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diciembre 2001 - 20 años

Una tragedia sobre la que se proyecta la escena del presente

Buenos Aires, 20 de diciembre de 2001.

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Algunos, que ya éramos mayores de edad cuando llegó diciembre de 2001, sufrimos desde entonces una alteración en la mirada que nos hace ver los últimos 20 años de una manera particular. Marcados a fuego por ese momento en el que la válvula de una olla a presión voló por los aires, vemos al sistema político al revés. No nos sorprende la crisis de representación, el abstencionismo, el voto nulo y el voto en blanco. Al contrario, nos cuesta creer la legitimidad que los partidos políticos mayoritarios adquirieron en tiempo récord después de aquella eclosión y que todavía tienen, en un contexto sólo comparable al de la gran crisis que terminó en estallido.

Después de las jornadas del 19 y 20 de diciembre, de los saqueos en el conurbano, de la represión en las inmediaciones de Plaza de Mayo, de los 39 muertos en todo el país, de los cinco presidentes en una semana y de infinidad de manifestaciones que terminaban en las puertas de la Casa Rosada durante los meses posteriores a la caída de Fernando De la Rúa, la dirigencia política recuperó su lugar en un lapso que para la historia duró un abrir y cerrar de ojos. 

Nos cuesta creer la legitimidad que los partidos políticos mayoritarios adquirieron en tiempo récord después de aquella eclosión y que todavía tienen, en un contexto sólo comparable al de la gran crisis que terminó en estallido

Fue Néstor Kirchner el que, como representante del antiguo régimen que acababa de caer, encausó la energía destituyente de esos días y se apoyó en ese caudal de hastío para ganar la legitimidad que Carlos Menem le había negado en su huida ante una derrota segura. Aún con la desconfianza que generó siempre entre sus pares y detractores, Kirchner primero y sus herederos después se esforzaron por devolverle entidad a un sistema político que, una vez más, iría del auge a la decadencia. Asumieron una lectura institucionalista de lo que representó la crisis de 2001 y la invocaron de forma recurrente como una amenaza que la política estaba obligada a conjurar. El “que se vayan todos”, decían, no había sido una consigna liberadora después de un largo período de padecimientos sin horizonte de ningún tipo sino una muestra peligrosa de la antipolítica. Así lo creyeron las nuevas generaciones, incluso las que hasta Kirchner habían impugnado el sistema de partidos de todas las maneras posibles. Esa función de dique de contención representaron Néstor y Cristina sobre las cenizas de la partidocracia, aunque sus adversarios -entre mezquinos y suicidas- nunca pudieran reconocerlo. Si Eduardo Duhalde decía de sí mismo ser el último exponente de una generación de “políticos de mierda”, los Kirchner en cambio decidieron presentarse como lo nuevo a partir de un proceso que sí lo fue y que convirtió en burocracia estatal a gran parte de una militancia de pasado radical que había nacido en el rechazo a Menem. El formidable boom de los commodities, la recuperación económica y la creación de empleo sobre el campo arrasado de los salarios que provocó la devaluación del 300% permitieron esa operación que, una vida después, resulta difícil de emular.   

La ruptura de la alianza UCR-Frepaso y el derrumbe de la ilusión de cambio que generaba el bloque antimenemista en apenas dos años consagró el fin de una época que había montado, sobre el liderazgo de Menem, la ficción contable de la Convertibilidad ideada por Domingo Cavallo. Como parte de una historia circular, el ex ministro de Economía es uno de los espectros que regresa hoy vestido de autoridad para iluminar a un establishment que camina a tientas, siempre en busca de atajos. 

Pero ese diciembre que vuelve en forma de efemérides y de imágenes de un pasado que parece irrepetible había sido producto de una decadencia prolongada que combinaba la recesión, la desocupación, la desigualdad, la frivolidad y la distancia creciente entre lo que se decidía desde arriba y lo que se padecía bien abajo. Hoy obturado por un gran dispositivo de reducción de daños que surgió del estallido y va dirigido a millones de personas que habitan en los bordes, ese diciembre es todavía el fondo sobre el que se desarrolla la escena del presente. Para algunos, una confabulación organizada por el peronismo; para otros, una crisis típica de las que solo podía incubar el radicalismo; para muchos, un abismo de espontaneidad al que nunca hay que volver a asomarse. 

“La casta”

Veinte años después, estamos otra vez preguntándonos por la legitimidad de la casta política, según la definición de Javier Milei, el economista megaliberal que impone su cadena nacional en televisión, es furor en las redes sociales, cautiva a la juventud de extrema derecha y profana la iconografía progresista: canta “Se viene el estallido” mientras reivindica a Cavallo y define a Menem como el mejor presidente de la historia. 

Un estudio reservado de la consultora Fixer elaborado durante el octubre preelectoral de este año indica que la Argentina enfrenta su mayor crisis de expectativas desde 2001. Dirigida por jóvenes que forman parte del PRO y fueron parte del gobierno de Mauricio Macri, la consultora decidió no difundir el trabajo antes de las elecciones de noviembre porque reunía el alto pesimismo social con una caída profunda y prolongada de toda la dirigencia del Frente de Todos y un alto desencanto del propio electorado con el kirchnerismo con Alberto Fernández. También una baja en la consideración de parte de la línea blanda de Juntos. 

Argentina asiste a un momento que tiene diferencias y similitudes con aquel 2001. En lo económico, la peor pandemia del último siglo encontró al país en un proceso de recesión, alta inflación, pulverización de los ingresos, caída de consumo, pobreza extrema, mayor desigualdad y alto endeudamiento con el FMI, el actor principal que Macri trajo de regreso como parte de una película que la sociedad ya vio mil veces. Después de un año y medio largo de encierro y restricciones, el 60% de la población está vacunada con dos dosis y hay sectores de la economía que empiezan a crecer por encima de los niveles prepandemia, mientras otros apenas rebotan. Sin embargo, a la caída del salario real -hoy entre 20 y 25 puntos por debajo de 2016- se le suman los problemas de empleo que están en el punto más elevado desde el fin de la Convertibilidad. 

La inflación no solo es una de las primeras preocupaciones sociales sino que se estacionó en un promedio que es el doble de la que tenía Cristina Fernández y toca ese nivel con las tarifas semicongeladas desde hace bastante más de dos años y el dólar oficial que sube menos de la mitad que el IPC. Los dólares no alcanzan para pagar la deuda de U$S 44.000 millones que dejó Macri con el Fondo, financiar un crecimiento que demanda aumento de importaciones y frenar a la divisa en el mercado paralelo. 

Considerado como prioritario por todo el establishment y la mayor parte de la dirigencia política, si es que se concreta, el acuerdo con el organismo de crédito que hoy preside Kristalina Georgieva traerá en el corto plazo reducción del déficit fiscal vía recorte de subsidios y aumento de tarifas, suba del dólar, más inflación, caída del poder adquisitivo y bajo crecimiento, de acuerdo a las previsiones de la consultora PxQ, que dirige Emmanuel Alvarez Agis. 

En lo político, el escenario también es delicado y el desencanto es un estado que se expande entre las mayorías. La oposición llegó al poder en 2015 tras el agotamiento del kirchnerismo, después de 12 años de ser una fuerza testimonial y fragmentada que no trascendía el estado de la queja. Una vez en el gobierno, las enormes expectativas que Macri había despertado dentro y fuera del país se consumieron en 2017. El primer político de cuna empresaria en aterrizar en lo más alto del Estado sin una identidad prestada por los partidos mayoritarios se abrazó al endeudamiento externo hasta que pudo y llegó con la lengua afuera a terminar su mandato gracias al apoyo de Donald Trump en el directorio del Fondo. Aun con un respaldo social irreductible, Macri fue el único presidente que se quedó sin reelección y no llegó siquiera al balotaje. El Frente de Todos hubiera sido inconcebible si su debacle no hubiera sido tan pronunciada. 

A diferencia de lo que sucedía hace 20 años, cuando el fin del menemismo y el fracaso de la Alianza dieron paso a un desierto de escepticismo, la legitimidad del sistema político se sostiene en base a la polarización y el rechazo al otro

Dos años más tarde, la reunificación del peronismo resultó en una derrota estrepitosa en las legislativas de noviembre, una caída apenas atenuada por la catástrofe de las PASO y los peores vaticinios que no se cumplieron. Que la remontada en la provincia de Buenos Aires, que no alcanzó para evitar la derrota, haya encendido al oficialismo de entusiasmo delata, sobre todo, su propia debilidad. El Gobierno se veía a sí mismo al borde de la ruptura interna y la desintegración, en un contexto económico difícil y con el dólar como amenaza. Solo por eso festeja.  

La victoria de Juntos en 15 provincias y la pérdida de la mayoría en el Senado son la punta del iceberg de un escenario en el que el antiperonismo mantiene una base más estable que la del peronismo y se perfila para crecer camino a 2023 a partir de electorados como el de Milei, José Luis Espert o Cynthia Hotton. El peronismo kirchnerista perdió en el territorio madre de todas las batallas la cuarta elección legislativa consecutiva y su deseo de renacer una vez más en las presidenciales asoma obturado por la escasez, la inflación y la falta de dólares. 

A diferencia de lo que sucedía hace 20 años, cuando el fin del menemismo y el fracaso de la Alianza dieron paso a un desierto de escepticismo, la legitimidad del sistema político se sostiene en base a la polarización y el rechazo al otro. Si el kirchnerismo construyó una feligresía irreductible que primero votó a Daniel Scioli y después sobrevivió a la intemperie del macrismo, la ruina de Cambiemos en el gobierno alumbró también una iglesia antiperonista que es capaz de ignorar los resultados concretos de la aventura de Macri en el poder. 

Dos indentidades con respaldo social

Pese a sus limitaciones, las dos identidades nacidas de 2001 como parte de un espejo refractario mantienen una cuota notable de respaldo social. La contracara es la participación más baja desde el regreso de la democracia, 71%, que acaba de registrarse en noviembre. De acuerdo al escrutinio provisorio, de un padrón de 34.385.460 de personas, votaron 23,3 millones, algo más que el piso de septiembre. De ese universo, Juntos y el Frente de Todos captaron la mayor parte de las voluntades, más de 17,6 millones de votos. La oposición obtuvo el 42,18% (9.798.295) y el oficialismo 33,87% (7.868.299).

Veinte años después de que De la Rúa se fuera en helicóptero, la gran novedad es la reconstrucción del bloque no peronista como alternativa de poder estable. Dentro de ese espacio y mirado en perspectiva histórica, lo más llamativo no está en la cantera del PRO que busca desplazar a Macri del centro de la escena sino en el renacimiento del radicalismo. A la salida de un largo invierno, la UCR se cobijó en el espacio que lideraba Macri y haber sido furgón de cola en la gestión le permitió protagonizar las primarias abiertas en todo el país con ínfulas de refundación. Facundo Manes, Martín Tetaz y Martín Lousteau amplifican en el AMBA un fenómeno que se extiende de sur a norte, con nuevos dirigentes y más peso en el Congreso a partir de diciembre. El radicalismo quiere liderar el espacio no peronista. 

Hay, sin embargo, un continente en expansión que desborda los límites de la polarización y nace de la insatisfacción creciente. A los 11 millones de personas que decidieron no ir a votar en la última elección se le suman 1.153.886 (3,5% del padrón) que entraron al cuarto oscuro y expresaron algún tipo de rechazo a la oferta electoral. El 14 de noviembre votaron en blanco 717.535 personas y anularon su voto otras 436.351.

A ese cuadro de abstencionismo e impugnación, se agrega el surgimiento de economistas que se paran a la derecha de la alianza Juntos y se lanzan a la política subidos a una ola global. Lo mismo que defiende Ricardo López Murphy desde adentro del bloque PRO-UCR-CC, hacen desde afuera predicadores como Milei y José Espert, dos abanderados del ajuste sin gradualismo de ningún tipo. Para todos ellos, Macri, el ex columnista televisivo Nicolas Dujovne y la ex jefa del Fondo Christine Lagarde pecaron de tibieza. A los 310.036 (17% en la Ciudad) votos del liberal que canta sobre el escenario y trabaja para el magnate Eduardo Eurnekian se le suman los 656.498 (7,50% en provincia) del best seller que pide convertir en un queso gruyere a “los delincuentes” y se podrían agregar también los 257.568 de la evangelista Hotton. 

A un mundo de distancia y como parte de una escena donde la confrontación central da paso a una nueva polarización en los márgenes, crece el Frente de Izquierda Unidad. La coalición trotskista logró su mejor elección desde su nacimiento hace 10 años, obtuvo 1.429.787 votos y alcanzó resultados sorprendentes en la Ciudad de Buenos Aires, Jujuy y el conurbano bonaerense. Lo más notable fue la expansión en la provincia gobernada por Axel Kicillof, donde se alzó con 596.723 votos. 

La izquierda consiguió un récord de adhesiones en La Matanza (9,68%), Merlo (10,50%), Moreno (9,27%), José C. Paz (9,25%), Florencio Varela (8,30%) y Morón (8,33%) pero además llegó al 7% en 24 distritos de la provincia y estuvo apenas por debajo en Quilmes (6,96%), San Martín (6,89%), Tres de Febrero (6,81%) y Ezeiza (6,94%). Hasta en localidades del interior bonaerense como Coronel Pringles rompió todos los pronósticos y obtuvo el 19.47% de los votos. Que tanto unos como otros intenten competir en elecciones puede ser considerado algo auspicioso para los defensores del sistema, pero enciende alarmas sobre una situación límite, donde el número de los que no votan, anulan su voto o votan por fuera de Juntos y Todos va camino a empardar los millones de votos que lograron entre las dos coaliciones. 

Tanto como lo de Milei o Espert, aunque muchísimo menos promocionada, la perfomance de la izquierda que se para más lejos del kirchnerismo no entra en el recipiente de la grieta. 

El sube y baja del poder, el empate tenso entre dos bloques que se anulan mutuamente y las dificultades para imponer un proyecto de mediano plazo muestran el talón de Aquiles de un sistema político que ofrece en su maqueta de futuro un nuevo ajuste como solución a los problemas estructurales que la Argentina no logra resolver. Esa debilidad abre un enorme signo de interrogación sobre la legitimidad de la dirigencia que se postula para gobernar porque la situación socioeconómica se parece más a un campo minado que a una nueva oportunidad.

DG

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