La Argentina y el FMI se encaminan a un acuerdo de diez años condicionado al crecimiento

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Crece el entendimiento entre la Argentina y el Fondo Monetario Internacional (FMI) para un acuerdo de facilidades extendidas de diez años que estará condicionado al crecimiento de la economía.

El acuerdo para la virtual refinanciación de los US$ 45.000 millones de dólares que la Argentina tomó en 2018 en forma de un programa Stand By estará basado en dos fundamentos. El primero será el ya aceptado públicamente por el FMI: la inflación es multicausal y requiere de un racimo de herramientas que serán manejadas por el gobierno argentino sin metas monetarias ni fiscales rígidas. El segundo fundamento es que el crecimiento del producto bruto interno del país es la precondición al cumplimiento de cualquier meta.

Entre las partes existen varias coincidencias. La primera es que el acuerdo a diez años es imposible pero no improbable. O sea, respetaría lo dicho por la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner el 24 de marzo: la Argentina no puede pagar. Días después el propio presidente Alberto Fernández refrendó la frase. Pero como el Fondo en su góndola de ofertas tiene escasos productos para ofrecer en términos de programas, el combo del repago en una década sería el único a tomar endulzándolo con la garantía de que el crecimiento de la economía gatillará el repago total o habilitará nuevos plazos.

La segunda coincidencia es la que ya se dijo: cómo creen las dos partes ahora que hay que bajar la inflación en la Argentina. La delegación Argentina remarcaba como inédito que el FMI incluyera la multicausalidad de la inflación, uno de los dos fundamentos sobre los que el ministro de Economía, Martín Guzmán, ofrece discutir los detalles del acuerdo, en el comunicado. En el FMI sienten que no son dogmáticos y que nunca han creído que sólo hay una causa para la inflación y que sería una manera reduccionista de ver la realidad. Y le aseguraron a Guzmán que están de acuerdo con el planteo de la delegación Argentina de que es un fenómeno multicausal y que para reducirla se requiere un conjunto de políticas económicas consistentes y esfuerzos de coordinación.

La tercera coincidencia no fue dicha pero fue ostensiblemente mostrada. El filósofo Ludwig Wittgenstein postuló en el Tractatus que lo que podía decirse podía ser dicho claramente y que lo que no podía ser dicho apenas podía ser mostrado. La foto del encuentro entre la jefa del FMI Kristalina Georgieva y Martín Guzmán muestra sobradamente lo que no puede ser dicho. Vestida con un saco rojo, la búlgara tiene entre ella y Guzmán, que está vestido de color oscuro, un cuadro naive donde se ve a una mujer vestida de rojo sentada en forma inocente sobre un burro. La elección del fondo de la foto no fue casual. Fue la propia Georgieva quien organizó la imagen que ilustró el encuentro del martes 23 de marzo. Es uno de los cuadros favoritos de la directora del Fondo. Se lo dieron como regalo de cumpleaños. Es de un pintor búlgaro y el título no deja lugar a dudas: Un paseo con un burro (A Walk with a Donkey).

Guzmán y yo

El economista, profesor universitario y discípulo del Nóbel Joseph Stiglitz está lejos de la acepción rápida de supuesta ignorancia asociada al animal. Al contrario de lo que las creencias populares indican, los burrros son muy inteligentes y dóciles, como el Platero de Juan Ramón Jiménez.

De la asociación con el animal a la que sí se acerca Guzmán es que el burro es un animal de carga -de hecho en el cuadro lleva a una persona vestida como Georgieva. Y en gran medida deberá cargar con el trabajo de convencer a los jefes de Georgieva cuando inicie dos giras: a Europa en abril y a Japón y China en mayo.

El viaje del ministro de Economía a Europa será entre el 12 y el 16 de abril, y visitará París, Roma y Berlín, y quizás agregue Londres. París será clave porque allí hablará con el Club de acreedores que lleva el nombre de esa ciudad. Argentina tiene un vencimiento de US$ 2.800 millones incluyendo capital e intereses, pero Guzmán ya ha pedido su refinanciamiento incluyendo años de gracia para el primer repago. El vencimiento es en mayo pero Argentina tiene dos meses de gracia para pagar antes de entrar en default. Guzmán confía en poder convencer en el mano a mano a sus pares de economía de los principales acreedores del Club de Paris como Alemania y Japón -a los que más se les adeuda- que el acuerdo tanto con el FMI como con el Club (un virtual alter ego del FMI pero sin China) precisa estar atado al crecimiento para luego, sí, estructurar el acuerdo fino de forma de repago, donde el FMI pedirá ciertas metas y la Argentina retrucará con el pedido de recorte de las sobretasas que cobra el FMI y atar siempre el crecimiento de la economía a las metas.

En la negociación con el Club de París, Argentina tiene espacio para ganar. Argentina dejó de pagarle al Club de París en 2018 y desde ese momento las tasas de interés subieron al 9%. Guzmán ya dijo que quiere cortar las tasas de interés y conseguir plazos de gracia antes de reiniciar los pagos de esa deuda.  El acuerdo que se busca es similar al que obtuvo con los privados por US$ 67.000 millones que incluyó una mínima quita, algo que de acuerdo a la tradición no existe con acuerdos entre países soberanos. 

Claro que Guzmán también comparte con el burro es la terquedad. A su favor cuenta con que el FMI necesita salir también del problema de Argentina. Y que el organismo multilateral de crédito prepara la mayor inyección de recursos de toda su historia que será distribuidos entre sus más de 190 miembros. Serán US$ 650.000 millones que se les dará a los países para que usen en lo que deseen desde vacunas para el Covid a planes sociales con condiciones mínimas –no pueden usarse en programas que aumenten la inflación. Llegarán como derechos especiales de giro (DEG) y podrán ser convertidos a las cinco monedas más importantes (el peso no está, pero sí hay dólares, yenes, libras esterlinas, euros y remimbi). Y se les dará a cada país en proporción a su economía, por lo que 58% irá a las economías avanzadas, 42% para los emergentes y economías en desarrollo y el 3,2% al grupo de países de muy bajos ingresos. La última inyección de capital –y la más grande hasta esta- fue de US$ 250.000 millones en 2009, llegó como respuesta a la crisis financiera.

Semejante inyección de liquidez llega de manera multicausal. Por un lado, el FMI necesita que el mundo salga de la pandemia con las menores cicatrices posibles, según dijo Georgieva en su discurso del pasado martes. Después de la salida de Donald Trump de la presidencia de los Estados Unidos, su sucesor, Joe Biden, dio marcha atrás con sus políticas y fue el impulsor de la inyección de capital (su peso en el directorio le da a EEUU poder de veto en cualquier decisión). Georgieva ha dicho que planea elevar la propuesta final al directorio del FMI en junio y la plata llegará a los países en agosto. Justo a tiempo para que Argentina use los US$ 4.370 millones que le tocarán para pagar la primera cuota que debe pagar este año en intereses y capital al FMI y seguir negociando para cerrar el acuerdo después de las elecciones.

Pero muchos países, sobre todos los de avanzados del Club de París, simplemente pondrán esos fondos en las reservas de sus Bancos Centrales –eso ocurrió en 2009.

Es por esto que el FMI ya dijo que trabaja en opciones para que países desarrollados y ricos presten, o directamente donen, la totalidad o parte de los DEG que recibirán a países vulnerables o de escasos recursos. La nueva secretaria del Tesoro Janet Yellen es una de las impulsoras para que los países del G20 (donde está Argentina) canalicen sus excesos de DEG a países de escasos recursos. En Washington se discute que este exceso de DEGs pueda constituir un gigantesco fideicomiso que preste dinero a tasa de interés cero.

La Argentina ya ha sido beneficiada por la creación pronta de los DEGs. Integra junto a Venezuela, Pakistán, Ecuador, Kazajstán y Turquía el grupo de países a los que la llegada de los DEGs le agrandará sus reservas en 10% o más. El ambiente para la renegociación encuentra a los prestamistas con exceso de liquidez.

Y esa es la última coincidencia entre el FMI y la Argentina que no podrá ser dicha ni mostrada: el acuerdo no le gustará a Wall Street. Argentina está fuera de Wall Street, donde están la mayoría de los inversores privados en países emergentes, y no volverá por años.