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Análisis

Elecciones presidenciales en Chile: los objetivos de los partidos y los móviles del electorado

Gabriel Boric, José Antonio Kast, Yasna Provoste, Sebastián Sichel, Eduardo Artés y Marco Enríquez-Ominami: cuatro candidaturas de izquierda, una de derecha, una de ultraderecha.

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En las elecciones que celebra Chile este domingo, 15 millones de votantes pueden decidir entre siete candidaturas quién sucederá al centro-derechista Sebastián Piñera en la Presidencia. Según sondeos de intención de voto anteriores al último debate presidencial, nadie se impondría en primera vuelta. Gabriel Boric y José Antonio Kast son los favoritos para el balotaje del 19 de diciembre. Pertenecen a dos coaliciones antagónicas, una más a la izquierda y la otra más a la derecha que las dos más centristas que se repartieron (desigualmente) el poder en los últimos 30 años. Si las encuestas aciertan, sería la primera vez en este año electoral en Chile: se equivocaron una y otra vez.

Ese resultado dejaría al electorado chileno ante un escenario donde debería escoger entre dos proyectos limpiamente contrapuestos e irreconciliables, un dilema al que hoy parece ajeno. Porque antes que elegir entre proyectos, quienes votan decidirán entre siete candidaturas según las capacidades que les atribuyen de atender a sus demandas y de gobernar al frente de una comunidad que no transformaría hasta lo irreconocible aquella en la que imaginan vivir.

La segunda vuelta del 19 de diciembre sería el clímax de este antagonismo. Un duelo a muerte en el que se opondrían el Estado Plurinacional y la República, el Estado y el Mercado, la democracia social y el neoliberalismo, los nuevos derechos humanos y el teo-conservadurismo fundamentalista en temas de género y familia, el supremacismo blanco y el protagonismo de los pueblos originarios, la patria grande y la xenofobia, la defensa del medio ambiente y el negacionismo o escepticismo climático.

Este cuadro tiene una ventaja: es muy inteligible. Se sostiene en un binarismo tradicional, o añejo, que opone dos Chiles: el de la víctima del golpe militar de 1973, el socialista Salvador Allende, y el de su victimario, el general golpista Augusto Pinochet. Incluye un dato irrefutable: dentro de un mes será el balotaje presidencial. Y una inferencia válida: si los rivales son Boric y Kast, la polarización será extrema. Con un corolario estadístico: la asistencia electoral es más alta cuando en una elección la grieta es infranqueable. Sin embargo, un mes atrás, estaba descartado que Kast llegara a mucho más del 15% del voto, y hace tres meses, estaba descartado que Boric fuera candidato en la interna de su coalición, y cuando fue candidato, estaba descartado que ganara esa elección.

Un accidentado proceso de conformación de la oferta electoral

Cuando se dice que Boric y Kast, favoritos recién a partir de los sondeos del 18 de octubre -cuando se recordaba el segundo aniversario del “estallido social” de 2019- representan a los extremos de la izquierda y de la derecha, es un dato que visto de cerca resulta menos exacto, y más inútil. Hay una sola candidata, la democristiana Yasna Provoste, que representa a una coalición de izquierda, el Nuevo Pacto Social. Y seis candidatos: Marco Enríquez-Ominami, del Partido Progresista, que se separó de la coalición de Provoste; Boric, candidato de otra coalición también de izquierda, pero más a la izquierda; y en la izquierda de la izquierda, Eduardo Artés, de un partido minoritario, Unión Patriótica, del comunismo más puro y duro. A la derecha hay dos candidatos, Sebastián Sichel, de la coalición Chile Podemos Más, y Kast, del más extremista Frente Social Cristiano.

El proceso de configuración de esta oferta electoral fue muy accidentado, y aun retrospectivamente imprevisible. En un comienzo, los partidos de la antigua Concertación, la coalición de centro-izquierda en cuyo eje están dos partidos más antiguos, la Democracia Cristiana de Eduardo Frei y el Partido Socialista de Allende, su sucesor en 1970, querían participar en las primarias de Apruebo Dignidad, pero a última hora fueron excluidos y sólo hubo dos candidatos de dos partidos, Boric, del Frente Amplio, y Daniel Jadue, del Partido Comunista.

En una desmentida del cuadro que construye la polarización que imagina para el balotaje como una sucesión ininterrumpida de polarizaciones extremistas anteriores, en esas primarias de Apruebo Dignidad venció Boric, que era el candidato más moderado, con un mandato muy nítido. Y en las primarias de Chile Vamos (en esta elección Chile Podemos Más), la antigua Alianza que por 30 años compitió con la Concertación, de cuatro candidatos, no venció ni el de la Unión Demócrata Independiente (UDI), ni el de Renovación Nacional (RN), sino el más moderado, que además se presentaba como independiente, sin partido, Sebastián Sichel.

Una elección presidencial que es el primer plebiscito sobre la Convención Constitucional

Sobre qué elegirá hoy el electorado chileno, es más difícil que nunca hacer una conjetura razonable. Porque también es más difícil que nunca en Chile decidir el voto. Las campañas presidenciales avanzaron en paralelo con las sesiones de una Convención Constitucional que redactará una nueva Constitución. El nuevo texto reemplazará al de la Constitución pinochetista de 1980, reformada pero todavía vigente. Tal vez sean las últimas elecciones con esta Constitución política del Estado. En la elección de convencionales de mayo la derrota de la derecha fue absoluta. Más de dos tercios de los convencionales son de la nueva izquierda, o independientes de izquierda. La centro-izquierda quedó con pobre representación. El voto de la derecha será irrelevante por su número. Tiene voz, pero, como dice el periodismo que está cubriendo a la Convención, “basta con bajar el volumen cuando habla”.

Uno de los orígenes del aumento de la intención de voto hacia a la derecha, y del voto derechista hacia la ultraderecha, se encuentra en aquella derrota, y en el muteo y la impotencia derivadas de ella. A los nueve meses de iniciadas las sesiones de la Convención, o tres meses más tarde si hay prórroga, habrá un “plebiscito de salida”. A través de este, el electorado decidirá si Chile adopta, o repudia, la flamante Ley Suprema. El de hoy es una suerte de “primer plebiscito” sobre la Constitución. Para la derecha, un presidente “fuerte” que haga campaña por el No sería el contrapeso de su ausencia en la redacción constitucional.

Que la Convención Constitucional haya comenzado a sesionar antes de la primera vuelta produjo efectos más importantes en el electorado que en los liderazgos políticos. Porque para los partidos, las estrategias ya se habían orientado apenas conocido el reparto de fuerzas en la Asamblea. El plebiscito del 25 de octubre de 2020, en el que se decidió convocar una Convención y redactar una nueva Constitución, fue la elección con mayor participación de la historia de la democracia chilena desde el fin de la dictadura: votó el 50,9% del padrón.

La idea de una Convención, inevitablemente, es siempre más pura que cualquier Convención. El funcionamiento de la asamblea puso de manifiesto que ser convencional no era tan diferente de ser diputada o diputada, y que la conducta y la prosperidad de cada constituyente tampoco se alejaba demasiado de la casta política.

Que en dos meses se haya debatido solamente el reglamento interno, y que esos debates hayan estado encaminado, en un cuerpo donde la izquierda goza de la más desahogada de las mayorías, a encontrar atajos para unos grupos internos y a la creación de lomos de burro para otros, tampoco resulta, para quienes fueron a votar para que la Convención exista, el más edificante de los espectáculos. Como tampoco el que un convencional hubiera hecho campaña como un enfermo de leucemia al que se le negaba tratamiento en el sistema público de salud fuera descubierto como sano de cualquier cáncer (además de que su mentida leucemia recibe tratamiento gratuito en los hospitales estatales). Que este convencional fuera protegido corporativamente por la presidenta tampoco gustó.

Un candidato humano, demasiado humano, y otro convenientemente inhumano

Existe un nivel de la decisión del voto, aun en los sectores más ilustrados, donde el perfil del candidato, su realidad física y moral, su fisonomía y conducta, acaba por influir. Y es aquí donde las debilidades personales de Boric, su pobre desempeño en los debates, la falta de preparación y aun interés técnico en el funcionamiento de la economía “realmente existente” y de la administración pública obran en su contra. Quienes comparan, con gusto, a Apruebo Dignidad con el Podemos español, gustarían que Boric se pareciera a Pablo Iglesias, un catedrático, pero no, es un estudiante crónico.

Determinados infortunios, de los que es inocente, como el de haberse contagiado el Covid-19, son anécdotas que tampoco favorecen en nada a Boric. Asistió enfermo a un encuentro con sus rivales en la presidencial de hoy, tardó en informarles del contagio, forzó a que, a dos semanas de la primera vuelta, debieran pasar una semana entera en el encierro de la cuarentena, sin poner el cuerpo en las calles ante las gentes de Chile. Además de novato, luce como chambón: no como muy capacitado para la presidencia. De todas las candidaturas, la única que parece haber llegado a su techo, es la suya.

En cambio, nada que en Kast pueda desagradar a sus votantes les hace dudar de que, si llega a ser presidente, será un obstáculo o rémora para su programa de “mano dura”. En el voto pobre, la repugnancia de Kast por los derechos humanos, el aborto o el matrimonio igualitario no encuentra simpatía ni eco. Les importa poco. En los nuevos derechos, y en quienes los promueven, no encuentran a quienes vayan a oír o atender sus desdichas. El día del segundo aniversario del estallido social de 2019, Marco Enríquez-Ominami lo resumió en una fórmula: “Cada piedra que tiren, cada cosa que se rompa, es un voto para Kast”.

Es posible que Yasna Provoste se beneficie con votos de la desilusión. Como también es posible que llegue al balotaje.

La otra agenda, seguridad, mapuches, migrantes, partes de la religión

Los partidarios de la ley y el orden en la economía no son vistos como los partidarios de la ley y el orden en la seguridad. Los que quieren poner al Estado en la salud, la educación y el mundo del trabajo no quieren poner más agentes estatales en el territorio para combatir la delincuencia, el crimen organizado, el narcotráfico, para organizar la respuesta a los mapuches en el sur y al flujo de migrantes en el norte. Los partidarios de la libertad y el no intervencionismo en la economía, en cambio, son vistos como los defensores de la ley, el orden y sus agentes en materias de seguridad y soberanía.

Kast es brutal en la solución represiva y militar que propone para estos temas. Goza del beneficio adicional de que Boric no ha hecho de esto un tema de campaña y de que las respuestas que da el diputado frenteamplista cuando le preguntan sobre estas cuestiones, a los oídos de quienes están en el territorio les suenan como la puesta en marcha de procesos que tal vez se vean coronados por el buen éxito, a condición de que quienes están en la línea de fuego tengan la paciencia de acompañar esas iniciativas durante años.

En Chile, una de cada cinco personas profesa la fe evangelista. Menos que en Brasil o en Centroamérica, pero de todos modos un capital electoral. Kast supo aprovecharla. Católico, unió a su Partido Republicano con el Partido Conservador Cristiano (PCC), evangélico, para formar el Frente Social Cristiano, del que es candidato presidencial. En la dictadura chilena, la Iglesia Católica fue opositora y líder en materia de derechos humanos. Pinochet buscó, y encontró, apoyos en las iglesias evangélicas, al extender sobre ellas un manto de protección en un país que las discriminaba. Desde 1975, para el feriado del 18 de septiembre, Día de la Independencia, se celebra un Tedeum evangélico, que se suma sin superponerse al católico. El Estado chileno es laico, pero el Presidente es cada año un invitado de honor. Pinochet no faltó nunca. Este 18 de septiembre, las invitaciones se habían extendido a las siete candidaturas presidenciales. El único que asistió al Centro Cristiano Internacional fue Kast. Hoy sólo 3 bancas de la Cámara de Diputadas y Diputados, sobre 155, son del evangelismo; en esta elección, la lista de Kast lleva 30 candidaturas evangélicas. En Chile, donde el voto no es obligatorio, aliarse con el evangelismo elude el costo de un electorado perezoso o indisciplinado: en algunas congregaciones, la participación en la elección será masiva. Lo que aprovecharon los republicanos en EEUU, otro país donde el voto es libre, busca aprovechar Kast en Chile, donde su Partido lleva el mismo nombre que el de Reagan o la familia Bush.

¿Votará una mayoría silenciosa?

Desde 2012, en Chile el voto es un derecho. Va a votar quien quiere, sin obligación legal de hacerlo. Desde entonces, la abstención superó a la participación. Mayor al 50%, si fuera una candidata habría ganado todas las elecciones, y las presidenciales siempre en primera vuelta. Para votar hay que tener 18 años, y hoy el padrón electoral chileno tiene 15 millones de personas registradas. También pueden elegir a quiénes ocuparán las 155 bancas de la Cámara de Diputadas y Diputados y a 27 de las 50 del Senado. 

A esto se añade una cuarta votación. Las cuatro se indican con tinta en una boleta única, que en Chile se llama “papeleta”. Como no se ve qué opción marca cada votante, en vez de cuarto oscuro se habla de cámara secreta, que no está cerrado, y no es más que un pupitre alto con mamparas al frente y a los costados. El cuarto punto a completar corresponde a la elección directa de los 302 integrantes de los 16 consejos regionales existentes en el país. Son una suerte de consejos deliberantes de las regiones. A diferencia de Argentina y EEUU, y a semejanza de Bolivia y Uruguay, Chile es un país unitario y no federal: por ello no hay legislaturas regionales. El federalismo, o más precisamente la descentralización, es una de las banderas de Apruebo Dignidad, como reiteró Boric en sus declaraciones en Punta Arenas, después de marcar sus cuatros votos en su papeleta. Si acuden a votar los que nunca fueron, la juventud, esto favorecería a su coalición de izquierda; si van a votar los que siempre fueron, porque votaban antes de 2012, cuando el voto era obligatorio, pero que son más discretos en sus preferencias o su desconcierto, no será Boric el que saldrá premiado.

AGB

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