Opinión

El mito de la Argentina como santuario nazi

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Cada tanto reemerge el mito perdurable según el cual la Argentina se destacó en el mundo por haber sido un país en el que en nazismo tuvo una gravitación impar y funcionó como gran refugio para los criminales nazis. El mito se forjó en los años cuarenta. A comienzos de esa década el movimiento antifascista argentino denunció la presencia de seguidores de Hitler en el país, dato que se amplificó poderosamente en 1945, cuando el antiperonismo hizo campaña intentando ligar a Perón con la Alemania nazi. Por la neutralidad de la Argentina y luego por su irritación por las políticas de Perón, Estados Unidos desarrolló por su parte una intensa propaganda para asociar al país a los nazis, como modo de desacreditarlo. Por obra de ambos impulsos, el mito se reprodujo hasta la actualidad. Desde Seinfeld hasta X Men, la cultura de masas estadounidense lo retoma periódicamente. El antiperonismo, por su parte, se obstinó en la creencia por motivos políticos obvios. Incluso hay quienes fantasean que el propio Hitler, lejos de suicidarse, se refugió en la Patagonia. 

Como todo mito, también este se afirma en algunos datos reales. Es cierto que en la Argentina hubo muchos simpatizantes de Hitler y que llegaron a colmar el Luna Park en un recordado acto que organizaron en 1938 (al que a veces se presenta como la concentración nazi más grande del mundo fuera de Alemania). Es cierto que hubo sectores del Ejército que apoyaban a Alemania y que algunos de ellos participaron en el golpe de Estado de 1943 del que también participó Perón. También es cierto que algunos notorios criminales nazis, como Adolf Eichman o Erich Priebke, se escondieron en la Argentina luego del fin de la Segunda Guerra mundial.

Son estos datos, descontextualizados o mal interpretados, los que sostienen hasta hoy el mito. Sometidos a rigor crítico, sin embargo, la idea de la Argentina nazi pierde fundamento. Tomemos por caso el acto en el Luna Park. En esa misma época, antes de que comenzara la Guerra y en particular antes de que EEUU se involucrara en ella, los simpatizantes del nazismo eran legión en todo el mundo y era habitual que hiciesen grandes actos. Nada hay particular de la Argentina en ello. De hecho, en 1939 el Madison Square Garden de Nueva York fue escenario de un acto nazi incluso más grande que el del año anterior en Buenos Aires. Organizado por una asociación pro-nazi norteamericana que decía contar con 100.000 adherentes, el estadio se colmó con 22.000 asistentes. Para repudiar el acto, la izquierda neoyorkina organizó entonces una manifestación antinazi fuera del estadio, pero la policía protegió a los nazis, que pudieron desarrollarlo sin problemas.

Algo similar vale para otras actividades nazis. En la Argentina ciertamente operaba una red de espías y operadores alemanes que financiaban prensa adicta y a veces conseguían algún apoyo de funcionarios públicos. Pero lo mismo estaba pasando al mismo tiempo en muchos otros países. La neutralidad que la Argentina mantuvo casi hasta el final de la Segunda Guerra tuvo menos que ver con eso que con las tradiciones neutralistas locales y con otras presiones geopolíticas, en particular la de Inglaterra, que deseaba que la Argentina se abstuviese de declarar la guerra a Alemania para no ver perjudicado el vital flujo de alimentos a través del Atlántico. 

Con respecto a Perón, décadas de investigación histórica demostraron que los intentos de vincularlo a la Alemania nazi carecen de todo fundamento. Perón no fue particularmente antisemita, ni participó personalmente en contactos con la Alemania de Hitler, ni colaboró luego en dar refugio a criminales nazis. Más aún, trabajos recientes mostraron que, por el contrario, Perón fue particularmente benevolente con la colectividad judía, además de haber garantizado que el país estuviese entre los primeros del mundo en reconocer al Estado de Israel. 

Sobre los refugiados nazis circula mucha información poco confiable, particularmente la del libro La auténtica Odessa, del periodista Uki Goñi, publicado en 2002 y traducido a varios idiomas. El libro sostiene que hubo una trama secreta en la que participó el Estado argentino y Perón en persona, por la que una extraordinaria cantidad de criminales nazis terminó en oculta en el país. Pero los historiadores profesionales mostraron que esa investigación combina documentos históricos ciertos con fantasías del autor y datos incomprobables o mal interpretados. 

El mayor especialista mundial en la cuestión, el historiador israelí Raanan Rein, llegó a la conclusión de que los criminales de guerra nazis que se refugiaron en el país fueron alrededor de 50. El número es sin dudas importante, pero puesto en perspectiva no resulta tan notable. Varios países europeos, americanos e incluso la Unión Soviética recibieron prófugos nazis en cantidades tanto o más importantes, a veces sin saberlo, otras con los brazos abiertos (por caso, cuando tenían saberes científicos o de inteligencia que podían aprovecharse). 

Tomemos por ejemplo a los Estados Unidos. En febrero de 1954 el criminal nazi prófugo Otto von Bolschwing, uno de los principales colaboradores de Eichman, ingresó a ese país protegido por la CIA. Trabajó para esa agencia y vivió plácidamente allí hasta su muerte en 1982. En repetidas oportunidades el Estado lo protegió y ocultó deliberadamente su presencia en el país. Y no fue un caso aislado. Como informó el New York Times, fue apenas uno de los más de 1000 nazis que el Estado norteamericano empleó en sus servicios de inteligencia. Los protegió y les pagó sueldos hasta la década de 1990. También se develó que el Reino Unido tuvo un programa similar. Nada comparable hubo en la Argentina: los criminales que terminaron aquí no ingresaron por gestiones oficiales sino clandestinamente y no recibieron de nuestro Estado salarios o protección.

La continuidad de los estereotipos que difunde la cultura estadounidense, sumada a la tendencia a la autodenigración nacional de muchos argentinos, hace improbable que este mito se extinga en el futuro próximo. Mientras tanto, es bueno saber que no es otra cosa que eso: un mito. 

EA