ENTREVISTA

Joaquim Frank, Premio Nobel de Química y escritor: “Veo tanto el arte como la ciencia de la misma manera: producir sentido a partir del caos”

8 de junio de 2025 00:07 h

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En 2017, el físico alemán Joachim Frank, que vive hace medio siglo en Estados Unidos, ganó el Premio Nobel de química junto a otros dos científicos por su aporte a la técnica de criomicroscopía electrónica de partículas individuales (cryo-EM), que permite primero congelar una muestra de estructuras biológicas complejas en un estadío casi nativo y luego visualizarlas en alta definición. Gracias a todo lo que se conoce a partir de esa visualización, la técnica ha revolucionado el campo de la biomedicina permitiendo saber más y desarrollar nuevos fármacos y vacunas frente a enfermedades infecciosas devastadoras.

Mucho de lo que investigó a lo largo de su vida necesitó esperar ciertos avances computacionales para poder concretarse: “La idea era muy simple, pero resultó que requería herramientas de análisis de datos que no existían, así que tuve que desarrollar muchos programas. En ese momento las computadoras eran lentas y pequeñas. Estas fueron soluciones improvisadas. Más adelante, las computadoras se volvieron lo suficientemente poderosas y se crearon ciertos términos para describir lo que hacíamos. Hoy lo llamaría los comienzos del aprendizaje automático (machine learning), pero ese concepto no existía entonces”.

Además de investigar, Frank es un activo vocal de la situación política y científica de Estados Unidos, en un contexto de creciente tensión del gobierno de Trump con las universidades que tiene a Harvard como una de las voces más reticentes a la intervención gubernamental. Frank nutre cotidianamente su blog con asuntos coyunturales y da rienda suelta a su mirada del gobierno de Estados Unidos, la ciencia y la historia. En una de sus últimas intervenciones, por ejemplo, publicó un texto sobre la compulsión por invertir en Inteligencia Artificial pero no en ciencia: “Invertir exclusivamente en inteligencia artificial, que explora datos existentes pero no contribuye en nada a ellos, equivale a sostener la idea de que nada podría añadir más datos que amplíen nuestro horizonte de conocimiento empírico”. Además, ha publicado novelas.

De visita en Argentina, adonde vino a fin de abril a presentar el premio CRIION-Frank de investigación en Biomedicina que tiene como objetivo destacar a jóvenes científicos comprometidos con la excelencia en la investigación científica –así como la inauguración del nuevo programa de beca internacional BioThera y la instalación de un Laboratorio CRIION en la Universidad de Buenos Aires, financiado por la Fundación Mertelsmann– dialogó con elDiarioAR sobre su investigación actual, la situación de la universidad de Columbia (donde está basado) frente al gobierno de Trump, el nuevo espíritu de época y la necesidad de entender que sin ciencia los avances tecnológicos son imposibles.

–¿Qué cambió en su vida desde que recibió el Premio Nobel?

El premio me permitió conocer a muchas personas nuevas a las que antes no tenía acceso, y eso realmente amplió mi horizonte con el tiempo. Conocí personas distinguidas que hicieron contribuciones muy importantes en diferentes áreas, y simplemente conversar con ellas me dio muchos más conocimientos.

–¿Cree que hoy se pueden pensar los descubrimientos científicos completamente separados del desarrollo tecnológico?

–Tenemos desarrollos tecnológicos que son distintos del desarrollo científico, pero están relacionados. Es un punto muy importante. Si cortamos la ciencia, terminamos en una situación en la que la tecnología parece autosuficiente. Pero esto es absurdo, así no funciona el mundo. La ciencia es absolutamente necesaria para desarrollar nuevos conceptos. La tecnología siempre es una fotografía de lo que ya ha sido realizado sobre la base de la ciencia. Puede que esa ciencia tenga décadas de antigüedad, pero fue la base. Creo que todo este discurso sobre la IA es muy engañoso, como si fuera una entidad autónoma capaz de tomar el control. Esto es completamente falso y una idea equivocada sobre lo que puede hacer.

–¿Y en EE.UU., cómo ve el discurso público sobre esto?

Está pasando también en mi campo. Algunas personas se acercan con expectativas completamente fuera de lugar. La ciencia se basa en conocimiento empírico, son cosas muy diferentes. Las simulaciones de IA se basan en conocimientos acumulados durante décadas. Sin eso, no habría nada.

–¿Cómo ve la motivación de las nuevas generaciones de científicos en este contexto de polarización y hostilidad por parte del gobierno?

Están muy asustados, con razón. Se les prometió libertad académica, algo que existió por más de 200 años, y de repente eso tambalea. Es una situación completamente nueva y aterradora. Ahora se les enseña que protestar es peligroso, que puede tener consecuencias. Es muy preocupante. El gobierno está usando métodos extorsivos para quitar la libertad académica. La libertad intelectual amenaza su existencia, por eso intentan eliminarla y así instalar un régimen autoritario sin control.

–¿Y los académicos están unidos contra esto?

No, lamentablemente no están unidos. Debería haber una reacción fuerte como la de Harvard, pero la mayoría sigue el modelo de Columbia, que se comprometió demasiado con el gobierno, y cada vez que cedía, el gobierno exigía más.

–Una vez usted mencionó que le recomendaba a los jóvenes estudiantes, ante problemas que no habían podido resolver por mucho tiempo, iniciar una conversación con alguien, algo que podía ayudarlos a pensar y formular los pensamientos: ¿Cree que la polarización actual afecta la construcción colectiva del conocimiento?

Sí, mucho. Veo la ciencia como una cultura mundial, quizá la única donde todos se entienden. Es un modelo de cooperación internacional. Cuando la ciencia es socavada por mentiras, eso perjudica esa camaradería global.

–Publicó novelas, mantiene un blog con comentarios sobre la coyuntura: ¿de dónde nace su interés por escribir?

Empecé a escribir más cuando surgieron las redes sociales. Me uní a Cowbird en 2011, creado por Jonathan Harris (N de R: una plataforma de narración digital). Me fascinó poder combinar escritura e imágenes. Fue una gran herramienta, aunque terminó en 2017 y ahora solo se encuentra en [el archivo digital] Wayback Machine. Escribir para mí es un estado elevado. Cuando escribo, todo lo demás desaparece. Es una experiencia muy relajante, no comparable con ninguna otra.

–¿Encuentra relación entre su trabajo con la escritura y su trabajo científico?

Puedo pensar como científico. Mi mente se alimenta de observaciones sensoriales y luego construye sentido a partir de ellas. Así veo tanto el arte como la ciencia: producir sentido a partir del caos.

–Sube de manera constante opiniones a su blog, ¿qué postura tiene frente a la idea de que los científicos no deben opinar sobre política y coyuntura?

Es un gran error que las personas se aparten de la política. Ahora vemos los efectos: no tienen influencia en la opinión pública, no hay un modelo para ellos, y eso debe cambiar completamente y la educación secundaria es crucial, así las personas aprenden desde temprano qué es la ciencia, qué significa para la sociedad, cómo funciona. La divulgación por parte de los científicos es muy importante. Cuando gané el Nobel, me contactaron escuelas secundarias de Nueva York. Pasé tardes con ellos, intentando explicar cosas con presentaciones adecuadas a su nivel.

–Se dice que la confianza en el método científico está en crisis, amenazado por el auge de los discursos pseudocientíficos o anticientíficos. ¿Usted lo cree?

Sí, hubo grandes malentendidos, especialmente durante el COVID. Hubo gente con la percepción de que a veces hay desacuerdo sobre ciertos hechos, y que eso resulta alarmante. Hay que educar sobre esto para que la gente entienda que sí, que esto forma parte del proceso normal. Eventualmente se llega a un consenso, y ese es un proceso que se sigue. Pero hay muchos detractores que tergiversan todo ese proceso, y Trump fue uno de ellos. Él entiende profundamente mal el mundo, en todos sus aspectos, así que tampoco entiende la ciencia. Durante el COVID, la gente se enfrentó a científicos, a creencias científicas. Y, lamentablemente, eso ocurrió en un momento en el que había una gran incertidumbre sobre el origen del Covid y sobre cómo funcionaba. El público recibía una instrucción tras otra, que parecían contradecirse entre sí, y eso claramente no genera mucha confianza. Pero en parte eso se debe a que, entre los científicos y quienes difunden la información —el gobierno, sus representantes—, había capas de traducciones diferentes, y en muchos casos, lo que recibió el público al final era inexacto.

–¿Qué está investigando ahora?

–Al principio todo esto era un método para hacer investigación estructural, es decir, obtener estructuras atómicas de moléculas por medios diferentes a los que se usaban antes. En lugar de obtener estructuras a través de cristalografía de rayos X, obtenías estructuras individuales mediante microscopía electrónica, y muchos laboratorios en el mundo ahora usan este método. Luego reduje mi grupo. No tenía tantos recursos, así que decidí enfocarme en un área en la que los métodos iniciales podían expandirse: la microscopía electrónica resuelta en el tiempo. Con esta técnica, podés iniciar una reacción en un chip microfluídico y luego, básicamente, seguir su evolución a lo largo del tiempo.

Entonces la vas atrapando en diferentes momentos y podés ver los intermedios, algo que antes no se podía hacer. Y no soy el único que está haciendo esto. Hay varios grupos en el mundo que abordan esta idea desde diferentes ángulos, pero nosotros hemos tenido mucho éxito y ya publicamos artículos que han generado muchísimo interés.

–Usted nació durante la segunda guerra mundial. ¿Le da miedo el presente, por su pasado en un régimen totalitario?

Sí. No quiero que mi vida esté enmarcada por dos regímenes fascistas. Pasé mi vida entre dos extremos. Nunca pensé que podíamos volver atrás de esta manera. Es un sentimiento existencial. Repienso toda mi vida con esa idea. Me mudé a EE.UU. porque era la promesa de grandes ideas. Alemania era más restrictiva, autoritaria, aunque cambió a lo largo del tiempo. EE.UU. era el lugar para pensar y expresarme. Elegí el inglés, porque tras la guerra, el alemán se empobreció: había palabras que no se podían usar por la autocensura de términos que eran usados por el régimen de Hitler. Ahora vuelve esa censura a Estados Unidos, de formas ridículas.

NS/DTC