Juan Martín Maldacena tiene un sueño: “entender el interior de los agujeros negros o el principio del Big Bang”. Habla en serio. Es argentino, físico teórico, desde 2002 profesor en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Algunos lo llaman el Einstein de nuestros tiempos.

De niño andaba siempre detrás de su padre. Éste, ingeniero, trabajaba en una empresa de ascensores: los instalaba, los reparaba. En la casa, si un electrodoméstico se averiaba, si el motor del auto fallaba, también lo sabía arreglar. Su único hijo varón creció viéndolo desarmar cosas, y de a poco se fue fascinando con la posibilidad de ver más allá, de entender los mecanismos internos que hacen funcionar las cosas. En el departamento sobre Avenida La Plata, donde vivían, en CABA, Juan Martín creció inventando diseños con piezas de Mecano, armando rompecabezas y aprendiendo sobre construcción, electricidad, mecánica. 

Juan Martín Maldacena en 1997 ya trabajaba en Harvard: fue el profesor asociado vitalicio más joven de la historia de esa Universidad. 

Sin embargo casi se dedica a otra cosa. Cuando terminó el secundario dijo que quería ser Físico y estudiar en el Balseiro. “Dios mío”, pensó Carmen, su madre. Ingresó a la UBA, cursó dos años una carrera en Ciencias Exactas y entonces postuló a la Beca del prestigioso Instituto que tiene sede en el Centro Atómico Bariloche. Se la otorgaron, pero a último momento dudó. “No voy a poder mantener una familia con un sueldo de Físico”, dijo en su casa, “quizá me conviene estudiar Ingeniería”. Sus padres le respondieron que probara, que si no le gustaba podía revisar la elección de la carrera. Era 1987.

Juan Martin Maldacena ganó en 2012 el premio Yuri Milner a la Física Fundamental. Fueron reconocidos nueve científicos de todo el mundo. Le otorgaron tres millones de dólares y en una entrevista dijo que no sabía qué haría con el dinero. 

Antes de todo eso, preocupó a su madre un par de veces. Iba a una escuela primaria donde le daban mucho valor al deporte, pero él no era bueno para el rugby ni para el fútbol. Probaron con tenis, pero la raqueta quedó sin usar. No prestaba nada de atención a lo que no le interesaba. Después, cuando en el secundario fue al Liceo, verlo marchar era algo de no creer. Dice Carmen, su madre, que le faltaba la fibra militar: “el abanderado avanzaba con paso redoblante y él era dragoneante, iba medio en la luna, sin noción del pelotón de muchachos que venía atrás”.

Juan Martín Maldacena se recibió tres años después, luego de defender su tesis titulada “Teoría de cuerdas en espacios curvos”. 

Desde el primer día en Balseiro quedó claro que era una mente brillante. José Edelstein, hoy profesor en el Departamento de Física de Partículas de la Universidad de Santiago de Compostela, recuerda aquellos años de cursada juntos. Dice que una vez, en un viaje en micro desde Buenos Aires a Bariloche, Juan Martín le pidió prestado un libro nuevo que él tenía, era de divulgación avanzada, sobre Teoría de Cuerdas. “Se lo di al salir de Retiro y no me lo devolvió hasta acabarlo, unas horas más tarde”. Confiesa que esa historia se distorsionó muchas veces: “me he encontrado a colegas que rumorean que Juan Martín aprendió Teoría de Cuerdas en un viaje de autobús”, dice por mail y suelta un emoticón de sonrisa enorme. Lo cierto es que “su talento para la física era (y, sobre todo, es) impresionante”. Juan Martín y él fueron los únicos dos alumnos de esa camada que orientaron su carrera hacia la física teórica de altas energías. Estudiaron juntos varias de las materias específicas del área. Para Edelstein, lo que más llamaba la atención de Juan Martín era que solía ser muy callado, hacía pocas intervenciones en clase, pero “en varias situaciones, cuando se generaban discusiones entre los profesores y los alumnos, y sólo cuando éstas empezaban a resultar confusas para todos, él levantaba la mano y sin énfasis, casi como si le pesara tener que sacarnos de la confusión, daba la respuesta precisa. Destacaba como alguien excepcional en un grupo de un nivel altísimo”. 

Juan Martín Maldacena resolvió pronto qué hacer con ese dinero que había ganado en 2012: donó gran parte al Balseiro y fundó el Programa Maldacena.

Dice que “no hace investigación para conseguir premios, sino para descubrir cosas nuevas y entender mejor ciertos problemas de la física”. Coherente con esas ideas son sus inversiones. Y, aunque no quería que su nombre resaltara, según cuenta ahora quien fue su director de tesis en el instituto argentino, el profesor Gerardo Aldazábal, con esos fondos  “cada año se hace un llamado para invitar a profesores de distintos lados del mundo, destacados, reconocidos, para que vengan a Bariloche a dar cursos y trabajen con investigadores locales”.  

Juan Martín Maldacena, después de recibirse, fue aceptado por la Universidad de Princeton para realizar sus estudios de Doctorado. Trabajó bajo la dirección del físico Curtis Callan. Su posdoctorado lo hizo la Universidad Rutgers.

Sin dudas su inteligencia se potencia con la pasión y la entrega en lo que hace. Y con cuidar al máximo cómo invertir sus energías en eso. Odia perder tiempo. A pesar de que en algún momento todos sus compañeros alquilaban casas o cabañas en Bariloche, él se quedó siempre en el pabellón de estudiantes del Balseiro. Según Carmen, porque todo lo que le importaba pasaba ahí: vivía y estudiaba sin desperdiciar minutos. Salir a comprar ropa también le pareció siempre malgastar sus horas, cuando se graduó en Princeton, bajo la toga casi se pone un jeans, pero entró en acción Carmen y salió a buscarle un traje. Ahora vive frente a su lugar de trabajo: se compró una casa en Princeton y desde las ventanas se ve un parque, detrás está el edificio del IAS, llega a su oficina en un parpadear.

Juan Martín Maldacena en 1997 publicó un paper en un website, ArXive, que es un sitio público, y dio a conocer la “Conjetura de correspondencia AdS/CFT”, que relaciona la teoría de campos, que es cuántica, con la gravedad, en un espacio de curvatura negativa. Y fue tal la revolución que causó en el mundo de la ciencia que hoy se la conoce como Conjetura Maldacena. Aún no había cumplido 30 años.

Unos meses antes, se había ido de vacaciones con su familia al sur. Durante esos días le había pedido ayuda a sus hermanas para pasar a filminas el paper. Ellas se ocuparon de eso, aunque no entendían nada, “era chino básico”, dice Carmen. Meses después, sus padres viajaron a Harvard a visitarlo, y él contó casi como al pasar que habían ido reporteros del New York Times a hacerle una entrevista. El miércoles siguiente, bajo la lluvia, Carmen con su esposo fueron a un café y antes de entrar compraron el diario para leer la nota publicada. “Pensé que sería una columna, con una foto de él tamaño carnet y nos encontramos con tres páginas enteras del diario. Mi marido lloraba. Era increíble. Hasta ese momento no se sabía nada de él. Después de eso se volvió una estrella de rock, daba conferencias y se llenaban los auditorios, le pedían entrevistas de todos lados, fue tapa de medios de acá”, dice ahora su madre.

Juan Martín Maldacena se dedica a una cuestión difícil: trata de comprender el universo diseñando modelos matemáticos y conceptuales que luego se van a utilizar para explicar y predecir fenómenos de la naturaleza.

Juan Martín Maldacena se dedica a una cuestión difícil: trata de comprender el universo diseñando modelos matemáticos y conceptuales que luego se van a utilizar para explicar y predecir fenómenos de la naturaleza.

A fines del año pasado, dio una entrevista en vivo, organizada en el marco del ciclo de Ciencia, Tecnología e Innovación del Instituto de Industria de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). Allí volvió a explicar que su Conjetura “relaciona las teorías de la gravedad con teorías similares a las teorías de la física de partículas. Dice que una teoría de la gravedad en cierto espacio, que son espacios con curvaturas negativas, es igual a una teoría que vive en las fronteras, en una región muy lejos de ese espacio, pero que es una teoría puramente de partículas. La relación tiene la particularidad de que problemas sencillos de un lado se transforman en cosas complicadas del otro. Entonces, si uno asume que existe esa igualdad, uno puede resolver de forma sencilla ciertos problemas complicados”.

Juan Martín Maldacena intenta también hacer un poquito más fácil lo que parece inaccesible.

En 2008, por ejemplo, dio una ponencia en la Universidad de Buenos Aires, acerca de “La simetría y la simplicidad de las leyes fundamentales de la física”, dijo que sabía que diría cosas que parecerían extrañas e increíbles, como sacadas de un cuento de hadas. Y, por eso mismo, se apoyó en “La bella y la bestia” para desarrollar distintos aspectos de la física.

Juan Martín Maldacena en 2015 fue considerado una “Las mentes científicas más influyentes del mundo”, según un estudio realizado por la Unidad de Propiedad Intelectual y Ciencia de Thomson Reuters.

No hay dudas. “Siempre fue capaz de ver desde distintas perspectivas las cosas que a los demás se nos escapan”, dice Aldazabal. “Es deslumbrante en la visión de conjunto, la intuición y la profundidad”, dice Edelstien. Pero no hay que sacarlo nunca del tema de la física y las ciencias exactas. Muchas veces, dice su madre, le habla y él parece distraído, como en su mundo. “¿Me estás escuchando?”, le pregunta entonces.

Juan Martín Maldacena es un científico que cree en Dios.

Se define como católico practicante. De adolescente iba a campamentos al sur con el Padre Atilio Fortini. Pasaba enero en la montaña. Le fascinaba escalar, hacer excursiones, realizar trabajos comunitarios. En Bariloche, mientras estudiaba, siguió cerca de las parroquias. Y cuando finalmente se fue al exterior, su vida social pasaba por los espacios que encontraba en la religión: en una iglesia, en Harvard, conoció a la que hoy es su esposa, una abogada guatemalteca que hacía un Doctorado en Derecho. 

Juan Martín Maldacena ganó en 2018 la Medalla Lorentz por su trabajo en la comprensión de la física cuántica de los agujeros negros.

Sus padres y su familia lo acompañaron a recibirla. Siempre lo acompañan. Carmen dice que ese reconocimiento es la antesala del Nobel. Ese día de la premiación ella estaba sentada junto a su marido, en un momento le tocó el brazo, le dijo casi al oído: “che, ¿esto nos está pasando?”.

Juan Martín Maldacena dice por mail que él es “un estudiante perpetuo”. 

Pretender que responda si desde la ciencia es posible explicar Dark, la serie televisiva alemana, es no entender a qué se dedica. Su madre lo resume así: “Él estudia cosas misteriosas, cosas que no puede la mente común saber, cosas del universo. Nosotros queremos encontrar respuestas. Algunos escriben novelas o hacen películas, pero mi hijo estudia de lo teórico, a través de fórmulas”. En esa conversación que mantuvo hace unos meses en la UNGS le preguntaron qué había pasado en estos 24 años desde la publicación de la Conjetura, Maldacena dijo: “es una conjetura con más y más evidencia, probarla totalmente por ahora es imposible porque hay uno de los lados de la teoría que no está definido matemáticamente, la teoría de la gravedad. Pero se han verificado ciertos aspectos importantes de esta relación, es una relación matemática de dos tipos de teorías, uno puede hacer una cuenta empezando por una teoría o por la otra y ver si dan lo mismo”.

Juan Martín Maldacena es quien durante estos últimos años también obtuvo el Premio Breakthrough, el Premio Konex de Brillante, la medalla Galileo Galilei. Es el mismo que ahora dice: “cuando comencé me parecía que no era lo suficientemente bueno para lograr hacer algo nuevo, o que todo era muy  difícil. Pero con la ayuda de mis profesores y de mis compañeros y amigos seguí yendo para adelante y progresando de a poco”. Es el físico argentino que no sabe de imposibles.

AA