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ANÁLISIS

Sin extravíos en su tradicional moderación política, Costa Rica abrió el año electoral en Latinoamérica

Celebraciones en Costa Rica de las clases medias capitalinas por la victoria en primera vuelta del expresidente centrista José María Figueres, que disputará el triunfo de la segunda contra el también centrista Rodrigo Chaves.

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El próximo 3 de abril, el expresidente José María Figueres, del Partido de Liberación Nacional (PLN), de centro, quien obtuvo poco más del 27% de los votos según los primeros recuentos definitivos en primera vuelta, y el economista Rodrigo Chaves, del Partido Progreso Social Democrático (PPSD), centrista, pero en aún más inclinado hacia la derecha, que superó el 16%, competirán en el balotaje por la presidencia de Costa Rica.

En suaves o no tan suaves sospechas, los rivales lucen más o menos parejos. Si Figueres, expresidente de la República 1994-1998 -e hijo del presidente José Figueres Ferrer que abolió el Ejército-, cuya administración fue polémica por seguir políticas propias del Consenso de Washington, fue señalado de estar involucrado en un escándalo de corrupción en el caso ICE Alcatel de 2004,  Chaves, que tuvo un paso fugaz como Ministro de Hacienda del gobierno actual, es un ex funcionario del Banco Mundial que fue sancionado por esa entidad por un “patrón de comportamiento inapropiado no deseado” de miradas acaso lascivas e invitaciones sólo sociales (es decir, nunca acoso sexual) .  

Un padrón de 3, 5 millones de votantes tenía que elegir también, entre decenas de candidaturas de 38 partidos, a 57 representantes de la Asamblea Legislativa. Deberán resolver las urgentes demandas sociales de la comunidad tica.

La expresión popular ¡Pura vida!, que en Costa Rica se usa tanto como saludo de bienvenida y como saludo de despedida, es una reliquia de un antiguo modo de existencia nacional de tiempos vividos sin mayores preocupaciones alarmantes. La sociedad costarricense, nostálgica, llegó a estos comicios con el mayor deterioro económico de los últimos 30 años. Un millón y medio de personas viven en Costa Rica con ingresos mensuales menores a 200 dólares, en una economía cotidiana con un alto costo de vida.

Una oferta electoral sin precedentes fue la del domingo. Y a primera vista, de cierto modo desatinada: una sola boleta, con 25 fórmulas presidenciales. De las cuales (con las debidas, escasas excepciones), una mayoría de candidaturas personalistas, caudillismos de papel y de Internet, sin alta cohesión ni buscado sustento ideológico. Una suerte de 'menú Spotify' de opciones que acrecentó la indecisión ciudadana hasta último momento.

Ya promediando la jornada electoral, la presidenta del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), Eugenia Zamora en conferencia de prensa, pudo sin embargo declarar: “Observamos una extraordinaria afluencia de votantes en todos los centros, esta es una noticia hermosa, de gran satisfacción, porque desde un inicio pedimos a nuestros conciudadanos que salieran a votar temprano”.  Las entusiastas observaciones fueron seguidas por una -no registrada, o no manifestada- frustración, porque se registró un 40% de abstenciones, el mayor en la historia electoral del país.

Las encuestas previeron el posible regreso del bipartidismo, con el triunfo de uno de los dos partidos tradicionales, Liberación Nacional (PLN), nacido hace 70 años de la social democracia, o Unidad Social Cristiana (PUSC) Significaría un ritornello a la Costa Rica anterior al social demócrata Partido Acción Ciudadana (PAC), que en 2014 irrumpió como alternativa a aquel tradicional bipartidismo que había gobernado desde 1953. Esa socialdemocracia es la del actual gobierno 2018-2022 del presidente saliente  Carlos Alvarado, la de su predecesor 2014-2018 Luis Guillermo Solís. Siguiendo la historia política del país, según lo prenunciaban las encuestas, tal socialdemocracia no alcanzó el domingo, con su candidato Welmer Ramos, ni a ganarse la posibilidad de disputar un balotaje.

En tercer y cuarto lugar quedaron el domingo Fabricio Alvarado, periodista y predicador evangelista del derechista Partido Nueva República, que había ganado la primera vuelta de las presidenciales de 2018 y la candidata por el PUSC, de centroderecha Lineth Saborío, vicepresidenta del gobierno de Gabriel Pacheco (2002-2006). José María Villalta, actual diputado por el Frente Amplio, de izquierda que las encuestas proyectaban como posible competidor, también quedó fuera de la segunda vuelta electoral.

Las restantes 20 candidaturas recibieron menos del 3% cada una, pero complicaron el escenario en debates, entrevistas y propaganda. Tal vez por ello el 74% de la población sostuvo que la decisión de voto fue más difícil que en elecciones anteriores y la mitad expresó un sentimiento de estrés, señaló la encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP-UCR) de la Universidad de Costa Rica. Sin embargo, las expectativas se centraron en la decisión de un millón de probables votantes hasta último momento indeciso, entre quienes predominaban mujeres, votantes de regiones costeras y la población juvenil, que pesa 36% en el padrón y es aún más ajena a las lealtades partidarias. En promedio, cuatro de cada 10 personas encuestadas anticipaban que sí votarían pero también anticipaban que no sabían a quién, que lo decidirían a último momento. Con respecto a las preferencias para renovar los 57 escaños de la Asamblea Legislativa: una  nebulosa mayor, que llegaba al 60% del padrón, según el  el reporte del CIEP.

Precisamente, debido a la numerosa oferta electoral y a la volatibilidad del voto para cubrir sus 57 bancas, la Asamblea Legislativa 2022-2026 será una galaxia sin constelaciones, de gran cantidad de mini fracciones, sujetas a todo tipo de presiones, y todo invita a creer que protagonistas de cambios y veleidades.

La ineficacia en la gestión de Estado y los casos de corrupción acicatearon la decepción de la ciudadanía frente a los partidos políticos conocidos y favorecieron la oferta supernumeraria de minipartidos. Sin embargo, como se dice en Costa Rica “El frío no está en las cobijas”. El atomizar y fraccionar aún más el sistema político agrava aún más su funcionamiento. En Costa Rica, es fácil inscribir un nuevo partido político nacional. Es sencillo: bastan 2.000 firmas, de al menos 81 cantones. Pueden ser en papel, con lápiz; se firma en oficinas de abogados o en bares de pueblo.

El entorno de confusión coincidió con las semanas en que los contagios de covid-19 alcanzaron las cifras máximas de toda la pandemia, con más de 6.000 casos diarios nuevos de infectados el país de casi 5,1 millones de  habitantes.

Oportunamente, Luis Antonio Sobrado  presidente del TSE,  quien decidió renunciar para evitar un eventual conflicto de intereses debido a que su cuñada Ana Lupita Mora  presentó su candidatura a la vicepresidencia de la República en la fórmula encabezada por Rolando Araya del Partido Costa Rica Justa (PCRJ), había dicho: “Dos años de pandemia han generado sufrimiento, desempleo, quiebra de emprendimientos ciudadanos y luto en muchas familias. Eso se suma a los efectos psicológicos y se crea un caldo de cultivo para la desesperanza y el enojo, sentimientos que si no se manejan de manera adecuada pueden llevar la discusión a niveles que no son los acostumbrados”, sobre el funcionamiento democrático del país que todavía, a pesar de la pandemia, atrae a turistas que ignoran la pobreza que padecen sus poblaciones, especialmente en la costa del río de Tarcoles, en la Región de Punta Arenas.

Todavía en el cuadro de honor de las “naciones más felices del mundo”, Costa Rica presenta hoy un 26% de pobreza, el valor más alto en 28 años. El  ritmo de recuperación económica ensancha las desigualdades entre sectores, sin que mucho pueda hacer el gobierno saliente. La victoria Carlos Alvarado había sido poco común: el triunfo de un candidato de centro izquierda en una época de creciente populismo de derecha mundial, según la opinión de Joseph Stiglitz. El Premio Nobel en Economía concluyó que Costa Rica era un faro de la ilustración por su compromiso con la razón, el discurso racional, la ciencia y la libertad. Sin embargo, el problema de la promesa democrática sin sustento económico se tornó crítico en el escenario de severo déficit fiscal que debió enfrentar desde que asumió Alvarado, a la que se sumó - igual que el resto de los países del planeta- la pandemia del covid-19. El efecto de la crisis sanitaria no solo demoró sino que agravó el desarrollo económico y social del país que acudió a más endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Las escasas banderas en los barrios y las abundantes pancartas y pasacalles sobre las carreteras con candidatos maquillados y fotoshopeados que se presentaban como la solución del desempleo, la corrupción o la ineficiencia del Estado, fueron el escenario de una campaña electoral que la sociedad vivió con agobio, muy lejos de las llamadas “fiestas electorales” del siglo XX, cuando el país bipartidista se preciaba de la baja desigualdad social, de su seguridad y de sistemas de salud y educación dignos del primer mundo.

Costa Rica -la única nación centroamericana que celebró el 15 de septiembre pasado su Bicentenario y entró a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)-  se enfrenta a un horizonte donde, a consecuencia de la acumulación de problemáticas no atendidas en los años recientes y los efectos de la pandemia, la mayoría de la población vive peor que antes, en las ciudades de las casas con puertas sin número y las calles sin nombre. Acaso no sea gratificante, pero no es sorprendente, que la sociedad vuelva su mirada y devuelva su favor al centrismo político que asocia con un pasado mejor que ansía repetir en su futuro, como conjuro para todo, o todo lo que se pueda, vuelva a ser como antes en un presente que es como nada que hayan conocido nunca antes.

AGB

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