(Lo que vas a leer lo escribí el martes, día anterior al envío)
Llegué a la redacción a las 10 y pico de la mañana pero este texto lo arranco pasada la una del mediodía. Las tres horas entre una cosa y otra las pasé frente a los dos televisores que están frente a nuestra mesa de trabajo sin poder hacer otra cosa más que mirar y mirar las pantallas. Hicimos zapping para ver distintos planos de lo mismo: una multitud esperando a la Scaloneta. El domingo la consagración me agarró en la calle. Ahora en la redacción veo cómo la gente rompe el cordón policial de la Autopista 25 de Mayo. Cientos, miles de personas avanzan, avanzan, avanzan. Y empiezo a dudar de algo de lo que estoy convencida: que las y los periodistas debemos desapegarnos -en términos pasionales- del hecho que nos toca cubrir.
Cada jueves en elDiarioAR tenemos reunión de sumario. Redactores y editores nos juntamos y proponemos ideas de nota, redondeamos temas, fijamos fechas de cierre y organizamos coberturas como la del domingo, que en un medio de comunicación está a la altura de un día de elecciones o la muerte de un ídolo popular. La final de la Copa del Mundo era una cobertura amplia y al mismo tiempo sencilla porque o ganábamos o perdíamos. Noté que mis compañeros se cuidaban de decirlo y que buscaban maneras, gestos, para planear el día de trabajo que nos esperaba. A mí me parecía que había que nombrar el triunfo y la derrota. Pero soy respetuosa de las cábalas y supersticiones. Así que me sumé a sus modos.
En la echada de notas a mí me tocó caminar Buenos Aires durante el partido y estar en la calle para el resultado. Entre la reunión de sumario y la final pensé varias veces cómo encarar el texto que escribiría. Fallé en cada intento. La nota -el texto- se iba a ir armando cuadra a cuadra dentro de tres días. No tenía ningún sentido decidir cómo contar el acontecimiento antes de que sucediera. Escribo esto mientras en la tele veo como la gente toma un camión que apareció de repente en la 25 de Mayo. Como la abeja al panal: un enjambre de amor. Son las 14.44. Retomo: no podía decidir cómo, pero advertí de antemano la dificultad que implicaría contar una derrota.
La atajada de Martínez y el gol de Montiel desataron la alegría. La alegría, lo hemos visto, es exuberante. Hay algo desvergonzado, como salvaje, medio porno. La alegría no teme mostrar la fisura. El domingo, por ejemplo, vi como un chico le daba de beber a cada uno de los músicos que componen la orquesta de cemento de Pugliese, la que está en Scalabrini y Corrientes. Les ofrecía cerveza de su lata, brindaba con ellos. Vi, también, a una mujer besar a su perra. Fue un beso sostenido entre boca y hocico, un gesto descolocado que sin embargo no me descolocó. Vi a unas chicas en ronda tomadas de la mano, con los ojos cerrados, agradeciendo con la cabeza gacha quién sabe a cuál espíritu. Las brujas existen y están en Internet. Dice ahora el zócalo de TN que hay unas 5 millones de personas en la calle. “Un país feliz”, frase desgastada estos días, resiste todo fact checking: en Uruguay viven menos personas. Son las 16.19 y sigo absorbida por los televisores.
“Con la felicidad no se puede hacer nada/ No se puede escribir poemas/ No se puede hacer el amor/ No se puede trabajar/ No se puede ganar dinero/ ni escribir artículos de periódico/ La felicidad es esto: caminar contra el viento/ saludar a desconocidos/ no comprar comida (la felicidad es el alimento)/ ser espléndida/ como el viento gratis que limpia la ciudad/ como la llovizna repentina/ que me moja la cara/ me resfriaré/ pero a mí qué me importa”, reafirma Cristina Peri Rossi en un poema. La tele decretó que es la movilización más grande de la Historia. Debe ser: somos más, hay más medios de transporte y accesos a la Ciudad, es feriado, etc.
¿Y cómo hubiera contado una derrota? ¿Qué palabras le habría puesto a ese patio de atrás que carga cada uno? Cómo, sin caer en el lugar común del llanto y la promesa trunca y el sueño fallido. Demasiado fondo que no me pertenece, no me atrevo a pararme en ese balcón. Pero vuelvo al principio, al desapego. El desapego al que nos obliga este trabajo de contar lo que pasa. No digo “objetividad” porque doy por hecho que es una discusión saldada. No existe el periodismo objetivo, digamos que lo más cercano es el periodismo honesto o con el que uno se sienta (más o menos) digno. O el periodismo que te permite conciliar el sueño. Cada vez que haya un punto de vista habrá subjetividad.
Y bueno, sí, la cuestión es que no miré el partido con amigos ni familia. Y no me resistí a la cobertura que me asignaron porque creo que un poco la propuse yo. Me banqué los ojos de sorpresa (para no decir antipatria) de algunas personas a las que les conté que no iba a verlo así, como ellos. Me interesa el fútbol por lo que genera en la gente que adoro, pero no en lo deportivo ni en la competencia entre equipos. Entonces la experiencia de caminar las cuadras que separan el lugar en el que vivo del punto al que llegué para ver el final del segundo tiempo (y el resto fatal) fue hermosa.
Hermosa porque había dejado todos los adjetivos en casa, salí con los bolsillos vacíos de palabras. Me sentía disponible con el entorno, absolutamente receptiva. Oía y espiaba. Caminé lento, dibujando un partido mental, con nombres sin caras ni movimientos preciso. Llevaba una libreta y una birome en el bolsillo del short. Anoté palabras sueltas. Ahora las veo y no me entiendo la letra. Nada más lindo que salir a trabajar sin esperar nada. Salir sin expectativas, sin esperanzas de ningún tipo. Desplazarse y contemplar.
Pienso que el desapego es eso: no llevar ni pedir.
Y pienso, con la misma certeza, que existen sucesos que rompen todos los contratos de lectura, que implican una comunión con los otros, un acuerdo, una fe ciega. No pude deshacerme del “nosotros” cuando me tocó escribir el domingo. Porque los periodistas somos ciudadanos y somos argentinos, y si escribimos que la alegría de este título nos es ajena, la verdad es que quedás como un tarado. Yo escribí convidando mi pan y aceptando el mate que me ofrecía un desconocido. Escribí llena de gracia, dichosa, apegada al logro colectivo. Y escribí distinto. Son las 18.23. Dos días atrás, Argentina se consagraba Campeón del Mundo. Todavía hay gente en el Obelisco.
PD: Amigas, amigos, esta es la última entrega de Gracias por venir de 2022. Aprovecho el envío para agradecerles la compañía atenta y generosa que me hicieron durante este año. Nos leemos en dos semanas, cuando ya sea 2023. Desde elDiarioAR renovamos el compromiso de origen: ser un diario sin intermediarios entre ustedes y nosotros. Los invito a asociarse, basta que clickeen aquí. ¡Buenos deseos!
VDM
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