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Lecturas

El ascenso de China, el enfrentamiento con Estados Unidos y re-globalización

A partir de 20018 se produjo un vuelco desde una situación de competencia con convivencia entre EEUU y China hacia un enfrentamiento económico, tecnológico, militar y estratégico en toda la gama.

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La evolución de la economía china despertó el interés de las potencias occidentales en la aparición de un gran proveedor de mercaderías de bajo costo y de un mercado para la expansión de sus inversiones externas. Pero, a medida que China comenzó a competir con mercaderías más complejas que eran abastecidas por los países más avanzados la relación se tensó y, en 2018, el gobierno de Donald Trump cambió el rumbo de su país desde una tolerancia estratégica hacia un enfrentamiento económico y estratégico abierto. La política china se orientó también en ese sentido generando un escenario de conflicto de proporciones y de perspectivas económicas y militares inciertas.

Como consecuencia del enfrentamiento las empresas occidentales y asiáticas comenzaron a tomar decisiones que tienen en cuenta no sólo el cálculo económico sino también evaluaciones estratégicas, dando lugar a un movimiento de deslocalización de inversiones y de cambio de proveedores desde China hacia otros mercados, es decir una redefinición de la globalización hacia un perfil más regional y nacional.

Para los países periféricos, incluidos los de América Latina, el nuevo escenario plantea serios desafíos comerciales y de alianzas políticas y, en particular, la competencia tecnológica exacerbada entre las potencias, amenaza con aumentar el atraso relativo de los países con menor dotación e inversiones en tecnología y educación.

La irrupción de China

Desde los años ochenta y especialmente en los noventa, la globalización-interconexión de la economía internacional creció a pasos agigantados. En el siglo XXI, China irrumpió en el escenario con enorme potencia, inundando los mercados con productos industriales sofisticados, nuevas tecnologías, créditos e inversiones y desplazando a proveedores y financistas tradicionales.

Durante casi dos décadas el avance chino fue mirado con admiración y grandes expectativas por gobiernos y empresas en el resto del mundo porque conformó un círculo virtuoso entre las necesidades de los mayores participantes de la globalización: China accedía a los grandes mercados del mundo y aportaba bienes de consumo y partes de menor costo que los occidentales, contribuyendo a abaratar costos y a presionar hacia abajo a los salarios de muchas industrias del mundo desarrollado. También proporcionaba un enorme mercado en el cual vender e invertir. Las empresas exportaban desde China a menores costos, ganando competitividad.

En las décadas posteriores a la reforma del sistema chino de 1978, se fue tejiendo un nudo de comercio e inversiones con la participación de países asiáticos de mayor y menor desarrollo que se constituyó en el núcleo más dinámico del capitalismo contemporáneo.

El círculo virtuoso de las relaciones China-mundo desarrollado fue disolviéndose a medida de que ese país comenzó a ofrecer productos de mayor componente tecnológico que desplazaron a otros tradicionalmente producidos por los industrializados. Más recientemente, comenzó a competir con tecnologías civiles y militares de última generación, que son consideradas un ariete estratégico en occidente.

Por otra parte, la crisis de 2008 volvió a mostrar las disfunciones del mercado financiero internacional y la vulnerabilidad económica de Estados Unidos y de las demás economías avanzadas. En este contexto el gobierno chino abandonó su política exterior de “ocultar la fuerza” para buscar un papel más relevante en el orden mundial.

En 2018 el gobierno de Donald Trump cambió bruscamente la política de tolerancia hacia una de confrontación y pronto fue seguida, con mayor o menor grado de convicción, por sus aliados europeos y asiáticos.

Se produjo, de esa manera, un vuelco desde una situación de competencia con convivencia entre ambas potencias hacia un enfrentamiento económico, tecnológico, militar y estratégico en toda la gama, un choque de gigantes que tiene y tendrá un impacto profundo en las formas de la globalización económica lo que implica las relaciones entre los países (no sólo entre las dos potencias), las relaciones entre las empresas y los mercados externos y entre éstas y los estados.

El enfrentamiento tiene lugar con una creciente interrelación e interdependencia de las economías nacionales debida a la apertura de las economías de las últimas décadas y al montaje de redes de producción, comercio e intercambio tecnológico entre empresa.

En este sistema, ninguna economía o empresa pueden ser completamente autónoma y las barreras o las agresiones tienen costos para los afectados pero también para quienes las ejecutan. Se ha generado, por eso mismo, una situación de Vulnerabilidad Mutua Asegurada para todos los países, aún los más grandes.

Desacople

Los enfrentamientos y las crisis de los últimos años, incluida la quiebra de cadenas de comercio y producción provocada por la pandemia, dieron lugar a un movimiento de desacople de relaciones económicas entre empresas y de relocalización de actividades productivas desde países rivales hacia otros destinos. Este movimiento es, en primer lugar, costoso y puede ser solo limitado por dificultades técnicas y porque es contrario al interés económico de la mayoría de las grandes corporaciones.

La invasión de Rusia a Ucrania, las sanciones aplicadas por Estados Unidos y otros países y el alineamiento de China con el invasor afectan profundamente el funcionamiento del orden liberal y multilateral montado en las décadas pasadas del cual China y Rusia se beneficiaron. Por esa razón el gobierno chino es, como se verá más adelante, un firme defensor de la globalización económica.

Tras el reino de las grandes potencias, tuvo lugar, en las últimas décadas un crecimiento de países chicos y de potencias intermedias que provocó una progresiva difusión del poder económico, medido por la producción y las exportaciones, y por lo tanto, una distribución en la capacidad de influir en la conformación del orden mundial.

Como consecuencia de ello ya no existen ni pueden existir poderes hegemónicos más o menos unilaterales (al estilo Estados Unidos, Segunda Posguerra o post URSS) y aún lo más poderosos deben recurrir a acuerdos y aceptar condiciones. En este mundo, la única posibilidad de un resultado ganador-ganador es a través de la negociación y el acuerdo. Cualquier otra estrategia conduce a un resultado con grandes perdedores, posiblemente todos los participantes del juego.

De todos modos, la experiencia histórica muestra, aún ante estas amenazas, las potencias pueden insistir en una búsqueda de poder unilateral, pero esto solo puede conducir a crisis –que pueden incluir un enfrentamiento bélico- que tendría consecuencias negativas aún para quien lanza la ofensiva.

Finalmente, la globalización ha generado, como proclaman sus apologistas desde Estados Unidos a China, grandes beneficios para las economías y las sociedades, pero esos beneficios no han sido distribuidos equitativamente. La agenda internacional debe incluir, por lo tanto, no sólo el objetivo de evitar un quiebre del sistema económico gravoso para todo el mundo, sino también el de tener políticas nacionales e internacionales para una distribución más justa de los ingresos y recursos.

*Doctor en Ciencias Sociales (UBA), economista y periodista.

CC

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