La novela de Gabriela Cabezón Cámara

Ahora en el teatro: la China Iron se emancipa y Martín Fierro sale del armario

Es verdad digna de ser reconocida que Gabriela Cabezón Cámara ha tenido, hasta el presente, toda la buenaventura que se merecía en las versiones teatrales de sus ficciones. En 2019 sucedió con la presentación de Beya durmiente en el Xirgu, shockeante traducción escénica de la nouvelle Le viste la cara a Dios (2011), texto que asimismo apareció como novela gráfica ilustrada por Iñaki Echeverria en 2013. Bella ofreció una creativa representación de ese mensaje inequívoco sobre el horror infinito de la trata a través de una víctima, con la directora Victoria Roland, la actriz Carla Crespo y la coach musical Bárbara Togander como cariátides principales de este espectáculo que hizo tres temporadas en el Xirgu y siguió en otras salas hasta 2023. Una novela breve y su plasmación teatral que sin duda hicieron más por movilizar y –en alguna medida– modificar mentalidades que 25 tratados académicos sobre esta gravísima problemática desgraciadamente de alcance universal.

Si en Le viste… y en su adaptación teatral la protagonista se desdobla en segunda persona (“Te hicieron pura carne”, se describe a sí misma), en Las aventuras de la China Iron, la que fuera esposa forzada de Martín Fierro (entre los 12 y los 14, según nos cuenta ella misma) toma la palabra en primerísima persona y en un pretérito indefinido rememora el pasaje a la propia autonomía, la iniciación a una nueva vida que todavía desconoce, dejando a sus hijos chiquitos en guarda de una pareja mayor. Adolescente aventurera decidida a zafar de una vida miserable y de sometimiento que ya no quiere soportar más, se va de la tapera. Sale al camino y se sale de los versos del Martín Fierro, máximo poema novelado de la gauchesca nacional, donde apenas se la menciona en un par de líneas y –GCC mediante– se convierte en un personaje inolvidable.

Quiere el destino que se tope con una carreta conducida por una linda pelirroja venida de Escocia, tan inteligente como la China, solo que más civilizada, más cultivada, con bastantes más recursos materiales. Elizabeth, que va al rescate de su marido inglés arbitrariamente apresado, le ve la mirada de cachorro desamparado y la invita a subir al pescante. Al enterarse de que no tiene nombre, Liz la bautiza (sin agua bendita) Josephine Star Iron. El primer apelativo, un homenaje de GGC a Josefina Ludmer (apodada China, también escritora, crítica literaria, autora de El género gauchesco, un tratado sobre la patria, 1988, reeditado en 2000); el segundo, en honor al perrito que adoptó la China; Iron, claro, por Fierro. Contenta, la huésped suma “y Tararira”.

 Y allá van las dos jóvenes intrépidas en dirección al Fortín en esa carreta que es como una casa rodante a la que no le falta nada. Hasta tiene una biblioteca en inglés, idioma que la China aprenderá prontamente en este viaje de continuos descubrimientos, tan rápido como solo puede suceder en el género maravilloso, donde desde el vamos se aceptan con naturalidad cosas asombrosas, extraordinarias en cualquier tiempo que sea. A fines del XIX, en la primera mitad del XXI…

La novela está dividida en tres partes –El desierto, El Fortín, Tierra adentro–, cada una en breves en breves, jugosos, perfumados, trepidantes, eróticos, zarpados capítulos. Como siguiendo a William Blake en su famosa frase: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”. Acá, hacia esa tierra edénica, una suerte de Arcadia migratoria.

Todo de verdad muy bien, todo acorde

“Necesitamos saborear más intensamente cada momento de la vida, y creo que el teatro puede ayudar a ese fin”, decía en una entrevista, hace varios años, el genial director inglés Peter Brook. Y asistir a una función de del reciente estreno Las aventuras de la China Iron le da ciento por ciento la razón: el disfrute es tan grande que seguramente deja al público más dispuesto y sensibilizado. A los/as lectores/as de la novela y a quienes quieran salir corriendo a comprarla. Porque la adaptación de Susana Villalba y Hernán Márquez, que debieron resumir 185 páginas en poco más de una hora, eligiendo y haciendo el montaje de textos originales, condensa admirablemente la historia, los lenguajes, la escritura, el espíritu de la novela. Siempre yendo directamente al corazón, los sentidos, el pensamiento del público.

Allí está la China, su adorado perrito negro Estreya (con y), Elizabeth y ¡esa carreta!; la protagonista saboreando el curry, el té, el whisky; entendiendo la palabra “perspectiva” y aplicándola a la perfección; advirtiendo que puede vestirse de varón, cortarse cortito el pelo y ganarse un regio beso. Un arriero puede aparecer entre mil vacas cimarronas como un cowboy en un western clásico y encima llamarse Rosario, luego Rosa y entender algunas cosas sin vueltas. Y por cierto, tenemos a Liz, una maestra en la cocina y en las artes amatorias.

El funcionamiento del colonialismo, del capitalismo, todo lo va pescando la China con mucha sutileza y sentido del humor. Y la desmesura en el Fortín, con ese Hernández milico y borrachín, por favor, que dice haber escrito los versos que le escuchó a un tal Fierro que por ahí anda. Y la aparición del mismísimo Fierro, primero insinuada, como de côté, luego en todo su fascinante esplendor. 

Resulta difícil separar los alto logros artísticos de este espectáculo donde cada rubro se integra y se amalgama: la escenografía de Micaela Sleigh, su concepto de baúl, la rueda de carreta que hace rodar la China, en sintonía con los colores y las texturas y -al cierre- cierto delirio de los diseños del vestuario de Pheonia Veloz; los mundos vegetales y los fuegos que ondean en los cortinados en capas, de Pablo A.Varela; las luces atmosféricas de Soldad Ianni y las envolventes coreos de Carla Rímola. La puesta en escena y la dirección, acordes, armonizadoras de Márquez.

Y last but not least, ya que el inglés es parte de las lenguas que se hablan aquí: el hallazgo absoluto de haberle dado los papeles de la China y Fierro a esas dos criaturas de escena, de actuación y canto que son Flor Bobadilla Oliva y La Ferni. Pura hermosura por separado, y reunidos, una deflagración con ondas expansivas. Flor, excelente cantante, compositora, pianista es una China inocente de toda inocencia a los 14, en el comienzo, que fija sus ojos y su cabeza en ese nuevo mundo cuya puerta le abre Liz. Otro personaje que es un encanto de gracia y sabiduría, Liz, aunque no la veamos, ella siempre está a través de las palabras de la China.

Y La Ferni es alguien que no es de este mundo, que ya está Tierra Adentro, angélica y placida, cuando canta Como de zamba, de Susy Shock, es para morirse de amor. Hay que aclarar que este es el tema que hizo en el Pre Cosquín 2022, cuando previamente le quisieron impedir que se anotara como no binarie. Y logró saltar la barrera de los prejuicios y conquistó un cambio histórico: no más solista vocal femenina o masculino. Ahora, solista vocal, tout court. Y así fue como participó en Cosquín 2025.

Hay que verla y oírla a La Farni cuando, con esa vozarrón rico, profundo, tan entrenado lo suelta, abaritonado, y se vuelve toda una diva operística. Da miedo de tan buena. Y cuando entona La resentida, de Mercedes Sosa, ¿quién da más?

Sublimes Flor y La Ferni haciendo la Tonada de la luna llena, canción de misteriosa poesía acerca de una garza mora dándole combate al río, como figuración de un enamoramiento. Porque, sí, en las orillas de los ríos por donde pasan la China y Liz y Rosa, también hay garzas.

A estas alturas ya toda la platea quiere irse a Tierra adentro, no solo la China que ha devenido saboreadora de lo crudo y lo cocido, es decir, que a su natural pasión por la naturaleza ha sumado los refinamientos culinarios, la sensualidad sin trabas y una mirada indulgente sobre Fierro y su historia con Cruz…

Puesto que cuando apareció la novela los especialistas hablaron de nombres varoniles vinculados a la literatura gauchesca, donde bebió Gabriela Cabezón Cámara para retorcerla y darla vuelta y media con la osadía que la caracteriza, bien se puede citar en estas líneas al inmenso Shakespeare que hace como cuatro siglos y piquito ya imaginaba un bosque de Arden en su preciosa comedia Como gustéis. También allí un camino de aprendizaje de la joven Rosalinda que huye vestida de varón hacia ese bosque, espacio igualitario y de comunión con la naturaleza, lugar de realización de los deseos y de feliz y equitativa convivencia.