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ENTREVISTA

Francisco Urdinez, politólogo: ‘Mantener el equilibrio entre China y Estados Unidos será cada vez más difícil’

El presidente brasileño Lula da Silva le da la bienvenida al líder chino Xi Jinping al Palacio Itamaraty en Brasilia, en 2024. Brasil es el motor regional de los cada vez más estrechos lazos económicos entre América Latina y China.

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En las últimas dos décadas, América Latina ha sido testigo de un reacomodamiento en el mapa global de poder. Si durante gran parte del siglo XX Estados Unidos fue el socio económico indiscutido en la región, hoy ese lugar está siendo disputado —y en muchos casos ya superado— por China. La magnitud del cambio es tal que ya no se trata solo de un giro comercial, sino de un proceso que redefine equilibrios políticos, diplomáticos y estratégicos.

En este escenario se inscribe el nuevo libro “Desplazamiento económico: China y el fin de la primacía estadounidense en América Latina” de Francisco Urdinez, profesor asociado de Ciencias Políticas en la Pontificia Universidad Católica de Chile y director del grupo de investigación Núcleo Milenio sobre los Impactos de China en América Latina (ICLAC). Urdinez demuestra como China llenó el vacío económico dejado por la retirada de Estados Unidos entre 2001 y 2020 y analiza la erosión de la influencia política de Estados Unidos en la región.

En una entrevista con Dialogue Earth, Urdinez repasa el proceso que lo llevó a realizar el libro, sus principales hallazgos y las implicancias para los responsables de políticas públicas en América Latina.

El politólogo Francisco Urdinez. En su nuevo libro, analiza cómo el crecimiento económico de China se ha traducido en influencia geopolítica.

–¿Qué lo motivó a escribir este libro y por qué consideró que era el momento adecuado?

–Mi tesis doctoral se centró en cómo Estados Unidos había perdido espacios de influencia en América Latina y cómo China ocupaba esos lugares, una de las ideas centrales del libro. En aquel momento, en 2017, el análisis era más elemental en términos de datos. Con el tiempo descubrí que uno de los mayores problemas era la falta de información sistemática: la comunidad académica y política no tenía suficientes datos para responder a la pregunta de mi investigación. Por eso me dediqué a colaborar en proyectos que recopilaban información sobre inversiones, financiamiento y donaciones, y realicé encuestas entre élites y ciudadanía para medir percepciones sobre el ascenso chino.

Mi premisa siempre fue que el crecimiento económico de China inevitablemente se traduciría en influencia política, como ha ocurrido con otras potencias emergentes a lo largo de la historia. La clave fue construir un índice que midiera el peso económico de China y compararlo con el de Estados Unidos, lo que me permitió narrar con claridad el desplazamiento que estaba ocurriendo.

China no es una “caja negra” que simplemente compra materias primas, sino un entramado de cientos de actores que inciden en la economía regional

El libro está dividido en dos grandes partes. La primera explica por qué el concepto de desplazamiento económico importa, cómo se mide y qué revela sobre la pérdida de peso relativo de Estados Unidos en la región. La segunda parte analiza los efectos políticos de ese proceso, en particular la erosión de la legitimidad del orden construido por Washington en América Latina durante las últimas cinco décadas. Esa doble mirada –metodológica y política– busca mostrar que el fenómeno no es solo económico, sino también estructural en términos de poder internacional.

–¿Cómo define el desplazamiento económico en el contexto de las relaciones entre Estados Unidos, China y América Latina?

–Es el momento en que China se convierte en el socio económico más importante de un país latinoamericano, superando a Estados Unidos. Para medirlo, construí un índice que agrega a todos los actores económicos relevantes: empresas, bancos, agencias de cooperación y proveedores de crédito, tanto chinos como estadounidenses. 

El objetivo era demostrar que China no es una “caja negra” que simplemente compra materias primas, sino un entramado de cientos de actores que inciden en la economía regional. Hacer el mismo ejercicio con Estados Unidos resultó incluso más complejo, pero permitió tener dos índices comparables. Ambos se expresan como porcentaje del PBI de cada país latinoamericano. El desplazamiento se produce cuando el peso económico de China, partiendo de cero, supera al de Estados Unidos. Es una forma clara y sencilla de capturar un proceso continuo y progresivo de pérdida de influencia estadounidense frente al ascenso chino.

–Argumenta que Estados Unidos se ha “replegado” económicamente en la región. ¿Cuál es la mejor evidencia de este declive?

–Los datos son contundentes: en las décadas de 1970 y 1980, Estados Unidos era la principal fuente de inversión y financiamiento externo en América Latina, un rol que había desempeñado desde principios del siglo XX. Washington consolidó su poder global primero como potencia económica y tecnológica, antes de proyectar su influencia cultural y política. Ese rol transformador se ha ido diluyendo de manera gradual, al tiempo que China asumía la tarea de proveer capital, bienes y tecnologías.

En las últimas décadas, América Latina dejó de ser una prioridad para Washington, que concentró su atención en regiones consideradas más estratégicas. Muchas empresas estadounidenses perdieron interés y se produjo una salida de capitales, dejando espacio para que China ocupara ese vacío. Durante años, incluso, sectores de la élite política en Washington vieron con buenos ojos que China dinamizara economías donde Estados Unidos estaba ausente, sin percibirlo como una amenaza. Solo a partir de 2016 comenzó a cambiar esa visión, cuando el ascenso chino pasó a interpretarse como un desafío geopolítico directo.

Nayib Bukele en una reunión con el presidente estadounidense Donald Trump en abril de 2025 en la Casa Blanca, en medio de las deportaciones masivas de migrantes.

–¿De qué manera el ascenso económico de China ha transformado los patrones de comercio e inversión en América Latina?

–La transformación ha sido histórica y comparable con procesos similares en África y el sudeste asiático. En pocos años [a principios de la década de 2000], la demanda china de materias primas generó una concentración inédita en las exportaciones de la región. 

Mi libro descarta explicaciones alternativas, como que se debiera solo a un boom de precios de commodities o a afinidades ideológicas con gobiernos de izquierda. Lo central es que, a nivel subnacional, actores económicos descubrieron que China era un comprador confiable y un inversor dispuesto a asumir riesgos con rapidez y sin excesiva burocracia. 

En menos de una década, Beijing pasó de ser un actor marginal a convertirse en uno de los principales proveedores de capital extranjero en la región. Esto obligó a gobiernos y empresas a adaptarse velozmente a un nuevo escenario que nadie había anticipado. La convergencia entre el apetito latinoamericano por capital fresco y la disposición china a proveerlo explica gran parte del fenómeno.

–Se ha comparado la rivalidad entre EE.UU. y China en la región con una nueva Guerra Fría. ¿Por qué cuestiona esa analogía en su libro?

–La Guerra Fría fue una disputa ideológica y tecnológica entre modelos incompatibles, donde la Unión Soviética no ofrecía bienes alternativos a los de Occidente. La competencia actual es diferente: no habrá confrontación militar directa, sino una pugna por el dominio de sectores estratégicos como la inteligencia artificial, los semiconductores o la transición energética. China no rechaza el capitalismo; practica un modelo de capitalismo de Estado basado en la acumulación de capital y ganancias. La rivalidad con Estados Unidos, por lo tanto, no es ideológica sino económica y tecnológica. Ambos países compiten por controlar industrias críticas que definirán el orden global en las próximas décadas. Estamos ante una rivalidad explícita y duradera, de la que no hay retorno posible.

–¿En qué medida los países latinoamericanos son actores activos en este proceso, y no simples escenarios de competencia entre grandes potencias?

–La agencia latinoamericana es central. El libro muestra dinámicas tanto “de abajo hacia arriba” como “de arriba hacia abajo”. En algunos casos, gobiernos subnacionales se adelantaron y establecieron vínculos directos con China, como São Paulo durante la pandemia al negociar vacunas. En otros, provincias aprovecharon su alineamiento con gobiernos nacionales para fortalecer negociaciones, como ocurrió con las represas de Santa Cruz en Argentina. También existen ejemplos de iniciativas privadas, como el puerto de Chancay en Perú, que nació de un acuerdo entre empresas antes de que entraran los Estados. Estas dinámicas demuestran que la relación no es solo entre Estados nacionales, sino que involucra múltiples actores locales. Gran parte de la historia actual se explica por estos movimientos “desde abajo”.

–Habla de impactos variables del avance económico chino en la región. ¿Podría dar ejemplos de cómo este desplazamiento se experimenta de forma distinta según el país?

–En Sudamérica, el desplazamiento de Estados Unidos por China es casi total, salvo en Colombia y Paraguay, este último por su relación diplomática con Taiwán. En cambio, en Centroamérica y México la dinámica es distinta: allí el peso económico de Estados Unidos sigue siendo predominante, e incluso ha crecido en los últimos veinte años. 

El caso más profundo de vinculación con China es Brasil, que se ha convertido en el motor regional de la relación en sectores como energía renovable y extracción minera. Chile, por su parte, depende de China para cerca del 40% de sus exportaciones, una de las tasas más altas de dependencia comercial del mundo. Estas son realidades estructurales que no se revierten con cambios de gobierno, como demuestran los casos del expresidente brasileño Jair Bolsonaro y el actual presidente argentino Javier Milei [que han adoptado fuertes posiciones antichina]. La interdependencia económica con China llegó para quedarse.

El presidente chileno Gabriel Boric y sus ministros hacen declaraciones oficiales durante una visita a Beijing en octubre de 2023. A pesar de las objeciones de Boric al enfoque de China en materia de derechos humanos y cuestiones medioambientales, Urdinez sostiene que rara vez altera la “dinámica estructural” entre ambos países.

–¿Qué papel juega la ideología en la manera en que los gobiernos latinoamericanos se relacionan con EE.UU. y China?

–La ideología cumple un papel secundario. El caso argentino bajo el ex presidente Mauricio Macri lo ilustra bien: pese a sus críticas iniciales, terminó profundizando la relación con China. Algo similar ocurrió con Jair Bolsonaro y Javier Milei, quienes cuestionaron a Beijing pero no redujeron los vínculos. También hay ejemplos inversos, como el de Chile, donde la relación fue más fluida bajo el gobierno de derecha del ex presidente Sebastián Piñera que con el actual presidente Gabriel Boric, que plantea objeciones sobre derechos humanos y medioambiente. 

En definitiva, lo que pesa más que la ideología es la complementariedad económica y la acción de actores subnacionales y privados. La ideología puede influir en el discurso, pero rara vez altera las dinámicas estructurales.

–¿Ve a Estados Unidos intentando contrarrestar el papel creciente de China? Y si es así, ¿qué tan efectivas han sido esas iniciativas?

–La política estadounidense ha sido reactiva, tardía y coercitiva. En lugar de ofrecer alternativas, se ha basado en sanciones y advertencias, lo que genera frustración en la región. Para muchos países, China no es la opción ideal, pero sí la única disponible para obtener financiamiento rápido y sin condiciones excesivas. Washington cuenta con herramientas como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero no las usa con la misma agilidad que Beijing. De ahí que surjan tensiones cuando se pide a países pobres no adoptar tecnologías como el 5G sin que exista una opción equivalente. Si Estados Unidos no adapta su estrategia para proveer bienes alternativos, corre el riesgo de empujar aún más a América Latina hacia China.

–Para los responsables de políticas en América Latina, ¿qué lecciones o advertencias ofrece su libro sobre cómo navegar este cambio de equilibrio?

–La principal lección es que será cada vez más difícil mantener un equilibrio entre Estados Unidos y China. Durante tres décadas, algunos países lograron beneficiarse de ambos, como Chile y Perú con acuerdos de libre comercio con las dos potencias. Pero Washington avanza hacia una política binaria de “amigo o enemigo” que obligará a los países a elegir. Esto abrirá debates internos que podrían marcar campañas presidenciales y políticas de Estado en la próxima década

El desafío será enorme y no está claro que la región tenga la madurez necesaria para enfrentarlo. Por eso insisto en la necesidad de formar nuevas generaciones de expertos capaces de resistir presiones externas y entender que la relación con China difícilmente se revierta. Salvo un cambio radical en la estrategia estadounidense, China seguirá siendo el principal socio económico de gran parte de América Latina.

Desplazamiento económico: China y el fin de la primacía de Estados Unidos en América Latina, de Francisco Urdinez, fue publicado por Cambridge University Press y ya se encuentra disponible.

Esta entrevista fue publicada originalmente en Dialogue Earth

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