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Asesinos sin fronteras

Asesinos sin fronteras

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Secuestros en Miraflores

El sábado 14 de junio, el diario Marka de Lima titula en tapa: “Grupos armados secuestran a tres argentinos en Miraflores”. Informa que ocurrieron entre la tarde y la noche del día 12, y los identifica como Julia Santos, Noemí Gianotti de Molfino y Julio Ramírez. La información de la prensa limeña en los días posteriores no solo comprobará los tres secuestros anunciados por Marka sino que los mismos habían sido, en realidad, cuatro, con la recaptura de un argentino que ya estaba detenido y que se les había escapado a sus guardianes. También precisan que Julia Santos era en realidad María Inés Raverta y que el nombre exacto de la señora de Molfino era Noemí Esther Giannetti de Molfino, secuestradas ambas al igual que Julio César Ramírez. El prisionero que se les había escapado y que de inmediato recapturaron era Federico Guillermo Frías Alberga, llevado desde Buenos Aires con la intención de que “marcara” a otros militantes en Lima. Con anterioridad a su caída, Farías tenía pactada una cita con María Inés Raverta en la Iglesia Matriz de Miraflores –un barrio de clase media alta– para la tarde del día 12 de junio.

Maria Inés Raverta –la Flaca Inés–, de 24 años de edad, era una de las responsables del área internacional de Montoneros, dependiente de la Conducción Nacional y esposa, aunque estaban separados, de Pascualito –Mario Montoto, secretario de Firmenich y luego su apoderado legal– con quien tenía dos hijas pequeñas, que no estaban con ella.

Quiénes fueron los militares y policías peruanos partícipes en estas operaciones ilícitas trasciende de inmediato a la prensa por propia infidencia de otros grupos militares. También se difunden las características del comando argentino que ejecutó los secuestros y el lugar de detención al que fueron llevados en Playa Hondable, 50 kilómetros al norte de Lima. De la presencia militar argentina se dice que se trata de un comando integrado por ocho oficiales argentinos, llegados en un vuelo regular de Aerolíneas Argentinas el día 5 de junio. Que el jefe es un coronel, alto, elegante, con bigotes, siempre vestido de civil, de alrededor de 45 años, que por su representatividad ha sido distinguido con un trato preferencial: ha sido alojado en la zona residencial del Círculo Militar, en la habitación 226; se puso a su disposición el teléfono Nº 719564, se le proporcionó para movilizarse un coche VW naranja con un chofer y guardaespaldas del ejército peruano. Se identificó como “coronel Rolando Rocha”. Este no formó parte del grupo operativo. Agrega la revista Equis-X, que tres de los oficiales argentinos, caracterizados como torturadores y asesinos profesionales por la fuente, se alojaron en el Hotel Plaza de Miraflores. Uno de ellos era alto, rubio y había otro bajo, gordo y con papada. Los cuatro oficiales argentinos restantes se instalaron en el Hotel Sheraton. Todos los gastos corrían por cuenta del Ejército argentino.

Posiblemente el comando no fuera de ocho, sino de siete militares y el octavo fuera Federico Frías, quien con sus dos guardianes, el rubio alto, fornido, de alrededor de 35 años (el mismo que lo perseguirá cuando intentó escapar) y el gordo bajo, se alojaron en el Hotel Plaza de Miraflores. La cantidad del personal operativo podría parecer exigua para la envergadura de su propósito, pero entendible en tanto contaban con el apoyo irrestricto de los cuerpos represivos peruanos.

Los diarios hablan, asimismo, del conocimiento de las horrendas torturas a que habían sido sometidos. Incluso presumen que dos de las víctimas, Frías y Raverta, pueden haber muerto a consecuencia de ello. 

En el caso de la señora de Molfino, ella misma alertó sobre su secuestro al notar que su casa estaba rodeada. Esa medianoche del día 12 logra comunicarse con el diputado Meza Cuadra y le advierte que tiene su domicilio rodeado por quienes poco después serían sus captores. Ha sido advertida por su hijo Gustavo quien al llegar a la casa observa el operativo. La llama desde una cabina pública y ella le dice que no entre y que se ponga en contacto con los diputados y le agrega: “De última, salvate vos que tenés toda la vida por delante”.

Ramírez y Frías

El Cabezón Julio César Ramírez, nacido el 24 de mayo de 1948 en la provincia de Córdoba, había sido detenido el 22 de agosto de 1975 y sobreseído provisionalmente el 27 de febrero de 1976, por falta de pruebas en su contra, en una causa sustanciada por la justicia federal de Córdoba por “asociación ilícita calificada, tenencia de armas y munición de guerra y tenencia de explosivos”, que tuvo gran notoriedad ya que entre los detenidos se encontraban Marcos Osatinsky (brutalmente asesinado poco después, en un “traslado” a la cárcel Penitenciaría), los hermanos Eduardo y Gustavo De Breuil, Horacio Mendizábal, Enrique Asbert, y otros dirigentes montoneros. De ese grupo, Ramírez era el de mayor jerarquía detrás de Osatinsky y Mendizábal; era, en la gradación de entonces, “Oficial 2º”. Fue puesto a disposición del PEN mediante decreto Nº 2189/75. La opción para salir del país le fue tácitamente denegada, debiendo recurrir a la justicia que falló favorablemente, pese a lo cual permaneció dos años más en prisión. Pudo viajar recién en 1978 con destino a México, donde residió hasta que luego se establece en España. Era conocido dentro de la estructura montonera como el Negro Cacho y ostentaba el grado de “Teniente 1º”.

Luego retornó a la Argentina en el marco de la “contraofensiva”, y había viajado a Perú para informar de su trabajo al Comando Táctico. Estaba alojado en el domicilio de María Inés Raverta, presumiblemente con el propósito de regresar al país. Viajó de Buenos Aires a Lima con identidad falsa a nombre de Luis Esteban Almirón; el pasaporte le es decomisado al ser secuestrado por el comando argentino-peruano. Dicho pasaporte será colocado entre las “pruebas” que los autores del crimen de Noemí Giannetti de Molfino dejan en el apart-hotel Muralto en Madrid. Seis meses antes, la revista Somos, órgano paramilitar de la editorial Atlántida, había publicado su fotografía calificándolo de “peronista subversivo” con pedido de captura.

Federico Guillermo Frías había nacido el 1º de mayo de 1952. Alto, de cabello castaño oscuro y cutis trigueño, en los últimos tiempos previos a su desaparición, usaba bigotes. Paralelamente a su militancia en la Juventud Peronista, estudió Ciencias Económicas en la ciudad de La Plata hasta el año 1975, momento en que también abandonó su trabajo en Vialidad Provincial en aquella ciudad. Se presume que pasó a trabajar como obrero metalúrgico, lo que resulta plausible, ya que la organización Montoneros, desde su regional La Plata, instruyó a sus militantes para que buscaran inserción política en sectores de la clase obrera, sobre todo aquellos cuadros identificados, que podían ser blanco de los comandos asesinos de la CNU.

A partir de mediados de 1977, deja de tener contacto físico con sus padres y solo lo hace telefónicamente en llamados al hogar paterno, ya que una fuerte comisión de 15 hombres de civil había irrumpido en el domicilio familiar en la calle 48 de La Plata llevándose encapuchados a sus padres y a su hermana, quienes fueron conducidos a la Brigada de Investigaciones de esa ciudad para ser interrogados durante 48 horas sobre el paradero y actividades de Federico, y luego dejados en libertad.

Previo a su caída, Frías ostentaba el grado de “Teniente 1º” dentro de Montoneros y respondía al nombre de Lucio. Había participado de la Contraofensiva de 1979 como miembro de la TEA Zona Oeste.

Solo en muy contadas ocasiones sus padres lo vieron en la Capital Federal, donde les informó que debía salir y entrar al país periódicamente. En enero de 1980 se comunicó con su madre desde México.

En mayo de 1980, regresa a la Argentina tras haber estado a mediados de abril en Río de Janeiro con su viejo amigo y ahora subordinado, el “Subteniente Juan”, Gastón Dillon. Frías es responsable de una Unidad integral, de cuatro militantes –Gastón Dillon; Mirtha Simonetti, miliciana “Teresa”; el médico Salvador Privitera “Subteniente Tano” y su pareja, la periodista de nacionalidad estadounidense Toni Agotina Motta– quienes, al igual que Frías, fueron secuestrados por el Batallón 601.

Frías y Raverta habían convenido en México encontrarse el 12 de junio en una cita fija en Lima, partiendo ella en marzo para esa ciudad, mientras que Frías haría una entrada previa a la Argentina, donde fue secuestrado. Este dato fue proporcionado por Frías en la tortura.

La saga de los Molfino

Noemí Esther Giannetti era una mujer esbelta, de alrededor de 1,65 de estatura y no exenta de cierta coquetería que la había llevado a ocultar sus incipientes canas tiñéndose de rubia. Tenía 55 años recién cumplidos y había nacido en Saladillo, provincia de Buenos Aires, el 8 de mayo de 1925. No representaba menos edad que la que tenía, tal vez porque la vida la había sometido a golpes muy duros. Muy joven se había casado con José Adán Molfino, y siguiéndolo recorrió buena parte del país. En 1957 optan por la ciudad de Resistencia, en Chaco, o mejor dicho, van buscando el amparo de Carlos Giannetti, padre de Noemí, a quien le habían encomendado organizar el Banco de esa provincia.

A José Molfino no le fue mal tanto en Paraguay como en el Chaco con sus trabajos de periodismo, y el matrimonio había podido, con la ayuda de don Carlos, edificar una casa de altos; arriba vivía la familia y abajo estaban las oficinas de José. Además de sus trabajos de prensa –no solo en los medios locales, ya que fue corresponsal de Clarín–, José fue agregado cultural de la Embajada Argentina en Asunción. Tampoco era mal poeta y los viernes por la noche la casa se poblaba de vates, literatos, pintores, escultores y guitarreros. Noemí “tenía una voz hermosa” y le gustaba cantar canciones acompañada en el piano por José. 

Para ese entonces tenían ya cinco hijos: Miguel Ángel, Alejandra, Marcela, Liliana y José, y pronto llegaría el sexto, Gustavo. Su marido se hacía tiempo, pese a todo, para hacer ciertas incursiones políticas en el frondizismo. Noemí no tenía mucho tiempo para ella. Había abandonado su afición por la pintura aunque los cuadros que pintó y se conservan, atestiguan que tenía condiciones naturales para las artes plásticas. Dedicada a su marido, a sus hijos y a los amigos que llegaban a esa casa hospitalaria, no le quedaba tiempo siquiera para leer las novelas románticas de Corín Tellado o las policiales de Agatha Christie, sus preferidas. “Deportes tampoco hacía, solo agacharse a cambiar pañales. Era una gran cocinera y los domingos se comía religiosamente tallarines que ella amasaba”, cuentan sus hijos, que la recuerdan con ternura: “Mamá era muy comprensiva, nunca en la vida nos gritó, era una compañera cariñosa y dedicada a su familia”.

Cuando Noemí apenas había superado los 37 años, sufre un duro golpe: fallece de una nefritis aguda, José, que aún no había cumplido 40. Esta ama de casa que había sido muy dependiente de él –ni siquiera sabía hacer un trámite bancario– debe ponerse la familia al hombro cuando el último de sus hijos, Gustavo, todavía usaba pañales. No la amilanó la tarea, pese a ser muy tímida, y salió adelante. Las oficinas de la planta baja de su casa “las mal alquiló” y con esa magra renta y la ayuda de su suegro que vivía en Buenos Aires, mantuvo a su prole. “Nunca pasamos hambre, nunca nos hizo faltar nada y menos un plato de comida, te hacía la vida muy llevadera”. En los ratos libres colaboraba gratuitamente en un centro para lisiados.

Sus hijos fueron creciendo, y al influjo del mayor, Miguel Ángel, pronto aquellos adolescentes sintieron muy fuertemente su interés político y su compromiso social. El comienzo de la década del setenta, además de la impronta nacional, estaba impregnada en el Chaco por la actividad de las Ligas Agrarias con Quique Lovey a la cabeza y una fuerte presencia de los Sacerdotes para el Tercer Mundo con los entonces curas Rubén Dri en la ciudad de Resistencia, y Rafael Yacuzzi en la zona rural de la provincia. Muy cerca, en Corrientes, trascendía la labor pastoral por los pobres del presbítero Miguel Ramondetti. También comenzaba a desarrollarse con fuerza la Juventud Peronista que se integra a la estructura de “las Regionales” que conducía políticamente Montoneros; la Regional IV estaba encabezada por un chaqueño: el Negrito Guillermo Amarilla, rápidamente convertido en un personaje notorio, ya que acompañó al General Perón en el charter de su primer regreso al país luego de casi 18 años de exilio, el 17 de noviembre de 1972. A su vez, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) con su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) comenzaba a reclutar jóvenes en el Chaco y armar su estructura allí.

Los hijos de Noemí Giannetti no eran ajenos a esta efervescencia militante, y la política era una divisoria de aguas en las discusiones familiares. Miguel Ángel se inclinaba por el PRT y Marcela por el peronismo montonero. Alejandra optaba por la militancia gremial. Mientras los más chicos iban perfilando sus preferencias, la madre mantenía una equidistante neutralidad.

Pronto sus hijos fueron paulatinamente adquiriendo compromisos orgánicos, salvo el menor, Gustavo, por su corta edad. Alejandra, militante de CTERA es detenida en Resistencia en mayo de 1976 y trasladada a la cárcel de Villa Devoto, estará un año a disposición del PEN, hasta que obtiene la opción para salir del país con destino a Francia. En París conoce a otro ex preso político, Gerardo Enet, encarcelado en Córdoba en 1975 y que también había logrado la opción poco después que Alejandra, y se casan. En julio de 1980 acaban de mudarse de París a Grenoble, y están esperando su primer hijo.

El 23 de marzo de 1979, el mayor de los Molfino, Miguel Ángel, dedicado como su padre al periodismo, también es detenido; es brutalmente torturado en la propia ciudad de Resistencia, sospechado de pertenecer al PRT. Durante dos meses permanece en un estado lamentable, sin que lo legalicen, en la siniestra Brigada de Investigaciones, donde había tenido inicio la Masacre de Margarita Belén de diciembre de 1976. Una mañana, una infidencia policial llega a oídos de su familia: el jefe de la Brigada, Alcides Thomas, piensa arrojar esa noche a Miguel Ángel en una bolsa de arpillera desde el puente Chaco-Corrientes para que muera ahogado. La familia Molfino en su desesperación acude a un sacerdote (que felizmente no era Von Wernich) que concurre de inmediato a la Brigada, enfrenta a Thomas y lo hace responsable de la vida de Molfino, y así salva su vida.

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