ENTREVISTA Ex primera dama de Chile

Irina Karamanos, pareja de Gabriel Boric: “Ejercer poder desde el rol de primera dama de Chile nos parecía algo poco democrático”

Andrés Gil

0

Irina Karamanos (Santiago de Chile, 1989) cursó un año de Artes Visuales en la Universidad de Chile para luego estudiar Ciencias de la Educación y también Antropología en la Universidad de Heidelberg, Alemania. Karamanos habla español, griego, y está estudiando kawésqar, una lengua indígena del Chile austral.

Karamanos, además, es militante del partido Convergencia Social y pareja de Gabriel Boric, presidente de Chile desde marzo de 2022. En aquel momento, al tiempo que Boric asumía la jefatura de Estado de su país, Karamanos entraba a ocupar la institución de primera dama de Chile. Y lo hizo con la intención de transformar desde dentro una institución, miles de empleados y todos los estereotipos patriarcales y de género imaginables que comportaba.

Así, a finales del año pasado, la primera dama de Chile anunció que renunciaba a algunas atribuciones institucionales que encarnaba, como la presidencia de seis fundaciones, cuyas direcciones pasaban a depender de los ministerios concernidos. Al tiempo que se desprendía de ese poder institucional se dotaba de más libertad para tener una agenda política propia.

¿Cómo es esa experiencia en la institución de la primera dama, cuyo papel, cuyas funciones está modificando, hasta el punto de considerarse ya ex primera dama?

Desde el comienzo estuvo planificado que la parte institucionalizada del rol de primera dama fuera algo de lo que pudiéramos prescindir. Principalmente, porque ejercer poder desde ese rol nos parecía algo poco democrático por no ser un cargo electo, sino un cargo que existe y se mantiene en virtud de un vínculo afectivo, al tiempo que tiene un anclaje construido e institucionalizado, con fundaciones, con una oficina en el Palacio de Gobierno...

La primera etapa fue de escucha, diagnóstico, hablar con sindicatos, trabajadores, tener una mirada de la construcción institucional que se había hecho. Por una parte, había aspectos que estaban desatendidos, mientras había instituciones que se habían transformado en fundaciones importantes, grandes, con muchos trabajadores en algunos casos.

Hicimos las propuestas, la posibilidad de desanclarlo institucionalmente. Y ahora estamos esperando que se terminen los procesos más burocráticos de los cambios.

Al tiempo, queda la clausura de la institucionalidad del rol, aun se puede profundizar más mediante leyes.

Por otro lado, está todo el universo cultural, de lo que se espera de esta persona, los estereotipos asociados a la mujer, en este caso, del presidente. También pensando en que, probablemente, es la versión más conservadora que se tiene de la idea de la pareja de alguien importante, siempre en una tribuna muy binaria, y también con una idea de complementariedad codependiente.

Esta idea de codependencia es muy fuerte porque, en el fondo, implica que lo femenino y lo masculino en política puede ser encarnado en personas de dicho sexo. Y, por eso, también, todo lo que se espera que haga la pareja es principalmente en temas que tienen relación con cuidados, con los cuidados de personas mayores, niños, mujeres.

Una cosa es no hacer lo que se espera que hagas y otra cosa, encima, es hacer otra cosa adicional a lo que se espera que hagas

Pero, además, está la idea de que hay que cuidar al presidente también. Es un cuidado global, universal, que hay que ejercer, muy maternal. La figura como madre de todos. Y al no calzar con eso se generan bastantes problemas, confusiones que pueden llevar a ataques o críticas más duras, o a campañas de deslegitimación de esa mujer que no está cumpliendo con la expectativa normativa de lo que se esperaría que hiciera. Y si hace otras cosas, peor aún.

Una cosa es no hacer lo que se espera que hagas y otra cosa, encima, es hacer otra cosa adicional a lo que se espera que hagas. Y esa parte cultural va a continuar, es algo que está en desarrollo, que tiene que ver con lo que se espera de la pareja presidencial y que tiene que ver con transitar en una autonomía de ambos lados.

Es decir, también el presidente puede cuidarse; también el presidente puede tener aspectos femeninos, masculinos y todo lo que se quiera asociar socialmente a rasgos de género; así como yo también.

Lo que está haciendo también es no solo comportarse de otra manera, sino que los siguientes ocupantes de esa institución también tengan que comportarse de otra manera.

Que puedan comportarse de otra manera. Hay ahí una temática muy interesante que tiene que ver con la libertad de cómo mi cuerpo puede moverse en un espacio en política.

Y en este caso me parece deseable que la próxima persona también pueda moverse con mayor cintura, espacio, margen. Aún se tiene que normalizar el que inmediatamente la pareja de un presidente se pone al servicio. Incluso físicamente: hacerse presente en el palacio, no recibir ninguna remuneración e interrumpir su vida profesional o personal.

No necesariamente contribuye a la fortaleza de la pareja presidencial o del presidente el que están ambos en el Palacio de Gobierno. Uno podría pensar: 'Bueno, pero tiene que estar cerca'. Pero no se cumple por tener ese rol. Yo lo que espero para la siguiente persona es que pueda hablar con mayor libertad, visibilizar temáticas, probablemente de elementos que quizás sean complementarios al gobierno, pero que lo pueda hacer sin que luego la retrotraigan a su rol institucional. Porque ahí hay cuentas que rendir, en el sentido de que si yo tengo una fundación de jardines infantiles, por qué hablo de otros temas.

Y así se genera una autonomía discursiva, una mayor libertad, se rompe la normalización de dejar de trabajar. A mí me parece importante. No sé en qué otra circunstancia alguien acompaña a su pareja al trabajo. Además de que hay un fenómeno un poco antiguo asociado a la necesidad de construir una estabilidad con esta imagen.

A mí me gusta pensar el feminismo más en clave de la acción que desde la identificación

En este sentido, usted argumenta la necesidad de que las feministas ocupen espacios como forma de cambiar las instituciones. Por otro lado, hablaba del liderazgo feminista, que no necesariamente es sinónimo de mujer, como se ha podido observar en ejemplos clásicos, como el de Margaret Thatcher, por ejemplo.

A mí me gusta pensar el feminismo más en clave de la acción que desde la identificación. O sea, más que que yo soy feminista, me importa que lo que yo haga lo pueda leer a través de una lente, con una lógica, y también generar acción feminista.

En la lógica feminista, cualquier espacio puede ser observado, analizado desde esa perspectiva y no está condicionado a cuánto yo me identifico con el espacio. Para mí asumir ese rol de primera dama no necesariamente significaba estar validando el espacio. Y tampoco estaba sintiendo que yo estaba perdiendo legitimidad, o que estuviera perdiendo validez mi decisión por no ser lo suficientemente feminista.

Al evaluar sumarse a luchas, a demandas o ingresar en espacios, al evaluar previamente si es que calza o no con una identidad o con una comodidad incluso, y a veces con el feminismo del cual uno quiere ser parte, por así decirlo, como si fuera un lugar... Creo que es poco pragmático, poco táctico, y en mi caso preferí ingresar a este rol solamente por la posibilidad de hacerlo. No estaba en mis planes, no es que a los 15 años lo pensara. Tampoco nadie elige a su pareja pensando que algún día será autoridad y va a tomar decisiones desde la institucionalidad independiente de que se haya metido en política o no.

Da la casualidad de que yo sí soy militante, pero no tiene por qué dar esa coincidencia. Y de ahí viene toda la decisión de asumir.

Asumir ese rol de primera dama no necesariamente significaba estar validando el espacio. Y tampoco estaba sintiendo que yo estaba perdiendo legitimidad, o que estuviera perdiendo validez mi decisión por no ser lo suficientemente feminista

¿Pero cómo se caracteriza un liderazgo feminista?

Diría que es generoso, construye instancias horizontales para preparar la toma de decisiones, se ve como conductor de un vehículo para el cambio sin confundirse con ser dicho vehículo. Es decir, no se esmera por verse y hacerse personalmente indispensable en las posiciones de poder que ocupa, comprende y usa el poder más como un 'poder hacer', es decir como potencia, que como un dispositivo acumulable y apropiable, incluye aspectos subjetivos e intersubjetivos de manera explícita en sus lecturas políticas, no permite estereotipos tales como que la legitimidad argumentativa y la racionalidad en la política emana exclusivamente de un género, incluye al cuerpo en sus ecuaciones, promueve la interseccionalidad en sus análisis, diseños y acciones, aplica perspectiva y lógica feminista de manera transversal en todas las áreas no limitándose a los asuntos convencionalmente relacionados a las mujeres. 

El liderazgo feminista es generoso, construye instancias horizontales para preparar la toma de decisiones, se ve como conductor de un vehículo para el cambio sin confundirse con ser dicho vehículo

Usted también habla del feminismo como herramienta de transformación. ¿En qué sentido?

El feminismo también puede ser entendido como epistemología, o sea que propone alternativas a la estructura cultural, social, económica y política actuales. Tiene la capacidad transformadora, porque es resistente a las tensiones, a las contradicciones, las conoce bien. De hecho, el feminismo se para en esos cruces, en esos cruces en que hay que decidir si los contornos, las normas, las reglas que nos hemos dado, nos dan el espacio para ser y existir con dignidad, o si nos estamos disciplinando por costumbre, por repetir el orden en el cual nos dijeron que eran las cosas. El feminismo interpela las normas y disputa las certezas, sobre todo si esas normas y certezas pretenden justificar asimetrías de poder en razón del género. 

También se refiere a menudo a la “necesaria y permanente inconformidad del feminismo”. 

Bueno, es difícil pensar en lo opuesto, en que alguna vez podríamos decir que las sociedades dejarán de atravesar cambios en su configuración, que exista un modelo de sociedad que no requiera actualizarse materialmente, culturalmente, éticamente, en valores, con el paso del tiempo. Pero más aún si pensamos en las asimetrías de poder en razón del género, estar conforme, sería sumarse al artificial esfuerzo de creer en la superioridad de un género por sobre otro y ya sabemos lo que puede suceder cuando se construyen ese tipo de certezas sobre un otro, una superioridad respecto de la otredad, la discriminación de un grupo de otros.

Diría que el feminismo está persistentemente en alerta ante ese sistema de creencia y se ubica activamente en contraposición a él. La conformidad así como la comodidad, tienden a querer ser mantenidas, como que cuando hay conformidad y comodidad surgiera una necesidad de mantener las condiciones que las hacen posibles. Repetir y mantener esas condiciones, tiende a adormecer la búsqueda por lo nuevo, por lo diferente. Mantener las condiciones de comodidad y conformidad puede requerir defenderlas. En tanto la realidad sea que respecto de las personas a quienes nuestros sistemas privilegian, existan grupos de otros que no son privilegiados, el feminismo debería interrumpir la norma que hace que creer que para vivir conformes, en paz, con dignidad y derechos, lo que queda es aspirar a hacerse de las condiciones necesarias, como dice Ahmed, tratar de seguir la receta de una promesa de felicidad, caminar y marcar los mismos caminos ya transitados.

El feminismo propone alternativas a la estructura cultural, social, económica y política actuales. Tiene la capacidad transformadora, porque es resistente a las tensiones, a las contradicciones, las conoce bien

La inconformidad del feminismo y la que más me atrae como herramienta para la libertad, es que permite y promueve el desvío de ese camino normativamente único, correcto, certero. 

En su discurso y función de primera dama aborda a menudo el debate sobre sobre las personas trans. En España acaba de aprobarse una ley que les reconoce derechos. ¿Cómo está la situación en Chile?

En este sentido, el Encuentro Internacional Feminista que acaba de suceder en Madrid es también una demostración de la capacidad de convocatoria que tiene un liderazgo como la ministra de Igualdad [Irene Montero]. No es por personalizar tanto en las figuras, pero sí en la valentía para plantear en la agenda temáticas cruciales para la vida para ciertos grupos de la población. Ese trabajo ha sido relevante y está siendo reconocido también en materia de política para la población trans en Chile. Es importante destacar que lo que se ha puesto en agenda aquí en España son temáticas importantísimas para el feminismo, y no se podía esperar que fuera sin conflictos y sin contradicciones y sin tensiones. ¿Por qué? Porque propone el cambio de una norma. O sea ¿cómo no va a haber discusión respecto de eso? Y, también, ¿cómo va a haber tantas certezas? Sería extrañísimo que hubiera una certeza absoluta. Por ende, me parece muy normal que genere mucho ruido todo lo que se va generando. Pero sí me parece muy valiente el poder plantearlo de esa manera.

A mí me parece crucial ponernos a disposición para asegurar los derechos de las personas trans en Chile. Creo que es un tema de vida o muerte. Lamentablemente hay muchísimos casos, también de personas muy jóvenes, y creo que hay discusiones, pero lo primero tiene que ver con derechos humanos de todas las personas.

Y hemos construido un sistema político, unos diseños de gobierno, en donde está compartimentada la política pública por grupos de población y por temáticas. Entonces, que un grupo de la población no cuente con un ministerio o esté por fuera de la planificación, bueno, es el problema de la planificación, no del grupo de la población: necesitar demandar seguridad para poder existir y no correr riesgos de vida, poder tener atención en salud específica y sin estigmatización me parece que eso es un fallo del sistema, y no de esas personas.

Es importante destacar que lo que se ha puesto en agenda aquí en España son temáticas importantísimas para el feminismo, y no se podía esperar que fuera sin conflictos y sin contradicciones y sin tensiones. Es muy valiente poder plantearlo de esa manera

Desde la política estamos en deuda de poder entregar derechos humanos y políticos a todos los grupos de la población. Y ya que estamos hablando de uno de los que han sido marginados y tratados de manera muy asimétrica por la institucionalidad, considero que las discusiones respecto de qué grupo merece más o menos derechos entran en una dimensión no muy pluralista. La interseccionalidad es muy importante también en esto.

Esa compartimentación que hacemos condena a personas que hemos marginado de la política y de la posibilidad de acceder a sus derechos. Por ende, los hemos forzado a exigir, e incluso a militar. O sea, una persona heterosexual no tiene que militar por ser heterosexual. Ya está. A veces hay que dedicarle la vida al activismo para que uno mismo y su comunidad tenga la posibilidad de existir y de ser. Me parece que eso es tremendamente injusto.

En Chile todavía hay muchísima violencia contra personas trans. Pero también estamos trabajando muy profundamente en eso para priorizar líneas de demandas que existen, reconociendo que existen. Y la sociedad delega en esas mismas personas que consigan existir. Eso me parece un desafío, es muy importante que la sociedad en su conjunto se sienta responsable de que exista marginación y de que exista discriminación, y, mientras no lo haga, está contribuyendo pasivamente a que siga siendo así.

Desde la política estamos en deuda de poder entregar derechos humanos y políticos a todos los grupos de la población

Usted, como muchas mujeres jóvenes y de izquierdas, está sufriendo duros ataques de la extrema derecha. ¿Qué cree que hay que hacer?

Podríamos preguntarnos cuál es la amenaza que plantean las mujeres jóvenes y de izquierdas, para intentar entender lo que las convierte en blanco de ataques. Pienso que tiene que ver con que colectivizar el debate sobre el cuerpo, lo saca del terreno individual, y cuando un problema se colectiviza, adquiere potencial de cambio social, como dice Athena Athanasiou, los encuentros públicos son como un cuerpo extendido y permiten una agencia corporal que sitúa a los cuerpos en una disputa por la soberanía y la libertad que van más allá de la libertad neoliberal.

Pienso que la incomodidad es porque nos hacemos de espacios, tenemos expectativas interseccionales por lo que exigimos espacios para grupos de la población que han sido históricamente marginados y por ende no cumplimos expectativas hegemónicas. Entonces, pienso que se siente como una amenaza en la lógica territorial, o sea que estamos modificando el territorio en la institucionalidad política, y con ello recalibrando el poder.

Asimismo, debe sentirse como una amenaza cambiar la lógica de la división sexual del trabajo, en el sentido de que en el debate sobre la sostenibilidad de la vida y el de los cuidados, lo que se pone en disputa es que se delegue mayoritariamente en las mujeres dicho trabajo y se pretende interrumpir la normalización de que de manera no reconocida y no remunerada las mujeres sean el sostén del que es dependiente el sistema productivo.

Adicionalmente, problematizar las diferencias de género en la distribución del uso del tiempo, sobre todo si nos fijamos en el trabajo de cuidados, abre la pregunta sobre la estructura de la familia tradicional, porque tambalea la dedicación adjudicada a las mujeres de mantenerla, si tuvieran más tiempo para actividades personales, profesionales o políticas. Estos asuntos pueden ser leídos en clave de derechos humanos y derechos políticos y la pregunta es si justamente el hecho de que se exijan u otorgarlos es lo que se ve como amenaza. Por esto es que hablamos de capital/vida, porque la precarización de la vida es una derivada del neoliberalismo, como se manifiesta más notoriamente en las crisis económicas y de cuidados, que además afectan mayormente a la población femenina. 

La sociedad en su conjunto está afectada por estos temas, sin embargo para intentar resolver qué hacer, respondiendo a la segunda parte de tu pregunta, pienso que falta que la sociedad entera se autocomprenda como afectada por estas alternativas de configuración social y se sienta corresponsable de dar estos debates, de comprender los riesgos que corren quienes los dan en el espacio público, y no desentenderse delegándolo solo en ellas. Así como sucede con el racismo, no involucrarse activamente en acciones antirracistas, es contribuir pasivamente a que se reproduzca.