Literatura

Los secretos de John le Carré y el error en 'El topo' que cambió su manera de escribir

María Ramírez

Oxford (Reino Unido) —

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En la primavera de 1994, Federico Varese, un veinteañero italiano que estudiaba en la Universidad de Oxford, estaba de viaje por los Urales para documentarse en pos de su doctorado sobre la mafia rusa. Allí recibió un paquete con todo el correo que le había llegado a su college. Lo abrió en un tren hacia Moscú, y, entre anuncios de fiestas de graduación, facturas y recordatorios académicos, encontró un sobre con su apellido mal escrito: “Federico Barese, Esq.”. El remitente era “John le Carré (David Cornwell)”. 

Le Carré, el pseudónimo con el que empezó a publicar en 1961 el entonces espía Cornwell, ya era un autor célebre desde hacía décadas, desde que el éxito El espía que surgió del frío lo sacó del anonimato y del servicio de inteligencia británico. Las novelas y la traición de un agente que reveló su identidad le hicieron abandonar oficialmente el trabajo al servicio del Estado británico en 1964. Pero cuando Varese lo conoció, el autor mantenía muchas de las formas, misteriosas, concienzudas y detallistas, que había aprendido desde casi adolescente. 

En 1994, Le Carré quería saber más del contexto post-soviético y los conflictos en el Cáucaso. Había localizado al joven italiano como experto y le propuso una cita cuando volviera a Oxford. Quedaron en Al-Shami, un restaurante libanés que todavía hoy hace esquina en una callejuela enfrente de la sinagoga de Jericho, el barrio de Oxford inmortalizado también en las novelas del inspector Morse. 

El escritor había llegado antes de tiempo y lo estaba esperando al fondo de la sala, con la espalda pegada a la pared. Varese recuerda aquel día, intimidado por el autor, que hablaba con familiaridad con el personal del restaurante y decía haber llegado hasta allí con “un conductor libanés”.

Algo nervioso y pendiente de lo que escribía el escritor en su bloc de notas y lo que no, le explicó el contexto y los detalles que el autor pedía. Pero ese, como dice hoy Varese con un susurro, “fue el comienzo de una gran amistad”. 

Poco después, el escritor le mandó varios borradores de la novela Nuestro juego, y el italiano, que recuerda su inglés imperfecto de entonces y sus 29 años atrevidos, terminó sugiriendo cambios en la trama que Le Carré aceptó. La obsesión del escritor consagrado era no fallar en los detalles, en qué cigarrillos fumaban los mafiosos rusos o cómo sacarían el dinero de Moscú. 

“Le importaba la verdad. Le importaba la exactitud… La crítica que más ilusión le hizo fue cuando un periodista del New York Times dijo que era ‘muy preciso'”, cuenta a Varese, hoy catedrático de Criminología en Oxford y que también da clase en Science Po en París. 

Hablamos junto a una vitrina iluminada en una sala oscura de una biblioteca de Oxford que contiene fotos que él consiguió de tatuajes de mafiosos rusos al lado de manuscritos, post-its e imágenes de Le Carré. Varese es ahora comisario de la exposición sobre John le Carré en la Biblioteca Weston de la Universidad de Oxford, a la que el autor donó su archivo de borradores, dibujos (el escritor soñó primero con ser ilustrador), correspondencia y extensa documentación para sus novelas. El archivo en Oxford de Le Carré ocupa ahora más de 1.200 cajas.

El oficio

La exposición utiliza en el título la palabra “tradecraft”, que Le Carré empleaba para referirse a las herramientas del oficio de espía y que se aplican a las de escritor.

Varese, que tuvo la idea de la exposición, se emociona al recordar a su amigo, que murió inesperadamente después de una caída en su casa de Cornualles por una neumonía no atendidad a tiempo en diciembre de 2020, en plena pandemia. Al profesor le tiembla la voz al recordar la primera vez que volvió a aquella casona después de la muerte de David —él siempre le llama por su verdadero hombre— y Jane, su esposa, que ya estaba hospitalizada por varios problemas de salud cuando él falleció y murió dos meses después. Señala las fotos también expuestas de la casa que él mismo tomó, recuerda cuánto le impresionó ver detallado el argumento de una novela sin escribir en pizarras blancas, y sus cosas casi como las dejó. 

Varese suspira al pensar que Le Carré estaría escribiendo ahora novelas muy documentadas y relacionadas con la actualidad. “Anticipó el imperialismo ruso. Ahora habría viajado conmigo a Ucrania”, dice.

El error

Varese apunta admirado a las notas en una vitrina transcritas por Jane de un viaje del escritor a Congo y Ruanda para documentarse, y repite: “¡Son 600 páginas!”. 

El autor ya octogenario viajó con una periodista a la que solía pedir ayuda, Michela Wrong, y otro investigador experto en la región para documentarse para la novela La canción de los misioneros, sobre la explotación en esa zona bendecida por el Reino Unido de Tony Blair. El texto ya estaba en imprenta, pero a la vuelta cambió el manuscrito para meter dialectos, detalles de la vegetación y marcas en las calles. 

Estaba obsesionado con la precisión desde que mientras investigaba en los años 70 para su novela El honorable colegial había descubierto en un viaje a Hong Kong que una escena de El topo no tenía sentido. La persecución en ferry entre la ciudad de Kowloon y la isla de Hong Kong no cuadraba porque ya había entonces un túnel entre la isla y la tierra firme que sus personajes habrían utilizado, y del que no tenía noticia porque se había fiado de una guía de viajes desactualizada.

A partir de entonces, no quiso utilizar lugares en los que no hubiera estado, igual que prefería que sus protagonistas estuvieran inspirados en gente que conocía.

“No hay personajes ficticios en Le Carré. Todos están basados en personas reales”, explica la comisaria de la exposición e historiadora especializada en la Guerra Fría Jessica Douthwaite, que también destaca la obsesión con los detalles y el trabajo similar al de un buen reportero. “Para ello, también tenía una red de colaboradores e informantes que fue creciendo con el tiempo y que funcionaba en las dos direcciones. Él también les ayudaba”.

El trabajo de Jane

Jessica Douthwaite destaca el trabajo incansable de Jane, que transcribía por la tarde en el ordenador lo que había escrito su marido por la mañana a mano y que seguía revisando varias veces al día con notas sobre el texto tipográfico. Hay trozos de papel recortados y pegados con cola o con clips, de difícil conservación porque se van oxidando.

La obsesión del escritor eran las primeras 100 palabras, el primer capítulo, y los reescribía continuamente, como se ve con el manuscrito de El topo. Era un proceso largo, lleno de tachones y con letra a mano que él mismo a veces no entendía. 

“No lo podría haber conseguido sin Jane”, recuerda Douthwaite. En la exposición no hay mención a la traición durante décadas de Cornwell a su esposa con empleadas y otras mujeres revelada en una biografía después de su muerte.

La investigadora dice que no encontró rastro de nada parecido, pero no indagó en toda la correspondencia que ahora está en los archivos de la Biblioteca de Oxford.

El papel de Oxford

Le Carré quería que sus papeles estuvieran en Oxford, “la casa espiritual de Smiley”, su agente de ficción, y donde el autor estudió. Estuvo dos años en el college Lincoln estudiando lenguas modernas en los años 50, cuando ya había sido reclutado por los servicios de espionaje británicos. Solo tenía 17 años y estudiaba en la Universidad de Berna, en Suiza, cuando empezó a espiar a grupos relacionados con la Unión Soviética y, después, a entrevistar a personas huidas del otro lado del telón de acero.

En 1953, una nota académica sobre su trabajo en Oxford dice: “Superó los exámenes de manera muy inteligente. Debe sacar más partido de sus hechos”.

La universidad fue para él uno de los refugios lejos de su familia. Su madre se fue de casa cuando él tenía cinco años y hasta que él se marchó a los 16 vivió a ratos con su padre, Ronnie, un conseguidor que llegó a acumular deudas de cientos de miles de libras, pasó por la cárcel y decía detestar los libros que su hijo leía a escondidas. Somerset Maugham, Charles Dickens y Graham Greene eran sus favoritos.

Más allá de la Guerra Fría

Las novelas de Le Carré fueron evolucionando como la historia desde la caída del muro de Berlín. Los relatos a partir de los 90, como muestran El jardinero fiel o El sastre de Panamá, se centran más en el crimen organizado y la oligarquía rusa que se entremezcla con el establishment británico, los abusos de las grandes corporaciones, la degradación del medio ambiente y la explotación de los países más pobres. 

Por su propia experiencia como espía enmascarado de diplomático cuando trabajaba para el MI6, el servicio de inteligencia dedicado al exterior, en Bonn y Hamburgo, Le Carré también mostraba especial empatía por los vecinos del centro y el este de Europa que habían vivido al otro lado del Telón. Algunas de sus novelas fueron utilizadas como instrumento de propaganda por la Unión Soviética, como ejemplo de la supuesta decadencia de los espías británicos, y empatía hacia los del otro lado.

El historiador y periodista Timothy Garton Ash cuenta que a finales de los años 90 le envió el manuscrito de su libro El expediente, sobre el archivo que descubrió de sí mismo en la Stasi, de los tiempos en los que era un joven periodista en Berlín y había sido espiado por los que creía amigos. Le Carré le contestó con una carta de 16 páginas en la que le aconsejó que no se pusiera él de “víctima”. Las “verdaderas víctimas” eran “los pobres alemanes del Este, malhumorados, intimidados, chantajeados” que habían informado sobre él. Garton Ash le hizo caso.

Años después, en sus memorias, Volar en círculos, John le Carré escribió: “La auténtica verdad reside, si es que reside en algún lugar, no en los hechos, sino en los matices”.

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La exposición John le Carré: Tradecraft está abierta hasta el 6 de abril de 2026 en la Biblioteca Weston de la Universidad de Oxford. La entrada es gratuita.