Redes polarizadas

Influencers ultras: así es como los mercenarios del algoritmo monetizan crisis de odio

Carlos del Castillo

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— Yo solo quiero dar mi valoración como profesional independiente de lo que dice el pueblo, porque yo he venido aquí a entrevistar al pueblo.

— ¿Pero tú a qué te dedicas? ¿Eres creador de contenido?

— A esto. Entrevistas, actualidad...

— ¿Formas parte de los convocantes?

— ¡No, no! Yo tengo mi canal de YouTube, yo vivo de esto, de las visitas, y ya está.

— Pero con calma, ¿vale?

— Tienes mi palabra de que voy a ir con todo el respeto del mundo. De hecho, le voy a pedir a la gente que se calme porque quiero trasladar su voz.

— ¿Y cuál es su voz?

—Su voz es que hay gente que está muy harta de que la califiquen como ultraderecha y simplemente están hartos de la inseguridad perpetua que hay en Torre Pacheco (Murcia, España) debido a una inmigración que no se adapta a esta ciudad y a este país.

No es sencillo definir el fenómeno de los agitadores de la ultraderecha. Sin embargo, esta conversación entre Adrián de Oliveira, alias RescueYou (te rescato, en inglés), y una reportera de La Sexta, es paradigmática. El influencer revela su triple cara en una sola interacción: se viste de profesional independiente, para reconocer segundos después que el algoritmo es su patrón y que vive de alimentarlo. Por último, deja bien claro su mensaje ultra, que asciende a “la voz del pueblo” a pesar de que en la protesta donde la recogió había más policías y periodistas que manifestantes.

En el momento de la conversación apenas medio centenar de personas rodeaban a De Oliveira. Pero el influencer ultra era la conexión entre dos mundos: al otro lado de la pantalla, una multitud de 45.000 personas jaleaban sus comentarios racistas (“vienen de países donde hay mutilación genital femenina, donde hay matrimonio infantil, son culturas incompatibles”) y machistas (“ha visto que soy un tío importante y se está acercando. Se está relamiendo la hembra hacia el macho alfa”), recompensándolos con donaciones de dinero en directo.

Es una cámara de eco de la extrema derecha e influencers como De Oliveira son sus soldados sobre el terreno. Son su cámara y su micrófono, pero también su puño. Si la cosa decae no temen en dar un paso al frente y provocar el conflicto por su cuenta. Lo hacen habitualmente en el Congreso español, donde se dedican a reventar las ruedas de prensa de diputados de la izquierda. La última que De Oliveira consiguió suspender con sus gritos fue la Verónica Martínez, portavoz de Sumar, en junio.

Crisis como la de Torre Pacheco son el terreno más fértil para esta estrategia. La localidad murciana en España se ha convertido esta semana en el último laboratorio sobre cómo transformar conflictos locales en contenido viral, monetizando el miedo y la polarización social. Contra la izquierda, contra los periodistas, contra la inmigración.

En la primera línea de la protesta había una decena de influencers como De Oliveira. Muchos sí ejercieron el papel de convocantes, como Daniel Esteve, líder de Desokupa, que llevaba varios días haciendo declaraciones extremas. “Muy pronto estaremos en Torre Pacheco”, avisaba a través de YouTube: “Solo hay una puta solución. Patrullas de vecinos. Gente con cojones y en la mano, palos. ¡Palos!”, vociferaba. “Patrullas, palos y hospital. Esa es la combinación”.

Los influencers calentaron los ánimos agitando el odio en sus redes sociales y convocando una “manifestación masiva en contra de la inmigración irregular” y por la “seguridad de los vecinos”. Sin embargo, eran ellos y no los vecinos los que se turnaron durante la protesta para tener el rol de protagonista, pasándose el micrófono para dar mítines y gritar consignas. Todos necesitaban mostrar a sus seguidores que habían estado en la primera línea, aunque ninguno repitió los comentarios violentos que llevaban días vertiendo en redes.

Agitadores como Vito Quiles o Bertrand Ndongo protagonizaron incidentes desde por la mañana. Con todo, otro de los pinchazos de la manifestación fue que ni Quiles ni Esteve participaron. El líder de Desokupa y sus tres acompañantes abandonaron el pueblo cuando esta iba a comenzar, mientras que el joven lo hizo poco después.

Ante la prensa explicó que lo hacía voluntariamente, pero en sus redes afirmó que la Guardia Civil lo había obligado. “No nos podemos pasear por las calles de Murcia y Torre Pacheco para informar de lo que está pasando, pero Puigdemont se puede pasear tranquilamente por las calles de Barcelona con una orden de detención. ¿Pero qué España es esta?”, se quejaba.

El espectáculo para las redes continuó sin dos de sus máximos exponentes, con los influencers oscilando toda la jornada entre la retransmisión, la arenga y los ataques al Gobierno, a los inmigrantes y a los periodistas. “¿Y saben qué es lo mejor? ¡Que no me han tenido que pagar el sueldo, a diferencia de a estos!”, proclamaba De Oliveira sobre estos últimos en uno de los habituales momentos en los que giraba la cámara y convertía la retransmisión en un mitín, logrando el aplauso general.

Agitadores para los descreídos

Torre Pacheco ha sido un síntoma de un fenómeno global. Una profunda crisis de desconfianza que afecta tanto a los políticos como a los medios tradicionales. Según los datos del último informe del Instituto Reuters de la Universidad de Oxford, publicado este junio, el 56% de los españoles considera a los políticos como la principal fuente de desinformación, mientras que la confianza en los medios está en el 37%, un mínimo histórico.

Los datos son similares en la mayoría de países analizados. “Nuestros hallazgos apuntan a una caída continua en el consumo de medios tradicionales como la televisión, la prensa escrita y las webs de noticias, mientras crece la dependencia de las redes sociales, las plataformas de vídeo y los agregadores online”, apunta el Instituto.

“Estas tendencias parecen estar fomentando el crecimiento de un sector de medios alternativos centrado en la figura del creador, que a menudo se posiciona en oposición a los medios de comunicación tradicionales”, continúa el informe. “Aunque en la práctica muchas de sus caras más visibles provienen precisamente de esos medios”, avisa.

España siguió esa tendencia. Rostros como el de Daniel Esteve han pasado años apareciendo en determinados programas de televisión, familiarizándose con la audiencia. Lo mismo ocurrió con Javier Negre, uno de los pioneros en llevar el doble sombrero de comunicador y activista de la extrema derecha. Figuras que aprovecharon su exposición en medios tradicionales para saltar a las redes y empezar a monetizar el odio y la violencia dialéctica sin ningún obstáculo.

Es desde esa conexión directa con una audiencia que ya los vio en medios tradicionales desde donde despliegan su estrategia de las tres caras. Proponen su propia agenda informativa apoyada en un mensaje ultra potenciado por los algoritmos. “Buenos días, familia, estáis en Desokupa News, las noticias como son y no como las cuentan en el mierdón de la televisión”, dice Esteve en cada uno de sus informativos, con periodicidad casi diaria. Negre, por su parte, sigue dirigiendo EDATV, cantera de muchos de estos agitadores, como Vito Quiles.

Sus contenidos están diseñados para alimentar los algoritmos de recomendación, que premian la polarización, la indignación y el engagement emocional. Al producir vídeos casi a diario, con mensajes extremos y ataques constantes a gobiernos, minorías o medios tradicionales, logran que las plataformas los muestren constantemente a los usuarios. Una estrategia que no solo maximiza su visibilidad, sino que también se traduce en rentabilidad directa: monetización por visualizaciones, patrocinios ideológicamente afines, donaciones de suscriptores y venta de productos propios.

En la práctica, su modelo de negocio depende de mantener un nivel constante de crispación, que los algoritmos amplifican y recompensan. En muchas ocasiones, como en el caso del propio Esteve o los influencers ultras que tomaron la palabra en la manifestación de Torre Pacheco, la violencia que comparten para seducir al algoritmo no se repite en la vida real: es un conflicto producido, editado y consumido dentro del mismo circuito cerrado que lo alimenta.

Los bulos y las termitas

Lo que sí tiene una influencia directa en la vida real es la desinformación que comparten en momentos de crisis. “Creadores e influencers están, en algunos países, desempeñando un papel significativo en la configuración de los debates públicos”, avisa el informe del Instituto Reuters.

Durante la catástrofe de la DANA, figuras como Ángel Gaitán, Rubén Gisbert o Alvise Pérez convirtieron la tragedia en contenido viral. Recaudaron dinero, grabaron vídeos dramáticos, organizaron envíos de ayuda e inundaron las redes con bulos. Afirmaron que había cientos de cadáveres en el parking de Bonaire —lo que fue desmentido por los buzos—, acusaron a Cáritas y Cruz Roja de bloquear la ayuda, o difundieron que la ropa donada estaba siendo tirada por las autoridades. Una actuación que ellos monetizaron, pero que dificultó el trabajo de las autoridades.

El patrón se repite en otros países. Los disturbios xenófobos del Reino Unido de 2024 comenzaron tras la viralización de una noticia falsa que aseguraba que un inmigrante había asesinado a dos niñas en Southport, al sur del país. Tras varias noches de enfrentamientos entre policía y manifestantes antiinmigración, la Policía reveló que el principal sospechoso era un menor británico que ya había sido detenido, en un intento de calmar la tensión.

En Estados Unidos, la reciente oleada de incendios en Los Ángeles fue utilizada por figuras de la derecha radical para difundir noticias falsas que culpaban a políticas de diversidad e inclusión, desviando la atención del cambio climático. Desde Elon Musk o Alex Jones hasta influencers con comunidades más pequeñas, la narrativa se centró en responsabilizar a la primera jefa de bomberos abiertamente LGBTQ+ de la ciudad, acusándola de “anteponer la ideología a la seguridad”, mientras esparcían falsedades sobre recortes inexistentes, fondos desviados a Ucrania o migrantes culpables de recibir ayudas que supuestamente deberían ir a los afectados por los fuegos.

Noticias falsas que son combustible para el algoritmo y pegamento para sus cámaras de eco. Lo que comenzó como una estrategia para monetizar la desconfianza se ha convertido en una maquinaria capaz de transformar tensiones locales en crisis nacionales, conflictos vecinales en contenido viral y rumores en movilización social. La pregunta ya no es si estos agitadores influyen en la opinión pública, sino hasta qué punto están redefiniendo el espacio público.