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Clase sobre Jorge Luis Borges por Santiago Llach

Diez líneas interpretativas sobre El Aleph y la metaliteratura del yo

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Borges está de moda, quizás porque siempre eludió las modas intelectuales y quizás porque la vida se ha vuelto digital, y la vida digital es muy literaria, y nadie pensó la literatura mejor que Borges; tópicos actuales como la identidad de género (¡qué hay en un nombre, Romeo!) pueden ser pensados a la luz de la profundidad con la que Borges operó y pensó el lenguaje y la identidad personal. Su mirada miope, maltrecha, esquinada y orillera sobre el mundo (ladina como la del pulpero Recabarren en el cuento “El fin”) resultó profética.

Sus textos están vivos porque son pastillas comprimidas de las que es posible extraer tiras y tiras de interpretaciones, y la maldición del lector de Borges es que todas las lecturas parecen haber sido previstas por él. Pillo, Borges se convirtió en autor siempre parado en el mostrador del lector, y ejerce con picardía sobre nosotros su rol de controlador de las aduanas del sentido. Sus textos son como canciones: resisten muchas lecturas y en cada lectura descubrimos una nueva pista que nos descoloca. En las próximas semanas, la editorial Ampersand publicará en español “El método Borges”, un estudio en el que el estadounidense Daniel Balderston --quizás el número uno de los muchos especialistas en Borges-- analiza algunos de sus manuscritos en busca de los secretos genéticos de su escritura.

Sus textos están vivos porque son pastillas comprimidas de las que es posible extraer tiras y tiras de interpretaciones, y la maldición del lector de Borges es que todas las lecturas parecen haber sido previstas por él.

El cuento “El Aleph” es una obra cumbre de Borges. La historia, como suele ocurrir, es muy simple: un hombre (Borges) visita seguido al primo de su amada muerta; el primo, Carlos Argentino Daneri --escritor como el personaje Borges--, le muestra un día una “esfera tornasolada” que tiene escondida en el sótano, en la que se ven “todos los puntos del espacio”. Borges, descreído, accede a mirarlo, y su maravillosa visión lo deja a la vez asombrado y triste: en ese punto que contiene todos los puntos del Universo ve también que su amada Beatriz se mandaba cartas pornográficas con su primo Carlos Argentino. Para colmo, poco después Carlos Argentino gana un premio en un concurso al que Borges también había enviado una obra suya, que no recibió ni un solo voto.

“El Aleph” es la historia de un doble duelo del personaje Borges: duelo dolido por Beatriz Viterbo (la amada muerta) y duelo de masculinidad con Carlos Argentino Daneri por Beatriz Viterbo; es una sátira sobre la literatura y la vida literaria; es un cuento fantástico en el cual, como en casi todos los cuentos fantásticos de Borges, un don aparentemente maravilloso resulta perturbador; y es un texto sobre los límites y las posibilidades del lenguaje y de la mente.

“El Aleph” es la historia de un doble duelo del personaje Borges: duelo dolido por Beatriz Viterbo (la amada muerta) y duelo de masculinidad con Carlos Argentino Daneri por Beatriz Viterbo

 Propongo a continuación algunas líneas interpretativas de las que se puede tironear para seguir pensando a Borges:

1) Forza Italia: “El Aleph” es una versión de la Divina Comedia: un relato realista y fantástico a la vez, narración de aprendizaje de un escritor, en el que un poeta desciende a los infiernos (sótano) guiado por otro poeta (Daneri = Dante Alighieri, que en este caso es guía y no guiado), bajo el recuerdo de su amada (Beatriz en ambas obras) y en procura de la poesía/visión divina. El chiste de Borges es que a esa operación de lectura de la obra cumbre de la literatura italiana le adosa una sátira sobre los italianos inmigrados recientemente a la Argentina (Zunini, Zungri y otros apellidos con Z). En la clase alta argentina, cuando un heredero o heredera se ponían de novios con alguien de origen italiano, se decía que la familia “se manchaba de tuco”. Borges, un estratega del puñal y el mimo, eleva a lo italiano y se burla simultáneamente de él, sabiendo que el cocoliche que hablaban los inmigrantes recientes se parecía, en tanto lenguaje coloquial, al toscano al que Dante había llevado a la categoría de lengua literaria. Los inmigrantes italianos se quedan con la casa de los Viterbo y, metafóricamente, con la Buenos Aires que había sido de la aristocracia criolla a la que Borges adhería.

2) El lenguaje exclusivo: Borges maneja intuitivamente los desarrollos teóricos que llevan a cabo los lingüistas de las primeras décadas del siglo XX. Uno de ellos (aludido también en el trayecto que va del toscano de Dante al idioma que hablan los inmigrantes italianos) es el hecho de que el lenguaje cambia, de que es una tecnología viral cuya virtud es el cambio (algo que no advierten quienes objetan el llamado lenguaje inclusivo en nombre de una pureza de la lengua que no existe). El personaje Borges se burla de la solemnidad de Daneri, pero el Borges autor es bien consciente también de su propia solemnidad (el comienzo del cuento es a la vez maravilloso y solemne). Lo que en general se denomina “solemnidad” es el uso de expresiones gastadas por el uso, el registro deficiente del cambio lingüístico. Cuando tiene que describir el Aleph, Borges desespera: no encuentra palabras. Y regala en ese momento la definición más hermosa del lenguaje que conozco: “Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten”. Cada vez que un hablante usa una expresión, en ella están todas las veces en que fue usada, los esfuerzos, las torsiones y los aciertos de cada ser humano en los sucesivos intentos de nombrar los distintos aspectos de lo real. En cada hecho lingüístico, parece decir Borges, está como un fantasma la historia de lo que quiso ser expresado, la historia de eso que llamamos humanidad.

En cada hecho lingüístico, parece decir Borges, está como un fantasma la historia de lo que quiso ser expresado, la historia de eso que llamamos humanidad.

3) Borges in love: Su atrevido biógrafo Edwin Williamson subraya el papel crucial que jugó para Borges su fallida historia de amor con la hermosa escritora pelirroja Norah Lange, perdida a manos (usemos esa expresión de antiguo régimen a riesgo de que sea cancelada) de su rival literario Oliverio Girondo, a quien desde entonces Borges votó todos los años como el peor escritor argentino. Beatriz Viterbo es sin duda Norah Lange, pero también es la joven Estela Canto, una mujer moderna y desprejuiciada a quien Borges apretaba contra las barandas del mirador del Parque Lezama, y a quien le regaló un caleidoscopio, ese objeto infantil que lo inspiró para pergeñar “El Aleph”.

4) Carlos Argentino Daneri, autor de En busca del tiempo perdido: Cuatro años antes de “El Aleph”, el primer cuento (cuento con muchas comillas) que escribió Borges después del accidente que casi le cuesta la vida fue “Pierre Menard, autor del Quijote”. “Menard” es una bomba neutrónica que postula a la literatura como una actividad de colaboraciones fértiles.

Una de las influencias menos estudiadas de Borges es la de Marcel Proust. Es sorprendente la cantidad de recursos y tópicos de Proust que resuenan en su obra. Proust era el tipo de escritor --francés, autor de una novela extensa, mundano, realista-- que típicamente era objeto de los dardos de Borges. No fue así en este caso, y aunque en unas pocas oportunidades lo mencionó elogiosamente, creo que fue una influencia crucial que Borges tendió a ocultar. En “El Aleph”, es notable el parecido entre el rimbombante Carlos Argentino Daneri (que como Proust está escribiendo una obra literaria interminable) y Bloch, el amigo insoportable del protagonista de En busca del tiempo perdido. El flash lisérgico de la visión del Aleph se parece bastante a la descripción de los efectos que produce en el protagonista de la obra de Proust la ingesta de la magdalena. Un dato que pinta también esa conversación entre amigos y ese sistema de préstamos que es la historia de la literatura: Estela Canto traduciría de manera notable, años más tarde, la obra maestra de Marcel Proust (y es la única argentina que lo hizo hasta el momento).

5) Perder un concurso literario, la mejor manera de convertirse en escritor: Borges, genio del marketing, recrea en “El Aleph” el Premio Nacional de Literatura en el que fue derrotado. Esa derrota generó entre sus amigos una reacción que hoy sería inverosímil: un número especial de la revista Sur en su homenaje, con más de cien vindicaciones de su genio.

6) El Aleph y una línea de Hamlet: Uno de los epígrafes del cuento es una cita de Hamlet (“Oh, Dios, podría estar encerrado en una cáscara de nuez y considerarme el Rey del espacio infinito”). Esa línea de Shakespeare parece haberle inspirado la idea de “El Aleph”: alguien encerrado es capaz de captar la totalidad del universo. La línea está en la famosa segunda escena del segundo acto, en la que Hamlet (“words, words, words”) reflexiona sobre los límites del lenguaje y sobre la vida como puesta en escena, dos tópicos también presentes en el cuento de Borges. Pero además este subrayado de Borges parece haber influido sobre otro escritor inglés, Ian McEwan, que escribió una maravillosa versión de Hamlet llamada justamente Cáscara de nuez. Hamlet, “El Aleph” y Cáscara de nuez son sátiras sobre escritores y reflexiones sobre el poder de la mente y del lenguaje.

7) La invención de razones: Antes de ser derrotado por Daneri, el personaje Borges se burla de él cuando le recita y la explica el poema que está escribiendo basado en la visión de el Aleph que esconde su sótano. El malicioso Borges dice de Daneri (que es Borges): “Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para otro.” Ese es Borges en la cima de la self-deprecation, del autodesprecio. Borges encontró el poder de su poética en la “invención de razones”, en la justificación y la interpretación --a través de prólogos, notas y posdatas-- de su propia obra. Borges fue el mejor lector de sí mismo, el maestro de la metaliteratura del yo.

8) Daneri engordado: Carlos Argentino Daneri (“considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur”) es sin duda Borges. Daneri es también Girondo (el poeta que le arrebató a Norah Lange). Pero Daneri es, sobre todo, Roberto Arlt, un escritor en las antípodas estéticas de Borges, muerto dos años antes de la escritura de “El Aleph”, a quien Borges admiró. En el cuento, Daneri aprende: su poema florido e interminable se convierte en una frase arltiana que le espeta a Borges cuando emerge mareado de la visión del Aleph: “Tarumba habrás quedado de tanto curiosear donde no te llaman”. Un cross coloquial a la mandíbula del atribulado Borges.

9) La casa encantada: “El Aleph” es también una versión del esquema narrativo de la casa encantada, vía “La caída de la Casa Usher” de Edgar Allan Poe, una casa de una familia decadente habitada por el pasado que, igual que la casa familiar de los Daneri, es destruida/demolida. El Borges que volvió a Buenos Aires tras su exilio adolescente en Europa se encontró con una Buenos Aires modernizada y populosa ante la que se sintió extrañado. Borges va hacia el sur de la ciudad, que es su pasado; casi diez años más tarde Borges completará el trayecto melancólico hacia el pasado con otro bibliotecario, Juan Dahlmann, que en “El sur” viaja a la pampa. Más influencias de Poe: la repetida mención del nombre de Beatriz frente a su retrato replica la escena del protagonista de “El cuervo” de Poe ante su amada muerta.

10) Visión y misión: Daneri derrota a Borges, pero también se puede pensar que Borges  derrota a Daneri. El poema kilométrico que quiere escribir Daneri para reflejar la Tierra está contenido dentro de “El Aleph”: es la enumeración caótica encabezada por el verbo “ver”, uno de los recursos favoritos de Borges. “Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, etc.”: en esa maravillosa enumeración Borges (el autor o el personaje) alcanza a señalar lo inefable, lo irrepresentable, “el inconcebible universo”. Eso que buscaba Daneri (¿Proust?) mediante la extensión lo obtiene Borges mediante la síntesis. La poesía y el misticismo se tocan, ayudados quizás por el coñac ¿alucinógeno? que le sirve Daneri. Borges pierde (retrospectivamente) a Beatriz y pierde la gloria literaria, pero cumple su misión de poeta, encuentra finalmente las palabras para dar cuenta de esta visión sublime.

SLL

Borges está de moda, quizás porque siempre eludió las modas intelectuales y quizás porque la vida se ha vuelto digital, y la vida digital es muy literaria, y nadie pensó la literatura mejor que Borges; tópicos actuales como la identidad de género (¡qué hay en un nombre, Romeo!) pueden ser pensados a la luz de la profundidad con la que Borges operó y pensó el lenguaje y la identidad personal. Su mirada miope, maltrecha, esquinada y orillera sobre el mundo (ladina como la del pulpero Recabarren en el cuento “El fin”) resultó profética.