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Opinión - Perdón que interrumpa
Manes, los outsiders y la estatización del “Que se vayan todos”

Martin Rodríguez rojo Perdón que interrumpa

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En política se ponen de moda algunas palabras. Se dicen, se repiten, se empastan, se agotan, se escupe el carozo. Ahora, por ejemplo, la palabra es outsider. Una parte de la política vende outsiders: la estatización del que se vayan todos. Y, paradójicamente, son los radicales los que más suman outsiders. 

La Historia podría decir que la política es tan poderosa que el mejor outsider se vuelve insider como Scioli, Lole Reutemann o Nito Artaza. En una época que cree que puede politizarlo todo –porque todo puede ser político, estamos en un minuto a minuto de dónde empieza lo privado y dónde termina lo público– difícil imaginar un auténtico outsider. Así, parece también difícil que, en el invierno electoral de los años impares, le metan un un outsider a la política, porque habrá que definir a esta altura de este país politizado quién está afuera. Los mejores outsiders aparecen como creaciones de los insiders. Algunos suben al monte y cantan la “Larga vida al sol de la clase política”, pero llega el choque en la frente que el sociólogo Mariano Canal redondea en su imperdible transmisión de tuits en la madrugada: “Guarda con el discurso antipolítica, pero guarda también con el discurso contrario, el de la sacralización de los políticos profesionales, soy hiper weberiano y detesto a los outsiders de la política, pero estamos hablando de 40 años de democracia en los que cualquier indicador social y económico se deterioró a niveles insoportables”. Tanto amor a la ciencia política nos puede hacer esperar sólo resultados politológicos.  

Si todo, todo, todo…es político: ¿qué le dejamos a un año electoral? Algunas politizaciones, a veces, parecen educaciones flojas. Ejemplo: una parte importante de nuestra colonia de artistas quedó traducida en un glosario de gestos solemnes, dramáticos, decir lento y subrayado, mirando a cámara como a los ojos de cielo. Una cosa es la austeridad y otra que ponerse solemne sea sinónimo de ponerse interesante. Pero democracia es también el tiempo que no se borra, lo que fuimos: hace dos décadas Gerardo Romano salía en revista “Gente” mientras hacía fierros, Dady era un Midachi auténtico (una de las personas más graciosas que dio este país), Alfredo Casero hacía el mejor programa de la televisión, Maximiliano Guerra era un cisne y Mirtha siempre Mirtha, y así. La vida de los famosos son la honra tirada a los perros y a las luces de todos los estudios de televisión. La auténtica memoria de la que no podés huir. Beto Brandoni, que se jugó las bolas en los setenta como pocos, hoy parece un mal imitador de Ricardo Balbín. Ni lo bueno ni lo malo podrás borrar. Ellos son su primera piedra.

Todo está guardado en la memoria 

El dueño de un restaurante en una sobremesa humedeció la garganta, hablaba y cuando contaba su vida se le salía un pedazo de historia argentina de adentro. Pim, pum, pam, llegamos a la dictadura, y dijo “no me pasó nada”. Había en su voz algo de fanfa. Iba y venía de Lomas de Zamora a Capital en su auto esos años. En el sur bonaerense había abierto un boliche. “Te paraba la cana, le mostrabas el documento, ‘siga, señor’, lo más bien.” A la media hora contaba cuando, años atrás, había militado en la Juventud Peronista, un secundario revoltoso, y el recuerdo sentido de algunos amigos que no la contaron. Un vaso de agua y un pasado en la gloriosa JP no se le niegan a nadie. Una memoria fragmentada tampoco. La larga duración de la gente a veces entra así: flashes o recuerdos con arreglo a fines. La sociología puede ser también una práctica de autoconocimiento, cerrar el círculo de una vida. Felices en el 73 por la primavera, tranquilos en el 77 por el “orden”; consumistas en el 93 por la convertibilidad, progresistas en el 2003 por la restauración estatal, y así. Todo se llama Argentina. No es que la política tiene que ser así, pero así son muchas personas: hojas al viento en un país donde recurrentemente nos comen los piojos. 

Los famosos deberían despedir twitter: es su retorno de lo reprimido. ¿Quién no fue tentado por los cantos de sirena de una época? ¿Todos tuitearon siempre como ministros de Justicia, con un ombudsman mirando de reojo los 140 caracteres? Hubo un picnic con los tuits de Sabrina Ajmechet donde, para explicarle el contexto a cada uno, se hubiera necesitado prolongar seis meses el cierre de listas. La línea que separa al politizado del político dicta esta enseñanza: cuando ingresás a una lista borrá tu cuenta de twitter. Hasta Santoro y su colección de tuits de un forista de “La Nación” son una de las carpetas mejor guardadas de los tuits borrados. No es que antes no creía lo que ahora cree, es que la política es una revolución permanente de sí mismo. Mientras, las redes sociales son un presente continuo, una matiné donde ves hasta las fotos de las vacaciones de tu primera novia de la primaria. Esa perpetuidad enloquece y más a quienes comen de ahí, a quienes un día dieron el codo mientras boludeaban en el baño y ahora quedaron hundidos hasta el brazo en sus “personajes tuiteros”. Saber parar es el menos común de los sentidos. “Quien hace política pacta con los poderes diabólicos que acechan a todo poder”, dijo Max Weber y lo rimamos hasta el cansancio. Pero Twitter es un gran “juguemos en el bosque mientras el lobo no está”. ¿Lobo, está? 

En esta entrevista Ernesto Sanz es un corazón al desnudo. Los radicales parece que hicieron dos cosas simultáneas: reagrupar el partido y distribuir radicales en los demás partidos. El radical de izquierda, por empezar, un biotipo que el 83 consolidó, y sobrevivió, y se siente cómodo en el kirchnerismo. Es también su hábitat por ese hilo tejido entre alfonsinismo y peronismo de izquierda en la imaginación de unos derechos civiles en permanente expansión. A tal punto que terminó poniendo el candidato número 1 en CABA. Hace un lustro ese lugar era muy disputado. Recordemos cuando en 2011 hubo una interna entre tres (Daniel Filmus, Carlos Tomada y Amado Boudou) que terminó decidiéndose por Filmus en un acto en el que lo anunció Boudou, mientras no podía disimular su sonrisa. “Tenemos mejores planes para vos”, habrá sido la frase que escuchó y que lo hizo prácticamente festejar esa “derrota”. Con la apariencia de esos chicos tan chicos que en la escuelita de fútbol festejan el gol del rival. Lo cierto es que en 2011 más que una interna fue un casting que denotaba una antigua esperanza del kirchnerismo hoy casi perdida: la ciudad se puede ganar. Ya no. La oposición al kirchnerismo sí probó que se puede ganar en PBA…hasta que la gobernó. 

Fiscalicé en 2007 para el FPV con el honor de compartir la tarde con un viejo león. Que ahí, canoso, casi indistinguible, fiscalizaba en su barrio. Recorría los pasillos, llamaba, recibía llamadas, anotaba, iba por un café. En un momento entró al aula y casi en voz baja me preguntó por el resultado de esa mesa (en la que su candidato, Gil Lavedra, había sacado hasta ahí apenas 4 votos). Ante sus ojos cualquiera con ínfulas tenía la cara de representar lo mismo que vio subir y caer: las mil estrellas electorales de la noche democrática. El diablo sabe por viejo. Su firma había estado en los billetes, pero ahí estaba con su birome, su cuaderno, su jean y mocasines gastados en un camino de piedra que une el barrio de las latas y Balcarce 50. Hablo de Rafael Pascual. Buena lección de la democracia: un día le ponés la firma a los billetes, otro día le ponés la firma a una planilla de fiscalización en la que salís cuarto. Al deber cívico se va siempre con la frente en alta y la sangre en el ojo, pero hacés la misma cola que los indiferentes. Las elecciones son históricas, histéricas, histriónicas, la democracia es incómoda, te enseña que a veces se puede cambiar de caballo a mitad del río, te enseña que en el voto billetera mata galán, te enseña que rating no son votos, te enseña la paciencia leal frente a lo que decidiste y no podés cambiar ya, ya, ya, y así. ¿A quién votaste, papá? Ese sí que es un archivo.

MR

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