La política chilena no deja de sorprender. La inédita decisión de la Democracia Cristiana (DC) de respaldar la candidatura presidencial de Jeannette Jara, del Partido Comunista (PC), ha sacudido la carrera presidencial y, al mismo tiempo, generado un intenso debate sobre el futuro del centro político en Chile.
El senador Francisco Huenchumilla, que asumió la presidencia de la DC tras la renuncia de Alberto Undurraga, intentó justificar este giro histórico con argumentos que, si bien buscan racionalizar la movida, abren muchas interrogantes.
La pregunta es si esta polémica decisión obedece a un acto de pragmatismo necesario para asegurar la sobrevivencia de un partido que en la última década pasó de ser la mayor fuerza política en Chile a una tienda casi al borde de la extinción (y que no podía darse el lujo de ir participar en las parlamentarias fuera de pacto), o si significa, en la práctica, un salto al vacío para este histórico partido otrora corazón de la Concertación.
Huenchumilla, en su explicación, esgrimió algunos argumentos centrales para justificar la decisión del consejo general del partido. Primero, que la DC conoce a la coalición que apoya a Jara, con la que han trabajado por “más de 30 años”, lo que les permite “volver a trabajar juntos en base a un programa y un pacto parlamentario”, obviando que es muy distinto ser mayoría que minoría en una coalición de partidos. Segundo, y tal vez es lo más llamativo, que “el comunismo se transformó en capitalista”, aludiendo a China y a las relaciones comerciales que incluso la derecha chilena mantiene con ese país, omitiendo ejemplos más cercanos como Venezuela y Cuba, y haciendo oídos sordos a las críticas de los economistas de sus propios partidos a la propuesta de reforma que propone la candidata del oficialismo. Sumando, además, el “liderazgo profesional y carismático” de Jara como factor decisivo en la determinación, como si con eso bastara para asegurar que las ideas de la falange serán parte de su programa y eventual gobierno. Para el senador, el “anticomunismo” hoy día es un tema del pasado en Chile y en el mundo“. Cuestión en la que no existe acuerdo ni en su propio partido si se consideran las declaraciones y renuncias de algunos de sus miembros antes y después de esta polémica decisión.
Aunque convengamos que lectura del escenario político y de la propia historia (incluyendo eventos recientes) del Partido Comunista chileno es, cuando menos, simplista y, desde una óptica política y electoral, a mi juicio, profundamente arriesgada para la DC.
El argumento de que “el comunismo se volvió capitalista” es una falacia en el contexto de la política interna chilena. Si bien es cierto que China ha adoptado un modelo económico de mercado con un régimen de partido único, la realidad del Partido Comunista de Chile es muy distinta. Sus bases ideológicas, sus propuestas estatistas de reforma, su historial de apoyo a regímenes autoritarios en la región (Nicaragua, Venezuela, Cuba) y su postura en momentos clave de la historia reciente de Chile –como su negativa a firmar el acuerdo constitucional del 15 de noviembre de 2019 o su apoyo a una acusación constitucional contra el entonces presidente Sebastián Piñera, que el propio Gabriel Boric respaldó– distan mucho de una “transformación capitalista” o de un compromiso irrestricto con la democracia liberal. El PC chileno, y sus aliados más radicales, han visto en la violencia una oportunidad política y han impulsado reformas refundacionales e indigenistas que fueron ampliamente rechazadas por la ciudadanía. Pretender que estas posturas son “cosas del pasado” es ignorar una parte crucial de la memoria política y de las preocupaciones de un vasto sector de la ciudadanía.
El "peligro comunista" sigue siendo un factor movilizador para una parte importante del electorado, especialmente para el votante de centro y de centroderecha
La afirmación de que el “anticomunismo no es un tema” es, además, una apuesta electoral de altísimo riesgo. Las encuestas recientes y el propio triunfo de José Antonio Kast en la derecha demuestran que la polarización en Chile es una realidad palpable, y que el “peligro comunista” sigue siendo un factor movilizador para una parte importante del electorado, especialmente para el votante de centro y de centroderecha.
Al abrazar la candidatura de Jara, la DC se aleja de su histórica posición de partido bisagra y garante de la moderación y se expone a perder a sus votantes más tradicionales, aquellos que valoran precisamente el compromiso con la democracia institucional y que recelan de los extremos.
¿Podrá entonces la DC convencer a sus bases de que esta alianza es coherente con su historia y sus principios? El hecho de que Alberto Undurraga haya renunciado a la presidencia del partido tras ratificarse el apoyo a Jara es una señal de que la decisión no es unánime ni exenta de costos internos. De hecho, esta renuncia se suma a otras que han ocurrido en el partido, evidenciando una profunda fractura ideológica que choca frontalmente con los 68 años de historia de la DC en Chile, un partido que nació y se consolidó como una alternativa democrática y no marxista.
La sensación que hoy inunda a buena parte de la Democracia Cristiana es un “déjà vu” de 2022, cuando la fractura por el plebiscito constitucional detonó la fuga de algunos de sus dirigentes más reconocidos. Lo ocurrido hace algunos días no es menor. Aunque la DC ya compartió gobierno con el PC en la Nueva Mayoría y en pactos parlamentarios y municipales, es la primera vez en sus 68 años de historia que la colectividad se pondrá detrás de una militante comunista en una elección presidencial. Históricamente, la DC ha procurado mantener distancia del PC, explicitando en su declaración de principios que sus raíces se fundan en una tradición que “invita a luchar por una nueva sociedad –distinta del liberalismo individualista y el socialismo marxista–”.
Desde una perspectiva electoral, la DC se arriesga a quedar diluida en una coalición liderada por un partido con una identidad ideológica mucho más fuerte y definida. ¿Qué le ofrece la DC al votante que no pueda encontrar directamente en el PC o en el Socialismo Democrático? El espacio del centro, que la DC históricamente ocupó, ha sido erosionado por la polarización y por la propia indefinición de sus últimos años. Al alinearse con la izquierda más radical, la DC corre el riesgo de perder su identidad y su capacidad de ser un actor relevante por sí mismo.
Al alinearse con la izquierda más radical, la DC corre el riesgo de perder su identidad y su capacidad de ser un actor relevante por sí mismo
La paradoja es evidente: un partido que se precia de ser demócrata cristiano, con una historia de defensa de las instituciones y los derechos humanos, se alía con un sector que ha sido cuestionado por su ambigüedad frente a la violencia política y por su apoyo a regímenes que no respetan las libertades fundamentales. Esta decisión, más allá de la retórica de la “unidad progresista”, podría ser percibida por muchos como una claudicación ideológica y un intento desesperado por mantenerse relevante en un bloque que, a todas luces, está siendo liderado por el Partido Comunista.
En un escenario donde la democracia está bajo ataque desde los extremos, la coherencia en la defensa de los valores democráticos es más importante que nunca. La verdadera fortaleza de la democracia no reside en la autoafirmación de un solo sector, radica en la capacidad de todos los actores políticos, de izquierda a derecha, de reconocer sus propios límites, de practicar la autocrítica y de comprometerse con la defensa irrestricta de las instituciones y los valores democráticos, sin excepciones ni dobles estándares. El abrazo de la DC al PC, justificado en un “comunismo capitalista” y en un anticomunismo “del pasado”, podría ser, en el largo plazo, un paso en falso que acelere la irrelevancia del centro político en Chile y profundice aún más la polarización que tanto daño le ha hecho al país. La historia, y las próximas elecciones, tendrán la última palabra sobre esta audaz, y quizás desesperada, apuesta de la Democracia Cristiana.
ERM/MG