Carl Honoré: “Las empresas aprovechan el movimiento Slow para vender”
Carl Honoré juega al hockey sobre hielo, deporte en el que el disco puede alcanzar unos 120 km por hora. Y es el referente global del movimiento Slow (lento), una filosofía que se extendió en áreas que van de la educación al modo de diseñar ciudades. Carl Honoré es canadiense pero nació en Escocia, y aunque sonríe mucho, siempre man- tiene la boca cerrada. Carl Honoré habla de las horas que perdemos frente a las pantallas de los dispositivos; él usa un smartwatch que no mira casi nunca. Vive en Londres pero, distraído, no cruza Av. Corrientes por la senda pea- tonal. Publicó seis libros, el primero Elogio de la lentitud, es un best seller y el más reciente, para chicos, Viajar sin prisa. 40 rutas para conectar con el mundo. Dice que fue su alfombra mágica. Lo tradujeron a 35 idiomas y fue orador en dos charlas TED. Sentado en un hall de hotel que podría estar en cualquiera de los lugares del mundo que recorre al año, pronuncia con calma un español especiado con los otros cuatro idiomas que habla, lo aprendió cuando fue corresponsal en Buenos Aires en la década del 90. Además de periodista es historiador y tiene un título en literatura italiana. El escritor ríe cuando le digo que me hizo salir corriendo al adelantar el horario de esta entrevista
-Acabás de participar como orador en el V Congreso de Educación y Desarrollo Económico en la Ciudad de Buenos Aires, e hiciste hincapié en las bondades de lo que llamás la educación lenta.
-Sí, es una educación reflexiva, que deja espacio para el debate, para la creatividad, que estimula habilidades emocionales y sociales impartiendo menos contenido, para ganar en profundidad.
-La Ciudad de Buenos Aires fue escenario reciente de tomas en varios colegios a raíz de los reclamos por las condiciones edilicias y la falta de financiamiento, además el Ministerio de Educación de la Ciudad está en conflicto con los gremios por el proyecto de trasladar las jornadas de capacitación docente a los días sábados. En este contexto, ¿cómo podemos pensar en la implementación de un paradigma como el de la educación lenta? ¿Es posible incidir en las prácticas educativas sin modificar las condiciones estructurales del neoliberalismo?
-Cuando hablamos de neoliberalismo estamos hablando de estructuras muy arraigadas, muy potentes, muy fuertes, con muchísima inercia, y en ello también faltan fondos para la educación. Como yo lo veo lo que aporta el movimiento Slow (lento) es inyectar una mirada diferente al sistema que ya existe. Es un Caballo de Troya cantando as alabanzas de la lentitud, de la conexión humana, de la solidaridad. Y con pequeños pasos: en el colegio tal, o en tal otro, con cosas pequeñas para ir construyendo un movimiento dentro del sistema que con el tiempo, a mi juicio, tendrá que cambiar porque está podrido, es un desastre para el planeta y para las personas. Creo que, sobre todo, después de la pandemia nos estamos dando cuenta de esto, pero una cosa es darse cuenta de que el sistema ya pasó su fecha de vencimiento, y otra es crear un sistema nuevo mañana. Ese plan B es una revolución. Yo no soy mucho de revoluciones, creo en el cambio como evolución, en pasos pequeños, en ir acumulando una presión para cambiar en el largo plazo, provocar un cambio tectónico para que se produzca el cambio sísmico de crear una sociedad mucho más sana, más sostenible, y más solidaria, ese es el objetivo. Incluso en países como Argentina, donde la coyuntura es mucho más compleja, siempre veo que algo en algún colegio se puede hacer, cambiando un poco los horarios, o las actividades por ejemplo.
-Una de las observaciones que se le hace al Slow desde América Latina tiene que ver con que su visión resulta, en algún punto, individualista.
-Aquí son culturas mucho menos individualistas que la cultura anglosajona o la cultura sueca, donde mucha gente vive sola. Acá la familia y lo colectivo tienen un lugar más central. En cambio en países como Inglaterra o Canadá la gente se muda y se va lejos de casa, no tenemos vínculos tan fuertes con la familia ni con la comunidad. Es una gran ventaja para ustedes como latinoamericanos porque el gran salto, el gran cambio del cual estamos hablando consiste en pasar del individualismo a un modelo mucho más colectivista. Ustedes ya tienen una cultura que tiende hacia eso, a mí manera de ver ya es una gran ventaja, tienen muchas desventajas también, pero hay que ver el lado optimista, ¿no?
-El Slow también suena un poco voluntarista. Es muy difícil “bajar un cambio” cuando toda la estructura social está articulada para acelerarnos, para que seamos más productivos.
-Es muy difícil, pero difícil no es nunca imposible. Se me ocurre una cita que me gusta mucho, es un proverbio africano: “Si quieres ir rápido ve solo, si quieres ir lejos ve acompañado”
-¡Después decís que no crees en la revolución, Carl!
-¡Qué llegue la revolución! (se ríe). Tengo un revolucionario interno. Yo hablo de la revolución Slow, para mí es una revolución. En la que no creo es en la revolución de cócteles molotov.
-Al Slow también se lo acusa de clasista porque se requiere capital para darse el lujo del tiempo de ocio, para poder desacelerar.
-Creo que esa es una mentira que nos vende el sistema capitalista, que pensemos que es solo un lujo, que no está al alcance de todos. Para mí el panorama es mucho más matizado. Obviamente todo es más fácil con plata pero, por otro lado, muchas personas que tienen empleos muy bien pagos tienen trabajos que los persiguen. Salen de la oficina y los están llamando, les están mandando mails, están constantemente conectados a la red. En cambio, si tenés un laburo como carpintero o albañil dejás tu laburo y ya está, no te mandan informes, o mails, o te llaman todo el tiempo. Por otro lado, el argentino promedio -estamos hablando de ricos, clase media y clase humilde- se pasa hasta 10 horas por día frente a una pantalla. Es increíble. Argentina está en el top 3 de horas de pantalla al día. Y luego la gente dice “no tengo tiempo”. Es que estás pegado a la pantalla, aferrado a Instagram, desperdiciando hora tras hora. Para muchos, sea cuál sea la clase social, requiere un cambio de chip en el uso del tiempo, sobre todo con las nuevas tecnologías que funcionan como un agujero negro, chupando hora tras hora, porque si no estamos ahí, en la vidriera, no estamos vigentes.
El gran legado de la pandemia fue demostrar que cosas que antes creíamos imposibles de cambiar sí pueden cambiar, que hay otra forma de hacer las cosas.
-Tu visión de la “postpandemia” es bastante positiva frente a otras lecturas que entienden que las condiciones de subsistencia de las poblaciones vulnerables son actualmente más precarias y que, en general, se produjo un empobrecimiento y hay una distribución aún más inequitativa de la riqueza.
-Creo que el gran legado de la pandemia fue demostrar que cosas que antes creíamos imposibles de cambiar sí pueden cambiar, que hay otra forma de hacer las cosas. Esto se ve mucho en el mundo laboral, en el trabajo remoto, híbrido, todas cosas impensables hace cinco años ya pasaron a ser la norma. Lo que tenemos que hacer con esta nueva libertad, esta nueva cancha abierta de posibilidades es elegir las buenas, no las malas. Yo no soy utópico y no creo que la pandemia haya salvado el mundo, para nada, pero cambió un poco el chip en el sentido de haber puesto sobre el tapete la posibilidad de reimaginar y replantear muchas cosas, desde la educación, pasando por las relaciones afectivas y el trabajo, lo sacudió todo. Nos dejó con esa posibilidad de reimaginarlo todo, soy bastante optimista.
-El movimiento Slow, cuando postula que todos podemos desacelerar, no parece considerar la división sexual del trabajo, sobre todo de cuidado no remunerado, que establece desigualdades estructurales que permiten a los varones hacerse con un diferencial de tiempo, tanto de ocio como productivo. Esto incluso se reforzó con el teletrabajo en muchos casos.
-Estoy totalmente de acuerdo con que es un problema que se reforzó con la coyuntura de la pandemia. Creo que el movimiento Slow puede aportar mucho porque uno de sus objetivos principales es la igualdad, darle a todos los mismos derechos, las mismas posibilidades y la misma autonomía temporal, el mismo control sobre su tiempo. Controlar el propio tiempo es la piedra angular del movimiento. Yo estoy colaborando con un movimiento que empezó en Barcelona que se llama “La semana del uso del tiempo” y el eje es el acceso al control sobre el tiempo propio, eso tiene que ver también con las desigualdades de género. Es el filtro temporal. Hay muchos filtros a través de los cuales se pueden ver y combatir las desigualdades, se puede hacer desde muchas perspectivas, desde muchas ópticas. Un filtro es el tiempo y ahí puede aportar algo el Slow con el lenguaje, con la visión de una sociedad más justa, más igualitaria. Que las mujeres recuperen su tiempo es un punto clave.
-Gigantes como Microsoft están comenzando a adoptar algunos de los postulados del movimiento Slow en la organización del trabajo. Se enfocan en el aumento de la productividad que funciona como un incentivo para las empresas. ¿Existe un peligro de slow-washing empresarial?
-Hay dos peligros, el primero tiene que ver con la publicidad, lo que proyecta la empresa hacia afuera. Vos ves publicidades por todas partes utilizando al movimiento Slow: mujeres sentadas en la playa haciendo Yoga para vender cualquier barbaridad, y eso por un lado me parece positivo, entre comillas, porque el hecho de que las empresas están aprovechando el movimiento Slow para vender cosas ya demuestra que el movimiento llegó, que tiene peso en la cultura, es como decir “hemos llegado porque nos distorsionan, nos aprovechan, nos explotan”, ese es un punto. El otro es lo que hacen las empresas hacia adentro: aumentar la productividad me parece bien, incentivar la creatividad me parece fantástico, mejorar la salud también, pero para mí no es el punto final, no es el destino, es una etapa, es una estación para llegar a la terminal que es crear una empresa responsable, que no tenga como su único objetivo maximizar beneficios. Vuelvo a la metáfora del Caballo de Troya: vos llegás con un discurso de “aquí con la lentitud vamos a mejorar la productividad, la creatividad, etc” pero, al mismo tiempo, haciendo esto, dándole a los empleados la posibilidad de reflexionar, de contemplar el horizonte, de mirar el panorama completo, mi esperanza es que se empiecen a cuestionar. Y que las empresas se digan: le debemos algo a la sociedad, le debemos algo a la naturaleza, estamos conectados con el entorno, tenemos responsabilidades que van más allá de las ganancias. Y esa es un poco mi misión, el porqué trabajo con empresas, porque yo podría ir a trabajar a un banco y ganar mucho más de lo que gano predicando la lentitud para empresas, yo lo hago porque tengo una me - ta a largo plazo: provocar una revolución (se ríe) dentro de la empresa, pero el primer paso no es llegar con moloovs, sino un poco más suave, más ameno. “Ah! vamos a aumentar la productividad, vamos a ser más creativos, vamos a tener salud”, cosas lindas y luego, al desacelerar, casi siempre hay más tiempo para reflexionar y llegar a las grandes preguntas por fin: ¿quién soy? ¿será que estamos viviendo la vida correcta para nosotros? Esas preguntas que quedan tapadas por la vida de correcami - nos, haciendo malabares con 82 mails. En muchos casos esa vida frenética es un mecanismo de negación, una manera de huir de uno mismo, es mucho más fácil llenar la cabeza con distracciones electrónicas, estimulación, estar sobre cafeinado, cuesta afrontar esas preguntas complicadas, complejas.
-¿Tiene una dimensión utópica el Slow ?
-Soy bastante utópico en el fondo, digo siempre optimis - ta pero tengo mi lado utópico. Sueño con utopías. Y de hecho soy bastante de izquierda también. Bastante. Lo que pasa es que cuando la gente escucha la palabra “izquierda” le da pánico. No me vayas a citar como el Che del Norte (se ríe).
Es increíble. Argentina está en el top 3 de horas de pantalla al día. Y luego la gente dice “yo no tengo tiempo”. Es que estás pegado a ellas.
-¿Cómo entiende el movimiento Slow al consumo?
-Cada compra que hacemos es una decisión política, estamos diciendo “este es el mundo en el que quiero vivir”. Cada acto de compra es un acto que tiene un efecto de reacción en cadena.
-Pensaba por ejemplo en los autos eléctricos desarrollados en el llamado Norte Global, diseñados para funcionar con baterías de litio, que se extrae en gran parte de países de América Latina, entre ellos Argentina. Hay una distribución diferencial del riesgo entre el Norte y Sur Global, y una contradicción también.
-Bueno, quien manda es el Norte ¿no?. Exportamos al Sur nuestros problemas, nuestra basura incluso. Es el ejemplo de la desigualdad, las reglas de juego están hechas para favorecer al Norte, sin duda, incluso en estos campos, en las decisiones que deberían ser positivas para el planeta. La industria verde tiene su lado oscuro, y la factura la paga el Sur. En este caso por una cuestión geográfica, o geológica, que es que existen los minerales aquí.
-Sí, pero también es una decisión política sostener matrices de desarrollo montadas sobre industrias extractivas contaminantes. Los problemas globales tienen impactos locales.
-Sí, claro, vos podés comprar un auto eléctrico en Suecia, muy bueno para el medio ambiente en Estocolmo pero ¿qué impacto tiene en Bolivia?. Es como estar en el tráfico, vos no estás en el tráfico, vos sos el tráfico. Además podemos arrancar con las mejores intenciones del mundo, yo vivo en Londres, si quiero comprar un auto quiero comprar un auto eléctrico…
-También podés tomarte el subte Carl, que contamina menos…
-No, no, no voy a comprar ningún auto, yo ando en bici, en rollers y a pie. Es un ejemplo retórico, digamos. Ando por todos lados en bici, a veces en transporte público, que es otro ejemplo de la importancia de la colectividad, si invertimos en cosas que son para todos, todos salimos ganando.
-El paradigma del Buen Vivir es una propuesta latinoamericana que se basa en conocimientos, saberes y prácticas ancestrales de pueblos indígenas. Tiene algunos puntos en común con tu trabajo, se centra en el bienestar de las personas y pone en cuestión los supuestos del crecimiento económico, la explotación de la naturaleza, y la idea de progreso ilimitado. Sin embargo, en ciudades como Buenos Aires no tiene la cobertura mediática ni la atención que suscita el movimiento Slow.
-El que trae el mensaje es importante, desgraciadamente es así. En toda América Latina, pero sobre todo en Argentina, existe un gran complejo de inferioridad hacia el Norte, ven a esos países como superiores y agarran las tendencias porque “hacen esto en New York o en o Miami, o en París”. Yo lo sentí desde mi primera gira por América Latina para hablar de este tema, era como que la gente no se animaba a cuestionarme, llegaba ya con una montaña de crédito, de prestigio, solo por ser del “primer mundo”. Yo soy un periodista, estas son ideas, no son palabras grabadas en piedra. Siempre hay que criticar y cuestionar, no quiero que mis ideas sean plasmadas sin cambiar, tie - nen que ir evolucionando en función de nuevas miradas, de nuevos cuestionamientos. Me gusta criticar y que me critiquen, que vayamos modificando ideas a través del debate. Yo soy periodista, no soy ningún gurú.
-¿Cómo te sentís con que te llamen el gurú del movimiento Slow?
-Soy el gurú menos gurú del mundo. Cada vez que lo escuchamos con mis amigos nos reímos a carcajadas.
MR
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