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Nadia Luna

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Desde que se decretó la pandemia de coronavirus en marzo, las y los científicos argentinos trabajaron a contrarreloj para tratar de aportar soluciones que permitan contener la propagación y los efectos de la pandemia. Muchos dejaron sus líneas de investigación de lado, esas que en los tiempos de la ciencia llevan años de trabajo, para volcarse a desarrollar kits de diagnóstico, posibles tratamientos, estudios sociales para evaluar el impacto de las medidas sanitarias y una innumerable cantidad de dispositivos e insumos para un sistema de salud que siempre estaba al borde del colapso.

Un aspecto clave para que estos desarrollos pudieran concretarse fue el financiamiento. La primera medida del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación (MINCYT), que se había restituido hacía apenas unos meses luego de que el gobierno de Mauricio Macri lo degradara a Secretaría, fue crear la Unidad Coronavirus COVID-19. Desde allí, en conjunto con el CONICET y la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i), lanzaron diversas convocatorias para financiar proyectos que contribuyan a hacer frente a la pandemia. En solo un mes, la primera de ellas, que tuvo una inversión de 300 millones de pesos, recibió más de 900 postulaciones.

También fue fundamental el rol de las universidades públicas, que pusieron sus recursos humanos y materiales al servicio de las necesidades de la sociedad. Una de las primeras tareas que tuvieron fue aliviar la carga del Instituto ANLIS-Malbrán, hasta entonces el único centro que realizaba las pruebas de diagnóstico de coronavirus. Así, se armó una red federal de laboratorios que se fue ampliando con el correr de los meses. Una de las universidades que participó de esta misión es la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).

“Lo más interesante de esta experiencia fue poner al servicio de la comunidad todos los conocimientos que teníamos. Somos las y los hijos de la universidad pública trabajando de manera voluntaria y a disposición del territorio donde está anclada nuestra casa. Hacer este aporte fue lo más gratificante que nos pasó en medio de un año que nos pegó por todos lados y en el que sufrimos la pérdida de familiares y compañeros”, dijo a El DiarioAr Alejandra Zinni, directora del Departamento de Ciencia y Tecnología de la UNQ. 

Al principio, eran 9 profesionales, entre especialistas en microbiología, bioquímica y virología, que fueron recolectando equipos de distintas partes del Departamento para armar el laboratorio. Al poco tiempo, el equipo creció hasta tener 23 investigadores y la capacidad de testeo se incrementó de 40 a 400 muestras diarias. “Llevamos realizados más de 30.000 test de diagnóstico. Tuvimos mucho acompañamiento de la universidad, el municipio y el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires”, destacó Zinni.

El método más usado para realizar este tipo de diagnóstico es la tecnología Real Time PCR (reacción en cadena de la polimerasa, por sus siglas en inglés), que es el más preciso pero tiene el inconveniente de que requiere personal entrenado y equipos costosos. Por eso, hubo equipos de investigación que se abocaron a desarrollar kits de detección rápida de bajo costo y sencillos de utilizar. 

Los primeros fueron el NEOKIT-COVID-19, fabricado por el Instituto Milstein (CONICET / Fundación Pablo Cassará); el ELA-CHEMSTRIP, de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y la UNQ; y el CovidAr IgG, un test serológico desarrollado por el Instituto Leloir y el CONICET que, a diferencia de los de detección del virus, mide la presencia de anticuerpos. Estos kits pudieron desarrollarse en tiempo récord porque todos los equipos venían trabajando desde hacia años en la investigación de este tipo de tecnologías para otras aplicaciones. 

Los creadores del NEOKIT son los mismos que en 2017 desarrollaron el primer kit molecular argentino para Chagas. Luego, hicieron otros para dengue, zika y chikungunya. Carolina Carrillo, integrante del equipo, contó: “Fabricar el kit para COVID significó lograr la visibilidad de toda la experiencia que veníamos desarrollando. Yo estudié biología y me dediqué a hacer desarrollos tecnológicos transferibles porque quería que mi trabajo tuviera un impacto social y esto fue un ejemplo de eso. Hay pueblos en todo el país que han tenido acceso a un diagnóstico rápido y efectivo gracias al NEOKIT”.

Respiradores, sanitizantes y succionadores de virus

Muchos investigadores se dedicaron a producir insumos como alcohol en gel, mascarillas de protección con impresión 3D y respiradores artificiales para los centros de salud locales. La física Adriana Serquis lidera un equipo del Centro Atómico Bariloche, perteneciente a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CAB-CNEA), que produce sanitizantes y desinfectantes desde el comienzo de la pandemia. El pedido llegó a través de movimientos de la economía popular, que necesitaban elementos de higiene para poder repartir alimentos en comedores y merenderos. 

Comenzaron con una producción de unos pocos litros por semana hasta que expertos del área de mecánica les adaptaron varios equipos para poder escalar y llegar a unos 400 litros por mes. “Nos costó conseguir los insumos y la logística necesaria. Pero recibimos la colaboración de mucha gente y hubo un enorme trabajo de articulación con organizaciones, sistema de salud y Estado que hicieron posible nuestro trabajo”, señaló Serquis.

Desde Salta, la ingeniera Mercedes Cruz, investigadora del Instituto de Investigaciones para la Industria Química (INIQUI), perteneciente a la Universidad Nacional de Salta y al CONICET, cuenta que una de las necesidades principales que se plantearon allí fue “cómo cuidar a los que nos cuidan”. Por eso, aprovecharon la experiencia que tenía el instituto en la detección de microorganismos en agua y desarrollaron un método para medir la carga viral de SARS-CoV-2 en ambientes hospitalarios.

“Trabajamos principalmente con el Hospital Papa Francisco y siempre tuve mucho apoyo de todo el personal. El objetivo es brindar información precisa para poder tomar medidas que permitan disminuir el riesgo para los trabajadores”, explicó Cruz. El dispositivo es un colector de aire que se pone en el ambiente a monitorear y funciona como un “succionador” de microorganismos. Para analizar la carga viral, los investigadores adaptaron la técnica de PCR para poder no solo detectar la presencia del virus sino también cuantificarla. 

Por otro lado, hubo desarrollos destinados a desinfectar espacios, como el cañón de ozono del Instituto Argentino de Radioastronomía, perteneciente al CONICET, la Universidad Nacional de La Plata y la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires. Este artefacto genera un gas que se acopla a la estructura molecular de virus y bacterias, y destruye la membrana grasa que los recubre. 

Otra necesidad generalizada en los centros de salud fue la de respiradores y equipos de ventilación alternativos. Hubo numerosos desarrollos al respecto, entre ellos, los de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y la Universidad Nacional de Santiago del Estero (UNSE). En la mayoría de los casos, se asociaron con pymes locales que aportaron los insumos y abarataron los costos.

El ingeniero Lucas Moscatelli, integrante del equipo de la UNSE, cuenta que adaptaron los conocimientos de electrónica para trabajar en la automatización de un resucitador manual sencillo de utilizar y de bajo costo. “Como había gran escasez de insumos, tuvimos que utilizar el ingenio para armar circuitos con partes de otros equipos. Fue un lindo desafío y el conocimiento que generamos sirve para otros usos, más allá del COVID”, remarcó.

Terapias, trabajos territoriales y la vacuna

Además de insumos, hubo muchos equipos que se dedicaron a investigar posibles terapias contra el COVID-19. Un ejemplo es el suero hiperinmune anti-SARS-CoV-2, un tratamiento basado en anticuerpos policlonales equinos desarrollado por una articulación público-privada de varias instituciones, encabezada por la empresa Inmunova. Por su parte, investigadores del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) lograron neutralizar el virus con una terapia de anticuerpos derivados de llamas y huevos de gallinas. 

En tanto, la bióloga Juliana Cassataro dirige el equipo de la UNSAM que está desarrollando una vacuna contra el COVID-19. Está basada en la tecnología de proteínas recombinantes, que es una de las más seguras que existen. “Encontramos una fórmula que da muy buenos anticuerpos neutralizantes y respuesta celular T. Tenemos un preacuerdo con una empresa argentina para ver si en un tiempo podemos empezar la etapa clínica. Aunque lleguen las otras vacunas, lo que hacemos acá podrá servir para refuerzos y poblaciones que por algún motivo no puedan aplicarse las vacunas basadas en adenovirus o ARN”, explicó Cassataro.

Las ciencias sociales también estuvieron al pie del cañón para analizar y tratar de reducir los impactos de la pandemia en los sectores más vulnerables. En ese sentido, las universidades de General Sarmiento (UNGS), José C. Paz (UNPAZ) y Arturo Jauretche (UNAJ) crearon Barrios por la Salud, un espacio con recursos y herramientas para acompañar el trabajo territorial de las organizaciones. Por su parte, un equipo del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM se abocó a analizar cómo afectó el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) a mujeres y disidencias.

Según el informe, uno de los problemas que más se repetían fue que la desigual distribución de las tareas de cuidado se profundizó: el 84% de las mujeres y disidencias urbanas, y el 94% de las rurales y originarias, dijo ser responsable de las tareas domésticas durante la cuarentena. “Un dato importante del estudio tiene que ver con la sororidad y la comunidad de las mujeres, que lograron generar redes para abastecerse de los insumos sanitarios que escaseaban, reforzando el tejido comunitario preexistente que les permitió enfrentar la crisis de otro modo, siempre juntas”, afirmó Bidaseca.

La lista de investigaciones y desarrollos aportados por los científicos y científicas argentinos para enfrentar la pandemia es enorme y esto es solo una muestra de lo que fueron haciendo a lo largo del año. Detrás de cada equipo, además, está el trabajo del personal técnico, administrativo y de limpieza, de los que muchas veces no se habla pero sin los cuales ningún desarrollo sería posible. 

Seguramente, la lista de desarrollos científicos argentinos continuará creciendo en el 2021. Si hay algo que la pandemia visibilizó es la importancia de la inversión en ciencia y tecnología a largo plazo. Eso fue lo que permitió contar con un sistema científico robusto y federal que, a pesar del desfinanciamiento sufrido durante los últimos años, fue capaz de dar respuesta rápida a las necesidades de cada rincón del país.

NL

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