“Ninguna palabra puede describirlo. Sería como preguntarle al cielo qué ve. Ningún humano puede saberlo. El mundo había cambiado y sin embargo era el mismo. Yo era un vampiro recién nacido llorando ante la belleza de la noche”, responde Louis al periodista. Es una de las primeras escenas de la película Entrevista con el vampiro. Louis, el personaje interpretado por Brad Pitt, responde así al periodista, que le había preguntado “¿Y qué viste?” apenas lo vampirizaron. Louis, que relata el mordisco al cuello como bautismo pero también como trauma, dice que no puede explicarlo, que el lenguaje no alcanza. Y sí, a veces el lenguaje no alcanza.
¿La escritura es reparatoria o ponerle palabras a la experiencia complejiza el asunto? No sé. Sí estoy muy segura de que escribir en el galope del éxtasis o escribir desde el enojo sale mal. Corre para el texto periodístico y corre para ese mail o wasap reprochón y triste y optimista y larguísimo que cualquiera de nosotros le ha enviado a alguien alguna vez. El lugar que me mantiene a salvo de la exposición o del error es el que más me cuesta. Hablo de hacer silencio. Hablo de tomar distancia. Digo: saber retirarse a tiempo.
En el centro
Joan Didion preparaba una ensalada en la cocina la noche del 30 de diciembre de 2003. Su marido, John Gregory Dunne, le charlaba desde el living. Hacía un rato que habían vuelto de visitar a su hija, Quintana, que estaba en coma en un hospital de Nueva York. Dunne hablaba y Didion respondía hasta que en un momento ella no lo escuchó más. Cuando se asomó desde la cocina, Dunne estaba en pleno infarto. Didion vio cómo su marido se desplomaba. El hogar estaba encendido.
Las primeras notas después “del hecho”, así se referirá Didion a la muerte de su esposo, son estas: “La vida cambia deprisa. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba. La cuestión de la autocompasión”. Las escribió en 2004, cinco meses después del infarto, cuando el cuerpo ya era ceniza y la hija estaba, otra vez, internada e inconsciente. Didion no escribió por mucho tiempo. Se dedicó a cuidar a su hija casi todo el día de todos los días hasta que le dieron el alta.
En algún momento de esas semanas se compró, sin notarlo a conciencia, varias batas azules. Eran las mismas que usaban los médicos del hospital. “Era tan profundo el aislamiento en que me movía que no se me ocurrió de inmediato que el hecho de la que la madre de una paciente se presentara en el hospital con ropa hospitalaria sólo podía ser considerado una sospechosa extralimitación de mis funciones”, escribe Didion en El año del pensamiento mágico.
Desde adentro, desde tan adentro, no se puede ver.
Alejarse
Michaela Coel escribió el guión, dirigió y también protagoniza I may destroy you. Coel encarna a Arabella, una millennial-influencer que no puede terminar de escribir el libro que le encargaron porque el flashback permanente del abuso sexual que ha sufrido demora esa tarea y la demora en la vida. La trama de la miniserie es algo que le sucedió en-la-vida-real. “Vomité los doce episodios”, dijo Coel a Vulture cuando le preguntaron sobre cómo fue crear el guion. Contó, también, que alquiló una cabaña en Michigan para escribir. Fue algo así como un retiro de escritura.
Coel ganó un Emmy en la categoría Mejor Guión por I May Destroy you el año pasado. Al recibir el premio le habló a los escritores: “Escriban la historia que los aterre, que los haga sentir inseguros, que los incomode. En un mundo que nos incita a explorar las vidas de los otros para determinar cómo vivimos nosotros; y que a su vez nos hace sentir la necesidad de mostrarnos todo el tiempo, porque la visibilidad en estos días parece equipararse de alguna manera con el éxito, no tengan miedo de desaparecer. De eso. De nosotros. Por un tiempo. Y miren lo que surge en el silencio”.
Irse. Irse, en lo posible, lejos. Tomar distancia. Desaparecer para aparecer, como los magos.
La línea de flotación
Me pasó por joven, por descarada, por inexperta y porque puedo llegar a ser estúpidamente solemne con este oficio. Y esa vez me equivoqué. Y me arrepiento. Y en algunos talleres lo he compartido, porque esa lección la aprendí y quisiera advertir a otros. Hace unos ocho o nueve años me asignaron la entrevista de tapa a una actriz y cantante de esas que son indiscutibles por trayectoria, por belleza y por sentido común. La cuestión es que la actriz estaba por estrenar una película en la que era protagonista. Eso es una dificultad para mí. Los artistas son mucho más interesantes cuando no tienen nada que promocionar. Pero bueno, no hice las reglas así que ahí fui con mis preguntas. Un par eran sobre la película, como para cumplir. El resto, curiosidades.
Ahora voy a decir algo a mi favor, que igual no justifica el resultado pero... Toda la puesta en escena que se arma alrededor de la famosa -en este caso- antes de la nota, atenta contra el trabajo del periodista. Ahí estaban, exhibidas como tripas, todas las costuras de ese circo medio pelo que es la farándula argentina. No es divertido.
Me habían hecho un huequito para hacer la nota. Que no pase inadvertido, “huequito” porque para la consultora y la productora la gente no lee, por lo tanto, el texto no les interesa. El huequito era a las doce del mediodía. Terminé encendiendo el grabador cerca de las 20 en un taxi yendo a la otra punta de la Ciudad con la famosa apurada porque tenía un compromiso. Tuvo la deferencia de invitarme a su casa para cerrar la nota. Escribí ese texto bajo la fiebre de la ira. Y me arrepiento, ya lo dije. Si alguien alguna vez hace Archivo, verá mi firma al lado de un texto que pone en duda a una actriz-cantante que jamás nadie, ni siquiera yo hoy y ahora, interpelará.
“Estar templado”, sugería Hebe Uhart. Liliana Villanueva fue su alumna y recogió sus consejos de escritura en un libro hermoso que se llama Las clases de Hebe Uhart. Transcribo a Uhart según Villanueva: “Estar ‘a media rienda’ significa no estar demasiado eufórico porque me saldrá algo que parece hecho por un borracho o un drogado. Ni muy deprimido, porque veré el mundo tan negro que nada valdrá la pena. Aprender a convivir con uno mismo sirve no sólo a la literatura, sirve para vencer esa dificultad, ya sea no encontrar la palabra adecuada o el mejor modo de tratar al perro”.
Estar en la mitad de las cosas. Ni muy arriba ni muy abajo: expandirse.
“La escritura, como una actividad antes que como una identidad”
El título de este cierre es una línea de Sobre escribir, un texto de Lorrie Moore. Dice más: “Mantener una vocación como un verbo antes que como un sustantivo; mantenerse trabajando en la cosa, todo el tiempo, en todos los lugares, de modo que tu vida no se vuelva una pose, un pornografía de deseos”.
No sé si la escritura es reparatoria. Sólo sé que no me siento autorizada para tomar posición y que nunca sané nada escribiendo. Solo veo palabras armando frases que arman párrafos que construyen texto: un relato, letra muerta. Me gustaría sustraerme y lograr lo que me cuesta: hacer silencio, retirarme a tiempo. Estar templada. Tomar distancia. Proyectar(me), expandir(me). Escribir con el cuerpo quieto, con los órganos en silencio. Si al final todo es ficción.
VDM
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