A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.
Jorge Asís, Viel Temperley; la vergüenza, el misterio.
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Hay un poema breve pero inmenso de Héctor Viel Temperley que dice así:“Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”. Esa línea vuelve como un boomerang mientras hago cosas simples como doblar ropa, regar las plantas, lavar los platos. Son acciones chiquitas y mecánicas, además de domésticas. En las tres interviene el cuerpo. Y en mi caso, porque vivo sola, el silencio.
Aquí me referí al acto de meditación en torno a la escritura. Aquellas tres acciones de entrecasa podrían pensarse como un espacio-tiempo para enfocarse. Eso implica un un cambio de perspectiva: dejar de ver una pila de ropa para ver la oportunidad de concentrarse y respirar. Suelo aprovechar esos ratos de tareas domésticas para “escribir en la cabeza”.
Porque a mí me pasa que escribo en la cabeza antes de escribir en el teclado. Quiero decir: pienso principios posibles para un texto, revivo escenas que sucedieron durante una entrevista, voy armando la estructura de una nota -me digo “empiezo por acá, cortó ahí, sigo por este lado…”- primero en la cabeza. Mi reversión del poema de Viel Temperley sería: “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi próximo texto”.
Grabo las entrevistas, siempre. Las presenciales y las telefónicas y las virtuales. Por supuesto, aviso al entrevistado que estoy grabando.En realidad hago un gesto de más, algo exagerado. Le digo: “Bueno, ¿arrancamos? Enciendo el grabador”. Y muestro la luz roja y el display que dice “rec”. Necesito que el otro sepa que eso que está sucediendo no es una charla entre amigos, sino juego consentido por dos cuyo resultado es un audio que será mi materia prima.
Cuando la nota termina y me voy (o corto la video/llamada), sé de inmediato si tengo buenos textuales o todo lo contrario: si tendré que trabajar mucho la entrevista. Para mí “buenos textuales” son cuatro opciones de título, mínimo. Esa cantidad me garantiza un trabajo de escritura sobre tierra firme. Es un indicador de que puedo elegir, que generé abundancia, que no hay que esforzarse para convertir el agua en vino.
Esto que viene ahora me avergüenza un poco. Decía que me doy cuenta de que la entrevista estuvo buena si aparecen dos señales (no hace falta que aparezcan juntas). Una señal es física y la otra, emocional. La física es que me duele un poquito la panza. La emocional es que experimento una sensación que se parece a la felicidad. Esta última es la que me incomoda compartir, pero es real.
Y desgrabo, siempre. Desgrabo las entrevistas porque no confío de ninguna manera en mi memoria, porque es la prueba ante la posibilidad de una desmentida y porque ahí está el tono y el ritmo de lo que se ha dicho. Si cierro los ojos puedo recrear la entrevista como si la viera y entonces “empiezo a ver” la nota, el texto no nacido. Desgrabar es asistir a una ecografía.
Cuando le conté a mi analista que había entrevistado a Jorge Asís me emocioné. Lo escribo y es ridículo, pero fue así. Quiero decir: me emocioné de esa forma en que se te empañan los vidrios, que se te rompe la voz y te dan ganas de llorar, pero de alegría. Mi analista me preguntó por qué la reacción, qué me pasaba con eso. Él y yo vamos sabiendo qué me pasa con ciertas cuestiones del laburo, pero aquí no irá la respuesta completa. Sí que le dije que sentía una especie de gratitud con aquella confesión de Asís, que me regaló este título hermoso: “Me hice los implantes dentales porque quiero seguir mordiendo”.
Entrevisté a Asís un miércoles, desgrabé un viernes, la escribí el mismo viernes y se publicó al día siguiente, sábado. Pero hacía mucho tiempo que yo venía escribiendo la nota de Asís. La escribía mientras lo enganchaba en Animales Sueltos, con Fantino o con Novaresio. Escribía esa nota cuando volvía -otro boomerang- el remate del primer capítulo de Flores robadas en los jardines de Quilmes: “Oigo el ladrido de un perro vecino, bebo, esta noche me respeto, estoy de acuerdo con la vida”. Ese final es el sumun de la meditación del ser urbano. Por eso insisto en el triángulo escritura - meditación - respiración.
Repito mi cover del poema de Viel Temperley: “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi próximo texto”. La escritura periodística, que es a lo que me dedico, me resulta un misterio cada vez que la encaro. Hice la nota, la desgrabé; hice Archivo, lo repasé; busqué datos, los chequeé. Y aun así y aunque tengo claro qué voy decir, no sé adonde voy, no sé adónde me llevará la escritura. Aprendí a escuchar al texto mientras lo escribo, porque el texto va pidiendo lo que necesita, como si encendiera luces en un camino cerrado por la maleza.
También es un misterio el origen de algunas preguntas, lo que me permite re-reformular a Viel: “Voy hacia lo que menos conozco etc… Voy hacia mi próxima pregunta”. Dice María Moreno: “La mejor pregunta es la que no se sabe de dónde nos llega, y sólo por lo que provoca descubrimos que es la pregunta adecuada hecha en el momento adecuado”.
“¿Y cuántos años vas a vivir?”, le pregunté a Asís esa tarde de miércoles. Dos cosas: la pregunta emergió desde un lugar que desconozco y a la altura de la palabra “años” quise parar pero ya era tarde. La pregunta era atrevida y, en términos de locación, estaba desubicada porque no tenía nada que ver con lo que veníamos hablando.
Sin embargo, Asís se despegó del respaldo de la silla, apoyó primero los codos y después los antebrazos sobre el escritorio, y tomó aire. Fue un silencio meditado que remató con esta respuesta: “Aunque te parezca mentira, lo sé. Pero no puedo decir eso. Es la primera vez que lo digo. Esto es en serio. Te podés imaginar que por donde yo anduve tengo una tendencia natural a ir al mundo oscuro, aparentemente irracional, espiritual. Sé exactamente el año. No la fecha. Pero sé el año y sé la edad que tendría yo”.
Después bajó los ojos, apretó la turmalina negra que escondía en la mano derecha y pidió, por favor, que no le pregunte el año, “ese” año. Asís sabe cuándo va a morir. Sabe eso que para el resto, nosotros, es un misterio. Pero vamos juntos hacia el mismo lugar, hacia lo que menos conocimos en vida: vamos hacia la muerte. Así que respiremos. Así que: escribamos.
VDM
Sobre este blog
A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.
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