Crítica

“F1: La película”, mucha adrenalina pero poco guión en un anuncio caro y lujoso para la Fórmula 1

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En los títulos de crédito de F1: La película, el nuevo filme dirigido por Joseph Kosinski —responsable de ese taquillazo llamado Top Gun: Maverick y protagonizado por Brad Pitt como piloto de Fórmula 1 y Javier Bardem como jefazo de la escudería, aparece claramente el nombre de Lewis Hamilton. Lo hace anticipando, de alguna forma, lo que ocurrirá durante las más de dos horas posteriores que dura la película. El filme, en el que él también aparece en unos cuantos cameos, es el anuncio más lujoso y largo de la historia del deporte de carreras. Puede que el mejor.

F1 es un juguete carísimo que sirve como patrocinio claro de la Fórmula 1. A su favor hay que decir que tampoco lo esconde. Es una película oficial. Con su logo oficial, y que debe rendir pleitesía al deporte que sirve como materia prima para la película. El problema es que la Fórmula 1 no es solo el contexto para la historia, sino que es la historia. Y hay que cumplir con todos, especialmente con la decena de patrocinadores que aparecen en pantalla como una cascada. No paran de aparecer marcas y logos en uno de los product placemente más descarados de la historia. Ni el brick de leche de Médico de Familia con el logo girado hacia la cámara en la mesa de Nacho Martín era tan evidente.

Todo hasta llegar al anuncio definitivo, ese clímax final en el Gran Premio de Abu Dabi, dónde si no. Allí se desarrolla la carrera final, donde nuestros pilotos se jugarán el todo por el todo ante la espectacularidad del recinto de la capital de los Emiratos Árabes. Hay demasiado peaje promocional en un filme, como lo hay en la propia Fórmula 1, donde las marcas dejan millonadas para aparecer en cada valla o en cada mono de los pilotos. Quizás incluso sea coherente con el propio deporte el hecho de que sea así, pero acaba dando la sensación de estar viendo una publicidad constante.

Eso sí, ni por esas uno puede no sentir la emoción de unas carreras rodadas por Kosinski con ritmo frenético, con inteligencia y gusto. El director vuelve a demostrar su virtuosismo para rodar escenas de acción que respiren verdad y no CGI falso y montaje atropellado. Ya lo hizo en Top Gun: Maverick y aquí lo hace en cada gran premio que rueda. Se las apaña para que todos sean diferentes —jugando con las triquiñuelas que realiza el personaje de Brad Pitt—, pero todas huelen a neumático quemado. Son atronadoras, como debe ser. El espectador las disfruta y las vive al borde del asiento.

Es una pena que cuando la historia se aleja de las carreras haya poco más. Cuando la adrenalina baja, uno le ve todas las costuras a una película que tiene un guión construido remedando clichés que ya hemos visto en decenas y decenas de cintas, incluso en la propia Top Gun: Maverick. El eterno conflicto entre el veterano y la joven promesa vuelve a estar en el centro de la historia sin ninguna novedad, sin ningún acercamiento algo original o moderno.

La llegada de la antigua leyenda, Brad Pitt, hará que la joven estrella se sienta amenazada. Los piques, rencillas y pullas entre ellas se convierten en el centro de la historia, a lo que hay que sumar los también tradicionales traumas de ambos, que les hace ser seres taciturnos y con mucho drama interior. Eso les hace comportarse como gallitos, porque si en F1 hay algo a paladas, además de adrenalina, es testosterona.

Los dos protagonistas son machos muy machos. Pitt sigue soltando sus frases como si mascara tabaco y siendo el más chulo del lugar. Afrontan sus problemas como lo hacen los hombretones, dando puñetazos a las paredes, gritando y empujándose. El guion de Ethen Kruger —que también escribió Top Gun: Maverick—, basado en una historia del propio Kosinski, se entrega tanto a los tropos del cine de acción de toda la vida que hasta se rinde a una historia de amor. Poco favor le hacen a una intérprete tan solvente como Kerry Condon —nominada al Oscar por Almas en pena de Inisherin— que aquí queda reducida a interés romántico de Brad Pitt. Eso sí, es una mujer lista, primera desarrolladora técnica en una escudería, pero ni por esas podrá evitar caer rendida a ese conductor canallita que se ve a la legua que le va a dar mala vida.

Es una pena, porque hay muchas cosas que funcionan en F1. Los actores tienen carisma. Desde un Pitt en un papel que se conoce como la palma de su mano a un Javier Bardem que derrocha encanto y oficio, pasando por el villano al que interpreta Tobias Menzies (moraleja: nunca te fíes de alguien que lleva muchas pulseras para aparentar ser moderno). La banda sonora de Hans Zimmer te mete en las carreras y pilla el tono de la película, y el montaje de Stephen Mirrione y la fotografía de Claudio Miranda son espléndidos. F1 podría haber sido un blockbuster espectacular, y se queda a medio gas por no haberse distanciado un poco de la marca a la que rinde pleitesía y no haber buceado un poco para encontrar una historia que no sepa a refrito. A Kosinski le toca ya un guion con el que lucir sus formas de la mejor forma posible.

Este jueves se estrenó en todos los cines de Argentina.

JZ