El triunfalismo que arrastró a la India a otro infierno, entre fiestas y reuniones sociales

Michael Safi

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El período transcurrido entre septiembre de 2020 y febrero de 2021 pasará a la historia de India como el tramo de los meses perdidos. A diferencia de la tendencia global, durante los meses más fríos del año el número de casos de Covid-19 en el país descendía abruptamente hasta alcanzar totales diarios de tan solo cuatro cifras.

Era inexplicable. ¿Se debía al clima de India? ¿A algún tipo de protección generada con la vacunación infantil? Algunos incluso especulaban que India podía haber alcanzado de forma natural la inmunidad de rebaño. Una idea tentadora que se impuso en los altos círculos de la política, los medios y el mundo académico del país. Esa posibilidad de la inmunidad de rebaño llegó a sugerirse incluso en un estudio encargado por el Gobierno.

Pero la realidad ha demostrado que fue un error de cálculo. Uno de los más nefastos, hasta el momento, en la pandemia. Con 360.000 contagios diarios y 3.200 personas muriendo cada 24 horas en el país, debido al coronavirus, aquella pausa entre oleadas de Covid-19 es vista ahora por muchos como una cruel ilusión.

“Se retomaron por completo las elecciones, las fiestas religiosas y todo lo demás”, dice Sujatha Rao, exsecretaria del Ministerio de Salud y Bienestar Familiar. “Fue un error muy grave y hemos pagado un precio muy caro por ese descuido. Un precio muy alto”, asegura.

Cualquier sistema sanitario del mundo se habría visto desbordado por un brote con el tamaño de esta segunda oleada en India, alimentada por variantes del Covid-19 aparentemente más contagiosas que las anteriores. Las dificultades son aún mayores para el sistema de salud indio, que figura tradicionalmente entre los peor financiados del mundo y debe atender a una población enorme y dispersa.

Pero según expertos en salud pública, y entre ellos algunos asesores del Gobierno, la dimensión que ha alcanzado el brote actual también es en parte un fallo humano. El resultado de un sentimiento de excepcionalidad que emanaba de la cúpula del gobierno y se extendió por toda la sociedad, dando lugar a un sinfín de decisiones administrativas y personales que en pocos meses demostraron ser desastrosas.

Según K Srinath Reddy, presidente de la Fundación de Salud Pública de India, “en enero hubo una mala interpretación, se creyó que se había alcanzado la inmunidad de rebaño y que una segunda oleada no era probable”. “India se puso en modo celebración total y ya sabemos que el virus viaja con las personas y que celebra con las multitudes”, dice.

Pese a seguir todas las advertencias para que la gente mantuviera las precauciones, todos los niveles del Gobierno relajaron las restricciones, permitiendo celebraciones sociales multitudinarias y avanzando con la estridente campaña electoral. La COVID-19 seguía propagándose en estados como Kerala o Maharashtra, pero la interpretación fue que se trataba de los rescoldos de un virus debilitándose antes que la evidencia de una chispa que encendería una segunda tormenta de fuego.

Como dijo este martes en un foro Shahid Jameel, virólogo de la Universidad de Ashoka, “hubo muchos mensajes contradictorios y la gente fue muy complaciente”. En su opinión, algunos políticos y científicos se jactaban de bajas tasas de contagio y letalidad generando la impresión de que los indios eran especiales de alguna manera. “No somos especiales”, dijo.

Inmunidad de rebaño

Siempre se esperó que la tasa de mortalidad provocada por la COVID-19 en India fuera menor que en otros países debido a la juventud de su población. Las cifras oficiales de la primera ola daban resultados excepcionalmente bajos. En Karnataka, un estado con una población similar a la de toda Francia, los estudios de seroprevalencia indicaban que casi la mitad de las personas ya se había contagiado en agosto.

Sin embargo, la cifra oficial de muertos por COVID-19 en ese estado durante todo 2020 fue de unas 12.000 personas, frente a las más de 60.000 personas que durante el mismo período murieron en Francia por el virus.

Las investigaciones empiezan a vislumbrar hasta qué punto han sido poco fiables los registros oficiales indios de esos meses. Ramanan Laxminarayan, fundador y director del Centro de Dinámica, Economía y Política de las Enfermedades en la ciudad de Washington, dijo al grupo de la Universidad de Ashoka que en un estudio de próxima publicación sobre las tasas de mortalidad de la India se demuestra que el país no salió tan indemne de la primera oleada como parecía.

“[El estudio muestra] que los indios no son en absoluto una excepción”, dijo. “De hecho, gran parte de nuestra mortalidad se encuentra en el grupo de edad de entre 40 y 70 años, donde nuestra tasa de mortalidad es peor que la de otros países” aseguró.

Esa creencia de que la India podía haberse librado definitivamente de la COVID-19 contó con el apoyo de científicos. En septiembre, los miembros de un comité creado por el gobierno para establecer una “supermodelización” con los casos indios publicaron un estudio para afirmar que su modelo demostraba la posible llegada de la inmunidad de rebaño a la India. El mismo argumento que otros repetían en las columnas de los periódicos.

Según Gautam Menon, experto en modelización de enfermedades del Instituto de Ciencias Matemáticas de Chennai, “la idea de que la India había alcanzado la inmunidad de rebaño, que solo se debía tener cuidado para que en febrero el virus fuera erradicado y la suposición implícita de que los indios eran de alguna manera ‘excepcionales’, con una mayoría de contagiados asintomáticos como resultado de la genética o de la exposición previa, era errónea”.

Era parte de una corriente de asesoramiento científico que llegaba al Gobierno. A ese asesoramiento también llegaban opiniones más críticas las cuales, ya por entonces, advertían de los cientos de millones de indios que aún podían contagiarse y de la posible virulencia de futuras mutaciones, como ya había ocurrido en Europa y Estados Unidos.

“Hay que entender en qué contexto aterrizaron estos consejos”, dice K Srinath Reddy. “La economía india ya había entrado en crisis antes de la pandemia, tuvo problemas durante la pandemia y estaba empezando a mostrar algunos signos de recuperación. Las autoridades económicas del país y los líderes de la industria tenían cierta urgencia para volver a poner al país en marcha”.

En ese contexto y con el número de casos bajando, “la gente oyó lo que quería oír”, dice Reddy, que forma parte de un grupo de trabajo formado por científicos y creado por el Gobierno para luchar contra la COVID-19.

“Los políticos querían volver a sus cosas, que eran las elecciones locales y la campaña, y los deportistas querían volver a los torneos de cricket”, dice. “Cualquier pronóstico que incluyera una recuperación total con pocas posibilidades de una segunda ola iba a ser bien recibido”, afirma.

A finales de febrero, y viendo que la estadística oficial de contagios disminuía, la vida en India volvió a algo parecido a la normalidad. Los centros comerciales de Delhi y Bombay volvían a estar llenos y las multitudes acudían a los estadios de cricket (incluido el más grande del mundo, que lleva el nombre del primer ministro Narendra Modi).

Una comisión parlamentaria india había advertido en noviembre de un número de camas en los hospitales públicos “abismalmente pequeño”. A pesar de ello, y según el periódico Indian Express, se desmantelaron cuatro hospitales temporales en Delhi, un hospital de 800 camas en Pune y un centro para la COVID-19 en el estado de Assam.

“Habría sido una oportunidad magnífica para recuperarse de verdad”, dice Sujatha Rao. “Se podía haber aprovechado ese tiempo para centrarse en mejorar la preparación para la segunda ola, pero pensamos que habíamos pasado lo peor y que ya lo habíamos logrado”.

La misión del grupo de trabajo científico para la COVID-19 era asesorar al Gobierno en políticas de cuarentena, protocolos de pruebas, y tratamientos. Según un informe de la página The Caravan que The Guardian pudo confirmar, entre el 11 de enero y el 15 de abril no se reunieron ni una sola vez.

“Dios vencerá al miedo al virus”.

En Bengala Occidental, un estado muy valorado por el partido Bharatiya Janata –también conocido como BJP, es el partido gobernante del primer ministro Modi–, la comisión electoral india desoyó la petición de los opositores y autorizó la campaña electoral regional más larga del país, además de las elecciones en otros cuatro estados y territorios. El propio Modi presumía del tamaño de las multitudes a las que se dirigiría en las próximas semanas.

A principios de esta semana, Bengala Occidental registraba el brote de COVID-19 de crecimiento más rápido en toda India. A pesar de eso, la votación siguió adelante el jueves como estaba planeado.

También se aprobó la celebración del Kumbh Mela, un festival religioso a orillas del Ganges en una ciudad del norte que atraería a millones de peregrinos hindúes. El visto bueno al festival era todo un símbolo para el BJP, un partido que pretende priorizar la herencia hindú del país. En los anuncios publicados en las portadas de los periódicos nacionales con la cara de Modi, la celebración se anunciaba como limpia y segura.

El primer ministro del estado donde se celebró el Mela, Tirath Singh Rawat, pidió que acudiera el mayor número posible de personas. “No se detendrá a nadie en nombre de la COVID-19 porque estamos seguros de que la fe en Dios vencerá al miedo al virus”, dijo. En los últimos 25 días, los contagios registrados en su estado se han disparado un 1.800%.

Pocos grupos se han mostrado más seguros sobre el fin de la pandemia que el gobernante BJP. Con la vista puesta en las próximas elecciones, el partido lanzó nada menos que un grito de victoria en una reunión de su ejecutiva a principios de año.

Según una de las resoluciones del partido, frente a un mundo que “especulaba sobre cómo enfrentaría India la pandemia, con su extensa población y su limitada infraestructura sanitaria”, era posible “afirmar con orgullo que India había derrotado a la COVID-19 bajo el liderazgo capaz, sensible, comprometido y visionario del primer ministro Narendra Modi”.

La resolución se publicó el 21 de febrero, un día en que se registraron 14.199 casos en toda India. Dos meses después, la cifra era de 314.644 contagiados.

Esa sensación de que lo peor había pasado también debió influir en la poca urgencia por vacunar a la población. El despliegue comenzó lentamente pese a que tuvieron casi un año para desarrollar una infraestructura de inoculación capaz de llegar a los adultos.

Para rivalizar con la influencia de China en el sur de Asia, el gobierno de Modi alardeó de repartos de vacunas a la vez que para su propia población conseguía menos de una centésima parte de lo que necesitaba. El plan era conseguir el resto más adelante, a medida que los más jóvenes fueran cumpliendo con los requisitos para recibir las vacunas.

Según varias fuentes, los principales asesores científicos del país no estaban de acuerdo con este triunfalismo, pero en público se esforzaban por mostrarse optimistas. Esto no ocurría solo con el brote de India pero fue tan marcado en este país que la publicación médica The Lancet llegó a advertir en un editorial de septiembre del peligro de una respuesta oficial insuficiente debido al persistente “falso optimismo”.

“No sabemos lo que hacían a puerta cerrada, pero en las reuniones informativas semanales del Ministerio de Sanidad por la COVID-19, los asesores salían un día tras otro dándonos datos en los que el ratio de contagios y muertes por millón de India era el más bajo del mundo”, dice Abantika Ghosh, responsable de las noticias sobre salud en el sitio web The Print.

“Pero nos daban las cifras de las pruebas y las vacunaciones en números absolutos porque cuando se habla del ratio por millón, las cifras no parecen impresionantes, son bastante bajas. Eludían las preguntas y parecía que había esta cosa compulsiva de no mirar a la ciencia, de no mirar lo que estaba pasando en todo el mundo, para simplemente decir que India es diferente”.

Traducido por Francisco de Zaráte.