridad, disciplinar a los propios y reinstalar la idea de que, aun con errores y tensiones, el proyecto seguía siendo electoralmente viable. Pero también redefinió la correlación interna de fuerzas: Caputo sobrevivió, aunque herido; conservó influencia estratégica, pero perdió margen para imponer condiciones. Desde entonces, su poder es más defensivo que expansivo, más táctico que ordenador.

Karina Milei leyó ese escenario con claridad. Capitalizó el triunfo para consolidar su rol como garante del orden interno y para fijar límites más nítidos a los movimientos del asesor presidencial. La decisión de encauzar las negociaciones políticas a través de figuras como Bullrich o Santilli forman parte de ese mismo proceso: reducir riesgos, bajar el nivel de confrontación interna y evitar futuros traspiés que vuelvan a desatar una crisis de conducción.

En ese esquema, la flamante jefa del bloque libertario en el Senado emergió como pieza de equilibrio. Su figura funciona como puente entre el núcleo duro del mileísmo y el sistema político tradicional, especialmente en un contexto en el que el Gobierno necesita sostener acuerdos con los gobernadores para avanzar con reformas estructurales. No se trata de un corrimiento formal de Caputo ni de una cesión explícita de poder de Karina, sino de un reconocimiento pragmático: el 2026 exige una musculatura política distinta a la de los dos primeros años de gestión.

Lo que viene

El balance de 2025 deja, así, una doble lectura. En el plano institucional, el oficialismo logró resultados que parecían improbables al inicio del mandato: estabilidad macro relativa, control del Congreso en votaciones clave y una victoria electoral que le dio aire político. En el plano interno, en cambio, quedó expuesta una dinámica de poder frágil, sostenida por acuerdos tácticos más que por una conducción unificada. La paz que se selló hacia fin de año no fue ideológica ni definitiva: fue funcional.

El verano aparece entonces como una zona de transición. Con el Presupuesto aprobado y el calendario legislativo despejado, el Gobierno se prepara para avanzar con la reforma laboral en febrero, consciente de que ese será el primer gran test político del nuevo año. Allí volverán a ponerse en juego los equilibrios internos, el rol de los interlocutores y la capacidad de La Libertad Avanza para transformar poder acumulado en reformas concretas.

En paralelo, la economía sigue siendo un terreno incierto, aun en un contexto de mayor previsibilidad fiscal. El inicio del nuevo año encuentra al Gobierno con vencimientos sensibles en el horizonte inmediato, como el pago de USD 4.200 millones previsto para el 9 de enero, un recordatorio de que la estabilidad sigue dependiendo de un delicado esquema financiero y de la confianza externa.

Es que si 2025 fue el año de la supervivencia y la consolidación, 2026 se perfila como el de las definiciones. No solo en términos de agenda económica y social, sino también en la arquitectura del poder libertario. El oficialismo llega al nuevo año fortalecido hacia afuera pero tensionado hacia adentro. Santiago Caputo sigue en pie, aunque asediado, mientras Karina controla la lapicera y Milei arbitra entre ambos, consciente de que el equilibrio es inestable. El éxito electoral recompuso poder y expectativas, pero no resolvió la interna: apenas la postergó.

PL/CRM