Ave, Javier, los que se van a fundir te saludan. Así, con una referencia al saludo romano que le dedicaban los gladiadores al César antes de aventurarse a la muerte en un combate, titulaba el 18 de mayo del año pasado Alejandro Bercovich su columna semanal en elDiarioAR. Habían pasado cinco meses desde la llegada de La Libertad Avanza al gobierno y el entusiasmo de los grandes empresarios se mantenía intacto aun frente a medidas que empezaban a dibujar escenarios contrapuestos a sus propios intereses. Esa aparente contradicción impulsó al economista y periodista a escribir El país de los dueños (Planeta), un libro en el que junto a investigadores de distintas áreas analiza las conductas y discute el rol de la élite empresarial argentina.
Es un universo que Bercovich mira de cerca desde hace más de 20 años y al que define como “muy heterogéneo”, compuesto por “luchadores que resistieron todas las crisis y trabajan todo el día al igual que los laburantes que emplean” y por “lo más rancio de la oligarquía”, que ostenta una riqueza inimaginable para la mayoría de sus compatriotas; antes muy puertas adentro, hoy cada vez más abiertamente, habilitados por un discurso que invita a jactarse de tener.
Bercovich acuña el término “populismo magnate”, un ordenamiento en el que los ricos son los nuevos héroes, con un realto tan efectivo que logra que la población asimile los objetivos empresariales a los propios e incluso al bienestar general. Un populismo que tiene, a su criterio, un componente psicológico: la petulancia y el pavoneo de los ricos esconde un complejo de inferioridad del empresariado nacional frente al mundo y frente a la estrella de otros millonarios a los que, por eso mismo, deciden atar su suerte.
Con el mismo lenguaje llano y provocador que usa en sus editoriales radiales de cada tarde (conduce Pasaron cosas en Radio Con Vos), el periodista dice que “Milei es capitalismo en culo”. “Es un tipo que se queda con lo tuyo y te dice: me lo quedé porque yo soy mejor que vos y vos morite”.
–En el libro se plantea que los ricos se fueron progresivamente desenganchando de la suerte de su comunidad. Cada vez su bienestar depende menos de un momento de bienestar general en la Argentina. ¿Cómo pasó?
–En un punto tiene que ver con la especialización del país, que a medida que se integró al mundo como proveedor de materias primas perdió interés en el mercado interno y el cliente argentino dejó de ser importante para algunos. Y la relación con el pueblo de grupos empresarios que ya no ven en el empleado a un cliente es una relación distinta a la que se establece cuando esa interdependencia es mutua. Para mí eso es clave: la nueva inserción que se dibujó a partir de la desindustrialización de la dictadura, del desguace industrial de los 90 y del consenso de los commodities que también cimentaron tanto el kirchnerismo como el macrismo ya en el siglo XXI.
–También aparece el elemento de la sofisticación de la arquitectura offshore. Empresas que, aun funcionando en el país, administrativamente no se ajustan a las reglas del territorio argentino.
–Y empiezan a comportarse como extranjeros en su propio país. Porque la lógica de una compañía que, como IRSA por ejemplo, administra la renta de los grandes shoppings, de las grandes superficies comerciales y hasta de los grandes campos desde una filial en Uruguay y otra en las Islas Vírgenes Británicas, no es la misma que la de un empresario, incluso rentista, pero que trabaja bajo las normas locales y sujeto a las regulaciones locales y a los condicionamientos que puede generar la democracia sobre la dinámica de su negocio. Es algo completamente distinto y que, además, fue ocurriendo de manera muy sostenida, pero casi sin que nos diéramos cuenta durante lo que va del siglo XXI. Y que claramente podría regularse desde el Estado, como ocurre en Brasil.
El aspiracional hoy pasa por la guita. Son los criptobros que van a correr en Palermo con la remera del Al30.
–Pienso si esa disociación está detrás de algunas conductas que a primera vista parecen irracionales. Esto de los empresarios de la construcción o la industria, por ejemplo, que defienden las políticas de Milei fervorosamente aún a costa de lo que ocurre en sus negocios. ¿Por qué aplauden los que se están fundiendo?
–A mí eso me resulta alucinante y en parte fue la razón por la cual me decidí a escribir este libro. Creo que la respuesta tiene que ver, por un lado, con un montón de prejuicios ideológicos y de clase que cruzan al establishment argentino y lo tiñen de, por ejemplo, un antiperonismo casi visceral. Pero también creo que el agotamiento con las dos grandes narrativas que orientaron la democracia del siglo XXI, el kirchnerismo y el macrismo, pesó para esa apuesta, como sucedió en el resto de la sociedad. Por otro lado, mi hipótesis central es que el establishment priorizó combatir a un enemigo –o al menos un adversario en la administración del excedente– que es el Estado, que consideraron inviable sostener desde hace por lo menos diez o 15 años, y que Milei les dijo abiertamente que venía a combatir con la motosierra. Eso lo sedujo un montón. Por último, agregaría el componente disciplinario; una destrucción de capital como la que estamos viviendo le resulta dolorosa a un empresario, pero le resulta más dolorosa a un trabajador que en condiciones de crecimiento se siente con más margen para reclamar, para intentar incidir en el rumbo del modelo económico.
–Todavía hoy algunos sectores asocian esta etapa a una ola momentánea, a la particularidad de un líder como Mieli. En el libro se insiste con el punto contrario: que hay algo estructural porque un ajuste de esta magnitud sólo puede hacerse con un relato articulado y robusto. A ese relato lo bautizás “populismo magnate”. ¿Qué es?
–La idea del emprendedor como héroe, que Mieli toma de sus anarcocapitalistas favoritos. Que es una idea muy coherente con el mundo de las redes sociales, en el que parece haberse perdido el pudor de determinadas cosas. Un tipo canchereando en público de que ganó mucha guita haciendo carry trade o comprando un determinado bono era impensable en los 80, cuando aparecieron los yuppies, cuando la plata dulce había dejado cría en esa idea de ámbito financiero, de que la gente podía ganar guita especulando. Siempre hubo alguna reticencia a mostrarlo en público, era como algo que se hacía a escondidas. Para mí el populismo magnate es el capitalismo en culo que expresa Milei. Milei es eso, es el capitalismo en culo. Es un tipo que se queda con lo tuyo y te dice: me lo quedé porque yo soy mejor que vos y vos morite.
–Construyó un nuevo aspiracional.
–El aspiracional hoy pasa por la guita. Son los criptobros que van a correr en Palermo con la remera del Al30. Y esto no se lo quiero atribuir solo a Milei, sino también a los que cimentaron ese aspiracional con una inflación del 200%. Porque también puede cancherear el que gana guita ahora y jactarse de dejar sin laburo al científico que estudió 15 años o 20 años, o al médico que atiende en el Garrahan sacrificadamente porque, en parte, en nombre del Estado presente y de la justicia social se hizo el desastre que se hizo. Los egoístas se jactan porque se vació de contenido la palabra solidaridad. Hoy la que va es ser egoísta, individualista y los magnates ven ahí la ventana para decir un montón de cosas que antes no podían decir.
–El déficit fiscal hoy se asocia directamente al gasto del Estado, sobre todo al gasto social. ¿Se puede pensar también el déficit fiscal asociado a los grandes empresarios? ¿Nos generan algún gasto o desahorro?
–Sí, gigantescos. La cuenta que se hace habitualmente del superávit o déficit fiscal no incluye, por ejemplo, la exención impositiva que hay para quienes tienen campos en el exterior, que no pagan bienes personales. Esto es algo que elDiarioAR enfoca como ningún otro medio en la Argentina, pero francamente es escandaloso el nivel de gasto tributario que hay a partir de exenciones impositivas, subsidios; el agujero fiscal que implica permitir este entramado offshore de las más grandes empresas del país. Los argentinos solventaron durante décadas la expansión de empresas argentinas en el exterior, como el caso de Techint, como el caso de MercadoLibre, con subsidios, con protecciones, también con cuotas que les reservaron del mercado interno. A veces ese aporte del Estado implica una contraprestación directa –y curiosamente en esos casos es donde es más criticado, como en el régimen de Tierra del Fuego o la promoción industrial de San Luis–, pero en muchos casos es simplemente una prebenda.
–¿Incluso quienes son considerados los grandes emprendedores de este país no se despegan de esta dinámica?
–Eso es clave del artículo de Cecilia Rikap. Galperín se autopromociona como si fuera una mezcla de Luis Pasteur y Albert Einstein y es un chabón que vio un negocio y que aprovechó muchas ventajas que le dio el país al que sistemáticamente desprecia y del que se fue para no pagar impuestos. También ahí hay un eje que toca muy estructuralmente y de manera muy profunda Gustavo García Zanotti en el artículo sobre guaridas fiscales, porque hace algunas décadas también este comportamiento era muy sancionado: a Gérard Depardieu, cuando se fue a vivir a Rusia para no pagar impuestos en Francia, le hicieron boicot a sus películas. Bueno, acá no solo se va a Uruguay y sigue cobrando los subsidios argentinos para invertir en México y en Brasil mucho más de lo que invierte en Argentina, sino que encima insulta a periodistas o a políticos desde Uruguay y se jacta de haberle cambiado la vida a millones de personas, siendo que les cobra impuestos a millones de personas. También ahí lo que veo es una razón por la cual estos grandes dueños están de algún modo enemistados con el Estado, porque en un punto quieren reemplazarlo.
–El antagonismo Estado-capital existió siempre, pero no con las mismas características. En cada momento el empresariado le demandó un rol distinto al Estado, a veces de más iniciativa, otras de menos. ¿Ahora lo que le piden es directamente que se corra?
–Sí, claro. Es algo que me hizo ver Cecilia Rikap con su artículo, pero también Lara Bersten en el capítulo sobre Vaca Muerta. El gran capital, por ejemplo en el sector petrolero, planifica a un plazo mucho más largo que los estados. En el rubro de los algoritmos y las plataformas también, a pesar de lo acelerado que es el ciclo económico en esos sectores. Pero lo que cuenta Ceci en su estudio sobre los tecnomagnates es que el uso de los datos por parte de las plataformas reemplaza y compite con el uso de los datos por parte del Estado, que tranquilamente podría usarlos para mejorarnos la vida en muchísimos aspectos si quitara el fin de lucro que tiene el uso de esos datos por parte de las plataformas. Y lo que muestra también Lara en su artículo es que para que Argentina aproveche el recurso que tiene en Vaca Muerta –la segunda reserva de gas mundial y la segunda reserva de petróleo mundial en no convencionales– hace falta una cantidad de capital que el Estado no puede movilizar ni siquiera endeudándose como se está endeudando Milei con el FMI, pero que también requiere una articulación público privada que este populismo magnate, llamémosle, es incapaz de hacer justamente porque desprecia al Estado y le declaró la guerra.
El capitalismo no solamente está mostrando sus límites, sino también su contradicción con la democracia.
–Es decir que el objetivo de máxima que proponen, de destruir el Estado, no los beneficia realmente.
–Sí, y lo ves en los eventos empresarios como el Amcham hace un par de semanas donde a los empresarios uno los escucha pedir infraestructura porque está rota la ruta de Neuquén a Añelo, pero también pedir que no les cobren impuestos, con los cuales se supone que se pueden financiar obras como el mantenimiento de la ruta.
–En el libro hay una especie de recriminación al empresariado por no haberse comprometido, a lo largo de la historia, con un proyecto de desarrollo nacional. ¿Crees que “los dueños” tienen la obligación, el mandato o la responsabilidad moral de participar de esa discusión más allá de lo que atañe a sus intereses inmediatos?
–Bueno, la respuesta depende de qué sistema elijamos los argentinos para administrarnos. La verdad es que contra lo que se decía en los años 90, después de la caída del muro, de que había llegado a su fin la historia y el capitalismo con democracia era el modelo que la humanidad había elegido para regirse, lo que está pasando ahora es justamente que el capitalismo no solamente está mostrando sus límites, sino también su contradicción con la democracia. Y los modelos alternativos que surgen como el de China, que tampoco ponen en el centro a la democracia tal como la conocemos nosotros, se muestran más eficientes para los fines estrictamente económicos, productivos, tecnológicos. Entonces, mirando ese rebalanceo y esa tensión que se ve entre Estados Unidos y China, lo que me parece que deberíamos preguntarnos es qué tiene que decidir la democracia, qué tiene que decidir el mercado y qué rol tienen en esa discusión quienes hoy son los dueños del capital. La pregunta es si Argentina, en el capitalismo contemporáneo, tiene que dejar que se retire completamente la democracia de las decisiones económicas o si puede seguir siendo un país que administre los conflictos naturales del capitalismo, pero de una manera que sirva para que nuestros hijos se quieran quedar a vivir acá. Yo no estoy seguro de que los próximos años no auguren para nosotros tensiones incluso peores, porque hoy nos estamos atando a una potencia en decadencia como es Estados Unidos que, a la vez, no va a caer rápido y que sostiene su nivel de vida en base a la explotación de otras regiones como la nuestra. En Argentina tuvimos nuestra pequeña anomalía al desarrollar una sociedad relativamente integrada, con aspiraciones tecnológicas industriales muy por encima de las de la región, pero tranquilamente esta renuncia de los grandes capitalistas argentinos, y también el fracaso de los dirigentes políticos, nos puede hundir en una debilidad que que nos haga bajar un escalón definitivamente.
–La crítica, intuyo, es general y es a la falta de toma de decisiones cosncientes. La nuestra hoy parecería ser una posición de deriva atada a otro elemento, una renuncia a conducir el destino de la Argentina.
–La del empresariado en este momento es una apuesta que los puede empequeñecer a ellos mismos frente a otros capitales. Es una resignación que tiene mucho que ver también con la falta de autoestima. Cuando los empresarios te dicen “este país ya fue” están diciendo algo muy profundo que tiene implicancias incluso sobre sus hijos, que muchas veces se van a vivir al exterior escuchando ese mensaje. ¿Qué autoestima le puede quedar a un laburante precarizado o a un enfermero del Garrahan? La verdad es que me parece que vale la pena pensarlo así, porque su falta de autoestima se proyecta a las cosas que hace.
DTC