Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Noruega, el nuevo sueño de los argentinos (parte 4)

El pasado hoy: sindicatos fuertes para una igualdad que sobrevive

Trabajadores  en huelga en Noruega

Ernesto Semán

2

En algunas ciudades de Noruega adonde la pandemia no atacó con dureza durante este año, los estudiantes perdieron más días de clase por la huelga de los sindicatos docentes que por el Covid. A fines de mayo, el Sindicato de Educación inició una huelga escalonada a nivel municipal en demanda de mejoras salariales y de un incremento en la contratación de personal. El paro unió a docentes, personal hospitalario y otros trabajadores municipales. Más de 20.000 empleados públicos estaban en paro, dejando escuelas primarias, hospitales y oficinas públicas cerradas, adornadas con los carteles de “Streik!” (paro) y “Unio” (el sindicato), y precedidas por activistas sindicales explicando el conflicto. 

Una encuesta nacional revelaba que una mayoría de los entrevistados simpatizaba con las demandas a pesar de los trastornos que provocaba en un año ya trastornado. En Bergen, los docentes marcharon por la ciudad con banderas y pancartas; los bocinazos de apoyo los acompañaban en buena parte del trayecto. El 6 de junio el gobierno señaló que la adhesión al paro de un grupo a cargo de la recolección de residuos peligrosos ponía en juego la seguridad pública y amenazó con declarar ilegal el conflicto si el lunes no abrían escuelas y hospitales. A diez días de haber comenzado, el sindicato levantó la huelga sin haber logrado sus objetivos, pero demostró no sólo su poder sino la popularidad de sus demandas en un año de elecciones.

No fue el único paro durante la pandemia. El 21 de setiembre del año pasado, por ejemplo, 3.800 choferes de colectivo entraron en huelga en Oslo y Viken, seguidos una semana después por otros 4.000 choferes en Finnmark, Nordland, Agder y Møre y Romsdal. La Asociación de Profesionales del Transporte reclamaba un aumento salarial general y una compensación por la pérdida del poder de compra del salario sufrida en los años previos. La capital noruega tenía un aspecto distinto sin el transporte público, y la prolongación del conflicto comenzaba a complicar otras actividades. Esta vez, el final fue a favor de los huelguistas: el 1 de octubre, el paro se levantó luego de que el sindicato acordara con las empresas un aumento cercano al 6%, llevando el salario a 87 coronas por hora, más un suplemento de 1 corona adicional por el año 2020. El salario inicial de los choferes se acercaba así a las 300.000 coronas. 

Los sindicatos son una cosa del pasado, ese es uno de sus mejores atributos. El recordatorio de que el progreso no ocurre en una línea recta hacia adelante, de que el presente y el futuro también son el fruto de los vientos que empujan la historia desde atrás. En un día cualquiera, Noruega ofrece un ejemplo categórico de esa cronología oblicua, donde el igualitarismo de un país anclado en la economía moderna sólo puede entenderse a partir la formidable presencia de los sindicatos en la vida nacional. 

Más de un 52% de los trabajadores en Noruega pertenecen a un sindicato, agrupado a su vez en alguna de las cuatro centrales: Dos -LO y YS- dominantes entre obreros y trabajadores menos calificados, y otras dos -UNIO y Akademikerne- que agrupan sobre todo a trabajadores calificados. El alcance de los convenios colectivos, a su vez, cubre a cerca de un 70% de los 3 millones de trabajadores noruegos, un porcentaje que se ha mantenido más o menos estable desde 1972. En Noruega no existe el salario mínimo universal establecido por ley, sino que se arregla en convenios por rama sindical, tornando la influencia de las organizaciones de trabajadores en un dato excluyente de la economía. Es uno de los países con la tasa de sindicalización más alta del mundo, detrás de los otros países nórdicos (Suecia, Finlandia y Dinamarca). 

Pero la fuerza de la sindicalización no se expresa solo en la negociación salarial por sector. Los representantes de los sindicatos están presentes en todos los lugares de trabajo y controlan la relación de los empleadores con sus afiliados. ¿La empresa de limpieza del banco obliga a la empleada a limpiar más oficinas por hora? El representante sindical interpone un control. Un representante sindical controla también los tiempos de descanso y las condiciones de seguridad estrictas en las plataformas petroleras ¿Los trabajadores de un servicio de delivery quieren armar su gremio? El sindicato hace un asesoramiento completo. ¿La universidad termina el año con un aumento salarial muy leve? El sindicato negocia cada pedido de aumento individual basado en el trabajo de cada uno de sus representados.

En Argentina, los estudios sobre los orígenes del peronismo siempre destacan que un cambio fundamental para los trabajadores durante el ascenso de Perón fue la relación con los jefes y patrones en las fábricas y la percepción de que los sindicatos les ofrecían ahora no solo protección sino la defensa de una dignidad innegociable. Algo de eso explica, también, la forma en la que los sindicatos penetran la vida diaria nórdica. En un país con un pico de desempleo del 5% en medio de la crisis provocada por el Covid, ese 70% de los trabajadores cubiertos bajo los convenios colectivos y esa presencia permanente de los sindicatos en la vida laboral le dan forma al paisaje social del país como casi ningún otro factor. Y aún en sus años más moderados, son siempre una demostración de fuerza: en 2020, en plena pandemia, Noruega tuvo 135.768 horas de trabajo perdidas por huelgas, la cifra más alta de los últimos ocho años. 

¿Pero por qué puede parar un noruego? ¿Qué puede reclamar un docente? Un maestro de escuela pública primaria puede ganar cerca del salario promedio noruego, unas 600.000 coronas anuales (o 68.000 dólares, o 1.221 kilos de salmón de criadero al valor del Nasdaq Salmon Index, o 885 barriles de crudo al momento de escribir esta nota). En general trabajan con grupos de no más de 20 estudiantes (un número establecido por ley), en aulas que en muchos casos parecen cines o salones de descanso, con días dedicados a la formación y revisión de programas y cursos de formación estables. ¿De qué se quejan? De que, por ejemplo, la cantidad de contrataciones temporarias creció exponencialmente en la última década, de que el salario ha perdido poder de compra de forma lenta pero sostenida en los últimos cinco años. De que en algunos lugares como ciertas zonas del este de Oslo o sur de Bergen el crecimiento de la matrícula de inmigrantes casi erradicó la presencia de estudiantes noruegos, convirtiendo a la escuela en accesorios para revertir una marginalización que las excede. Es muy difícil regular el conflicto diario entre estudiantes con ideas tan distintas como las que pueden provenir de, por ejemplo, familias de Eritrea, Lituania, Argentina y Sudán; es casi imposible hacerlo en un país donde la dimensión punitiva es casi inexistente: en Noruega no hay sanciones, ni hay libretas, no hay notas, no se penaliza las llegadas tardes, no se repite el grado, los maestros no gritan. Todo eso se reemplaza por sistemas mucho más efectivos pero también más demandantes: la denuncia de un padre de un problema entre su hija y otro estudiante lleva a una reunión con las autoridades de la escuela, un plan de acción de hasta tres meses aprobado por la comuna, un chequeo quincenal en personal y por email, y una evaluación colectiva que debe ser refrendada por todos los involucrados. La pandemia incrementó la presión sobre estos problemas, al tiempo que demostró las carencias de la última década: el reclutamiento de docentes bajó un 17% y el 15% de los maestros que están al frente de una clase no tiene formación docente. Quizás eso explica también el apoyo que tuvo la huelga y el poder que tiene el sindicato. Algo de esto también ayuda a explicar porqué UNIO -cuyos miembros son sobre todo docentes y personal de salud- es una central no alineada políticamente que, pese a tener menos miembros, compite en legitimidad con la histórica LO, aliada al partido laborista. 

Los servicios de delivery

En el entramado de acciones gremiales, huelgas, negociaciones salariales y presencia en los lugares de trabajo está la fuerza de un sindicalismo que mantiene cohesionada y próspera una fuerza laboral extendida. En los bordes de ese paraíso, en cambio, están los servicios de delivery. 

En Noruega, el servicio de delivery dominante se llama Foodora, una subsidiaria de Delivery Hero, la multinacional sueca con base en Alemania y que en Argentina controla PedidosYa. La compañía arrancó en Oslo en el 2015, con el modelo que caracteriza a la economía de las aplicaciones: los encargados del delivery eran empleados de la compañía -a diferencia de lo que ocurre en casi todo el resto del mundo, donde son autónomos- aunque casi todos eran sólo part time, y los ciclistas debían hacerse cargo del mantenimiento y seguridad de sus bicicletas. El pago estaba en el piso de la escala salarial, no incluía seguros y, como en el resto del mundo, el diseño incentivaba una mayor productividad (más entregas por hora) sin limitaciones. En un país en el que las relaciones laborales aparecen tan reguladas, los sindicatos tan fuertes, las condiciones económicas tan buenas y el desempleo tan bajo, ¿quién podía integrar la fuerza precarizada que caracteriza a los mercados laborales dualizados?

Los inmigrantes. Noruega tiene hoy unos 900.000 inmigrantes o hijos de inmigrantes, un 18% de la población, el doble que hace dos décadas. La cifra puede no ser impactante en otros lados, pero representa un cambio estruendoso en un país en el que no es infrecuente que un vecino trace las raíces de su familia en el barrio a 200, 300 o 400 años atrás. De ese total, 240.000 son refugiados de un pequeño grupo de países como Eritrea, Afganistán o Siria, mientras que unos 120.000 llegan de Polonia (Argentina contribuye con sólo 1.300 inmigrantes). Y aunque la situación de los inmigrantes es mejor que en muchos otros países, su precariedad es tanto simbólica como material: en el 2015, durante la “crisis inmigratoria” europea, el gobierno conservador creó el Ministerio de Inmigración e Integración y tuvo la deferencia de dejarlo a cargo del Partido del Progreso, la agrupación de ultra derecha con la política migratoria más restrictiva de todo Noruega.

Esa masa de inmigrantes constituyó el potencial de un mercado precario: el desempleo entre los inmigrantes es el 9,5%, casi el doble que el desempleo nacional. “Era muy, muy difícil encontrar a algún compañero de trabajo que fuera noruego. Algún estudiante quizás, pero lo normal era que fuéramos todos inmigrantes, los únicos que podíamos aceptar esas condiciones”, recuerda Favio González, un venezolano que salió de su país en el 2010 y trabajó con Foodora entre el 2018 y el 2020. 

De ahí que los primeros esfuerzos de la empresa estuvieran dirigidos a mantener a sus empleados alejados de los sindicatos. González recuerda cuando él y otros seis inmigrantes de África y América Latina que hacían entregas a domicilio en auto buscaron organizarse como sindicato para demandar  mejoras en el pago y que la empresa se hiciera cargo de algunos costos de mantenimiento del auto. Contactaron al sindicato de choferes, que empezó a asesorarlos y a conversar con la compañía sobre las condiciones de trabajo. La conversación no fue extensa. “Fue como la mafia”, recuerda González. “Un día nos sentaron, dijeron que lo del sindicato sería muy costoso para la compañía y que preferían no renovarnos el contrato: O renunciábamos a armar el sindicato o estábamos despedidos.” 

Pero en Noruega, la ilusión de mantener una fuerza laboral extensa por fuera del abigarrado sistema de protección duró poco. En agosto del 2019, un grupo entre los 600 ciclistas de Oslo iniciaron una huelga en demanda de aumentos en el pago por hora y en el pago por comida, la cobertura de las reparaciones de las bicicletas, el seguro, las regulaciones en los horarios de disponibilidad. En una semana, la mayoría de los ciclistas estaban en huelga, mientras el sindicato (el Fellesforbundet, que nuclea a trabajadores del sector privado) negociaba con la empresa. El 29 de setiembre, luego de seis semanas de huelga, la empresa aceptó la negociación del sindicato, incluyendo un aumento cercano al 7% en los salarios de los empleados full time, la posibilidad de retiros anticipados y la cobertura por parte de la empresa de los costos de mantenimiento de las bicicletas. El acuerdo, tal como establecen los convenios por rama en Noruega, no sólo rige para Foodora sino para todos los trabajadores que hacen entregas a domicilio en bicicleta.

Fue la primera negociación colectiva en el mundo entre los trabajadores de las empresas de delivery y una multinacional del sector.

La economía de las aplicaciones es una cara de la desigualdad. La receta para crearla: se combinan una porción de avances tecnológico con dos porciones de una clase media abundante con buen poder disponible, y se disuelven luego en una franja precaria del mercado laboral. González contaba la indignación que le provocaba llevar comida de 2.500 coronas en viajes de media hora hasta casas por las que recibía un total de menos de 100 coronas. Si esa es una manifestación de la desigualdad, la organización sindical aparece como un formidable obstáculo para su profundización.

Así las cosas, es cierto que la desigualdad ha crecido exponencialmente en los últimos 20 años, pero hasta ahora esto ha tenido que ver sobre todo con el enorme poder de los ricos más que con la extensión masiva de la pobreza. En Noruega, el milagro tiene cara de pasado: es un sindicalismo fuerte, que ha hecho mucho por moderar los cambios más bruscos contra la seguridad laboral. El futuro es incierto.

ES

Etiquetas
stats