CINE

Un doble femicidio de 1953 esclarecido por la cineasta Lorena Muñoz

Tanto en el cine como en la literatura y el teatro, muchas de las hacedoras feministas han demostrado una marcada tendencia a explorar sus respectivas identidades, a menudo rastreando en sus historias familiares. En julio pasado, Laura Bondarevsky presentó Un mundo recobradofilm reseñado en elDiario.AR–, un personal documental donde reconstruye el retrato de su abuela adoptiva, Yenia Dumnova, sumándose así a las cineastas con enfoque de género –que felizmente ya son legión en el mundo– en la huella de algunas precursoras del siglo XX, con Agnès Varda al frente.

Lorena Muñoz es una descollante realizadora local –asimismo, guionista, productora, docente– cuya primera incursión en el largometraje fue codirigir –junto a Sergio Wolf– Yo no sé que me han hecho tus ojos, un doc presentado en 2003 que ya iba por la investigación, entre el pasado y el presente. En esta oportunidad para referirse a la incomparable cantora de tango Ada Falcón, que murió antes del estreno. En el momento del rodaje, todavía recluida en un convento como tercera franciscana, en la localidad cordobesa de Salsipuedes (¡), a causa de una tremenda pena de amor por el abandono de su amante Francisco Canaro, el célebre compositor y director de orquesta. En ese lugar, Ada permaneció prácticamente inaccesible al periodismo.

En 2006, Muñoz ideó otro documental, Los próximos pasados, fascinante descenso a un sótano que recreaba el que había existido en la quinta del magnate Natalio Botana. Allí, el famoso muralista mexicano Siqueiros –con la participación nada menos que de Berni, Castagnino y Spilimbergo– había pintado el techo, las paredes y parte del suelo. Una obra fuera de serie que Lorena Muñoz se arriesgó a mostrar a través de una réplica, llevando al/la espectador/a entrar en una especie de alucinación. Un vértigo que probablemente se asemejara al que experimentaron quienes tuvieron oportunidad de bajar esos escalones para mirar dicho mural a partir de 1942. Entre viajes a aquellos tiempos y sus protagonistas, y vuelta a la actualidad, incluyendo materiales de archivo y testimonios, LM acerca y despliega esa obra de arte impar al público del XXI.

Más tarde, fueron llegando realizaciones siempre valiosas de esta artista: Gilda, no me arrepiento de este amor (2016); El potro, lo mejor del amor (2018); Dalma Maradona, la hija de D10S (2023); el documental María Soledad, el fin del silencio. Más recientemente la serie Releyendo a Mafalda. Un cuerpo de obra ecléctico, siempre coherente y de relevantes méritos que conduce a Suerte de pinos, el film recientemente estrenado.

Una historia que mantiene desgraciada vigencia

A los 14, Lorena pudo atar algunos cabos de una historia que había escuchado desde chica en retazos, transmitida por las mujeres de la familia: su bisabuela Antonia y su hija Aurora (tía abuela de LM) habían sido asesinadas por Tomás (marido de la última). Recibieron los certeros disparos en plena calle a la luz del día, provenientes de un hombre alcohólico, golpeador y enfermo de celos inmotivados. El crimen había tenido lugar en Salduero, pueblito de la provincia de Soria, hacia donde viajó Lorena hace veintipico de años con su madre, nieta de Antonia, que se angustió mucho en el lugar: después del doble asesinato, ella –apenas adolescente– y sus familiares se fueron de esa localidad “para olvidar”. Y el bonito pueblo quedado en el tiempo, con el río Duero que lo separa del cementerio antes de recorrer toda España, optó por tapar, obturar la tragedia.

En estos días tan sacudidos localmente por el triple femicidio de tres chicas muy jóvenes, previamente martirizadas con indecible ferocidad, aquel doble crimen que es investigado en el documental Suerte de pinos, resuena doblemente. Porque pasaron más de 70 años, avanzó el feminismo, y ya en este siglo se consideró que la muerte de mujeres provocada por la violencia machista debía denominarse femicidio. Incluso en algunos países existe una forma de autoayuda específica para golpeadores compulsivos (una especie que suele derivar en el asesinato).

Y sin embargo en nuestro país, donde en los años ’80 ya se denunciaba lo que primero se llamó “violencia contra la mujer” y se discutía la expresión “crimen pasional” que daba el periodismo cuando un hombre (como Carlos Monzón) ejercía la ley del más fuerte y mataba a una mujer (mucho antes de que esa acción se definiera como femicidio), en nuestro país, entonces, en 2025, un varón asesina a una mujer cada 35 horas.

Y aunque ahora se hable corrientemente de femicidio (para disgusto del Presidente y sus fans), resulta que el tratamiento por parte de los canales de noticias sigue teniendo trazas de misoginia, prejuicio, moralina. Se pasan hasta la saturación, en el mismo día que reciben sepultura Lara, Morena y Brenda, fotos de las víctimas sonrientes, haciendo caritas, una de ellas sacando la lengua. Una falta absoluta de respeto solo para alimentar el morbo. A la chica de 15 se la trata de nena, de nenita, cuando es una adolescente. Se ven mesas con mayoría de varones opinators haciendo deducciones, sentando cátedra, detallando una y otra vez las terribles torturas. Alguien las llama torpemente “las descuartizadas”, y no falta el que “perdona” a la que presumiblemente “ejercía la prostitución”. Días cebándose con el inenarrable crimen, con el dolor de los familiares, con “la casa del horror”. Con las desventuradas víctimas de esta tragedia minuciosamente, alevosamente planificada y llevada a cabo.

En plena dictadura franquista, a década y media del final de la Guerra Civil, el tradicional machismo reinstalado y las mujeres sometidas a la autoridad del padre o del marido, el asesinato de dos de ellas, intachables para el común de la gente del pueblo, resultó una mancha que había que tapar, negar. Así es que cuando Lorena Muñoz regresa a Salduero, ya con el proyecto en marcha de hacer el doc Suerte de pinos, alentada por su amigo Mirito Torreiro, crítico de cine y escritor, se choca con la firme resistencia a darle una mano para acceder al expediente del juicio por parte del alcalde; y con el rechazo de algunos pobladores que no quieren sacar a la superficie una historia enterrada (al punto que las tumbas de madre e hija no tienen nombre). Todo sucede entre edificios de piedra de siglos, una iglesia del XVIII, un increíble bosque de pinos, ovejas y vacas pastando por ahí. Y una plaza donde al llegar la primavera culmina el ritual medieval de la pingada. Esto es, un asunto de varones en remeras celestes que voltean el pino más alto del bosque entre canciones agresivas, lo talan y lo acarrean hasta la plaza para clavarlo en el centro.

Poco a poco, pacientemente, Muñoz va consiguiendo algunos testimonios incompletos, los va engarzando y sosteniendo el interés narrativo por vía emocional, un suspenso próximo al género policial. Las personas que pueden testificar tienen mucha edad, noventilargos, un buen hombre le aporta ciertas informaciones, pero son las mujeres las que más cosas le cuentan. Una le dice que todo sucedió como en la película La laguna negra, filmada un año antes de la tragedia en Salduero (luego, la directora intercala algunas escenas en blanco y negro de este film). Otra intenta de corazón aportar: es Iluminada en su silla de ruedas, esforzándose por capturar un recuerdo que se le escapa porque su memoria flaquea. Una hermosa, conmovedora escena que culmina con el abrazo de Lorena que se echa a llorar.

Como sucedió cuando el borracho Tomás mató a Antonia y a Aurora en la calle y acudieron las vecinas para asistirlas –vecinas que después de animaron a declarar en el juicio– en Salduero, solidarias, ellas se ponen de parte de Lorena Muñoz en su búsqueda para poder cerrar esa antigua herida en este documental necesario, poético que pudo hacerse gracias al apoyo del INCAA y de Ibermedia (España). 

Suerte de pinos” se proyecta en la Cacodelphia