El caso Salman Rushdie 1975-2022

La carrera literaria fabulosa de un realista mágico indio, británico, poscolonial y posmoderno

En tiempos de Margaret Thatcher fue en Londres un novelista antiimperiaiista que escribía sobre la identidad multiétnica y plurinacional. En tiempos de Donald Trump fue en Nueva York un novelista antitrumpista que escribió sobre identidades de género y sexualidades más o menos polimorfas. Pero ya desde su primer libro Salman Rushdie fue siempre y todas partes un escritor tan descreído del Islam como creyente en los plenos poderes de la magia de su arte narrativo. Nacido en la India en 1947, condenado a muerte desde Irán por una sentencia islámica en 1989, y apuñalado en EEUU por un joven musulmán de Nueva Jersey, el poluido y sucio estado de los Sopranos, en 2022, en su biblografía el autor ha evitado todo desvío de los dogmas básicos de la estética posmoderna. En particular, en la veta ortodoxa del realismo mágico. En su versión canónica y mundializada después del boom literario latinoamericano y de el superestrellato y emulación globales de Cien años de soledad, long-seller del colombiano Gabriel García Márquez, la narrativa realista mágica global es una mixtura en partes desiguales, que sólo varía página a página en su proporción, de lo real, lo fantástico y lo inexplicable, o inexplicado.

Nacido en en una ciudad hindú, Bombay, pero en una familia de religión musulmana, minoritaria en el subcontinente, Salman Rushdie abjuró de la fe en la que fue criado (apostasía que la ley islámica castiga con la muerte). Educado en instituciones elististas en Inglaterra -Rugby y Cambridge-, ciudadano británico, Rushdie acudió rutinaria, abundantemente al inventario de las mitologías orientales para poblar y organizar sus extensas narraciones compuesta en inglés para un público occidental.

Su primera novela, Grimus (1975), es el fantasioso desarrollo narrativo de un poema sufí; la última, Quijote (2019), una reescritura del clásico cervantino devenido quijotesca cruzada americana en ruta bioceánica para desfacer entuertos y proteger doncellas en un viaje por los EEUU de la era Trump.

Los versos satánicos (1988) es el viaje panorámico de un jet-set dudosamente arcangélico, dudosamente luciferino, que se desplaza a la velocidad de la luz o de la tinieblas interestelares. Una travesía desde las calles y los estudios cinematográficos de Bollywood hasta Londres multíétnico y multiculti, desde la Argentina del Aconcagua al Monte Everest del Nepal budista y maoísta. Entretanto, el narrrador desdibuja los límites de la ilusión y la realidad, mina las certezas establecidas y advierte contra cualquier certidumbre nueva, se ríe de las religiones y parodia las tradiciones. En su despliegue narrativo, la acción avanza, y el drama acumula secuestros violentos pero espectaculares, tomas de rehenes multitudinarias, peregrinaciones de fieles y guerras contra los infieles, y se atiborra de kilómetros de fantasías de celuloide.

Crédulo de la cuasi omnipotencia de su bien aprendido oficio literario, Rushdie elaboró una a una sus ostentosas alegorías, donde la mitología era instrumento para la demolición satírica de los mitos, donde la reescritura churrigueresca de sagradas Escrituras era el recurso del método para el burlón escarnio de las religiones, monoteístas o politeístas por igual. En la última década y media, cada día puede detectarse en la crítica más prudencia o mayor escepticismo que la jornada anterior acerca de que los extensos relatos del autor sean tan idóneos para promover la voluntaria suspensión de la incredulidad y tan inidóneos para inducir al sueño o la fatiga en la voluntariosa lectura.

El escritor refirió que en sus años universitarios leyó el Quijote , que no entendió porque la traducción era mala. Muchos años después, la guía personal de otro novelista del boom, el mexicano Carlos Fuentes, autor de Cambio de piel, Terra Nostra, Cristóbal Nonato, y otras extensas narraciones proliferantes multiculturales polialegóricas de nuestra América -miles de páginas que según su compatriota el cronista Carlos Monsiváis sólo quien fuera beneficiado por una beca de estímulo podía sentirse motivado a leer-, le hizo volver a Cervantes. Es Fuentes acaso el autor latinoamericano con mayores afinidades con Rushdie.

Aunque demoró en pisar América Latina, Rushdie refirió que a través de los libros de escritores latinoamericanos sintió conocer de antemano ese mundo, parecido al del sur de Asia: “tenía un pasado colonial, una historia de generales dictadores, división entre ricos y pobres y en ambos lugares la religión fue importante”. Junto con la Caída del Muro de Berlín y el Bicentenario de la Revolución Francesa, la serie de transiciones democráticas latinoamericanas en que desembocó una serie anterior de dictaduras latinoamericanas al acabar la década de 1980 fue el tercer contexto regional favorable para amplificar la resonancia de las voces que salieron en defensa de Rushdie cuando la fatwa de 1989.

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