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Opinión

Desde su santuario de Doha, el Presidente de la FIFA se siente africano, discapacitado y gay

El presidente de la FIFA, el abogado ítalo-suizo Gianni Infantino, en el podio, en Doha, capital del emirato de Qatar, donde reside en forma permanente desde 2021.

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En noviembre de 2010, Michel Platini, presidente de la UEFA y vicepresidente de la FIFA, fue invitado a un almuerzo con el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, en el que conoció al emir Hamad bin Jassim Al Thani y a su hijo, Tamim bin Hamad Al Thani, que lo sucedería en el trono qatarí en 2013.

Estos dos Al Thani se encontraban en París para conversar sobre una propuesta: que su país, Qatar –uno de los más ricos del mundo desde que en 1991 el gas descubierto en 1972 suplantó al petróleo como primera exportación nacional–, fuera en 2022 el anfitrión del Mundial de Fútbol de la FIFA.

Una semana después, y doce años antes del año de la Copa, Qatar fue elegido sede del Mundial 2022 por mayoría de votos en Zúrich. Y antes de que el entonces presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter, abriera el sobre y lo anunciara, Al Jazeera, la cadena de noticias qatarí fundada en 1996, ya había difundido la noticia.

El año anterior, Platini había declarado que permitir que Qatar, un país sin tradición futbolística, ni estadios, ni infraestructura adecuada, organizara el Mundial sería desastroso para la FIFA.

Pero en aquel almuerzo parisino cambió de opinión.

 

Rediseñar un país en diez años

Qatar se embarcó inmediatamente en la construcción de estadios, transportes y hoteles para los visitantes. Miles de trabajadores migrantes serían los autores del titánico proyecto.

Informes alarmantes de explotación laboral han suscitado desde entonces preocupaciones que las autoridades qataríes desestiman sistemáticamente como “racistas”. En octubre, el Emir manifestó que su país enfrentaba “una campaña (de críticas) sin precedentes”, y el Ministro de Relaciones Exteriores calificó las dudas sobre la idoneidad de Qatar como sede del Mundial 2022 de “muy racistas”.

Fuera del gobierno –si bien reside en Qatar–, el actual presidente de la FIFA, Gianni Infantino, exhortó hace unas semanas a los 32 países clasificados a “no dejar que el fútbol sea arrastrado a batallas políticas o ideológicas”. Pese a que los informes de oenegés como Human Rights Watch indican que, al menos para los migrantes que han trabajado en Qatar desde 2010, no lo ha sido, la FIFA ha justificado en varias ocasiones la elección de Qatar como sede de este Mundial con el argumento de que el deporte es un factor de progreso.

El presidente de la FIFA Gianni Infantino decidió ilustrar esa variante de la falacia informal 'tu quoque' conocida en inglés como 'whataboutism' y que consiste en acusar al oponente de alguna omisión hipócrita, pero sin refutar sus argumentos.

Infantino, el qatarí, el gay, el discapacitado

En un alarde de incoherencia, luego de haber exhortado a los países participantes a no mezclar fútbol y política, el Presidente de la FIFA decidió ilustrar esa variante de la falacia informal tu quoque conocida en inglés como whataboutism que consiste en acusar al oponente de alguna omisión hipócrita sin refutar sus argumentos. El sábado, víspera de la inauguración del Mundial 2022, el abogado ítalo-suizo Gianni Infantino declamó un largo monólogo teatral: “Hoy me siento qatarí, hoy me siento árabe, hoy me siento africano, hoy me siento gay, hoy me siento discapacitado, hoy me siento trabajador emigrante…”.

En 2013, la revista France Football publicó un reportaje de Philippe Auclair y Eric Champel sobre la red de sobornos que llevó a elegir a Qatar como sede de este Mundial. Los protagonistas del reportaje de 2013 fueron los comensales de aquel almuerzo de noviembre de 2010 mencionado al comienzo: Sarkozy, Platini, Sebastián Bazin, dueño de un París Saint-Germain al borde de la bancarrota, y los Al Thani, dueños de Qatar. Levantada la mesa, a la semana siguiente Qatar ganó la votación de la FIFA en Zúrich, y al mes siguiente el fondo soberano de Qatar compró el París Saint-Germain.

El reportaje de France Football dio lugar a una serie de investigaciones que llevaron a los tribunales a 16 de los 22 electores de la FIFA en la victoria qatarí de 2010. En Francia, la unidad nacional de investigación financiera abrió una causa que sigue en curso contra dos de nuestros comensales del almuerzo de 2010, Sarkozy y Platini. El entonces presidente de la FIFA, Sepp Blatter, fue suspendido del cargo en 2015. Él y Platini fueron condenados por el comité de ética de la FIFA a 8 años de suspensión de toda actividad vinculada con el fútbol.

Meses después, la FIFA nombró presidente a Infantino.

En 2020, con Infantino como presidente, la FIFA retiró una denuncia por corrupción contra el qatarí Nasser Al Khelaïfi, mano derecha del Emir y presidente del PSG. Estaba acusado de corrupción por la Fiscalía suiza, pero la legislación suiza establece que en casos de corrupción entre personas privadas el juicio sólo avanza si hay denuncia.

(Cuando Argentina ganó el Mundial 78, el Tigre Acosta metió a los presos de la ESMA en coches y los paseó por el centro de Buenos Aires para que vieran que todo el país celebraba y nadie se acordaba de ellos. Si olvidamos aquello, ¿cómo no olvidaremos también hoy?)

Cuando la FIFA retiró su denuncia de los Tribunales helvéticos, Al Khelaïfi respiró profundo, y tranquilo.

Al año siguiente, en 2021, Infantino se mudó a Qatar. Qatarí, ya se sentía.

Como la de un pálido Hamlet o falso Segismundo, la apelación de Infantino desde su santuario de Doha a la mala conciencia de Occidente para impedir las críticas a los millonarios emires de Qatar y al sportwashing facilitado por la FIFA con el Mundial 2022 tendría que mover a risa al orbe. Pero no faltarán quienes lo tomen en serio. Por interés o por necedad, por el apuro de que jueguen Qatar y Ecuador para ver a Inglaterra golear a Irán o a Gales empatar con EEUU.

MA

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