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“Sentí que tenía una bomba de tiempo en el cuerpo”: testimonios de mujeres damnificadas por implantes PIP

María Laura Román, una de las mujeres argentinas que forma parte de la demanda colectiva por implantes PIP.

Ana Breccia

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María Laura Román se enteró a través de un programa de Mariana Fabbiani que su vida corría riesgo. La rosarina estaba de siete meses cuando se resbaló en su casa y, para proteger la panza, apoyó fuerte el brazo derecho en el piso sin saber que llevaba implantes mamarios PIP. El tirón fue fuerte e inmediato. En la televisión la doctora Virginia Luna enumeraba los riesgos de estas poseer prótesis. Laura la contactó enseguida por teléfono y, tras realizarse una mamografía, supo que debía enfrentar el peor escenario: una prótesis rota que afectaría a su salud, su psiquis y le impediría amamantar a su hijo.

El caso PIP es uno de los mayores escándalos sanitarios de la historia mundial que se desató en 2010 a partir de constatarse la adulteración de un millón de prótesis mamarias fabricadas entre 2001 y 2010 por la empresa francesa PIP y certificados por la empresa alemana TÜV, responsable de realizar los controles de calidad. El caso dio lugar a una mega demanda internacional que busca hacer justicia a medio millón de víctimas en 60 países.

“Me hice la cirugía en 2007 con un fin estético; no tenía hijos y, como me gustaban mis lolas, no quería que se me cayeran”, recuerda María en diálogo con el elDiarioAR. Segundos después, reconsidera: “Que loco que tengamos que estar dando explicaciones o justificando la decisión…”. 

La profesora de inglés, quien hoy tiene 53 años, estaba realizando tratamientos de fertilización cuando decidió ir a comprar las prótesis: “Me dieron para elegir entre brasileras o francesas. Fui por las más caras, las europeas”, cuenta. Cinco años después de la cirugía, María Laura quedó embarazada naturalmente. Sin embargo, el accidente doméstico y una estafa alterarían su vida: “La silicona migró al centro de la axila derecha, donde se nota que hay protuberancia y silicona mezclada con tejidos”.

Luego de escuchar y evaluar las recomendaciones profesionales de los cirujanos, se sometió a una intervención para cambiar sus prótesis por unas inglesas. Pero hasta el día de hoy el miedo continúa intacto. “Desde ese día, todos los años antes de hacerme estudios mamarios, vuelve el miedo”, lamenta. “El temor vuelve y nunca deja de doler”, cierra. 

El sueño de Bárbara de Amonarraiz de concretar su proyecto inmobiliario en Monte Hermoso se derrumbaba al enterarse que era una afectada más por los implantes defectuosos. “Me asusté un montón cuando fui a mi escritorio, abrí el cajón y vi la fecha de las prótesis: 2007”. 

En Argentina, 20 mil mujeres se colocaron implantes PIP entre 2002 y 2010, año en el que ANMAT prohibió su comercialización, uso y recomendó que las personas se sometieran a controles periódicos para determinar el estado de sus implantes.

Inmediatamente Bárbara intentó realizar una consulta con Héctor Méndez, su médico de cabecera. “Me dijo que había cerrado la clínica, se había jubilado y que no tenía registro de la historia clínica”, recuerda totalmente decepcionada. “Sentí que tenía una bomba de tiempo en mi cuerpo”, agrega.

Fue entonces cuando comenzó a consultar dentro de una lista “oficial” de cirujanos y dio con el profesional indicado que haría el recambio de sus prótesis: Alberto Ferriols. “En mi caso las prótesis no estaban afectadas porque estaban implantadas de forma retromusucular. No estaban rotas, solamente sudadas en aceite industrial o de aviación, no estaban rellenas con siliconas”, explica Bárbara que aclara que “no fue fácil ni para mi ni para el doctor que me tuvo que intervenir 6 veces y realizar más de 4 toilette quirúrgicos”.

“Mi inconveniente quedó en lo estético; he perdido el arco submamario izquierdo, tengo cicatrices, una asimetría importante entre la mama izquierda y la derecha y eso por supuesto ha afectado no solamente a mi psiquis sino que también mi día a día”, manifiesta Bárbara. “He puesto mi cuerpo, espíritu y dinero con el fin de recuperar mi salud y mi belleza”, agrega.

Hoy, Bárbara de 63 años, cumple su sueño de llevar adelante el añorado proyecto inmobiliario en Monte Hermoso. Sin embargo, lamenta no sentirse cómoda con un traje de baño. “La malla es un gran inconveniente en una zona donde yo vivo que es playa, por eso trabajo todo el verano para evitar ir a la playa”. “Soy una víctima del abandono jurídico, médico y de la mala praxis. Que la ley actúe y exponga”. cierra.

AB/MG

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